Debate

DEBATE

Reforma integral a la educación

Julián De Zubiría, fundador y director del Instituto Alberto Merani, defiende las fortalezas del Estudio Compartir, pero ratifica la necesidad de un Acuerdo Nacional que nos conduzca a una reforma integral del sistema educativo.

Julián De Zubiría
21 de abril de 2014

El debate continúa. Zubiría responde al texto de Guillermo Perry sobre el estudio de la Fundación Compartir.

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La educación es algo tan importante que resulta muy grave para el desarrollo que sólo la clase política realice los análisis y tome las decisiones. Infortunadamente, en Colombia no tenemos interlocución en educación y tendremos que impulsarla desde la sociedad civil.

Por ello, es bienvenido el debate entre investigadores, pedagogos, docentes, artistas, empresarios, padres y madres de familia, periodistas, estudiantes y, en general, la sociedad civil.

Como nación tendremos que proponer de manera innovadora, implementar y validar propuestas pedagógicas que nos ayuden a mejorar la calidad de la educación. Nos tendremos que movilizar “Todos por la educación”. Seguramente mañana será tarde para el desarrollo humano, individual y social, pero especialmente para la democracia.

El estudio realizado por la Fundación Compartir titulado Tras la excelencia educativa, es un esfuerzo significativo para avanzar en el diagnóstico del problema de la educación en Colombia.

Sin dudarlo, si se implementara la propuesta –como todos esperamos-, nos ayudará a atraer y retener maestros de calidad, condición sine qua non para alcanzar la anhelada calidad de la educación.

Con lujo de detalles y con amplia revisión de los casos exitosos a nivel internacional, el equipo de la Fundación Compartir propone diversas y pertinentes estrategias para mejorar los criterios de selección y evaluación de docentes.

Para mí es muy honroso que los autores del estudio estén “de acuerdo con todas las ideas planteadas” en mi anterior artículo sobre el tema. Sin embargo, observo diferencias esenciales entre el profundo y riguroso análisis realizado en el estudio y la respuesta enviada a la revista Semana. Diferencias que me gustaría resaltar.

El estudio sí privilegia la variable docente por encima de todas las demás y eso es evidente para quienes lo hemos leído. Incluso, casi todas de las 400 páginas están dedicadas al análisis de esta variable y unas pocas incluyen otros aspectos. Pero contrario a lo afirmado en la carta enviada a Semana, la calidad de los docentes es una variable usada en la argumentación de la investigación para concluir que se centrarán en propuestas ligadas con la selección, evaluación y formación de docentes.

Un estudio focalizado –como el de la Fundación Compartir- gana en rigor y profundidad, pero pierde en integralidad: esa es mi primera observación.

Por otro lado, el análisis y las propuestas derivadas sobre los procesos de formación en Colombia se hacen bajo el supuesto de creer que los programas de alta calidad deben servir como referentes al cambio en las Facultades de Educación. Por ello proponen estrategias esencialmente ligadas con la implantación de estándares de excelencia, requisitos de registro calificados y acreditación.

De allí la confianza en sus programas de maestría, quizás porque el estudio de Compartir se refiere a las pruebas internacionales de evaluación de la calidad como “pruebas de conocimiento internacionales” lo cual es pedagógicamente equivocado. A propósito, ¿qué impacto han tenido en la calidad de la educación básica la generalización de maestrías estimuladas por el estatuto docente y por el mercado laboral en las últimas décadas?

Las Facultades de Educación, en general, no forman a los futuros maestros para que aprehendan a desarrollar competencias comunicativas, éticas, argumentativas e interpretativas, ni para que los docentes formados en ellas desarrollen en sus estudiantes competencias para resolver problemas cotidianos y creativos o procesos complejos de pensamiento.

A propósito, ¿saben los lectores en cuántas facultades de educación del país existen programas para desarrollar las competencias argumentativas o la lectura crítica que exigen desde hace quince años nuestras actuales pruebas SABER?

Una de las ideas más importantes de la educación en los últimos veinte años en el mundo es la necesidad de pasar de mediar y evaluar conocimientos a mediar y evaluar competencias. Las competencias son aprehendizajes generales, integrales y flexibles que se pueden transferir a diversos campos del conocimiento y de la realidad. La profunda transformación que le brinda a la escuela trabajar por competencias la captó adecuadamente el ICFES en Colombia desde hace más de una década, así como la OCDE cuando comenzó a diseñar pruebas como PISA. Sin embargo, esto no es tenido en cuenta por el estudio de la Fundación Compartir.

