OPINIÓN

La verdadera política democrática es más que salir a votar

Eduardo Ignacio Gómez Carrillo, investigador de Corpovisionarios, analiza la abstención y la falta de cultura política en el país.

Eduardo Ignacio Gómez Carrillo
13 de junio de 2014

Por estas épocas se nos volvió común que los analistas políticos traten de construir explicaciones, más o menos adecuadas, para los comportamientos de los ciudadanos en las elecciones.

Nos enfrentamos a una abstención que en primera vuelta fue del 59.93% y que para las legislativas registró un consolidado de 57% en Cámara y Senado.

Cifras de la Encuesta de Responsabilidad Electoral de Corpovisionarios, nos muestran que el 88% de las personas que votaron por un candidato al Senado no recuerdan el nombre de la persona que ayudaron a elegir, y un 87% de los que votaron por la Cámara de Representantes tampoco lo recuerda.

¿Cómo explicar estas cifras? ¿Es suficiente pensar que el desprestigio generalizado de la actividad política provoca apatía y desgano? ¿Y esa sensación de corrupción que parece invadir a toda la política, es suficiente para justificar la “amnesia general” acerca de los candidatos por los cuales votaron los ciudadanos?

Sin lugar a dudas, un primer modelo explicativo debe apuntar a un hecho innegable: la política democrática no puede, ni debe ser reducida al simple hecho, más o menos mecánico y circunstancial, de participar en las elecciones.

La participación política, en un estado democrático contemporáneo, debe apuntar a una actividad permanente de decisión, control, seguimiento y construcción del sentido de las políticas estatales por parte de la mayor cantidad de ciudadanos posibles.

En un escenario como ese, los ciudadanos participan en las elecciones no solamente porque es un “deber”, una “obligación”, o un “derecho”; participan porque saben que sus votos son parte de una estructura política más grande, que tiene sentido social, que apunta a unas metas y a unos objetivos que se construyen en el quehacer cotidiano de la ciudadanía.

El hecho de que las personas no recuerden por quién votaron, que el 93% de los encuestados no hagan seguimiento a su representante o que el 91% no sepa qué ha hecho su senador, demuestra que las elecciones son un “no lugar político”, un momento vacío en el tiempo, en el cual la gente acude a los puestos de votación motivada más por una obligación moral o por el incentivo del certificado electoral, que por su convicción acerca de una política incluyente, participativa, abierta y democrática.

En este escenario, el enfoque de Cultura Ciudadana busca que la convivencia sea la base de las relaciones sociales entre las personas. Y en este sentido, muchos de los temas centrales del debate político adquieren una connotación diferente, ya que su realización sería posible en base a una actitud, a unos comportamientos ciudadanos que responden a premisas fundamentales democráticas como el reconocimiento y observancia de la legalidad, de una moralidad pública basada en el respeto por el otro y de una cultura política de confianza como garantía de los acuerdos sociales.

No hay duda de que estos elementos son necesarios para que las elecciones en Colombia dejen de ser momentos carentes de sentido, horas perdidas en la memoria de ciudadanos que solo detentan este título por la costumbre, pero que no tienen los espacios para desarrollar sus cualidades democráticas.

La solución no se trata entonces, como en algunos medios se ha dicho, de entregar más “incentivos” a los ciudadanos. El mejor incentivo es que ellos sean agentes activos, constructores de sentido político, miembros de una sociedad capaz de tomar decisiones y hacer ese futuro soñado realidad. Sólo así podremos tener un voto verdaderamente vital, cargado de fuerza simbólica y coherente con las expectativas de los ciudadanos.