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ANTONIO CABALLERO ENTREVISTA A FIDEL CASTRO

En su última entrevista, con el periodista colombiano, el líder cubano analiza las dificultades de la revolución y sus perspectivas. El documento, publicado por Cambio 16, cobra plena vigencia en momentos en que Castro prepara viaje para Colombia.

13 de agosto de 1990

La entrevista se concertó durante una recepción al dirigente socialista brasileño Leonel Brizola, en el vasto y congelado Palacio de la Revolución, en la Habana. Bajo las luces cegadoras, en medio de los inmensos helechos antediluvianos que pueblan los mármoles del palacio, se hace una ceremoniosa ronda de saludos -ministros, altos funcionarios de corbata o guayabera. Fidel, en el centro de un círculo, hace preguntas y verifica cifras. Hay mesa rusa (un largo bufé frío) como en los hoteles de La Habana, aunque mejor: angulas, langosta, gruesas bocas de cangrejo rojas y negras, como garras de tigre. Fidel interroga a Brizola sobre el número de camas de hospital en el estado brasileño de Río Grande do Sul, más poblado que toda Cuba, e inquiere a la redonda sobre las costumbres patriarcales de la Grecia preclásica: está leyendo "La Odisea" (en letra, se queja, demasiado pequeña; pero es que escasea el papel: se lo come todo el Granma; los perio- distas del Granma deberían escribir más corto) y pregunta -o se pregunta- por qué un simple esclavo podía regalarle al niño Ulises el mejor cabro del rebaño. Luego dice que el lunes, a las 10.

A las 10 de la noche. Los horarios de Fidel, como en los días ya remotos del triunfo de la revolución, siguen siendo nocturnos. El lunes, a las 10, desembarca en la casa de un amigo con su uniforme verde oliva de comandante en jefe y su barba cana de patriarca, inmenso, serio, imponente.

-Por ahí tus cacharritos para que no tengas que moverte.

Y él tampoco se mueve durante las tres horas y media que va a durar la entrevista, y no se quita la gorra de combate sino cuando ésta termina, para pedir un whisky (entre tanto, té), y empezar a formular él mismo infinidad de preguntas durante un par de horas más. Sus preguntas son precisas y breves. Sus propias respuestas, en cambio, largas: interminables espirales de cifras y de ejemplos que sólo deja interrumpir a costa de una visible frustración didáctica. Y si ha sido interrumpido en la mitad de cuántos trabajadores, si 26, si 28, si 30 (y es capaz de proseguir así hasta 40 ó 50) se necesitan para manejar un círculo infantil en uno de los 15 municipios de la ciudad de La Habana, que tiene cada uno 120.000, 122.000, 124.000, 126.000 habitantes (o más, hasta 200.000), en la respuesta siguiente aprovecha el primer resquicio para terminar de cerrar la espiral: "Se necesitan 32; porque como se trata de niños, ahí no se puede comprimir la plantilla".

Eso toma tiempo. Horas. No es una disculpa: pero el que haya sido capaz de quitarle la palabra de la boca a Castro en el curso de los últimos 30 años, que tire la primera piedra.

Da la impresión de que al cabo de 30 años de revolución todo sigue reposando fundamentalmente sobre usted, Comandante.

