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CURRÍCULO

Que no nos gane la mediocridad y la ambición

Adriana Granda, doctora en filosofía, defiende las humanidades en las universidades como una alternativa de vida

Adriana Granda
25 de mayo de 2014

Pareciera un título defensivo pero no lo es. Y no lo es porque la esencia de la Universidad, su origen y centro estuvo en las humanidades. Lo que parece extraño es que hoy haya que hacerse la pregunta ¿Y qué? O más aún, ¿para qué sirven? O, ¿qué ganancias generan las humanidades?

Pareciera que las profesiones y oficios no tuvieran que ver con lo humano y que por ello sí generan utilidades.

En una sociedad como la nuestra es necesario volver a lo humano y recuperar la esencia del hombre, porque su ser íntegro es la mayor ganancia que puede tener una sociedad. Volver a los valores (así suenen hoy retrógrados y cosas del pasado) y recuperar con ello la esencia de lo social: el hombre bueno, ético, respetuoso, responsable, justo y solidario es lo que ayuda a construir sociedades más equilibradas.

Parece que eso no da dinero y entonces esa búsqueda genera los desequilibrios. El gran centro hoy es lo material, no es un secreto, al menos en la generalidad de la cultura colombiana, y eso genera grandes desequilibrios, desigualdades e inestabilidades.

Y el resultado de esa búsqueda, sin duda, es una mentalidad que abona la mediocridad. Porque es la mentalidad del afán la que no da pausa al espíritu, a la interioridad, que no da espacio al pensamiento. La pregunta es, ¿ahora se piensa?

Creo que más que el pensamiento que es la esencia de la universidad, la mirada está puesta en el hacer. También a la Universidad se le está olvidando pensar y su afán está en el hacer. Las búsquedas no están en el saber para ser mejores ciudadanos, padres, hermanos, hijos, colegas, sino en el saber hacer para llegar al éxito enmarcado en el hacer más dinero.

La mediocridad se ha instaurado en casi todo y no están exentas las instituciones educativas, las universidades; ganar es la consigna. Entonces hay que ganar las asignaturas así haya que comprarlas; hay que ganar en los rankings y en los escalafones, así haya que pagar por asesorías para aparecer en los mismos, hay que mejorar los indicadores así haya que sacrificar los procesos por los resultados, lo importante es mostrar que se es mejor. Eso sí que es mediocridad mental.

Mediocridad que el diccionario de la RAE define como “de calidad media, de poco mérito, tirando a malo”. Y es esa mentalidad la que se apodera del hombre y por tanto de las profesiones, artes y oficios y el resultado para la sociedad son profesionales mediocres con un único interés: dar respuesta a la producción y al mercado. Pero incapaces de sí mismos. Incapaces de tomar decisiones para su vidas, viviendo en la casa de los padres hasta después de los 30 años porque son incapaces de construir lo propio...

Hombres alejados de las responsabilidades sociales, y ávidos de status y comodidad. Y ahí está su satisfacción que pareciera se las da el dinero. Eso llena su ser. Y esos son también nuestros dirigentes. Con esa mentalidad los estamos educando y con esa misma nos están manejando. Y entonces nos convertimos en una sociedad de la mediocridad donde el éxito y la fama la da el dinero.

¿Cuánto dura la fama? Un torneo tal vez, dos, tres y luego desaparece. Como desaparecen esos héroes de cartón.

Es esa búsqueda la que lleva a los jóvenes profesionales a no desarrollar en esencia sus profesiones, a pensar en proyectarse en sus campos del saber, a desarrollar y proponer alternativas que mejoren la sociedad, sino a buscar posibilidades que les dé dinero, para poder ser ante los otros. Disciplinas como la filosofía, la historia, las artes y la literatura, la lingüística, las ciencias sociales, el derecho, la antropología, entre otros, son de menos cuantía.

¡Qué falta hace hoy la formación humanística, para ser capaces de entender al otro, a los otros y a lo otro! Nadie niega la importancia de la técnica y la tecnología para el desarrollo. Pero en lo humano está lo más esencial de la sociedad. Martha Nussbaum dice “Gracias a Aristóteles aprendemos que los bienes humanos son plurales y no individuales, al tiempo que nos dota de argumentos para criticar el actual pensamiento utilitario”. El problema es que ya no leemos esos pensamientos y no sabemos qué hacer con ellos, porque a la universidad se le está olvidando que tiene una misión fundamental, entre tantas otras, formar en el pensamiento y capacitar para el asombro.

Por eso debemos reclamar a la Universidad la formación humana, porque estamos ávidos de sociedades más justas. Así lo expresa Nussbaum en palabras de Carla Cordua: “El adiestramiento técnico y la enseñanza puramente utilitaria de aplicaciones del conocimiento científico ocupan cada vez más exclusivamente los programas lectivos de todos los niveles formativos en una gran mayoría de los países del mundo.

Esta poderosa tendencia internacional sacrifica el tiempo antes destinado a las disciplinas humanísticas, cuyo sentido era la formación de una personalidad compleja y matizada, la preparación para una coexistencia social civilizada y para el desempeño de una ciudadanía consciente y responsable.

En el presente, los estudios humanísticos han sido gravemente recortados, arrinconados y pasados a llevar por la ola de la preocupación económica y el predominio de un ventajismo miope y manipulador, incapaz de verse como tal y de reconocer lo que sacrifica. La pérdida de la cultura humanística, sostiene Nussbaum, traerá consigo la ruina de las sociedades democráticas, las que necesitan que sus ciudadanos sean capaces de pensar independientemente, de concebir soluciones y vías alternativas para las decisiones prácticas, de respetarse a sí mismos y respetar a otros, de comprender la conducta ajena y ser capaz de ponerse en el caso de otras personas.

Aunque no tan visible y comentada, la crisis de las humanidades es la verdadera crisis del mundo actual, no el terremoto de los mercados bursátiles al que el periodismo trata como si fuera lo único importante que está ocurriendo en el momento”.

Que no nos gane la mediocridad. Que no nos gane la avaricia.