| Foto: Cortesía: Felix y Susana

OPINIÓN

Los cambios en la familia y la necesidad de fortalecer la educación sexual

Tras los resultados de la Encuentra Nacional de Demografía y Salud 2015, es imprescindible reflexionar sobre la necesidad de reforzar la enseñanza de la sexualidad en los colegios.

Julián de Zubiría*
26 de diciembre de 2016

La familia es la institución social que más ha cambiado en las últimas décadas: ha aumentado significativamente en flexibilidad y en diversidad. Es así como en 2015 una de cada tres mujeres de más de 40 años ha tenido más de 2 uniones matrimoniales, y el 5%, más de 3. Esto hubiera sido inconcebible medio siglo atrás. En esa época, la mujer tenía que “aguantarse” y permanecer conviviendo, así no lo deseara o incluso si fuera maltratada, en su propio hogar.

Debido a lo anterior y en uno de los cambios más grandes a nivel cultural, hoy, en Colombia, sólo el 32% de las familias está conformada por padre, madre e hijos, en tanto el 68% tiene otro tipo de estructura familiar. En los últimos años han aparecido familias inexistentes décadas atrás: familias sin hijos, de solteros, sin padre, sin madre o conformadas por personas del mismo género. La gran diversificación familiar es una realidad innegable, así esto lo quieran desconocer algunos.

Lo anterior ha significado que sólo la mitad de los hijos viva con padre y madre, que el 36%, sólo con la madre, el 3% sólo con el padre, y el resto, con la familia extensa o personas diferentes a la familia. Por tanto, los hogares que tienen liderazgo femenino vienen en aumento, en mayor medida en las ciudades; en éstas ya lideran el 40% de las familias.

La descendencia también ha cambiado de manera sensible, ya que las mujeres han pasado de tener un promedio de 7 hijos en 1964 a sólo 2 en el año 2015. Esto es más claro entre mujeres de estratos altos y con mayor nivel educativo, ya que ellas solo tienen en promedio 1,3 y 1,6 hijos, respectivamente.

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Diversos factores subyacen a los profundos cambios familiares señalados anteriormente. En especial, la creciente vinculación de la mujer al trabajo (ya son el 61% de la fuerza laboral, en tanto eran el 30% en 1990) y el uso de métodos anticonceptivos. En este último caso es de resaltar que, si medio siglo atrás tan solo el 20% de las mujeres tenía acceso a métodos anticonceptivos, hoy el 81% de las mujeres y el 83% de los hombres en unión utilizan algún método anticonceptivo.

Este proceso de flexibilización y diversificación familiar ha sido en general benéfico para que las mujeres amplíen sus horizontes de vida, se desarrollen profesional y personalmente y para que ganen en autonomía y libertad. Ese enorme beneficio para ellas conlleva algunos riesgos emocionales para los hijos. Hay que entender, por ejemplo, que, si se casaran dos hijos únicos, los hijos de ellos no tendrían ni hermanos, ni tíos, ni cuñados, ni primos, en uno de los cambios más profundos y silenciosos al que está avanzando el mundo a un paso acelerado.  A esto se suma la tendencia a la desaparición de los vecinos y la sustitución de los parques por el computador y el televisor. Hoy los estudios nacionales nos permiten estimar que los adolescentes pasan cerca de 45 horas frente al computador o el televisor, al tiempo que tan solo dedican en promedio 30 minutos a la interacción semanal con su propio padre. Dado lo anterior, los niños hoy permanecen menos tiempo con sus padres, tienen menos hermanos, menos vecinos y menos tiempo en los parques. El riesgo: la soledad y la depresión, que comienzan a empañar sus vidas.

Aún así, es positiva la noticia de la reciente ENSD de la reducción parcial que muestran las cifras respecto al embarazo temprano: para el periodo 2010 a 2015 pasa del 19.5% al 17.4% para niñas entre 13 y 19 años. Sin embargo, no hay que bajar la guardia, ya que hay tres datos que evidencian que sigue siendo una temática de enorme preocupación: El primero es que el 67% de mujeres en estas edades no está utilizando ningún sistema de planificación familiar. Por absurdo y paradójico que parezca, las niñas en mayor riesgo son las que menor protección tienen frente a las enfermedades de transmisión sexual y a la gestación de niños, aun cuando ellas ni si quiera han terminado de formarse. El segundo dato de preocupación es que los jóvenes están comenzando a tener relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas. En la actualidad, el 65% de las mujeres inician sus relaciones sexuales antes de los 18 años, al tiempo que, en 1990, tan solo el 30% de ellas las iniciaba a esta edad. El tercer dato que preocupa es que la tasa de embarazo adolescente es cinco veces más alta en los hogares más pobres. Por tanto, la posibilidad de que los más pobres lo sigan siendo es excesiva, si se tiene en cuenta que una madre adolescente tiene una gran probabilidad de disminuir sus ingresos futuros.