-Bueno, yo no lo he hecho todo. Ni siquiera es posible. Si realmente yo tuviera tanta participación en las cosas, me parece que se hubieran podido hacer más cosas, y mejores cosas -porque, bueno, uno va acumulando experiencia-. También se habrían cometido errores que a lo mejor otros no han cometido. Y no voy a negar que en muchos procesos la iniciativa mía ha estado presente desde el principio mismo de la revolución. Al principio... bueno yo tenía algunas ideas, fui captando la voluntad de un grupo de hombres -y desde el momento en que teníamos un pequeño grupo ya teníamos una dirección de ocho o diez, con un pequeño ejecutivo de tres-. Después del Moncada, a lo largo de la guerra, yo estaba allá en las montañas y mi responsabilidad era de tipo militar; pero las cuestiones fundamentales las discutíamos en la dirección del Movimiento y en ciertos momentos la dirección colectiva nos impuso a nosotros decisiones importantes con las que no estábamos de acuerdo. Y esa es la historia de la revolución hasta hoy, en un proceso en el que han tenido mucha influencia, no le puedo negar, mis ideas, mis iniciativas, mis puntos de vista: pero en el cual siempre ha existido una dirección colectiva. Lo que pasa es que existe una tendencia a personalizar. Y no sólo aquí, ocurre en todas partes. Eso ocurre con todos los dirigentes, es una tendencia de masas que sólo con el tiempo se puede ir superando. A la gente le consta que yo he trabajado duro y he defendido muchas iniciativas, pero hay muchos otros que también lo han hecho. Nosotros tenemos repartidas las responsabilidades, y cada uno en esfera tiene muchas atribuciones, y las usa. El problema que hay en el socialismo es que la economía es tarea del Estado, no de empresas independientes: esa es una enorme masa de actividades que tienen que estar repartidas entre muchos hombres y ya tú te imaginas miles de gentes con autoridad y con atribuciones se pueden equivocar Cuando eso pasa, la culpa la carga el Estado, la carga el socialismo cualquier error cae sobre el sistema.

Ahora, eso que te dice la gente es una manifestación de confianza: es como diciendo que únicamente cuando interviene la autoridad se resuelven los problemas.

-Justamente. Es que parece -sobre todo a partir del caso Ochoa y el caso Abrantes, cuando se vio que la corrupción llegaba muy arriba- que la única confianza que queda es la confianza personal en usted.

-No, no. Es lógico que entre los máximos dirigentes se tenga más confianza en unos que en otros, pero no en uno. Es igual que en un equipo de fútbol. Maradona, el argentino: parece como si todos los juegos los ganara él, porque mete los goles en el campo. Pero son goles que se preparan entre los 11. Yo trato de resolver muchos problemas, y tengo más autoridad y más medios para resolverlos, tengo incluso recursos de las reservas centralizadas -porque si no sería impotente, no habría más que estar paseando y haciendo el inventario de los problemas-. Pero también se puede hablar de millones de problemas que se resuelven sin que yo sepa.

-Al margen de las personalidades, en Cuba quien dirige es el Partido. Pero ahora resulta, especialmente entre los jóvenes, que los cubanos no quieren entrar al Partido porque lo consideran inútil ¿Cómo lo ve usted?
-En primer lugar, nuestro partido no es un partido que ande reclutando gente. Nunca hemos querido que sea una organización de masas, sino que en él esten los mejores. Y dentro del Partido, un hombre va a tener más influencia mientras más ascienda, como es lógico. Pero yo creo que a todos los niveles el núcleo del Partido tiene bastante autoridad. Nos vemos en la necesidad incluso de defender del exceso de influencia del Partido a la Administración y a las otras organizaciones de masas, defender a las otras esferas de un papel hegemónico y monopólico del Partido. En el Poder Popular, por ejemplo, la batalla es para que el partido respete su esfera y no trate de suplantar sus funciones -que son muchísimas-. En una sociedad capitalista hay decenas de miles de propietarios, te imaginas la cantidad de funciones y de atribuciones que tiene el Poder Popular: administra los hospitales, las escuelas, el comercio, el transporte, los lugares de recreo, los arreglos de las calles, todos los cines, todos los teatros, el transporte de taxi...

-Pero ahora, el resultado práctico de ese exceso de atribuciones es la ineficiencia..

-Bueno, pero es un premisa que...

-Una premisa no, es una realidad práctica que uno ve en Cuba
-Tú no puedes decir que nuestros servicios médicos sean ineficientes. Tú no puedes decir que nuestros servicios educacionales...

-Determinadas cosas no. Los transportes, por ejemplo, son bastante ineficientes.

