| Foto: Diana Milena Angarita

REVISTA DIGITAL

El cine que no solo entretiene, sino que enseña

Semana Educación en su última edición propone 'Los niños invisibles' y '¡Good bye Lenin!' como dos películas, que además de ser completas obras de arte, dejan significativas enseñanzas.

18 de diciembre de 2015

Una receta para jugar entre las balas
Película: Los niños invisibles

La violencia en Colombia no ha perdonado a los más jóvenes, tampoco a las mujeres, ni a los ancianos. Pero en ‘Los niños invisibles’, la película de Lisandro Duque, la fantasía le permitió a unos niños, en su inocencia, desaparecer, sin notar que su país se consumía.

Se escuchaban gritos, las piedras quebraban las ventanas, sonaban disparos a lo lejos. Las familias se protegían de los impactos debajo de las camas, muchos rezaban, otros desconfiaban de la ayuda divina, y algunos estaban demasiado aterrados para creer o dudar. El final del camino parecía acercarse a sus pies, ¿era ya la hora?

Así, y de muchas otras formas, podría empezar una historia ambientada en la época de la Violencia en Colombia. Podría empezar, por ejemplo, en el cubículo de un periodista en Buenaventura, en un apartado pueblo de Boyacá, o hasta en un convento en Bogotá. Pero Lisandro Duque Naranjo, en Los niños invisibles, su película estrenada en el 2001, escogió contarla en Ambalema, Tolima. Su narración, contrario a lo que se podría imaginar, no describe las crueldades de la guerra, sino la vida de unos niños.

Mientras en el país se formaban guerrillas y se iniciaba una dictadura militar, tres menores, en la película de Duque, ansiaban hacerse invisibles. Los guiaba un manual de hechicería: debían sacarle la molleja a una gallina, arrancarle el corazón a un gato, y guardar ambos restos en un escapulario de la Virgen del Carmen. En medio de la fantástica empresa, los niños parecían indiferentes ante los reinados de belleza. No se enteraban de las ideas comunistas. Poco les importaba la llegada de la televisión, y no notaban los brotes de violencia. Permanecían abstraídos por la inocencia, como si esta les permitiera desaparecer, de repente, en un país que se hundía en la guerra.

¡Adiós a todo eso!
Película: Good bye Lenin!

Wolfgang Becker, en ‘Good Bye, Lenin!’ hace brotar de entre las cenizas a la Alemania Oriental mientras era devorada por Occidente. En su película, la Berlín socialista renace para darle un respiro a una Alemania del Este que va muriendo durante la reunificación.

Los ángeles harán sonar las trompetas en lo alto. Caerán cenizas y montañas envueltas en llamas. Las estrellas se precipitarán contra los manantiales, y una parte del sol dejará de alumbrar. Al menos así lo presagiaron las Escrituras. Pero cuando se acercaba el fin de la República Democrática Alemana, no sonaron los clarines. Sin advertencia empezaba a acabarse el mundo comunista.

Christiane Kerner (Katrin Sass), una socialista convencida, permanecía en coma inducido durante la caída de la República Democrática. Mientras dormía, se derrumbaban los muros que habían divido en dos a Berlín. Sus ojos estaban cerrados cuando los restaurantes fueron remplazados por cadenas de comida rápida y los programas aprobados por el Partido le abrían paso a la televisión satelital.

Cuando despertó, meses después de la reunificación, había desaparecido su mundo. Por temor a que la noticia le fuera a afectar la salud, su hijo, Alex (Daniel Brühl), se propuso recrearle la Alemania Democrática. Como un ángel del Apocalipsis, pero sin clarín, la preparó para el fin: con falsos noticieros le explicaba los carteles de Coca-Cola, la llegada de los alemanes del Oeste, y la reunificación.

Esa es, en pocas palabras, la historia narrada en ‘Good bye, Lenin!’ (2003). La película dirigida por Wolfgang Becker recuerda, 25 años después de la reunificación, el fin del Telón de Acero. Alex y Becker recrean ese mundo con cenizas recogidas en mercados y en apartamentos desocupados, para darle vida, así sea por unos minutos, a un mundo que se ha acabado.

Revista digital Semana Educación.

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