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¡Exigimos educación!

Llegó la hora de un pacto nacional para formar a los colombianos del siglo XXI. Hay propuestas concretas.

3 de mayo de 2014

El resultado en las pruebas Pisa conmovió a Colombia y ha puesto a todos a discutir qué hacer para mejorar la educación en el país. Un tema tan crucial para el futuro como trillado en el pasado: hace 20 años, una ‘comisión de sabios’ hizo prácticamente las mismas recomendaciones que hoy sugieren los expertos. Semana Educación, junto con el Gimnasio Moderno, acaban de convocar una cumbre, que sesionó en Bogotá el 29 y 30 de abril con casi 800 asistentes de todas las orillas del sector, y presenta este informe especial sobre cómo está la educación hoy en Colombia y qué hay que hacer para ponerla en los primeros niveles mundiales.

Sí, los resultados de Pisa causaron revuelo. Lamentablemente, casi todo el mundo olvida que esta no es la primera vez que un examen internacional de educación sacude al país. En 1998, en la prueba Timms (Tercer Estudio Internacional de Matemáticas y Ciencia) los alumnos colombianos quedaron de penúltimos entre 41 países. Hubo, claro, gran preocupación, pero nada más. Desde 2006, cuando por primera vez el país se presentó a las Pisa, no se han logrado mejoras significativas.

Esos revuelos son parte de la historia patria. Desde Santander, que creó escuelas y universidades, y López Pumarejo, que fundó la Escuela Normal Superior en los años treinta para elevar la calidad de los maestros, pasando por Alberto Lleras y el plebiscito de 1957 que consagró que se gastara mínimo el 10 por ciento del PIB en educación, hasta César Gaviria, que convocó la Misión de Sabios en 1994, prácticamente todos los gobiernos desde la Independencia han proclamado la importancia de la educación.

Sin embargo, tantos años después, Colombia sigue de colero en calidad educativa y está –otra vez– ante el debate de qué hacer para ponerse a tono con un mundo cada vez más global y exigente. En la Cumbre Líderes por la Educación no solo se consideró lo que debe hacerse sino la urgencia de hacerlo. Como dijo David Bojanini, presidente del Grupo Sura: “Todos sabemos qué hay que hacer para mejorar la educación en Colombia. Pongámonos de acuerdo y hagamos una política de largo plazo que la respetemos y que no sea tema de campaña”. Como en tantas otras áreas de la vida nacional, se trata de pasar del dicho al hecho.

La mejor manera de hacerlo es mediante un gran pacto por la educación, uno de los pocos temas que puede unir a un país polarizado y dividido como Colombia.

Los avances

En los últimos años ha habido avances importantes, sobre todo en cobertura. Hoy el país gasta una suma respetable en educación, alrededor del 4 por ciento del PIB. Los esfuerzos vienen de tiempo atrás. Hoy casi todos los docentes son al menos licenciados, cuando hace 50 años casi ninguno lo era. Se crearon Colegios Pilotos para experimentar formas nuevas de enseñar y los Inem, con buenas dotaciones y recursos. En los años setenta se apostó por las pantallas de televisión; en los ochenta, por los computadores; en los noventa por las calculadoras portátiles. Se impulsó la educación bilingüe en las comunidades indígenas y la llamada etnoeducación que hoy cubre a parte de la población rural. Los maestros colaboraron en forma entusiasta a mejorar la calidad, en particular con el Movimiento Pedagógico. Se les subió el sueldo, y se les dieron más y más cursos de formación. Desde el Frente Nacional, se hicieron grandes reformas que crearon un sistema de educación con una capacidad administrativa grande.

En cierto sentido, los dirigentes y maestros colombianos han sabido bien lo que hay que hacer, han estado al día en todos los movimientos internacionales y los han adoptado rápidamente. Desde hace 35 años se hace un examen para la terminación de bachillerato, y desde 1992 se comenzaron las pruebas Saber para otros niveles.

En años recientes ha habido avances clave. Se adelantan programas que han contribuido a elevar la cobertura: Familias en Acción, el Programa de Alimentación Escolar o el vasto Proyecto de Educación Rural, a nivel nacional; los subsidios condicionados y la gratuidad, que se empezaron a implementar en Bogotá desde 2004. Otros refuerzan la calidad, no solo la asistencia a clases: Computadores para Educar ha llevado 3 millones de estos aparatos a 15.000 colegios desde 2000; bajo este gobierno se ha llegado con fibra óptica a casi todos los municipios y hay programas como De cero a siempre, que atiende 1 millón de niños de bajos recursos y Todos a Aprender que apoya las 23.400 escuelas de menor desempeño.