-Pero son mejores que los de Bogotá, los de Ciudad de México y todas las demás ciudades. El problema es de otra naturaleza. El transporte es un servicio público, puesto que ésta no es una sociedad del automóvil ni puede serlo, porque un país que quiera desarrollarse no puede dedicar gran parte de su producto interno bruto a que cada familia tenga un automóvil. La tecnología accesible para nosotros son los ómnibus, y no son óptimos: no los fabricamos aquí, son húngaros. Después viene la Administración. ¿Era óptima? No. Ahí ya empiezan cosas nuestras.
Por factores subjetivos, pero no sólo eso, es un problema objetivo también. Cuando nosotros empezamos -y es una cosa que conocemos bastante bien en el comité ejecutivo, lo hemos discutido a nivel de cada ómnibus casi- descubrimos que se había duplicado la población de La Habana y no se había duplicado la infraestructura. Lo estamos haciendo. Pero a esto se sumaron muchos problemas -las relaciones con los húngaros, el sistema de salarios, concepciones erráticas, copiadas quién sabe de dónde... Este del transporte es uno de las decenas de importantes trabajos que hemos tenido que hacer en el proceso de rectificación en que estamos ahora. Como el de la construcción -que era buena, marchaba bien hasta que introdujeron una serie de criterios empresariales y el sistema de planificación y dirección de la economía que estaban en boga en los países socialistas. Mucho antes de que se hablara de perestroika nos dimos cuenta de que esos sistemas tenían un montón de vicios y empezamos a rectificarlos. En la construcción... pero bueno, no es la primera vez que yo intervengo en la construcción y en unas cuantas cosas.
Cuántos oficios no he tenido que aprender en esta vida. Porque yo tampoco estudié en ninguna academia militar, y tuvimos que hacer una guerra -y además ganarla-. He tenido que estudiar agricultura... Si tú me preguntas al triunfo de la revolución qué sabía yo de ómnibus te diré que no sabía nada. Pero es mi trabajo, es mi tarea y es mi estilo de trabajo. Siempre he pensado que el político tiene que tener primero que nada sentido político; pero debe tener conocimientos de los problemas, porque si no es un prisionero de los otros -de los tecnócratas y de los técnicos- y los otros pueden ser caprichosos, pueden equivocarse. Yo uso el método socrático y sobre cualquier cosa hago cien preguntas, y voy aprendiendo -en la esfera de la educación, de la salud, de la agricultura... porque en los países capitalistas los gobiernos no se ocupan de la economía, se ocupan los dueños. Los gobiernos se ocupan de algunas estrategias económicas -cobrar impuestos y gastar el dinero- y, como regla, de economía y de procesos productivos no saben nada. Pero en un país como el nuestro la economía es tarea fundamental del Estado, y a mi me parece esto mucho mejor sistema. Marx creyó que el socialismo era el desenvolvimiento natural de una sociedad capitalista desarrollada. Pero la vida nos ha enseñado a nosotros que el socialismo es el instrumento ideal del desarrollo de los países que se quedaron detrás. Y programar el desarrollo es un privilegio.

Tú podrás no lograrlo, porque los hombres no sean capaces. Eso pasa también en el capitalismo: ¿Cuántos se arruinan? ¿cuántas empresas quiebran? Los dos sistemas tiene sus ventajas y sus desventajas. Una de las ventajas del socialismo es la programación del desarrollo; del capitalismo, la capacidad de respuestas rápidas a situaciones nuevas. Combinar las dos cosas es perfectamente posible, y es lo que nosotros tratamos de hacer ahora. Aquí se discutió mucho sobre estímulos morales, sobre renta, sobre ganancias...parecía que todo el problema fuera de mecánica, y en esos errores caímos aquí como en otros países socialistas. Se pusieron a jugar al capitalismo, abandonaron el trabajo sicológico en la gente, la preparación, la tecnología -cosas que se podrían perfectamente evitar.

Yo te pongo un ejemplo, el de la salud, que hemos podido resolverlo y no con medicina privada ni con instituciones privadas, sino con el socialismo.

