La historia de amor de Gaviota y Sebastian en ‘Café’ conquistó el corazón de los televidentes colombianos.

TELEVISIÓN

Somos lo que vimos

En los últimos 30 años las telenovelas les mostraron al país qué es ser colombiano.

Omar Rincón*
25 de agosto de 2012

La televisión comenzó a emitir en Colombia el domingo 13 de junio de 1954 a las 9 de la noche. Y la consigna del presidente, el general Gustavo Rojas Pinilla, era lograr transmisiones en las que predominara una televisión cultural guiada por “principios del buen gusto”.

Así quisimos ser universales, ilustrados y cultos, tanto así que hasta los años ochenta la ficción en televisión se basaba en piezas de teatro universal y de literatura colombiana. También se realizaron adaptaciones de obras latinoamericanas como La tregua y Gracias por el fuego, de Mario Benedetti, La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa, y Los premios, de Julio Cortázar.

Pero fue en los años ochenta cuando Colombia creó su propio género de telenovela al meterle sabor local, ironía y música. Llegó lo propio de lo colombiano: el humor con Pero sigo siendo el rey, la esclavitud de lo afro con Azúcar, la colonización paisa en La Casa de las dos Palmas, la ruralidad exótica y divertida en Gallito Ramírez, Caballo Viejo y San Tropel. Y, no podía faltar, la cultura rural nacional con Café.

También se contó el popular urbano en Vivir la vida y Cuando quiero llorar no lloro (Los victorinos) y la nación marginada en La historia de Tita y Pandillas, guerra y paz. Se habló en público de las nuevas relaciones en lo amoroso, la justicia y la vida cotidiana con La Señora Isabel, Hombres, La alternativa del escorpión, La otra mitad del sol y La mujer del presidente. La nación musical apareció con fuerza en Escalona, también aparecen los grandes dilemas que habitan la realidad colombiana, los de la convivencia entre guerreros de todo tipo en De pies a cabeza y Tiempos difíciles, la supervivencia a punta de picardía de Pedro el escamoso, el mundo del trabajo y la belleza en Yo soy Betty, la fea. Todas las telenovelas mencionadas hacen parte de nuestra memoria como nación.

La clave de la marca Colombia en telenovela, la inventada en los años ochenta, está, según el crítico Germán Rey en “la selección de historias muy cercanas a lo cotidiano (...) La emergencia de lo regional como una experiencia de expresión de la diversidad cultural, una manifestación de un país heterogéneo traspasado por numerosas culturas (...) una mirada que recupera el humor y la ironía, la sátira y el desparpajo”.

No en vano las telenovelas entraron al Museo Nacional. Y llegaron allí porque “anunciaron la Constitución de 1991: esa que nos dijo que hay muchas maneras de ser colombianos”, como afirmó Jesús Martín-Barbero, el filósofo que las hizo ver como fenómeno cultural, que además afirmó que “la diversidad cultural colombiana fue primero un hallazgo de la telenovela y luego de la política”.

Por las telenovelas hemos visto lo diversos que somos: aprendimos a ser caribes con Gallito Ramírez, Escalona y Caballo Viejo... y paisas con Quieta Margarita y La Casa de las Dos Palmas… y vallunos con Azúcar, El divino y San Tropel… y llaneros con La potra zaina.

Colombia creó una marca de telenovela, un modo cultural de contar y estar en la pantalla. Y es que las telenovelas no son solo ‘culebrones’, como despectivamente desdicen los intelectuales, sino que paradójicamente en Colombia “pasa más el país por las telenovelas que por los noticieros de televisión”, como también dijo Martín-Barbero.
La telenovela de los años ochenta creó el producto cultural colombiano de mayor impacto internacional y de mayor reconocimiento cultural en lo local: todavía vivimos
de su gloria. Hoy solo nos queda la narcotelenovela para mostrar: las demás son obras para el olvido de la industrial cultural.

Para comprendernos como colombianos tenemos que ir a la telenovela donde nos atrevemos a contar los grandes asuntos que nos molestan el alma. Sobre todo a esas de antes, de los canales privados. Y es que en la telenovela hay más país que en los noticieros, porque cuenta más allá de las declaraciones de los políticos y sus aberraciones, tanto es así que hoy los noticieros no se presentan, sino que se actúan como telenovelas.
 
*Crítico de televisión.

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