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OPINIÓN

No vinimos al mundo sólo a trabajar

La universidad tendrá que adecuarse a la velocidad y globalización actual, pero no puede estar dedicada únicamente a la formación laboral

Julián de Zubiría
25 de mayo de 2016

Con ocasión de la reciente celebración del Día del Maestro en Colombia, fui invitado a un panel frente a los docentes de la Universidad Santo Tomás con un tema pertinente y actual: las competencias laborales y la educación. Participé en compañía de tres empresarios del sector de servicios y, por espacio, sólo podré referirme al argumento central que presenté ante dos de las preguntas que ahí se expusieron: ¿qué tipo de competencias del mundo laboral demandan un mayor esfuerzo por parte de las universidades? y ¿deberían estas instituciones dedicarse esencialmente al desarrollo de competencias laborales?

Hablaré de cinco tipos de competencias, las cuales, desde mi perspectiva, requieren un mayor énfasis por parte de las universidades en el momento actual.

En primer lugar, se requiere mejorar el trabajo en equipo o capacidad para pensar y construir conjuntamente y, al hacerlo, reconocer y valorar las diferencias. Esto implica fortalecer competencias ciudadanas como la empatía, la escucha y la confianza en los otros. Hoy en día es muy débil el trabajo en equipo y nula la confianza en los otros. Hay que revertir esta tendencia porque la sociedad necesita reconstruir el tejido social que las mafias y la guerra han destrozado en mil pedazos, y porque las empresas son esencialmente espacios de trabajo colectivo.

En segundo lugar, se requieren competencias transversales para pensar y comunicarse. Se trata de consolidar en los jóvenes competencias para leer, interpretar, exponer, escribir, argumentar y formular hipótesis.  Estas competencias son esenciales en la vida de cualquier trabajador. Hoy sabemos que no las desarrollamos durante la educación básica, y, para alcanzarlas en la universidad, tendremos que abandonar el modelo pedagógico de la transmisión de la información que domina todo el sistema educativo colombiano, incluida la educación terciaria.

En tercer lugar, en un mundo tan flexible en el que lo cotidiano es el cambio y la innovación, hay que formar a los jóvenes para vivir en medio de la incertidumbre y la ambigüedad, y para que aprehendan a resolver problemas semiestructurados e imprecisos. Para lograrlo, la universidad tendrá que darle mayor énfasis a la flexibilidad, la adaptabilidad, la investigación y la creatividad.  

Así mismo, en un mundo donde todo está interrelacionado, es un contrasentido un sistema educativo universitario totalmente fragmentado, que premia la hiperespecialización. Por ello, la universidad tendrá que revertir esta tendencia y fortalecer el pensamiento global e interdisciplinario de los jóvenes.

Finalmente, es tiempo de cumplir un viejo anhelo filosófico frente a la educación: la formación de un individuo que desarrolle un pensamiento más autónomo, de manera que los egresados de la universidad puedan pensar por sí mismos.

Todos estos ajustes requieren un profundo cambio en los fines, el modelo pedagógico y los currículos actualmente vigentes en las universidades del país.  Sin embargo, es necesario advertir que estas competencias, necesarias para los trabajadores actuales, no pueden ser, en ningún caso, el único fin de las universidades. Además de trabajar, también venimos al mundo a enamorarnos, escuchar música, dialogar, construir redes sociales, escribir, apreciar, viajar y tantas y tan diversas actividades como sea posible. Por ello, la universidad no puede dedicarse sólo a las competencias laborales. Si así fuera, ¿dónde quedan todas las demás competencias necesarias en la vida? Si en la universidad se prepara sólo para el trabajo, ¿cuándo, quién y cómo se preparará a las nuevas generaciones para la vida?, ¿quién les enseñará a los jóvenes a conocerse a sí mismos, a convivir y a construir sus proyectos de vida?, ¿cuándo desarrollarán la empatía para colocarse en el lugar de los otros, la estética para valorar la belleza o la inteligencia interpersonal tan esencial en las interacciones sociales?, ¿dónde y cómo aprehenderán ética los jóvenes y a actuar teniendo en cuenta los proyectos de los demás?

Como puede verse, las competencias laborales son sólo una de las cosas que hay que trabajar en la universidad y sería en extremo irresponsable pensar que ésta debe hipotecarse ante los intereses y las necesidades de las empresas.

La bella y profunda carta que le envió la hija del gerente de Bancolombia a su padre vuelve a evidenciar que, muchas veces, en la búsqueda de la rentabilidad, las empresas terminan por sacrificar la familia y el tiempo libre de sus trabajadores. La hija le dice al padre que quisiera verlo alzando a sus hijos, pero que, si sigue dedicado a la empresa obsesivamente, eso no va a ser posible. Su padre, renunció a la gerencia, y por eso fue noticia. Lo cierto es que, en la mayoría de los casos, las empresas tienden a invadir los tiempos y espacios libres de directivos y trabajadores.

Tanto las empresas como las escuelas siguen estando muy atrás en una visión integral del ser humano y por ello la conclusión es evidente: ¡hay que reformarlas a ambas! Como décadas atrás propuso Manfred Max Neef al plantear su original tesis sobre la necesidad de centrar la economía en el desarrollo y no en el crecimiento, hoy hay que decir que tanto las universidades como las empresas, tendrán que reivindicar una visión más integral y más centrada en el desarrollo humano que en el crecimiento económico o en el aprendizaje.

*Director del Instituto Alberto Merani es consultor de Naciones Unidas en educación para Colombia. @juliandezubiria