Foto: Diana Rey Melo | Foto: Diana Rey

ELECCIONES 2018

Crónica: así es un día en la plaza pública con Gustavo Petro

SEMANA está acompañando a los candidatos a la presidencia en sus discursos en tarima. En esta primera entrega, el aspirante de izquierda habló por más de dos horas en Soacha, frente a una muchedumbre emocionada que parecía estar asistiendo a un concierto de rock. Esto es lo que hay detrás de un discurso suyo.

José Guarnizo Álvarez
20 de marzo de 2018

A Eliécer Sarmiento parecía que se le iba a salir el corazón cada vez que gritaba consignas en contra de los corruptos a través de ese megáfono que compró juntando monedas por varios años. Para un adulto mayor que vive del rebusque pegando enchapes en construcciones de Soacha no habrá sido fácil reunir los 400.000 pesos que le costó el aparato con el que ha salido a defender a Gustavo Petro desde cuando lo destituyeron como alcalde de Bogotá.

A sus 62 años y parado en la mitad del parque principal de Soacha, en cuya esquina ondeaba una una bandera del M-19, Eliécer se sentía en su salsa. Era la primera vez que estaba tan cerca de ver en persona al político por el que dice trabajaría gratis, ese mismo que minutos después descendería de una camioneta blanca de vidrios oscuros, en medio de un río de gente que entre empujones buscaba una selfi. O al menos un fugaz apretón de manos.

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Gustavo Petro no llevaba chaleco antibalas, pese a que sus manifestaciones son consideradas de alto riesgo. Mientras avanzó cercado por policías y seguido por un escolta que todo el tiempo hizo las veces de sombra inseparable, Petro no paró de sonreír. El hombre que terminó volviéndose el coco del establecimiento y el blanco de los odios de quienes lo acusan de encarnar a Hugo Cháves Frías, en Soacha parecía un rockstar a punto de sacar una guitarra.

Petro parado sobre la tarima no daba la impresión de ser el hombre dual y obstinado al que acusan de sembrar el odio de clases. El único lado de su personalidad que por lo menos en ese instante apareció frente a miles de personas que gritaban su nombre, fue el de una celebridad política como aquellas de las que habló Max Weber en sus tesis sobre los líderes carismáticos. Pero poco a poco fue enfilando sus dardos en contra de Germán Vargas Lleras, Enrique Peñalosa, Álvaro Uribe, Iván Duque. A todos los llamó oligarcas.

Nadie habría podido negar allí mismo, en la plaza de Soacha, que el fantasma de Chávez ha perseguido a Petro en sus últimos años. En una entrevista que hace poco le concedió al periodista Jorge Ramos, de Univisión, Petro se cuidó de decir que el presidente fallecido de Venezuela había sido un dictador. Pero matizó su silencio apuntando a que Chávez había muerto y que tras su muerte una parte de ese país lo admiraba y otra no lo admiraba. Pero, además –y es algo en lo que ha insistido durante toda su campaña-, dijo que el modelo económico de un futuro gobierno suyo es diametralmente opuesto al que impuso esa revolución vecina. No depender de los hidrocarburos y el petróleo es, según Petro, lo opuesto al castrochavismo.

Foto: Diana Rey Melo / SEMANA

En esa misma entrevista, el candidato de la Colombia Humana le dijo a Ramos que luego del fallecimiento de Chávez hubo un crecimiento de un autoritarismo que está acabando con las libertades públicas, intentando desmarcarse así de las preguntas que intentaban acorralarlo. “A Venezuela se la está comiendo la corrupción y el autoritarismo”, aseguró.

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Pero aunque Petro ha querido separarse del mito de Chávez, en la narrativa que ha construido de su propia vida hay similitudes que recuerdan al líder venezolano. En sus primeras palabras con el micrófono en la mano, vestido con una camisa blanca arrugada que usó por fuera de un jean desgastado, Petro evocó en Soacha sus años de juventud con el M-19. A los 26 años, dijo, “andábamos por Cazucá, algunos de ustedes me habrán ofrecido un almuerzo, una agua de panela, alguna cama de tablas”.

Se refería a los tiempos de su clandestinidad como guerrillero, a esa vez en la que apareció en una entrevista con Daniel Coronell, luciendo un bigote pintado y una gorra azul tapándole los ojos, denunciando la desaparición de algunos integrantes del M-19 que estaban trabajando por aquellos días en una propuesta de paz. En el video publicado por Coronell, Petro dice que quiere construir una nación del tamaño de los sueños de Bolívar.

Esa forma de haber traído a cuento su pasado mientras miles de personas escuchaban absortas en Soacha, como si fuera un relato épico, en el que el héroe es perseguido, luego encarcelado y torturado, para luego renacer de las cenizas para reivindicar a las clases populares oprimidas, resultó ser un espejo en el que podrían perfectamente superponerse los rostros de Petro y Chávez. Pero entre la multitud poco importaban esos parecidos.

Foto: Diana Rey Melo / SEMANA

En Soacha, donde la pobreza es crónica, donde los hospitales suman apenas 250 camas de 1.000 que se necesitan, donde en promedio sus habitantes pasan 3 horas cada día viajando hacia sus lugares de trabajo, donde solo cuentan con 0,5 metros cuadrados de espacio por habitante –Bogotá tiene 4 y el mínimo debería ser 10, según la Organización Mundial de la Salud-, el discurso de Petro no sonaba a mentira. Al contrario, sus seguidores veían allí unas palabras que a lo mejor la política les debía.

