ANTONIO CABALLERO ENTREVISTA A FIDEL CASTRO
En su última entrevista, con el periodista colombiano, el líder cubano analiza las dificultades de la revolución y sus perspectivas. El documento, publicado por Cambio 16, cobra plena vigencia en momentos en que Castro prepara viaje para Colombia.
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La entrevista se concertó durante  una recepción al dirigente socialista brasileño Leonel Brizola, en el vasto y congelado Palacio  de la Revolución, en la Habana. Bajo  las luces cegadoras, en medio de los inmensos helechos antediluvianos que  pueblan los mármoles del palacio, se  hace una ceremoniosa ronda de saludos -ministros, altos funcionarios de corbata o guayabera. Fidel, en el centro de  un círculo, hace preguntas y verifica  cifras. Hay mesa rusa (un largo bufé  frío) como en los hoteles de La Habana, aunque mejor: angulas, langosta, gruesas bocas de cangrejo rojas y negras, como garras de tigre. Fidel interroga a Brizola sobre el número de camas de hospital en el estado brasileño  de Río Grande do Sul, más poblado  que toda Cuba, e inquiere a la redonda sobre las costumbres patriarcales de la  Grecia preclásica: está leyendo "La  Odisea" (en letra, se queja, demasiado  pequeña; pero es que escasea el papel: se lo come todo el Granma; los perio- distas del Granma deberían escribir  más corto) y pregunta -o se pregunta- por qué un simple esclavo podía regalarle al niño Ulises el mejor cabro del  rebaño. Luego dice que el lunes, a las  10.
A las 10 de la noche. Los horarios  de Fidel, como en los días ya remotos  del triunfo de la revolución, siguen siendo nocturnos. El lunes, a las 10, desembarca en la casa de un amigo con  su uniforme verde oliva de comandante  en jefe y su barba cana de patriarca, inmenso, serio, imponente.
-Por ahí tus cacharritos para que no  tengas que moverte.
Y él tampoco se mueve durante las  tres horas y media que va a durar la entrevista, y no se quita la gorra de combate sino cuando ésta termina, para  pedir un whisky (entre tanto, té), y empezar a formular él mismo infinidad de  preguntas durante un par de horas más. Sus preguntas son precisas y breves. Sus propias respuestas, en cambio,  largas: interminables espirales de cifras  y de ejemplos que sólo deja interrumpir a costa de una visible frustración  didáctica. Y si ha sido interrumpido en la mitad de cuántos trabajadores, si 26, si 28, si 30 (y es capaz de proseguir así  hasta 40 ó 50) se necesitan para manejar un círculo infantil en uno de los 15  municipios de la ciudad de La Habana,  que tiene cada uno 120.000, 122.000,  124.000, 126.000 habitantes (o más,  hasta 200.000), en la respuesta siguiente aprovecha el primer resquicio  para terminar de cerrar la espiral: "Se necesitan 32; porque como se trata de  niños, ahí no se puede comprimir la  plantilla".
Eso toma tiempo. Horas. No es una  disculpa: pero el que haya sido capaz  de quitarle la palabra de la boca a Castro en el curso de los últimos 30 años,  que tire la primera piedra.
Da la impresión de que al cabo de  30 años de revolución todo sigue reposando fundamentalmente sobre usted, Comandante.