En consecuencia, que el 17,4% de las mujeres menores de 19 años esté o haya estado embarazada debe seguir siendo un motivo de preocupación. En la mayor parte de los casos, son embarazos producto de relaciones sexuales con hombres mayores que tienden a abandonarlas al quedar gestantes. La situación trunca por completo dos vidas: la de ellas y la de los seres que llevan en su vientre. Ellas, porque pasan demasiado pronto de juegos infantiles a enfrentar las responsabilidades de la vida adulta y porque limitan de manera sensible su movilidad social. Ellos, porque quedan prácticamente condenados a vivir en hogares sin la presencia del padre, sin hermanos y sin tener sus madres la madurez suficiente para educarlos. En la mayoría de los casos, son hijos de embarazos no planeados, lo que inevitablemente disminuye el amor en la crianza.

De otro lado, ser mujer o hijo, sigue siendo un riesgo en un grupo amplio de hogares. Una de cada tres mujeres reporta violencia física de sus esposos. Y en el caso de los niños, el 26% de las mujeres sigue golpeando a sus hijos con objetos. Como puede verse, el castigo físico todavía no desaparece. Y los educadores sabemos que los niños golpeados tienden a debilitar su personalidad. Para agravar el caso, en los estratos medios y bajos, casi la mitad de las niñas reportan haber sido objeto de manoseo en el hogar, por parte de algún miembro o conocido de la familia.

En el caso de los niños, el problema ha adquirido proporciones dramáticas. Según reporta la Fiscalía, en el año 2015, en Colombia se presentaron 22.155 denuncias por posible abuso sexual contra menores; en el 88% de los casos contra familiares o personas conocidas. El mayor número de denuncias tiene que ver con supuestas violaciones de niños entre los 5 y 9 años y de niñas entre 10 y 14 años. Niños y niñas que truncan por completo su vida, deterioran su autoconcepto, afectan para siempre su sexualidad y padecen de estrés y culpabilidad, aun sin que todavía hayan dejado de jugar a las muñecas o a los carros. Sin duda, el número es significativamente mayor, ya que este corresponde tan solo a las denuncias presentadas por algún acudiente del menor.

De la reflexión que he presentado en las líneas anteriores, la principal derivada es la necesidad de fortalecer la educación sexual en los colegios. Si los niños tienen relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas y si no están usando sistemas de prevención, se están exponiendo a enfermedades de trasmisión sexual y a la gestación de niños poco deseados. Y si más de 60 niños y niñas menores de 14 años son al parecer violados cada día, no podemos esperar a que los manoseen, los violen, a que queden gestantes, para dar inicio a su educación sexual.

Se equivocan quienes presuponen que la educación sexual debe evitarse porque estimula la curiosidad. Se equivocan quienes han querido –y lo han logrado– aplazarla hasta los últimos años del bachillerato. Se equivocan quienes quieren ocultarles a los niños los riesgos a los que están expuestos por manoseo, violación, transmisiones de enfermedades sexuales o embarazo precoz. Cualquier educador sabe que la curiosidad es fruto de la ausencia de educación sexual y no al revés. Así lo ratifican múltiples estudios mundiales. Es por ello que son más morbosos los niños que menos educación han recibido. Por el contrario, los niños que desde pequeños reciben educación sexual de padres y maestros, asumen una actitud más natural y tranquila ante la sexualidad.

Al tiempo con la educación sexual para los niños, se hace cada vez más necesario promover y fortalecer escuelas de padres que les ayuden a ellos a orientar la comunicación y la calidad de la educación que podrían brindarle a sus descendientes, ya que no hay que olvidar que, como dice  Michael Levine, “tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo que tener un piano no lo vuelve pianista”.

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*Director del Instituto Alberto Merani es consultor de Naciones Unidas en educación para Colombia. @juliandezubiria