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Andrés Urrea, un joven de 25 años que vive en una diminuta pieza con su hermano, fue uno de los que más madrugó para escuchar a Petro en su discurso en la plaza. Andrés está en sexto semestre en la Universidad Distrital. Pegado a la primera baranda, casi ahogado por el peso de quienes lo apretaban desde atrás, decía que haber podido llegar a la universidad era su milagro. Que los chicos de su barrio en Soacha accedan a la educación superior es como escalar un enorme muro. Y muy pocos lo logran. La idea de Petro de volver universal ese derecho a la educación superior era lo que a Andrés lo tenía ahí, en primera fila, con las gotas de la lluvia golpeándole la cara.

El discurso de Petro se estaba dando en Soacha tan solo unos días después de que el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, dijera que ese municipio era un “hueso”, refiriéndose a una posible integración con la capital. Y Petro no desaprovechó la oportunidad para cobrar la factura.

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Que Peñalosa hubiese usado esa expresión para hablar de Soacha, un municipio que adolece de las problemáticas de la gran ciudad, pero que cuenta con recursos de un pueblo pequeño, no era más que analfabetismo económico, gritó Petro en medio de una ovación ensordecedora.

En las más de dos horas en las que no paró de hablar, Petro pronunció en muchas ocasiones la palabra dignidad. A ese vocablo apeló para advertir aquello que los políticos le han robado a los habitantes de Soacha. “La dignidad es el derecho a tener derechos, y a ustedes se la han arrebatado”, advirtió.

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Al lado de la tarima y a salvo de la muchedumbre estaba María, con sus ojos verdes y sus lágrimas que le salían a chorros. Tenía miedo. Las manos le temblaban. Hacía unos minutos la habían sacado del centro de la manifestación, junto a su mamá, que le pasaba la mano por el hombro para que se calmara. El jefe de seguridad de la campaña dijo que María era una agitadora que gritaba consignas a favor de Álvaro Uribe solo por provocar, pero que por su propia integridad había sido aislada.

El propio Petro había interrumpido su discurso para decir que la dejaran expresarse y que respetaran esa diferencia. “Porque entonces nos terminamos pareciendo a ellos, a los uribistas”, dijo. Había que ser muy valiente o muy osado para agitar a favor de Uribe en medio de una masa que de cuando en cuando gritaba, como impulsada por un sentimiento atrancado, “Uribe, paraco, el pueblo está verraco”.

María, vestida con una chamarra negra con pintas fucsia, insistía en que no era una uribista. “Yo solo no dejé que una señora me grabara, porque eso va en contra de mi derecho a la intimidad”, decía en medio de las lágrimas. “Mire, mi mamá es petrista”, continuaba.

Uribe fue uno de las más mentados en la plaza pública. El nombre del expresidente era coreado en frases en las que también surgían las palabras “Iván Duque” y “títere”. Petro pronunció varias veces, a voz en cuello, lo que parecía ser un trabalenguas. “Uribe es un títere de la mafia, pero a la vez es el titiritero de Duque, el otro títere”, decía, a veces con una sonrisa entre dientes.   

Foto: Diana Rey Melo/ SEMANA

A la estatua de Luis Carlos Galán que se levanta a un costado de la plaza le habían puesto una bandera blanca que decía: “Gustavo Petro, presidente”. A un lado se elevaba el trapo sagrado de quienes militaron alguna vez en el M-19. Mientras en redes sociales algunos contradictores de Petro se quejaban de que se estuviese abusando de la imagen de Galán, el candidato no dejaba de volver hacia el recuerdo del hombre que allí mismo asesinaron en 1989. De hecho, dijo estar terminando el discurso que el caudillo liberal no había podido pronunciar. “Galán lo decía con más brillantez que nosotros, él decía que el país iba a ser gobernado por la corrupción. Y así fue, los asesinos de Galán gobernaron a Colombia después”, gritaba Petro.

Y mientras los hijos de Galán –Juan Manuel y Carlos Fernando- dedicaban trinos en clara oposición a Petro, este les contestaba: “Las ideas de Galán no son de su familia, las ideas de Galán son del pueblo”. Para ese momento del discurso, los encargados de la seguridad, que no parecía tan extrema como se pensaría, requisaban los maletines de los más cercanos a la tarima buscando elementos sospechosos.

Galería fotográfica de una jornada con Petro en Soacha

Y es que el fantasma de un atentado o de una agresión nunca se ha terminado de ir de quienes están encargados de cuidar al candidato. Stela Olaya, una mujer de 70 años, cuerpo menudito y baja estatura, estuvo esperando durante toda la tarde poder entregarle a Petro una oración de protección: “Yo le mandé a Carlos Pizarro esta misma oración, pero El Tigre (refiriéndose a uno de sus escoltas) no se la entregó y por eso fue que me lo mataron". Stela no dice haber pertenecido al M-19, es decir, no lo declara en pasado. Ella asegura que todavía hace parte del movimiento.

Entre las personas que estaban pendientes de que ningún personaje extraño se le fuera acercar a Petro estaba Sara Paola Caicedo, una activista LGTBI de 49 años. Muy pocos a lo mejor se percataron del chaleco antibalas que llevaba debajo, o del botón de alarma o del Avantel que le entregaron para que diera aviso ante cualquier eventualidad. Durante cinco días y como parte del comité de seguridad y de entrega de volantes, dijo haber almorzado con su propia plata. “Esto lo hago por las transexuales, porque él fue humano con ellas”, decía. Cuando la tarde se esfumaba y aparecía la oscuridad, a Sara Paola se le notó el cansancio de tanto gritar y vociferar el nombre de ese político al que cuidó, así fuera a la distancia y sin que él -a lo mejor- lo supiera. Para Sara Paola su labor en el comité de seguridad no era un chiste. Dijo estar dispuesta a dar la vida por Petro. Si es que acaso eso era necesario.

 

Foto: Diana Rey Melo / SEMANA