Tenemos un 11.1 por mil de mortalidad infantil -sin la historia de los estímulos materiales y sin la rentabilidad y sin ninguna categoría del capitalismo. América Latina está en un 65 por mil.
La ciudad de La Habana está en un 10 por mil, la de Washington está en un 35 por mil... Bueno, ya nosotros en salud vamos adelante de todos los demás países.

Y en la industria y en la construcción y en la agricultura estamos aplicando también criterios que las van a conducir a la eficiencia -y allí tú puedes utilizar más los estímulos materiales que en la salud-. Es el concepto del contingente, que es un poco volver a lo que abandonamos en el período en que los tecnócratas tuvieron mucho predicamento, en que tuvieron casi más autoridad que nosotros en nombre de la teoría: eran los hechiceros de la tribu, los que lo sabían todo. Lo que habían copiado de allá. Habían desbaratado las microbrigadas de construcción, porque estaban en contradicción con los principios del sistema de dirección económica. Resultado: se paralizó la construcción de viviendas en La Habana, se pararon los círculos infantiles, se paró todo. Por concepciones en que ellos partían de categorías capitalistas y de sueños utópicos -pero hay utopías que son bellas y otras que son horripilantes. Ellos creían que con sus mecanismos, más no sé qué cosa, iban a lograr algo perfecto, una empresa sin que sobrara un obrero...

Hasta que vimos que había que rectificar. Y una de las primeras cosas que yo planteé en ese proceso fue reorganizar las brigadas. Pero en realidad la idea del contingente salió de cuando aprendimos la forma de producir el Interferón. Mandamos médicos a Texas, a Finlandia -y mientras otros médicos que iban a aprender allí se pasaban el tiempo paseando, los nuestros se pasaban todo el día y toda la noche en el laboratorio- y se puede decir que aprendieron en unos pocos días. Cuando hicimos el centro de ingeniería genética y biotecnología seguimos el mismo principio: una vida no puede esperar, hay que trabajar así, día y noche, sábado y domingo. Hasta que un día yo le planteé al secreterio del partido de La Habana y al Poder Popular organizar un contingente en la construcción que trabajara con el espíritu de los científicos. Un grupo escogido trabajando con buena organización y buena disciplina -perfil amplio de trabajo, o sea, multioficio, trabajo por horas y no por norma, atención al hombre (salud, alimentación)- y disciplina (del propio colectivo, no de un administrador). Bueno, aquello fue una revolución: cien hombres organizados en contingente hacen el trabajo que antes hacían 400, y lo hacen bien, y lo terminan. Trabajan 14 y 15 horas. Y tiene tales éxitos, tal prestigio entre la población que todos los obreros de la construcción quieren ahora hacerse del contingente. Hoy tenemos unos 35.000 hombres en eso pero no queremos ir rápido porque una buena idea se deteriora cuando tú la aplicas mal, hemos visto aquí muchas... Ahora, esto no entra dentro de la legislación, son excepciones experimentales que se hacen por acuerdo del Comité Ejecutivo. Y es voluntario. Y yo te digo ¿tú sabes qué es lo que más me entusiasma del contingente? Comprueba una teoría: que del hombre tú puedes obtener lo que quieras. Nosotros hicimos la guerra: a nadie se le pagaba, los hombres hacían un esfuerzo tremendo... El hombre es el único animal que es capaz de hacer eso.
-Eso se logra en una situación de guerra. Pero la vida normal del hombre no puede consistir en eso.

-Excepto para nosotros. A nosotros no nos queda más remedio. ¿Y nuestros hombres que estaban en Angola, frente al enemigo tecnicamente bien desarrollado? Iban allí en masa, por decenas de miles. Bueno: el hombre es capaz de eso. Ahora: la tragedia más grande que padece el hombre de hoy es el hambre, el subdesarrollo, el abismo que separa cada vez más a los países del Tercer Mundo de los desarrollados. Y hay que trabajar. Porque incluso las sociedades que se desarrollaron en otro tiempo se sacrificaron, lo hicieron a base de mucho trabajo que les imponía el sistema: hombres, mujeres, niños, todo el mundo. Claro, que ellos fueron los primeros, pudieron crecer sin que nadie les estorbara el crecimiento. Nosotros somos pigmeos, y nos ponen una mano arriba y no nos dejan crecer. ¿Entonces podemos imitar el sistema de vida inglés, en horario inglés? Tenemos que trabajar más. Los horarios del contingente... en España, en Suiza, hay infinidad de gente que sólo para poder vivir trabaja dos jornadas -hasta una prima mía gallega que trabajaba en Suiza tenía dos empleos. Aquí hacemos eso respondiendo a una necesidad del país: tenemos que desarrollarnos. Ahora: vendrán otros tiempos. Hemos planteado que esto no será siempre así. Será un período de cinco, diez años, en el cual hay que hacer un esfuerzo especial.