-Bueno, yo no lo he hecho todo. Ni siquiera es posible. Si realmente yo tuviera tanta participación en las cosas,  me parece que se hubieran podido hacer más cosas, y mejores cosas -porque, bueno, uno va acumulando experiencia-. También se habrían cometido  errores que a lo mejor otros no han cometido. Y no voy a negar que en muchos procesos la iniciativa mía ha estado presente desde el principio mismo  de la revolución. Al principio... bueno  yo tenía algunas ideas, fui captando la  voluntad de un grupo de hombres -y desde el momento en que teníamos un  pequeño grupo ya teníamos una dirección de ocho o diez, con un pequeño ejecutivo de tres-. Después del Moncada, a lo largo de la guerra, yo estaba  allá en las montañas y mi responsabilidad era de tipo militar; pero las cuestiones fundamentales las discutíamos  en la dirección del Movimiento y en  ciertos momentos la dirección colectiva nos impuso a nosotros decisiones  importantes con las que no estábamos  de acuerdo. Y esa es la historia de la  revolución hasta hoy, en un proceso en  el que han tenido mucha influencia, no  le puedo negar, mis ideas, mis iniciativas, mis puntos de vista: pero en el cual siempre ha existido una dirección  colectiva. Lo que pasa es que existe una tendencia a personalizar. Y no sólo  aquí, ocurre en todas partes. Eso ocurre con todos los dirigentes, es una tendencia de masas que sólo con el tiempo se  puede ir superando. A la gente le consta que yo he trabajado duro y he defendido muchas iniciativas, pero hay muchos otros que también lo han hecho. Nosotros tenemos repartidas las responsabilidades, y cada uno en esfera  tiene muchas atribuciones, y las usa. El  problema que hay en el socialismo es  que la economía es tarea del Estado, no  de empresas independientes: esa es  una enorme masa de actividades que  tienen que estar repartidas entre muchos hombres y ya tú te imaginas miles de gentes con autoridad y con  atribuciones se pueden equivocar  Cuando eso pasa, la culpa la carga el  Estado, la carga el socialismo  cualquier error cae sobre el sistema.
Ahora, eso que te dice la gente es  una manifestación de confianza: es  como diciendo que únicamente cuando interviene la autoridad se resuelven los problemas.
-Justamente. Es que parece -sobre todo a partir del caso Ochoa y  el caso Abrantes, cuando se vio que  la corrupción llegaba muy arriba- que la única confianza que queda  es la confianza personal en usted.
-No, no. Es lógico que entre los  máximos dirigentes se tenga más  confianza en unos que en otros, pero  no en uno. Es igual que en un  equipo de fútbol. Maradona, el argentino: parece como si todos los  juegos los ganara él, porque mete  los goles en el campo. Pero son goles  que se preparan entre los 11. Yo trato  de resolver muchos problemas, y tengo  más autoridad y más medios para resolverlos, tengo incluso recursos de las  reservas centralizadas -porque si no  sería impotente, no habría más que estar paseando y haciendo el inventario  de los problemas-. Pero también se  puede hablar de millones de problemas  que se resuelven sin que yo sepa.
-Al margen de las personalidades,  en Cuba quien dirige es el Partido. Pero ahora resulta, especialmente entre los jóvenes, que los cubanos no  quieren entrar al Partido porque lo consideran inútil ¿Cómo lo ve usted?  
-En primer lugar, nuestro partido no  es un partido que ande reclutando gente. Nunca hemos querido que sea una  organización de masas, sino que en él  esten los mejores. Y dentro del Partido,  un hombre va a tener más influencia  mientras más ascienda, como es lógico. Pero yo creo que a todos los niveles el núcleo del Partido tiene bastante autoridad. Nos vemos en la necesidad incluso de defender del exceso  de influencia del Partido a la Administración y a las otras organizaciones  de masas, defender a las otras esferas  de un papel hegemónico y monopólico del Partido. En el Poder Popular, por ejemplo, la batalla es para que el   partido respete su esfera y no trate de  suplantar sus funciones -que son muchísimas-. En una sociedad capitalista hay decenas de miles de propietarios, te imaginas la cantidad de funciones y de atribuciones que tiene el Poder Popular: administra los hospitales, las escuelas, el comercio, el transporte, los lugares de recreo, los arreglos de las calles, todos los cines, todos  los teatros, el transporte de taxi...
-Pero ahora, el resultado práctico  de ese exceso de atribuciones es la ineficiencia..
-Bueno, pero es un premisa que...
-Una premisa no, es una realidad  práctica que uno ve en Cuba  
-Tú no puedes decir que nuestros servicios médicos sean ineficientes. Tú no puedes decir que nuestros servicios  educacionales...
-Determinadas cosas no. Los transportes, por ejemplo, son bastante ineficientes.