Se ha hecho mucho. Pero, pese a todo esto, desde que aparecieron las pruebas comparativas entre países ha habido grandes y desagradables sorpresas. En 1998 la prueba de Timms mostró que los alumnos colombianos estaban en los últimos puestos. En 2006 Colombia se presentó por primera vez a Pisa, y quedó en los últimos lugares. En 2009 mejoró algo: quedó de 52 y 58 entre 65 países, en diversas pruebas. En 2012 volvió a caer otra vez a los últimos sitios.

Como señaló Andreas Schleicher, director de educación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCED), Colombia tiene políticas adecuadas desde hace muchos años. ¿Por qué, entonces, estos resultados? ¿Y qué se puede hacer?

Los lastres

El hecho es que, a pesar de los avances, no se han logrado romper algunas barreras fundamentales. Un estudio reciente de Fedesarrollo menciona cinco grandes problemas por resolver. Y coindicen en ellos otras investigaciones.

Los avances en cobertura son aún insuficientes, en especial en grado cero (62 por ciento), en educación secundaria con edades entre 12 y 15 años, (70 por ciento), y media, entre 15 y 17 años (40 por ciento), según un estudio de octubre de 2012 de Felipe Barrera. Esto se agrava por la deserción: en 2012, según el Ministerio de Educación, había 950.000 alumnos matriculados en primer grado, pero en once había tan solo 500.000; es decir, en el camino de primaria a bachillerato se pierde casi la mitad de los estudiantes.

Quizás el gran problema de la educación en Colombia es la inequidad. “Tenemos una situación muy clasista en nuestra educación”, dice Antanas Mockus. Persisten inmensas desigualdades, en cobertura, calidad y acceso entre zonas rurales y urbanas, entre departamentos y entre estratos. Según Barrera, los mayores de 25 años de estrato 1 tienen un promedio de 5,2 años de escolaridad y los de estrato 6 tienen 12,7 años. Las diferencias en los resultados en Pisa son notorias entre colegios públicos y privados. La deserción y el repetir cursos afectan el sistema en los primeros, no en los segundos. Los niños de padres educados y de estratos altos tienen mejor desempeño y mejores perspectivas en la vida. De 216 colegios de alta calidad en el país, dos atienden al estrato 2 y 42 al estrato 3. El resto, 160, atiende a una población que hace parte del 8 por ciento más rico del país. “La educación en Colombia, además de tener en promedio una calidad baja, perpetúa las inequidades y no permite que la educación cumpla su papel fundamental de ser uno de los factores importantes de movilidad social”, sentencia el estudio de Fedesarrollo.

Para muchos, el problema principal es la calidad de los maestros. El más reciente estudio de la Fundación Compartir, Tras la excelencia docente, se centra en este tema. Según las pruebas Saber 11, sucesoras del Icfes, los que entran a licenciaturas de educación son los estudiantes de secundaria de menor nivel. Y entre los que se gradúan, los licenciados en educación exhiben los niveles más bajos en las pruebas Saber Pro. Los 314.000 maestros están cobijados por dos regímenes laborales, con grandes diferencias en cuanto a remuneración, evaluación y ascensos. Hay críticas, además, a la formación que se ofrece a los docentes activos. Aunque los salarios de los maestros han subido, la mayoría de los investigadores concuerda en que no son competitivos, comparados con otras profesiones. Y la profesión en sí tiene un bajo reconocimiento social.

Otro elemento al que muchos apuntan es la duración de la jornada escolar. De los 8,1 millones de alumnos de colegios públicos, apenas 11,4 por ciento tiene jornada completa (ocho horas). Todos los demás están en media jornada de cinco horas (un recurso que sirvió para elevar la cobertura pero que se ha agotado), en tanto que en los establecimientos privados casi 60 por ciento de los estudiantes tiene jornada completa. Juan Luis Mejía, rector de la universidad Eafit, es categórico: “La media jornada es el gran tema. Todo lo que hagamos no tiene sentido si seguimos en media jornada; pasar la mitad del día en el colegio y la otra mitad en la esquina no tiene sentido”.

Por último, aunque en estos diez años se ha invertido mucho en construir infraestructura escolar, sigue habiendo un rezago importante, en especial en zonas rurales. Y ese déficit en cantidad de aulas y calidad de las instalaciones será aún más grande si se apunta a aumentar la cobertura y llevar a todos los estudiantes a jornada completa, aun en las ciudades.

Las soluciones

En educación, como en otras áreas, la mayoría de los involucrados está de acuerdo, al menos, en algunas de las grandes soluciones. Por eso, la cuestión es poner manos a la obra en torno a un gran proyecto nacional que convoque a todos los actores alrededor de una política de Estado, blindada frente a los vaivenes de la política y el clientelismo, que tenga como objetivo supremo mejorar la calidad y la pertinencia de la educación.