Precisamente, el mayor problema que hoy en día tienen las Facultades de Educación, es que no están formando en los futuros docentes los aspectos esenciales evaluados tanto en las pruebas nacionales SABER como en las pruebas internacionales PISA o LLECE, y eso genera que no desarrollen verdaderas competencias para que sus estudiantes mejoren sus procesos de pensamiento, esto es, mejoren sus argumentos, sus interpretaciones y sus deducciones.

Mi último comentario es sobre la variable institucional. Tanto el estudio LLECE de 1998 como el realizado en 2006, concluyen que el “clima institucional” incide más en la calidad de la educación que todas las demás variables. Pero el estudio de la Fundación Compartir no tiene en cuenta este aspecto.

La ventaja que tiene LLECE, por ser un estudio latinoamericano, es que compara la calidad en países con historias y contextos similares al nuestro. Es, incluso, más pertinente que PISA para analizar los factores asociados a la calidad. ¿Por qué no incluyeron esta variable? Muy seguramente porque el énfasis que asignaron a la variable docente, diluyó el impacto que tiene la institución. Por eso, tampoco se menciona al PEI como una variable determinante de la calidad.

En diversos estudios adelantados sobre la calidad de la educación en Bogotá, hemos encontrado consistentemente que haber construido un PEI pertinente y con el cual se identifique la comunidad educativa, es la variable que diferencia, en mayor medida, a las primeras cincuenta instituciones - según los resultados de las pruebas Saber Once-, frente a las que obtienen los últimos lugares. Pero para ver el PEI, el clima institucional, el liderazgo pedagógico del Rector o los procesos permanentes de formación de docentes, es indispensable pensar, previamente, la institución educativa como un todo y no solamente tener en cuenta y, de manera relativamente aislada, la variable de la calidad de los docentes.

Como puede verse, el problema de la calidad de la educación es más integral de lo que a veces se supone. Es más complejo de lo que se cree, pues todo el sistema está diseñado para transmitir informaciones impertinentes y no para pensar, crear o resolver problemas.

Así fueron escritos los currículos y previstos los sistemas de evaluación, selección y formación de los maestros. Incluso, así están pensados los museos y hasta los concursos y noticieros de televisión, construidos para transmitir informaciones, pero no para interpretarlas, analizarlas o leerlas de manera crítica e independiente.

Para mejorar la calidad de la educación se requiere un cambio profundo, estructural y general en el sistema educativo y en la cultura. Necesitamos que la educación básica esté dedicada a lo más importante: desarrollar competencias transversales para pensar, convivir, interpretar, leer y escribir. A esas competencias debería dedicarse por completo la educación básica, como hacen los países que obtienen los mejores lugares en pruebas internacionales de competencias. Infortunadamente, esto no será posible mientras no transformemos de manera completa la actual formación de los docentes, el currículo y el modelo pedagógico que sigue vigente en la mayoría de instituciones educativas del país.

Por ello, dejar de lado el modelo pedagógico en una propuesta para mejorar la calidad de la educación, es como si un economista, para pensar la reactivación, dejara de lado el modelo de desarrollo económico. Del mismo modo, dejar de lado el currículo es algo así como si no se incluyeran la política cambiaria y monetaria para responder a una crisis en el sector externo de la economía.

Si bien he postulado la necesidad de una mirada más compleja e integral del problema de la calidad educativa, he de felicitar al equipo de la Fundación Compartir por el inmenso aporte que le han dado a la educación nacional. Han permitido que el país, por primera vez en muchos años, ubique el debate educativo como uno de los más importantes, pues si en verdad queremos construir una sociedad más democrática e incluyente, ese debe ser un punto central en la discusión de nuestro proyecto nacional.

Mientras la educación colombiana siga siendo tan desigual y de tan baja calidad, el sistema educativo en lugar de disminuir las inequidades sociales, seguirá agravándolas y, además, restringiendo la democracia.

Los acompañaré en primera línea para garantizar que su propuesta sea implementada en el país, para que efectivamente comencemos a construir una política pública en educación, de la cual hasta el momento –con pocas excepciones- hemos carecido.

Pero seguiré insistiendo en que sólo transformaremos la calidad de la educación cuando debatamos pública y ampliamente sobre el modelo pedagógico que deberá orientar la educación en el país y nos movilicemos todos para garantizar una reforma integral del sistema educativo. Mejorar la selección y la evaluación de maestros es esencial, el estudio de la Fundación Compartir lo ha ratificado de manera ejemplar: pero ello, no basta.