-Los cubanos llevan ya treinta años haciendo esfuerzos especiales.
-Bueno, llevan 30 años trabajando cinco horas, y sin aprovechar la jornada laboral. Los vicios que trajimos con el paternalismo fueron muy grandes. Al contrario, ahora es cuando vamos a empezar a trabajar. Los cubanos no están haciendo sacrificios, al contrario: sacrificios hacen por ahí los latinoamericanos que trabajan muchísimo y están subnutridos y no tienen educación ni servicios médicos como tiene muestra gente. Porque además la revolución ha humanizado el trabajo de manera increible, ha librado al hombre de trabajos muy duros, ha mecanizado la agricultura, la construcción... Aparte de que hoy en Cuba la proporción de los trabajadores intelectuales es muy alta - hay 300.000 maestros, casi uno por cada 33 ó 34 habitantes, entre médicos y enfermeras más de 100.000-. Los cubanos han estado, sí, dispuestos al riesgo, han hecho internacionalismo, han hecho la zafra, las microbrigadas. Pero no llevan 30 años: sólo ahora empiezan a trabajar como tienen que trabajar. No porque fueran unos holgazanes sino porque nosotros, aprendices de brujos, no sabíamos ni organizar la producción de una fábrica. Muchas de esas políticas equivocados salieron de congresos, porque nosotros consultamos todo en los congresos -yo me he pasado la vida de congreso en congreso-. Pero te pongo un ejemplo del imperio de tecnócratas. Planificaban y cuando estaba hecho el plan, armado el muñeco, a la autoridad política no le quedaba más remedio que aceptarlo. Yo nunca he hablado de eso, pero lo percibía: muchos de los planes de presas, de riego, muchas de las cosas que se atrasaron, entre las mejores que hemos hecho, las fueron deshaciendo ellos, poniéndolas en contradicción con el sistema de dirección y planificación que se suponía aprobado en el soberano Congreso del Partido y ante el cual había que inclinarse reverente. De esto no se ha hablado, y ayuda a comprender lo que es el proceso de rectificación después de 10 años perdidos: los tecnócratas hicieron una suerte de guerra contra mí muy sutil. Se opusieron a las microbrigadas, a los programas médicos, a muchas de las cosas que yo defendía... Una guerra sutil de toda una generación de tecnócratas educados por allá... Ellos eran los que tenían las llaves de los truenos, apoyándose en la infalible experiencia de esa que ahora están demoliendo ellos mismos...

-Pero ¿quién les dio el poder a los tecnócratas?
-Yo diría que se lo dio la vida..., un conjunto de factores, entre la influencia de las ideas de los padres mayores, de los campeones olímpicos en la construcción del socialismo. Todos se lo dimos, porque, bueno, no nos gustaban sus ideas, pero realmente nos habían hecho creer que aquello funcionaba. En los primeros tiempos de ese sistema se suponía que era muy nuevo y había que darle su chance.

-Nuevo en Cuba, pero era el sistema aplicado durante décadas...

