Esta es la historia de tres 'pilos' que reflejan la realidad del programa insignia del expresidente Juan Manuel Santos. | Foto: Semana

EDUCACIÓN

¿Pagó ser “pilo”?: historias que revelan la realidad de este programa

Este año se espera que más de 9.000 estudiantes de la primera temporada se gradúen. SEMANA Educación buscó tres casos de personas que reflejan la realidad de los beneficiarios del programa.

25 de febrero de 2019

Durante lo cuatro años que se implementó Ser Pilo Paga, programa insignia del expresidente Juan Manuel Santos, la discusión de sus detractores se centró en tres grandes temas: la desfinanciación de la universidad pública, la pertinencia de la iniciativa y su vigencia en el largo plazo.

Al contrario, quienes avalaron su puesta en marcha destacaron, en gran medida, la magnitud de su impacto social, pues sin este tipo de becas muchos estudiantes de bajos recursos jamás hubieran podido acceder a una formación profesional.

A pesar de que el presidente Iván Duque lo dio por terminado y creó Generación E –otro plan de becas condonables que inició con algunos tropiezos, ya que el mes pasado 47 estudiantes perdieron su cupo en la Universidad de los Andes por falta de coordinación–, aún no se conoce a ciencia cierta quiénes tienen la razón sobre el impacto de Ser Pilo Paga.

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Este año se espera que más de 9.000 estudiantes que ingresaron al programa en su primera temporada (2015) se terminen de graduar. Sin embargo, esta cifra puede variar, ya que si bien esa fue la cantidad de alumnos que recibieron las distintas universidades ese año, el Ministerio de Educación Nacional (MEN) aún no ha dado a conocer datos oficiales sobre graduados y desertores.

Hasta el momento solo se conoce, oficialmente, que 44 ‘pilos’ han recibido su diploma de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.

En medio de ese panorama, a finales de 2018 salió a la luz pública una cifra preocupante: 1.109 ‘pilos’ han desertado desde 2015 y hoy le deben al Estado más de $11.000 millones, según informó Blu Radio.

Así las cosas, la discusión en torno a este programa –que movió entre 2015 y 2018 alrededor de $1,57 billones y benefició a 40.000 estudiantes– deja preguntas como: ¿Fue en realidad un movilizador social? ¿Por qué tantos desertores?, ¿qué salió mal?

Para empezar a indagar sobre el tema, SEMANA Educación logró acceder  a tres estudiantes que fueron seleccionados por el gobierno, en diferentes épocas, para ser parte de Ser Pilo Paga. Sus historias reflejan las particularidades sociales, culturales y económicas de cada caso y a la vez los problemas generales de la educación pública en Colombia.

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“Siempre estuve en el lugar equivocado”*

Esta es la historia de un ‘pilo’ que, a pesar de tener una mente brillante, fue expulsado de su universidad. Hoy debe $36 millones al Icetex.

Desde el Batallón de Artillería San Mateo, ubicado en la entrada de Pereira, Risaralda, una voz grave, pero juvenil responde al otro lado de la línea: “Sí, soy desertor de Ser Pilo Paga”.

Después de poner algunas condiciones como no mostrar su rostro, ni mencionar su nombre ni el de su universidad, este joven accede a contar su historia por teléfono: la razón por la cual después de ocupar el puesto número 34 a nivel nacional en las pruebas Saber 11 de 2014, terminó sin beca y en el Ejército Nacional.

Todo empezó cuando ese año le notificaron que era uno de los 9.359 estudiantes de bajos recursos en tener, por primera vez, la opción de elegir una carrera en cualquier universidad acreditada del país sin ningún costo. Para su familia, que vive en el distrito de Aguablanca, una de las zonas más vulnerables de Cali, fue una noticia emocionante.

“Ocupé los primeros puestos en todos los preicfes. Por eso, cuando salió el programa, muchos amigos y profesores me dijeron que era muy probable que me ganara esa beca, y así fue”, expresó este joven, quien en el momento tenía solo 18 años.

Sin embargo, si bien era uno de los más inteligentes de su clase, también  había sido el más indisciplinado. Recuerda que su paso por el colegio nunca fue tranquilo. Sin titubear explica que pasó por seis colegios públicos, porque de todos lo expulsaban. Aunque prefiere no dar muchos detalles, asegura que durante esa época fue miembro del Frente Radical Verdiblanco, la barra brava del deportivo Cali. “Además, me gustaba la vida loca y todo se me salió de las manos”, resume.

