ETNOEDUCACIÓN
¿Y qué hace todo un universo en una mochila?
Una artesanía siempre tiene una historia que contar. Reconocer los saberes ancestrales que allí se encuentran es un trabajo de todos, pues los pueblos indígenas, aunque olvidados, son pieza imborrable del ser colombiano.
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Ni el tumulto, ni la nube gris que amenaza con convertirse en lluvia opacan los colores tejidos en algodón, que profundos e intensos como el mar, se pierden finalmente entre la ola desprevenida de citadinos.
“Es que cuando alguien tiene algo hecho por nosotros, también se lleva consigo el alma de un wayúu”, dice Conchita Ospina. Para una indígena del Caribe colombiano como ella, la escena anterior, más que la estampa de una joven que luce una linda mochila terciada, se trata de una persona que carga en su hombro un pedacito de su natal Guajira.
Conchita explica que eso es lo que esconde cada artesanía: un fragmento de una historia ancestral, infinita como sus colores, diversa como sus tamaños, pero única e irrepetible como lo es la identidad de los pueblos indígenas de Colombia.
“Todo lo que hacemos tiene un significado y eso queremos compartirlo dentro y fuera de nuestra comunidad. Así evitamos que nuestros jóvenes olviden nuestras tradiciones, y logramos que una partecita del Vaupés vaya a otros lugares. Esa es una forma de evitar que nuestra cosmovisión muera”, explica Rodrigo López indígena del pueblo Cubeo.
Cecilia Duque, exgerente de Artesanías de Colombia y defensora incansable del trabajo de los artesanos, señala que las artesanías, así como la música, la literatura, la plástica, entre otros, apalancan las tradiciones de los pueblos. Por eso insiste que es de vital importancia apostarle a la conservación de este patrimonio.
“Si un país dejara en el olvido sus tradiciones y saberes ancestrales, tristemente se convertiría en un país sin memoria, perdería el conocimiento de la identidad más pura, lo que resultaría lamentable, pues todos los seres humanos requerimos saber de dónde venimos y quiénes nos han precedido”, asegura Cecilia.
Comprar una artesanía va más allá de una acción mercantil, o al menos eso piensan personas como Conchita, Rodrigo y Cecilia. Ellos ven en este ejercicio un intercambio de saberes y culturas, que con suerte, viajarán por el mundo contando historias de dioses, animales encantados y paraísos escondidos.
Cuando lo estético y lo ancestral se juntan
Cuentan que la araña Wale’ Kerü les enseñó a tejer a las mujeres wayúu. Desde entonces, las niñas aprenden este arte de las mayores, que pueden tardar hasta 20 días hilando algodón silvestre, magüey en mecha, o aipis, y otras fibras naturales de la región. Así dejan plasmadas en mochilas y chinchorros sus simbologías, creencias y colores. Como el azul intenso del mar, que Conchita asegura, se mezcla por las tardes con los visos fucsia del atardecer Caribe.
Algo similar relata Rodrigo con los símbolos de su pueblo Cubeo del Vaupés: antes de la existencia de las personas, existió Cubay y sus hermanos los Cubaiwa. Según la tradición, cuando uno de ellos murió, para llorar su muerte, se realizó una ceremonia con yagé. En esa ceremonia los Cubaiwa tuvieron visiones y aparecieron las pintas de la mariposa, del gajo de siringa y las escamas de pescado que Rodrigo y su comunidad pintan con maestría en los balayes, canastos para servir el cazabe, o en los bancos ceremoniales conocidos como ñiaca, que para ellos simbolizan estabilidad y sabiduría.
Todos estos elementos, invisibles a primera vista, se han convertido para algunos sectores del país en una apuesta necesaria por la reivindicación de los pueblos indígenas.
Como lo escribe Fernando Urbina Rangel en el libro Lenguaje Creativo de Etnias Indígenas de Colombia publicado por SURA, “Asumir lo indígena que hay en nosotros nos lleva a dos ineludibles obligaciones, que al cumplirlas, son fuentes inagotables de gozo: estudiar sus culturas – las de ayer y las de hoy - , y apoyar sus causas en las múltiples formas que hay para hacerlo”.
Este cambio en el ‘chip’ debe hacerse desde temprana edad, pues como señala Fernando Ojalvo Prieto, Vicepresidente de Asuntos Corporativos de Grupo SURA, es importante que los más pequeños conozcan, entiendan y se apropien de la historia y tradición de los pueblos étnicos. “En la historia y tradición de las comunidades indígenas está nuestro origen, la esencia de lo que somos. Todos estos valores y creencias se deben transmitir de generación en generación como un componente fundamental para el desarrollo social y cultural de la sociedad”, asegura Ojalvo Prieto.
Dice Ojalvo que para lograr que las nuevas generaciones se enamoren de la riqueza cultural de nuestras etnias hay que hablar en su mismo lenguaje. Por eso Grupo SURA le apuesta al proyecto educativo Sabiduría Ancestral Indígena SAI, que a través de cuatro aplicaciones digitales, lleva a niñas y niños de 0 a 15 años a conocer la magia de una historia ancestral que abre una puerta inmensa al mundo de la imaginación.
En estas aplicaciones hay rompecabezas, juegos para buscar objetos escondidos y leyendas de jaguares, cóndores y zorros. Enseñan jugando la historia viva de un pueblo que no ha muerto, pues como dice Conchita, “Los indígenas no solo estamos en los libros”.
Cecilia Duque, asesora académica de esta iniciativa, comenta que no se puede amar lo que no se conoce. Por eso acercarse a las historias de los pueblos indígenas a través de una artesanía o una leyenda siempre será un buen inicio para reencontrarse con una pieza ancestral, que aunque olvidada, es huella indeleble del ser colombiano.
Descarga la aplicación SAI gratuitamente en App Store y Google Play