... Allá... Nosotros empezamos a descubrir que no era un problema de darles tiempo. Porque incluso el papel del Partido empezó a disminuir - porque, si son unos mecanismos los que tienen que hacerlo todo, el Partido no tiene ya por qué meterse en nada-, se convierte en una iglesia dedicada a la vida interna y a la religión del marxismo-leninismo. Si los mecanismos iban a promover el desarrollo ¿qué papel van a jugar los cuadros del Partido? Y aparecieron nuevos problemas, la libre contratación, las horas extras..., hasta que yo me di cuenta -sí, realmente fui yo- . Luego la gente te dice a ti: "tiene que ser Fidel". Pero bueno, es mi trabajo. Decidimos rectificar. Ya te digo, el sistema de planificación ya llegaba hecho. Y en el último plan que se hizo bajo estas condiciones, el año 85, descubrimos, por ejemplo, que para la ciudad de La Habana se tenía proyectado construir cinco círculos infantiles en todo el quinquenio. Cinco. Había 19.000 mujeres que habían solicitado círculos para sus hijos, y estaban proyectados cinco - que además no se hacían porque la construcción era un desastre-. Ahora en el primer año hicimos cincuenta y pico.

Quiero que sepas que el 80 por ciento de lo que estamos haciendo ahora, las cosas más importantes y decisivas no estaban en el plan 86-90.
-Más que una rectificación es entonces una reestructuración total.

-Es una revolución lo que eslamos haciendo ahora.

-Con todo lo que viene sucediendo desde hace un año en la Europa oriental y en la Unión Soviética, parece como si la de Cuba se estuviera convirtiendo en una revolución solitaria.
-Siempre fuimos solitarios. Siempre estuvimos solos como único país socialista en este hemisferio. Y ahora son mucho mejores nuestras relaciones con los países de America Latina que nunca en estos 30 años. Tenemos relaciones muy fuertes con el Tercer Mundo. En las Naciones Unidas, cada vez que hay una elección secreta nosotros salimos muy bien. Si es pública no, porque todo el mundo tiene una gran dependencia de los Estados Unidos y si se vota contra ellos se crean problemas nacionales...

-Se ha visto que países que eran del "campo socialista" han votado contra Cuba.
-Los judas, que se han vendido por 12 monedas. Y no tenían necesidad de eso. Pero Polonia, Checoslovaquia, quieren que los dejen entrar en el Banco Mundial que les den cláusula de nación más favorecida... son vulgares traidores. Vamos a ver cómo les pagan. Roma paga a los traidores, pero los desprecia. Eso tiene Estados Unidos. Pero todo eso es fruto de la contrarrevolución que ha tenido lugar en esos países, de todo ese proceso de marcha hacia el capitalismo. Esa gente abandonó el socialismo hace rato, y es lógico que se dedique a la meca del capitalismo, a Estados Unidos
-Hablando de Estados Unidos, ¿usted cree de verdad posible un ataque directo contra Cuba?
-La locura es posible siempre. Nadie creyó posible la Segunda Guerra Mundial, ni la Primera, y se produjeron. Todos estos problemas de la Europa del Este han llenado de triunfalismo y de arrogancia a Estados Unidos: se consideran casi dueños del mundo.
¿Por qué invadieron a Panamá si no tenían necesidad, si ese proceso no habría podido resistir el bloqueo? Lo invadieron por gusto. A veces invaden para demostrar lo que son capaces de hacer, para demostrar que son los amos del mundo. Es un disparate hacerlo con Cuba, pero quien los conozca como los conocemos nosotros no confiaría nunca en ellos, sobre todo si creen que pueden hacerlo de manera fácil y a bajo costo. Porque allá lo que sale bien y rápido recibe aplausos pero cuando empiezan a llegar los cadáveres vienen las críticas. Y yo creo que nosotros hemos creado las condiciones para garantizar un fracaso, para garantizar que una agresión cueste un precio tan alto que sea impagable. Tendrían que retirarse, más tarde o más temprano, inexorablemente.
Claro que no queremos ser reeducadores de Estados Unidos. No queremos tener que pagar nuestra sangre para dar una lección a EE. UU. Ojalá eso no fuera necesario. Pero creo que la única manera de ser independiente es... -Martí dijo: "La libertad cuesta muy cara, y es necesario pagarla por su precio o resignarse a vivir sin ella".