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EDUCACIÓN

La escuela que reemplaza los castigos por la meditación

Es uno de los grandes debates contemporáneos de la educación: ¿se debe reprender a los niños? Varias iniciativas proponen métodos alternativos.

28 de septiembre de 2016

En el colegio Robert W. Coleman, en Baltimore (Estados Unidos), el salón de castigo es un lugar acogedor, tranquilo, se respira calma. No hay sillas ni pupitres entre sus cuatro paredes. Ni un solo libro se asoma por ahí. Alberga cojines acolchados de color púrpura, muchos cojines, desperdigados por el piso de forma aleatoria.

Los niños que acuden ahí (obligados, eso sí) se sientan sobre ellos, cruzan sus piernas y adquieren posición de buda, con la espalda bien erguida y las manos sobre las rodillas flexionadas. Entonces, con sus ojos bien cerrados, empiezan a meditar.

Es el método innovador que esta escuela de primaria emplea para castigar a los estudiantes que no responden a las normas de comportamiento y convivencia que rigen la institución.

Ya no hay regaños, no hay golpes, no hay castigos: solo meditación y mucha paz.

La iniciativa surgió de la mano de la Fundación Vida Holística que, desde hace 10 años, desarrolla programas alternativos basados en el yoga para potenciar estas técnicas de meditación en los menores de edad.

Los beneficios de reemplazar los castigos con estas técnicas son visibles, aseguró Kirk Philips, coordinador de la organización a la web UpWorthy: mejora la memoria y la salud mental, incrementa la concentración, reduce el estrés y la agresividad. “Es increíble ver cómo los niños meditan en silencio. Uno pensaría que eso era imposible”.

En Colombia, es Álvaro Restrepo quien desde hace más de una década lidera este tipo de procesos, aunque con otros fines. Con su escuela de danza la Escuela del Cuerpo, con sede en Cartagena, el bailarín y coreógrafo lleva a los barrios más desfavorecidos de La Heróica talleres de relajación para que los niños pueden simplemente estar en silencio, escucharse, olvidarse de la violencia y el ruido constante por un momento. “Escuchar por primera vez mis pensamientos, pensar en qué sentía”, relata Alexis Marimón de 26 años, hoy un bailarín de la compañía, pero hace 15, uno de esos menores a los que pusieron a meditar.

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Castigos sí, castigos no

Los métodos para educar a los niños siguen la misma lógica que la tecnología: quedan obsoletos cada cinco años. Y hablar de cinco años es, incluso, exagerado. Hace unas décadas, en la época de nuestros abuelos, cuando un menor se portaba mal (nuestros progenitores, en este caso), recibía un castigo ejemplar que solía materializarse en forma de cachetada.

Nuestra generación, en cambio, fue la de los castigos eternos: quedarse sin comer las onces o sin jugar con los amiguitos en la calle era la forma que empleaban nuestros padres para hacernos entender que debíamos modificar nuestro comportamiento por tal o cual motivo.

Ahora, en un mundo cada vez más conciente con los derechos de los niños y sus necesidades, en el que los estudios científicos se suceden por miles a lo largo de una semana brindando nueva información sobre los métodos de educación más efectivos, se habla incluso de que aplicar castigos físicos o prohibitivos no ayuda a corregir a los menores. Le puede interesar: ‘Papá, nalgadas están bien si se mantiene la dignidad del niño‘

En un estudio de la Universidad estatal de Oklahoma, Estados Unidos, presentado el año pasado en la convención anual de la Asociación Americana de Psicología, se concluyó que, más que un regaño, castigo o prohibición, la mejor estrategia para modificar el comportamiento de los niños es razonar con ellos y comprometerlos en su cambio conductual con algún tipo de discurso bien construido.

En otra investigación difundida por la revista Pediatrics y elaborada por la doctora Tracie Afifi de la Universidad de Manitoba (Canadá), se desaconsejó a los padres recurrir a cualquier tipo de agresión física, por más ínfima e insignificante, para educar a los menore.s “A ninguna edad, ni bajo ninguna circunstancia”, recogía el informe. Según la investigadora, incrementa la probabilidad de que desarrollen problemas de salud mental en la adultez. La recomendación es recompensar las buenas acciones del menor para que las refuerce y evite las negativas.