-Pero son mejores que los de Bogotá, los de Ciudad de México y todas  las demás ciudades. El problema es de  otra naturaleza. El transporte es un servicio público, puesto que ésta no es  una sociedad del automóvil ni puede  serlo, porque un país que quiera desarrollarse no puede dedicar gran parte  de su producto interno bruto a que cada  familia tenga un automóvil. La tecnología accesible para nosotros son los  ómnibus, y no son óptimos: no los fabricamos aquí, son húngaros. Después viene la Administración. ¿Era óptima?  No. Ahí ya empiezan cosas nuestras. 
Por factores subjetivos, pero no sólo  eso, es un problema objetivo también. Cuando nosotros empezamos -y es una  cosa que conocemos bastante bien en el comité ejecutivo, lo hemos discutido  a nivel de cada ómnibus casi- descubrimos que se había duplicado la  población de La Habana y no se había  duplicado la infraestructura. Lo estamos haciendo. Pero a esto se sumaron  muchos problemas -las relaciones con  los húngaros, el sistema de salarios,  concepciones erráticas, copiadas quién  sabe de dónde... Este del transporte es  uno de las decenas de importantes trabajos que hemos tenido que hacer en el  proceso de rectificación en que estamos ahora. Como el de la construcción  -que era buena, marchaba bien hasta  que introdujeron una serie de criterios  empresariales y el sistema de planificación y dirección de la economía que estaban en boga en los países socialistas. Mucho antes de que se hablara de perestroika nos dimos cuenta de que  esos sistemas tenían un montón de vicios y empezamos a rectificarlos. En la  construcción... pero bueno, no es la  primera vez que yo intervengo en la construcción y en unas cuantas cosas. 
Cuántos oficios no he tenido que aprender en esta vida. Porque yo tampoco estudié en ninguna academia militar, y tuvimos que hacer una guerra -y  además ganarla-. He tenido que estudiar agricultura... Si tú me preguntas al  triunfo de la revolución qué sabía yo de  ómnibus te diré que no sabía nada. Pero es mi trabajo, es mi tarea y es mi estilo de trabajo. Siempre he pensado  que el político tiene que tener primero  que nada sentido político; pero debe  tener conocimientos de los problemas,  porque si no es un prisionero de los  otros -de los tecnócratas y de los técnicos- y los otros pueden ser caprichosos, pueden equivocarse. Yo uso el método socrático y sobre cualquier cosa hago  cien preguntas, y voy aprendiendo -en  la esfera de la educación, de la salud,  de la agricultura... porque en los países  capitalistas los gobiernos no se ocupan  de la economía, se ocupan los dueños. Los gobiernos se ocupan de algunas  estrategias económicas -cobrar impuestos y gastar el dinero- y, como  regla, de economía y de procesos productivos no saben nada. Pero en un  país como el nuestro la economía es  tarea fundamental del Estado, y a mi  me parece esto mucho mejor sistema. Marx creyó que el socialismo era el desenvolvimiento natural de una sociedad capitalista desarrollada. Pero la vida nos ha enseñado a nosotros que el  socialismo es el instrumento ideal del desarrollo de los países que se quedaron detrás. Y programar el desarrollo  es un privilegio.
Tú podrás no lograrlo, porque los  hombres no sean capaces. Eso pasa  también en el capitalismo: ¿Cuántos se arruinan? ¿cuántas empresas quiebran?  Los dos sistemas tiene sus ventajas y sus desventajas. Una de las ventajas del  socialismo es la programación del desarrollo; del capitalismo, la capacidad  de respuestas rápidas a situaciones  nuevas. Combinar las dos cosas es perfectamente posible, y es lo que nosotros tratamos de hacer ahora. Aquí se  discutió mucho sobre estímulos morales, sobre renta, sobre ganancias...parecía que todo el problema  fuera de mecánica, y en esos errores  caímos aquí como en otros países socialistas. Se pusieron a jugar al capitalismo, abandonaron el trabajo sicológico en la gente, la preparación, la tecnología -cosas que se podrían perfectamente evitar.
Yo te pongo un ejemplo, el de la salud, que hemos podido resolverlo y no con medicina privada ni con instituciones privadas, sino con el socialismo.
Tenemos un 11.1 por mil de mortalidad infantil -sin la historia de los estímulos materiales y sin la rentabilidad y  sin ninguna categoría del capitalismo. América Latina está en un 65 por mil. 