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A pesar de que su vida era un caos, dentro del aula siempre fue el más inteligente y lo siguió siendo en la universidad. La facilidad para resolver problemas matemáticos siempre fue su fuerte. Sin embargo, no sería suficiente para enfrentar la presión académica. Por estar “siempre en el lugar equivocado”, como se refiere a su indisciplina, la universidad lo expulsó cuando cursaba el quinto semestre de Ingeniería Civil.

“Todo fue por mi culpa. Desaproveché la oportunidad que me dieron por fiestero. Porque, incluso la plata que me entregaban para mi sostenimiento (un salario mínimo legal vigente) la despilfarré”, cuenta.

Aunque quiso inscribirse en otra universidad, cuenta que el Icetex, entidad que manejaba el fondo de Ser Pilo Paga, le aseguró que para ingresar a otra institución, debía pagar la mitad de la deuda que había adquirido, ya que la beca es condonable, es decir, quienes deserten deben pagar la totalidad del dinero consignado a las universidades. Una deuda que para este joven asciende a los $36 millones. “Obviamente no pude pagar la mitad, porque no tengo $18 millones en el bolsillo”.

Después de asumir que había perdido la oportunidad de ser el primer miembro de su familia en graduarse de una carrera profesional, tomó una decisión: a finales de 2018 se presentó al Ejército para iniciar su carrera como militar. “Mi idea es hacer una carrera aquí en el batallón”.

Hoy no sabe cómo va a pagar los $36 millones que adeuda. Con 22 años, sin un título universitario y sin trabajo, sabe que le será difícil pagar. Sin embargo, asume que es una condición de la que siempre estuvo al tanto. “Soy el único culpable de esto, nadie más”, concluyó.

*Este joven caleño accedió a contar su historia con la condicción de no revelar su identidad ni la de la universidad que lo expulsó. 

Por graduarse de la Universidad EAN, el progroma Ser Pilo Paga le condonó a Jorge Arias más de $40 millones. Foto: Karen Andrea Salamanca. 

“Ser pilo fue una catapulta hacia el mundo”

Jorge Arias es de esos jóvenes que tienen claro para dónde va. Con tan solo 21 años, es profesional en Lenguas Modernas con énfasis en Comunicación Organizacional de la Universidad EAN. Trabaja en Burson Cohn & Wolfe, una de las agencias de relaciones públicas y comunicaciones más grandes del mundo. Tiene una banda de indie-pop llamada Alex Valens. Y espera en menos de dos años hacer una maestría en Gestión Cultural en Italia. Emocionado, asegura que, como muchos otros jóvenes, no hubiera llegado tan lejos sin la beca condonable de Ser Pilo Paga.

Para 2014, el gobierno de Juan Manuel Santos creó este programa para que jóvenes de bajos recursos con muy buenas calificaciones ingresaran a cualquier universidad, sin ningún costo. En su primera convocatoria, momento en que Jorge fue seleccionado, 9.359 estudiantes que sacaron un puntaje mayor a 310 en las pruebas Saber por primera vez tenían la oportunidad de estudiar.

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Desde que se enteró de que era uno de los seleccionados, su vida cambió. Primero, porque según Jorge, creció en un barrio popular de la localidad de Fontibón, en Bogotá, y la educación que allí recibió no fue la mejor. Y segundo, porque su madre, una empleada de servicios generales, y su padre, un taxista que se fue de casa cuando él tenía tan solo tres años, no tenían las condiciones económicas para apoyarlo.

Asumió, entonces, lo que muchos jóvenes deciden asumir después de graduarse del bachillerato: “Mi única manera de ingresar a la universidad sería luchando por un cupo en una pública: una misión casi imposible”.

A pesar de que estudió la secundaria en un colegio privado, bajo el modelo conocido como concesión –con el cual el Distrito le paga a una institución privada para que atienda niños del sector público– Jorge asegura que el nivel de formación que recibió no fue el mejor. Por eso, antes de empezar a cursar el grado once, pidió que lo ingresaran al colegio Pablo Neruda IED, una institución distrital. Su intención era mejorar su nivel académico.

“Siempre he sido bueno en inglés, porque he aprendido por mi cuenta. Pero cuando ingresé al colegio distrital, mi profesora se dio cuenta de mis capacidades y me ayudó a mejorarlas. Un apoyo que nunca recibí en mi colegio anterior”.

Por eso, después de aprovechar al máximo a sus docentes y el impulso por aprender más allá de lo que le exigían, Jorge obtuvo un buen puntaje en las pruebas Saber. Esto le permitió participar en la convocatoria de Ser Pilo Paga.