Nadie discute que, además de sostener y ampliar lo logrado en cobertura, es clave atacar la desigualdad. Eso solo se puede hacer fortaleciendo la educación pública, incluidas fórmulas como las de los colegios en concesión. “¿Qué pasaría si todos nosotros, las elites y todas las personas que participan en la toma de decisiones importantes, tuviéramos que educar a nuestros hijos en la educación pública? Si nuestros hijos estudiaran en instituciones públicas otro sería el cuento”. Esta pregunta que lanzó Bojanini a los participantes en la cumbre, es uno de los temas de fondo que la elite colombiana ha evadido por décadas.

Parte importante, según el estudio de Fedesarrollo, es la educación rural, donde son evidentes las desigualdades más escandalosas. Una educación de calidad es lo único que puede competir con la movilidad social que ofrecen a los jóvenes la coca y los grupos armados en zonas como el río Atrato o el Catatumbo.

Otra condición indispensable es atraer los mejores maestros al sistema público. Para eso hay diversas fórmulas, algunas que ya se están aplicando, como exigir niveles cada vez más altos de estudios, ofrecer apoyos de formación y permitir la entrada a la carrera de profesionales no licenciados. Otros proponen subir los salarios, para estimular el ingreso de buenos licenciados y dar más reconocimiento social al maestro, aunque ninguna de las dos ideas garantiza que eso redunde en reclutar mejores candidatos, pues la implementación no es fácil. Un énfasis clave es mejorar a los docentes actuales, no solo mediante cursos bien dirigidos, sino buscando que obtengan títulos de maestría y doctorado en otras disciplinas.

Una fórmula para atraer a los mejores bachilleres a especializarse en educación se aplicó en Chile y se plantea en el estudio de Compartir: darles becas universitarias a los que tengan los mejores puntajes del Icfes y condonarles el pago si entran a enseñar a colegios públicos. Esto se está haciendo, aunque no se divulga mucho.

Hay medidas administrativas y organizativas que pueden arrojar buenos resultados. Por una parte, el país no está aprovechando lo suficiente los resultados de las pruebas. Las internacionales se aplican solo a unos 9.000 estudiantes, pero Saber se aplican a casi 600.000 alumnos al año. Los datos que arrojan son decisivos para analizar los factores que llevan a buenos o malos resultados, para comparar el sector privado y el púbico y entre municipios y departamentos, para verificar si apoyos como bibliotecas o laboratorios son útiles, o si aprenden más los estudiantes que van todo el día al colegio o los que van por la mañana. Esta es una mina de datos que se ha utilizado marginalmente.

Por otra parte, algunos proponen reforzar la autonomía de la que gozan hoy los planteles oficiales, sobre todo en materia de prácticas docentes, para premiar a los innovadores y castigar a los que no generen resultados. Esto supone un cambio drástico del sistema, con evaluación a docentes, rectores y colegios por resultados, y salarios por resultados, que no es fácil de aplicar pues generaría demasiadas resistencias. En la realidad, muchos maestros son creativos y eficientes. Una fórmula más práctica podría ser promover públicamente, a través de internet, los maestros con las mejores experiencias.

Una preocupación creciente es el uso que se da a la tecnología. En la prueba de Pisa en que peor le fue a Colombia fue en la de lectura de materiales en internet. Los niños colombianos tienen hoy computadores en casas y colegios, pero no leen críticamente, no saben buscar. Se ha hecho un gran esfuerzo de dotación tecnológica, pero esas miles de tabletas no se acompañan de contenido apropiado ni en capacitación a los docentes sobre cómo usar estas nuevas herramientas. Los computadores se usan para chatear y jugar, y ocurre la paradoja de que los niños que más los usan son los que tienen resultados menos buenos. Revertir este estado de cosas puede tener un gran impacto.

Una preocupación de casi todo el mundo es implementar la jornada completa, consignada en la ley desde 1994. El costo es alto (Leonardo Bonilla, en un estudio de 2011, calculó en 7,4 billones de pesos la inversión necesaria para pasar a jornada completa los 2 millones de estudiantes que están en la tarde) y tomará varios años (a Chile le tomó 13). Fedesarrollo calcula que para llegar a jornada completa universal en 15 años, habría que destinar cerca de medio billón de pesos al año a infraestructura y, al cabo de ese tiempo, algo más de 4 billones anuales para pagar los nuevos docentes necesarios. Una fórmula alternativa que se ha planteado, mientras no se emprenda esta vasta empresa, es establecer actividades educativas adicionales en ciencias, deportes, arte en centros especiales a los que vayan los muchachos en la jornada complementaria.

En resumen, aunque hay debate en torno a fórmulas y prioridades, existe en Colombia un amplio consenso en torno al diagnóstico de la educación, las soluciones para elevar la calidad y el tipo de educación que requieren el país y sus niños. García Márquez lo dijo hace 16 años, al entregar el informe de la Comisión de Sabios: “Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación, desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma”.

Solo falta –nada menos– arremangarse y hacer, por fin, lo que desde hace muchos años se ha debido hacer.