La ciudad de La Habana está en un 10  por mil, la de Washington está en un  35 por mil... Bueno, ya nosotros en salud vamos adelante de todos los demás  países.
Y en la industria y en la construcción y en la agricultura estamos aplicando también criterios que las van a conducir a la eficiencia -y allí tú puedes utilizar más los estímulos materiales que en la salud-. Es el concepto del  contingente, que es un poco volver a lo  que abandonamos en el período en que  los tecnócratas tuvieron mucho  predicamento, en que tuvieron casi  más autoridad que nosotros en nombre  de la teoría: eran los hechiceros de la  tribu, los que lo sabían todo. Lo que habían copiado de allá. Habían desbaratado las microbrigadas de construcción, porque estaban en contradicción  con los principios del sistema de dirección económica. Resultado: se paralizó  la construcción de viviendas en La  Habana, se pararon los círculos infantiles, se paró todo. Por concepciones en  que ellos partían de categorías capitalistas y de sueños utópicos -pero hay  utopías que son bellas y otras que son  horripilantes. Ellos creían que con sus mecanismos, más no sé qué cosa, iban  a lograr algo perfecto, una empresa sin  que sobrara un obrero...
Hasta que vimos que había que rectificar. Y una de las primeras cosas que  yo planteé en ese proceso fue reorganizar las brigadas. Pero en realidad la  idea del contingente salió de cuando  aprendimos la forma de producir el Interferón. Mandamos médicos a Texas,  a Finlandia -y mientras otros médicos  que iban a aprender allí se pasaban el  tiempo paseando, los nuestros se pasaban todo el día y toda la noche en el laboratorio- y se puede decir que  aprendieron en unos pocos días. Cuando hicimos el centro de ingeniería  genética y biotecnología seguimos el   mismo principio: una vida no puede esperar, hay que trabajar así, día y noche, sábado y domingo. Hasta que un  día yo le planteé al secreterio del partido de La Habana y al Poder Popular organizar un contingente en la construcción que trabajara con el espíritu de  los científicos. Un grupo escogido trabajando con buena organización y buena disciplina -perfil amplio de trabajo, o sea, multioficio, trabajo por horas y no por norma, atención al hombre  (salud, alimentación)- y disciplina (del  propio colectivo, no de un administrador). Bueno, aquello fue una revolución: cien hombres organizados en contingente hacen el trabajo que antes  hacían 400, y lo hacen bien, y lo terminan. Trabajan 14 y 15 horas. Y tiene  tales éxitos, tal prestigio entre la población que todos los obreros de la construcción quieren ahora hacerse del  contingente. Hoy tenemos unos  35.000 hombres en eso pero no queremos ir rápido porque una buena  idea se deteriora cuando tú la aplicas  mal, hemos visto aquí muchas...  Ahora, esto no entra dentro de la  legislación, son excepciones experimentales que se hacen por acuerdo  del Comité Ejecutivo. Y es voluntario. Y yo te digo ¿tú sabes qué es  lo que más me entusiasma del contingente? Comprueba una teoría: que  del hombre tú puedes obtener lo que  quieras. Nosotros hicimos la guerra: a nadie se le pagaba, los hombres  hacían un esfuerzo tremendo... El  hombre es el único animal que es capaz de hacer eso.
-Eso se logra en una situación de  guerra. Pero la vida normal del hombre no puede consistir en eso.
-Excepto para nosotros. A nosotros  no nos queda más remedio. ¿Y nuestros  hombres que estaban en Angola, frente  al enemigo tecnicamente bien desarrollado? Iban allí en masa, por decenas de  miles. Bueno: el hombre es capaz de  eso. Ahora: la tragedia más grande que  padece el hombre de hoy es el hambre,  el subdesarrollo, el abismo que separa  cada vez más a los países del Tercer  Mundo de los desarrollados. Y hay que trabajar. Porque incluso las sociedades  que se desarrollaron en otro tiempo se  sacrificaron, lo hicieron a base de mucho trabajo que les imponía el sistema: hombres, mujeres, niños, todo el mundo. Claro, que ellos fueron los  primeros, pudieron crecer sin que nadie  les estorbara el crecimiento. Nosotros  somos pigmeos, y nos ponen una mano  arriba y no nos dejan crecer. ¿Entonces  podemos imitar el sistema de vida inglés, en horario inglés? Tenemos que  trabajar más. Los horarios del contingente... en España, en Suiza, hay infinidad de gente que sólo para poder  vivir trabaja dos jornadas -hasta una prima mía gallega que trabajaba en Suiza tenía dos empleos. Aquí hacemos eso respondiendo a una necesidad del país: tenemos que desarrollarnos. Ahora: vendrán otros tiempos. Hemos planteado que esto no será  siempre así. Será un período de cinco, diez años, en  el cual hay que hacer un  esfuerzo especial.
