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El informe presentado por el Banco Mundial presenta no solo un vigoroso retrato de la educación latinoamericana sino también una serie de buenas ideas para optimizarlo | Foto: Guillermo Torres

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La calidad educativa en América Latina está en manos de los docentes

El reporte del Banco Mundial reafirma que para mejorar la educación en la región los docentes deben ser muy buenos y tener una mejor remuneración.

Gabriel Sánchez Zinny*
23 de diciembre de 2014

Todos los días pareciera que se recopila más evidencia respecto a la relación positiva entre calidad de la educación y calidad de los docentes. De acuerdo a un reporte reciente del Banco Mundial, el desafío es grande: hay unos siete millones de maestros en América Latina y el Caribe, lo que representa alrededor de un cuatro por ciento de la fuerza laboral y un 20 por ciento de los profesionales, mientras sus salarios equivalen a casi un cuatro por ciento del PBI regional. Se desempeñan en condiciones que van desde aulas al aire libre sin luz y sin tableros hasta instalaciones con acceso continuo a la red y computadores de última generación.

Entonces, ¿cómo se puede mejorar el desempeño docente en la región, en medio de tantas particularidades locales? En su reporte, Great Teachers: How to Raise Student Learning in Latin America and the Caribbean, el Banco Mundial propone posibles respuestas con base en una exhaustiva investigación en campo sobre la profesión docente con más de 15.000 visitas sorpresa a aulas en más de 3.000 escuelas públicas entre 2009 y 2013.

Así, llegaron a una serie de interesantes conclusiones. La publicación The Economist sintetiza los hallazgos: “el principal motivo de la crisis educativa latinoamericana es simple. La región capta grandes cantidades de docentes de entre los egresados menos lucidos. Los entrena pobremente y les paga peniques (entre el 10 y el 50 por ciento menos que otros profesionales). Como resultado, la enseñanza es mala.”
En efecto, el Banco Mundial reveló que los docentes de América Latina en general pasan apenas el 65 por ciento de su tiempo enseñando –comparado con el promedio internacional que ronda el 85 por ciento-. Este no es un problema que se solucione fácilmente con nuevas tecnologías o mejores materiales –el informe destaca que aun en escuelas con conectividad a internet, computadoras u otros dispositivos de aprendizaje avanzados, los maestros generalmente usan lo que mejor conocen, el pizarrón.

En consecuencia, las cifras sobre la pérdida de tiempo en el aula indican que hay que prestar atención a un problema más de base: el modo en que los docentes son reclutados, entrenados y compensados por su desempeño. Desafortunadamente, hacer cambios en este sentido no es tarea fácil dada la influencia de varios actores con un decidido interés en mantener el status quo –incluidos sindicatos docentes, administraciones universitarias, e institutos de formación.

Sin embargo no todas las mejoras son necesariamente complejas, propone Javier Luque, uno de los autores del reporte del Banco Mundial y especialista en educación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Luque sostiene: “interactuando con maestros en miles de aulas, encontramos que a menudo los mayores problemas tienen que ver con cosas muy simples: una vez que tenemos docentes en el aula, el sistema debería garantizar que usen el tiempo en promover el aprendizaje de todos sus alumnos. Los estudiantes no pueden recuperar el tiempo perdido. En muchos casos vimos desperdiciar hasta un tercio del tiempo de clase esperando que sonara el timbre. ¡Solo imagínense las actividades que se podrían haber hecho en todo ese tiempo!”

“Los alumnos van a la escuela a aprender,” agrega, “y por lo tanto todos los actores del sistema deben alinearse para asegurar que el aprendizaje ocurra. Esto suena muy sencillo, pero lamentablemente no está ocurriendo.” Una de las posibles causas es que los docentes de menor rendimiento ya poseen los conocimientos técnicos o las habilidades cognitivas, pero la falta de señales claras en cuanto al aprendizaje de sus alumnos detiene el avance.

Al mismo tiempo, Luque argumenta que se necesitan reformas más profundas. “Estas se refieren a modernizar la formación docente y los sistemas de evaluación,” dice. Esto resulta crítico “a fin de obtener mejor información sobre lo que funciona y lo que no y así saber cómo y dónde intervenir.”

Algunos países como Chile, México, Perú y Ecuador han aprobado regulaciones para incrementar las evaluaciones. A la vez, grandes ciudades como Rio de Janeiro y Buenos Aires están tomando la delantera. En cada uno de estos casos, las propuestas encontraron fuerte resistencia por parte de los sindicatos docentes, quienes se opusieron a vincular el desempeño al progreso de carrera.

Pero en mí conversación con Luque, insistió en que esas “señales” son exactamente lo que nuestros sistemas educativos no están advirtiendo. “En América Latina, la mayoría de las aulas son como una ‘caja negra’: el sistema desconoce lo que realmente sucede en ellas. Eso limita sustancialmente las posibilidades de mejora”. Hacer esto explicito –y atarlo a procesos rigurosos de evaluación- puede hacer una gran diferencia.

El informe presentado por Luque y sus colegas presenta no solo un vigoroso retrato de la educación latinoamericana sino también una serie de buenas ideas para optimizarlo: mejores directivos, más intercambio de experiencias, y la reducción de la carga de tareas administrativas de los maestros.

Aun así, pone poco foco en los recursos que se necesitarán a nivel sistémico para alcanzar estas reformas. El ámbito político es donde radican los verdaderos desafíos y, con grupos poderosos listos para oponerse, los reformadores deben construir estrategias políticas que involucren un proceso democrático de trabajo con todos los actores.

*Fundador de la iniciativa de formación profesional Kuepa.com