Rumba en el sector de la Av. Primero de Mayo con Avenida Boyacá. Foto: SEMANA/Juan Pablo Gutiérrez

COLUMNISTA

¿Zanahoria o garrote?: hay más para elegir

A la implementación de la rumba extendida hasta las seis de la mañana le hace falta pedagogía.

Eduardo Ignacio Gomez Carrillo*
27 de julio de 2014

El fin de semana pasado, el gobierno distrital de Bogotá decidió que la rumba en varias localidades de la capital iría hasta las cinco de la mañana, cambiando así lo que ha sido una continuidad desde la implementación de la medida de la ‘hora zanahoria’ por el profesor Antanas Mockus, entonces alcalde de la ciudad.

Desde que se implementó esta medida no se le han realizado grandes cambios. Los más fuertes fueron, desafortunadamente, la desaparición de la pedagogía de la convivencia y el fortalecimiento del discurso de la seguridad y el control policial: más cámaras, más patrullas, más policías, más puntos de control de ruido, más operativos.

Desapareció la política coherente y de largo plazo que lograba que todos los actores involucrados en la industria del entretenimiento nocturno (no solo los bares y discotecas) se comprometieran con medidas de autorregulación y de regulación del otro. Estos últimos son procesos sociales que pueden llevar a que la rumba nocturna sea segura y que la policía pueda concentrarse en problemas de control delincuencial y de tareas de apoyo a los comerciantes.

Desafortunadamente, los últimos gobiernos distritales han preferido el garrote, y mediocres campañas publicitarías que no son un proceso pedagógico efectivo. Solo responden de manera restrictiva con la ley seca o con toques de queda a las coyunturas de violencia que se presentan por alegrías que deberían poder celebrarse en lugares públicos, con todos los otros ciudadanos.

Muchas personas repiten frases que se han convertido en lugares comunes. “Los colombianos no sabemos celebrar”, “no aprendimos a ser felices”, y otras tantas en las redes sociales o pasando de boca en boca y perpetuando la idea de que somos una cultura de la violencia, seres violentos por razones casi desconocidas.

Lo que podemos decir desde la óptica de la cultura ciudadana es que el problema de convivencia que vivimos en las noches bogotanas, así como otros problemas de violencia entre nosotros, no existen porque estemos condenados o porque seamos “seres violentos”.

Existen porque una de las principales tareas del Estado, la de asegurar que los ciudadanos colombianos tengan la capacidad de entender que la efectividad de los Principios, Derechos y Deberes consagrados en la Constitución Política, es algo que se debe asumir desde la individualidad para lograr una expresión colectiva que permita alinear nuestras expectativas acerca de lo que queremos como sociedad.

Lograr esta visión compartida de vida es posible siempre y cuando el Estado asuma sus funciones políticas de conducir, pedagógicamente, discusiones que lleven a que los ciudadanos asuman corresponsablemente sus deberes. Así se alimenta una visión de que lo público (por supuesto los recursos del Estado, pero también el espacio público) es de todos y que entre todos podemos -y debemos- regular su uso. Esta pedagogía ciudadana se puede implementar, produce efectos en el corto plazo y evita tener que tomar decisiones traumáticas para afrontar coyunturas.

El resultado del experimento del fin de semana sigue siendo muy complejo: 29 heridos en las localidades donde se implementó la medida, 258 riñas en toda la ciudad y 35 multas por conducir en estado de embriaguez. No se trata de una defensa sin condiciones de la ley zanahoria, lo que se busca es que se creen condiciones para que las personas puedan asistir a espacios públicos de recreación nocturna, sin tener que movilizar a todo el pie de fuerza policial para asegurar que no nos matemos de alegría.

* Investigador Corpovisionarios

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