Lo único claro que tenía en ese momento es que quería estudiar Lenguas Modernas con énfasis en organizacional. “No sabía en qué universidad inscribirme. Estaba entre Los Andes, la EAN y la Pedagógica Nacional. Aunque las tres son muy buenas, tienen diferentes énfasis. Al final, me enamoré del pénsum de la EAN y fui admitido”, cuenta.

Durante la carrera, que terminó en tres años por sus excelentes calificaciones y adelanto de materias, Jorge fue voluntario y trabajó por algunos semestres en la misma universidad. “Fue muy pesado, pero necesitaba tener experiencia laboral antes de graduarme y también quería ayudar a mis padres económicamente”, explicó.

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 Por la claridad que tenía sobre quién quería ser y cómo lograrlo, Jorge dice que el programa transformó una etapa muy importante de su vida. “Ser Pilo Paga fue un episodio en el que crecí como persona, una etapa en la que me lancé hacia el mundo académico y se me abrieron mil puertas. Fue una catapulta hacia el mundo”.

David Cruz le debe al Icetex más de $38 millones por desertar del programa Ser Pilo Paga. Foto: Alejandro Villaquirán.

“Me fue tan mal en Cálculo que perdí la beca”

David Cruz es el reflejo de muchos ‘pilos’ que no rindieron en su universidad. En su caso, perdió la beca por no aprobar dos materias. Una historia que más allá de las calificaciones, muestra los problemas educativos que el país aún no resuelve.

“Me reventé”. Así describe David Cruz su paso por la universidad. Tenía 15 años cuando creía que estudiar Finanzas y Contaduría en la Universidad Icesi de Cali, gracias a Ser Pilo Paga, era como ganarse la lotería. Hoy, a sus 19 años, asegura que fue la peor pesadilla. Terminó como un desertor por ingresar a un programa que no lo apasionaba y con una deuda de $38 millones.

Todo empezó bien. Su mamá estaba orgullosa. Como cualquier madre, le dijo que estudiara lo que realmente le apasionara. Pero también le advirtió que tuviera en cuenta su situación –David y su madre viven en el distrito de Aguablanca, en Cali, y solo él responde por el hogar–. Por esa misma circunstancia, sus profesores lo aconsejaron para que ingresara a una carrera con la que, durante su vida laboral, obtuviera buenos ingresos.

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Entre la presión de elegir una carrera “rentable” y estudiar Música, su verdadera pasión, se decidió por Finanzas y Contaduría. “En el primer semestre obtuve muy buenas calificaciones, pero no me sentía cómodo entre mis compañeros, siempre buscaba a los de Artes o a los de Música”, cuenta.

Las malas noticias llegaron cuando estaba en segundo semestre. A pesar del esfuerzo de su docente para que ganara los parciales, David perdió Álgebra. Luego, en el tercero y cuarto semestre, perdió Cálculo, una de las materias base de su carrera.  “Aunque algunos de mis profesores me ayudaron a mejorar y la universidad me ofrecía tutorías y apoyo psicológico, no logré un buen promedio en el cuarto semestre. Por esa razón, la universidad podía expulsarme por bajo rendimiento académico”, dice David.

Una de las causas por la que cree que no logró mejorar su promedio está relacionada con la formación que recibió en su colegio, especialmente en Matemáticas. “Para nadie es un secreto que la educación que se ofrece en el distrito de Aguablanca no es la mejor. Por eso, mis conocimientos en Álgebra y Cálculo no fueron suficientes en la universidad”.

Pero no fue solo eso. Cuando David estaba lidiando con sus malas calificaciones, su madre sufría por la difícil situación económica en la que se encontraban. “Para ayudarle a mi mamá entré a trabajar, pero como tenía que estudiar mucho para mejorar mi promedio, no pude con las dos cosas al tiempo”, cuenta.

Su caso es el reflejo de muchos estudiantes que no tuvieron orientación vocacional en sus colegios y terminaron escogiendo carreras al azar. También muestra la precaria formación que recibieron en sus colegios públicos, lo cual llevó a que muchos no rindieran académicamente y desertaran. Y quizá la realidad más cruda es que, a pesar de tener todas las intenciones de ser profesionales, su contexto cultural, social y económico les frenó los sueños.

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A pesar de que la Universidad Icesi le dio la oportunidad de regresar y continuar con su carrera, sin importar su bajo promedio, David no aceptó. “Mi prioridad en este momento es cuidar de mi madre y tener un trabajo para ayudarle”. Además, asegura que solo quiere ahorrar para pagar la deuda con la que quedó por ser uno de los desertores. Una vez termine de pagar los más de $38 millones que debe, dice que volverá a la universidad. “Pero esta vez estudiaré lo que siempre quise: Música”.

Este artículo hace parte de la edición 41 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior, suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita 018000-911100.