Una mujer palestina señala a los soldados israelíes que, en 1993, acaban de chocar con insurgentes en Ramallah. Dieciocho años después, rebeldes libios (derecha) celebran su llegada a Trípoli, durante la guerra contra Gadafi. | Foto: AFP

ORIENTE

La paz de los muertos

En el Medio Oriente hierve la hostilidad. Cada día hay nuevos carros bomba, asesinatos, secuestros y masacres. Viaje por una historia interminable.

Jon Lee Anderson*
25 de agosto de 2012

En Medio Oriente, donde la llamada Primavera Árabe se encuentra ya en su segundo año, algunos dictadores han sido derrocados por levantamientos populares. Mientras tanto, otros golpean de regreso. Nadie sabe cómo va a terminar todo, pero es obvio que están ocurriendo cambios dramáticos.

Hace 30 años el Medio Oriente era muy distinto de como es hoy, pero los conflictos actuales surgen de una historia de violencia que es parte de una narrativa evolutiva cuyo denominador común es la ausencia del Estado de derecho.

Demos un vistazo a 1982. En febrero el dictador de Siria, Hafez al-Assad, en representación de la minoría alevita de musulmanes chiítas gobernante del país, ordenó al ejército aplastar una revuelta de musulmanes sunitas en la ciudad de Homs. La operación se extendió por tres semanas y fue exitosa. Tras destruir gran parte de la ciudad y matar a más de 30.000 personas, la resistencia había sido eliminada. Durante más de tres décadas Siria gozó de la paz de los muertos.

En abril, el Estado de Israel -siguiendo el tratado de paz egipcio-israelí firmado en 1978 bajo el auspicio estadounidense- completó su retirada de la península del Sinaí, que ocupaba desde la Guerra de los Seis Días de 1967. En octubre de 1981 Anwar Sadat, el presidente egipcio que había firmado el tratado -el primer líder árabe que había hecho las paces con Israel-, pagó con su vida por aquel gesto pacífico: fue asesinado por pistoleros ligados a la prohibida organización islamista Hermandad Musulmana. El vicepresidente de Sadat heredó el trono; se trataba del general Hosni Mubarak.

En un país vecino, Líbano, se enfrentaban sectas libanesas y facciones palestinas, en una guerra civil que duraba ya desde 1976. La milicia OLP (Organización para la Liberación de Palestina) de Yaser Arafat controlaba parte de la capital, Beirut. En junio, después de que terroristas palestinos hirieron mortalmente al embajador de Israel en Londres, el ejército de Israel invadió el Líbano con el fin de desmontar las guerrillas palestinas establecidas en el país. Pronto alcanzaron Beirut. Tras un breve enfrentamiento, la OLP acordó abandonar Líbano por vía marítima. Tropas estadounidenses y francesas arribaron al país para supervisar la evacuación. La OLP reestableció su central de operaciones en Túnez. En septiembre, después de que una bomba asesinara al presidente electo del Líbano, el cristiano Bashir Gemayel del partido Falange Libanesa, una enorme fuerza de sus seguidores armados entró a los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en busca de venganza. Masacraron a cientos de civiles mientras soldados israelíes vigilaban el perímetro de los campos. No muy lejos de allí, en el Valle de la Becá, en un campo bajo el control de la Guardia Revolucionaria de Irán, un grupo de clérigos chiítas formaba un nuevo grupo radical para combatir a Israel. Se llamaba Hezbolá.

En Irán, una teocracia revolucionaria dirigida por el irascible clérigo Ayatollah Jomeini, se había hecho con el poder en 1979 e intentaba fomentar revoluciones similares en toda la región. Su presencia en Líbano hacía parte de ese esfuerzo. Sintiéndose amenazado, el dictador iraquí Sadam Husein, quien gobernaba su país a la cabeza de una minoría sunita, había invadido Irán en 1980. Sin embargo, sus fuerzas se encontraban debilitadas en el segundo año de lo que sería un conflicto de ocho años, que resultaría en la muerte de 1 millón de personas en ambos países. Con el fin de poner la suerte a su favor, Sadam empezó a utilizar armas químicas, las infames ADM (armas de destrucción masiva), que llevarían más tarde a su perdición.

En Libia, la esposa de Muamar el Gadafi dio a luz a su séptimo hijo, un niño llamado Saif al Arab.

Regresemos ahora a 2012. El Irak posterior a la invasión estadounidense y al régimen de Sadam ya no es un bastión de sunitas árabes, sino un país en que el vecino Irán, aún una teocracia, ejerce gran influencia. Tensas negociaciones internacionales giran en torno al programa de energía nuclear iraní, que Israel sospecha es un esfuerzo para desarrollar armas nucleares que amenazarían su existencia.

En gran medida, el Líbano ha encontrado la paz consigo mismo y goza de una economía en auge. Y, sin embargo, sigue siendo un Estado frágil, en el que la milicia Hezbolá, apoyada por Irán, le hace contrapeso al poder.

En Siria, el gobierno de Bashar al-Assad, quien heredó la jefatura de su padre Hafez en 2000, se halla en un estado de asedio creciente. 30 años después de la masacre de Hama, la mayoría sunita de Siria se encuentra de nuevo en revuelta. Se calcula que 15.000 sirios han muerto hasta ahora en el conflicto desencadenado por la Primavera Árabe. Siria parece estar al borde de una guerra civil sectaria, en la que actores extranjeros se involucran cada vez más: Rusia e Irán del lado de Assad, y una Arabia Saudita apoyada por Occidente, junto con Turquía, tomando posición tras los rebeldes sunitas.

En Egipto, Mubarak fue derrocado en febrero de 2011 después de tres semanas de manifestaciones. Un político, hasta entonces poco conocido, de la otrora proscrita Hermandad Musulmana fue elegido como presidente y empezó a gobernar el país conjuntamente con un poderoso consejo militar compuesto por antiguos aliados de Mubarak.

En Libia, Gadafi fue derrocado y asesinado en octubre de 2011, tras una revuelta desatada por las exitosas revoluciones en Egipto y Túnez. Un débil consejo de transición gobierna un país controlado por un mosaico de milicias armadas en contienda. La estabilidad es escurridiza. El hijo de Gadafi, Saif al Arab, no llegó a su cumpleaños 30: fue asesinado en la casa donde se ocultaba durante un bombardeo de la Otan en abril de 2011.

El proceso de paz entre Palestina e Israel se encuentra empantanado en la misma inercia y desesperanza de hace 30 años.

En muchos sentidos, la historia de Medio Oriente se puede resumir con la frase cínica acuñada hace un siglo por el novelista francés Alphonse Kar: "Cuanto más cambian las cosas, más iguales permanecen". A lo largo y ancho del Medio Oriente cada día hay nuevos carros bomba, asesinatos, secuestros y masacres. Nuevos conflictos surgen de los antiguos y se acercan al punto de ebullición. Algunos explotan. El futuro es incierto. Como dice la Biblia, la violencia engendra violencia. Y en la Tierra Santa donde fueron escritas, aquellas palabras tienen un inconfundible sabor a destino.
 
*Cronista del New Yorker

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