-Los cubanos llevan  ya treinta años haciendo esfuerzos especiales. 
-Bueno, llevan 30 años trabajando cinco horas, y sin  aprovechar la jornada laboral. Los vicios que trajimos con el paternalismo  fueron muy grandes. Al  contrario, ahora es cuando  vamos a empezar a trabajar. Los cubanos no están  haciendo sacrificios, al  contrario: sacrificios hacen  por ahí los latinoamericanos que trabajan muchísimo y están subnutridos y  no tienen educación ni servicios médicos como tiene  muestra gente. Porque  además la revolución ha  humanizado el trabajo de  manera increible, ha librado al hombre de trabajos muy duros, ha mecanizado la agricultura, la construcción... Aparte de que  hoy en Cuba la proporción de los trabajadores intelectuales es muy alta - hay 300.000 maestros, casi uno por cada 33 ó 34 habitantes, entre médicos y  enfermeras más de 100.000-. Los  cubanos han estado, sí, dispuestos al  riesgo, han hecho internacionalismo, han hecho la zafra, las microbrigadas. Pero no llevan 30 años: sólo ahora empiezan a trabajar como tienen que trabajar. No porque fueran unos holgazanes sino porque nosotros, aprendices de brujos, no sabíamos ni organizar la producción de una fábrica. Muchas de esas políticas equivocados  salieron de congresos, porque nosotros  consultamos todo en los congresos -yo  me he pasado la vida de congreso en congreso-. Pero te pongo un ejemplo  del imperio de tecnócratas. Planificaban y cuando estaba hecho el plan, armado el muñeco, a la autoridad política  no le quedaba más remedio que aceptarlo. Yo nunca he hablado de eso, pero lo percibía: muchos de los planes de  presas, de riego, muchas de las cosas  que se atrasaron, entre las mejores que  hemos hecho, las fueron deshaciendo  ellos, poniéndolas en contradicción con  el sistema de dirección y planificación  que se suponía aprobado en el soberano Congreso del Partido y ante el cual había que inclinarse reverente. De esto no se ha hablado, y ayuda a comprender lo que es el proceso de rectificación  después de 10 años perdidos: los tecnócratas hicieron una suerte de guerra  contra mí muy sutil. Se opusieron a las microbrigadas, a los programas médicos, a muchas de las cosas que yo defendía... Una guerra sutil de toda una  generación de tecnócratas educados por  allá... Ellos eran los que tenían las  llaves de los truenos, apoyándose en la  infalible experiencia de esa que ahora están demoliendo ellos mismos...
-Pero ¿quién les dio el poder a los  tecnócratas?  
-Yo diría que se lo dio la vida..., un  conjunto de factores, entre la influencia de las ideas de los padres mayores, de los campeones olímpicos en  la construcción del socialismo. Todos  se lo dimos, porque, bueno, no nos gustaban sus ideas, pero realmente nos  habían hecho creer que aquello funcionaba. En los primeros tiempos de  ese sistema se suponía que era muy  nuevo y había que darle su chance.
-Nuevo en Cuba, pero era el sistema aplicado durante décadas...
... Allá... Nosotros empezamos a  descubrir que no era un problema de  darles tiempo. Porque incluso el papel del Partido empezó a disminuir - porque, si son unos mecanismos los  que tienen que hacerlo todo, el Partido no tiene ya por qué meterse en nada-, se  convierte en una iglesia dedicada a la  vida interna y a la religión del marxismo-leninismo. Si los mecanismos iban  a promover el desarrollo ¿qué papel  van a jugar los cuadros del Partido? Y  aparecieron nuevos problemas, la libre  contratación, las horas extras..., hasta  que yo me di cuenta -sí, realmente fui  yo- . Luego la gente te dice a ti: "tiene  que ser Fidel". Pero bueno, es mi trabajo. Decidimos rectificar. Ya te digo, el  sistema de planificación ya llegaba hecho. Y en el último plan que se hizo bajo estas condiciones, el año 85, descubrimos, por ejemplo, que para la ciudad  de La Habana se tenía proyectado construir cinco círculos infantiles en todo el  quinquenio. Cinco. Había 19.000 mujeres que habían solicitado círculos para  sus hijos, y estaban proyectados cinco - que además no se hacían porque la construcción era un desastre-. Ahora en  el primer año hicimos cincuenta y pico.
Quiero que sepas que el 80 por ciento de lo que estamos haciendo ahora,  las cosas más importantes y decisivas  no estaban en el plan 86-90.
-Más que una rectificación es entonces una reestructuración total.
-Es una revolución lo que eslamos  haciendo ahora.
-Con todo lo que viene sucediendo  desde hace un año en la Europa oriental y en la Unión Soviética, parece como si la de Cuba se estuviera convirtiendo en una revolución solitaria.  
-Siempre fuimos solitarios. Siempre  estuvimos solos como único país socialista en este hemisferio. Y ahora son mucho mejores nuestras relaciones  con los países de America Latina que  nunca en estos 30 años. Tenemos relaciones muy fuertes con el Tercer  Mundo. En las Naciones Unidas, cada  vez que hay una elección secreta  nosotros salimos muy bien. Si es pública no, porque todo el mundo tiene  una gran dependencia de los Estados  Unidos y si se vota contra ellos se crean problemas nacionales...
-Se ha visto que países que eran  del "campo socialista" han votado  contra Cuba.  
-Los judas, que se han vendido por 12 monedas. Y no tenían necesidad de  eso. Pero Polonia, Checoslovaquia,  quieren que los dejen entrar en el  Banco Mundial que les den cláusula  de nación más favorecida... son vulgares traidores. Vamos a ver cómo les  pagan. Roma paga a los traidores, pero  los desprecia. Eso tiene Estados  Unidos. Pero todo eso es fruto de la  contrarrevolución que ha tenido lugar  en esos países, de todo ese proceso de  marcha hacia el capitalismo. Esa gente  abandonó el socialismo hace rato, y es lógico que se dedique a la meca del  capitalismo, a Estados Unidos  
-Hablando de Estados Unidos,  ¿usted cree de verdad posible un  ataque directo contra Cuba?  
-La locura es posible siempre. Nadie  creyó posible la Segunda Guerra  Mundial, ni la Primera, y se produjeron. Todos estos problemas de la Europa del Este han llenado de triunfalismo  y de arrogancia a Estados Unidos: se  consideran casi dueños del mundo. 
¿Por qué invadieron a Panamá si no tenían necesidad, si ese proceso no habría podido resistir el bloqueo? Lo invadieron por gusto. A veces invaden  para demostrar lo que son capaces de  hacer, para demostrar que son los amos  del mundo. Es un disparate hacerlo con   Cuba, pero quien los conozca como los  conocemos nosotros no confiaría nunca en ellos, sobre todo si creen que  pueden hacerlo de manera fácil y a bajo costo. Porque allá lo que sale bien y rápido recibe aplausos pero cuando  empiezan a llegar los cadáveres vienen  las críticas. Y yo creo que nosotros hemos creado las condiciones para garantizar un fracaso, para garantizar que una agresión cueste un precio tan  alto que sea impagable. Tendrían que  retirarse, más tarde o más temprano,  inexorablemente.
Claro que no queremos ser reeducadores de Estados Unidos. No queremos tener que pagar nuestra sangre para dar una lección a EE. UU. Ojalá  eso no fuera necesario. Pero creo que la única manera de ser independiente  es... -Martí dijo: "La libertad cuesta  muy cara, y es necesario pagarla por su precio o resignarse a vivir sin  ella".
