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ASI LO VIO SEMANA

Con motivo de cumplirse 35 años del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y de los violentos acontecimientos que siguieron a su muerte, hemos acudido a los archivos periodisticos de la vieja "Semana"

ATRIBUIDO A HERNANDO TELLEZ
9 de mayo de 1983

para reproducir documentos de extraordinaria actualidad.
El primero, una semblanza del caudillo liberal, atribuida a la pluma de Alberto Lleras, fue escrito un año antes del 9 de abril.
El segundo, publicado el 17 de abril de 1948, se le atribuye al periodista Hernando Tellez, entonces director de la revista. La cronica inspirada directamente por el calor de los hechos, jamas ha sido reproducida desde la fecha de su publicacion.
3 disparos de revólver sobre el cuerpo del jefe del partido liberal colombiano, Jorge Eliécer Gaitán, hechos por Juan Roa Sierra (ver recuadro), a la una y cuarto de la tarde del viernes 9 de abril, los cuales produjeron la muerte del líder político a las 2 menos 5 minutos de esa misma tarde, desencadenaron en todo el territorio de la república, un movimiento de carácter revolucionario que no pudo ser dominado de manera concreta y absoluta sino siete días después, el viernes 16 de abril, primero del retorno al principio de la normalidad constitucional. En el curso de cuatro horas, de la una y media a las cinco y media de la tarde, se había apoderado el más dramático trance de la normalidad al caos que haya conocido la historia política de la nación. Cuando estallaron los disparos, la nación se encontraba organizada dentro de los cauces de la ley. Cuando el cuerpo del conductor liberal cayó, ensangrentado, sobre el pavimento de una vía pública de la capital de Colombia y se alzaron en el aire los primeros gritos de protesta, empezaba, en rigor, un trágico intervalo en la historia civil del país: desaparecía el orden y quedaba anulado el imperio de la ley. Se iniciaba, caótica, manchada indeleblemente por el pillaje y el incendio, una revolución cuyo desarrollo posterior -localización de los incendios en edificios de gobierno y religiosos, radiodifusoras clandestinas, simultaneidad de los hechos en todo el país- hace pensar en un posible plan previo de organización. Un minuto antes de la una y cuarto ese día, diez millones de colombianos proseguían el curso natural de sus vidas, sin ninguna zozobra del género de las que un minuto después, iban a nacer, amenazadoras, del seno de la insurreccion. A esa hora exacta se iniciaba una etapa desconocida y misteriosa, para calificar la cual, todos, hombres, mujeres y niños, sólo hallaron una palabra, tan vieja como el mundo, pero sobre cuyo contenido y significación exactos sólo ahora intuían el trágico alcance: revolución. La revolución avanzaba, con sus teas encendidas, por las principales ciudades de Colombia. Y en Bogotá empezaba a quemar, a pillar, a verter sangre en una proporción difícilmente imaginable. La vida ciudadana quedaba destrozada en sus cuadros tradicionales de relación pacífica, y el porvenir se abría, de la hora señalada en adelante, incierto y siniestro. Al amparo de la constitución y de las leyes, instantes antes, los padres de familia, las madres colombianas, los profesionales, los estudiantes, los hombres de negocios, los intelectuales, los artistas, los periodistas, los obreros, los humildes y los poderosos, se entregaban a sus quehaceres, a sus preocupaciones, a sus satisfacciones y a sus esperanzas. La vida, hasta entonces, era el ejercicio normal de identificación entre el anhelo y la realidad, entre la ambición y la posibilidad de satisfacerla. En la sobremesa doméstica, ningún tema sensacional: la conferencia panamericana seguía sus deliberaciones, sin tropiezos; las elecciones en Italia no se habian producido; los negocios continuaban un ritmo lento, pero firme; los precios de la bolsa se mantenían estacionarios; el gobierno del presidente Ospina Pérez inauguraba ese día la Exposición agropecuaria de Bogotá; el costo de la vida obrera habia subido unos puntos...

EL NAUFRAGIO
De pronto alguién dio la noticia: habían matado a Jorge Eliécer Gaitán, al salir de su oficina, en la carrera 7a. Instantaneamente, miles de manos, en miles de hogares colombianos dieron la vuelta al botón del aparato receptor de radio. En todas las ondas, en todas las frecuencias, se oía, grave, solemne, a veces amenazante, siempre quebrada por la emoción, la voz de los locutores que confirmaba la infausta nueva. Y luego, a través de esas ondas, el esquema verbal de la tragedia que crecía, que se ensanchaba, que progresaba apocalípticamente. A las 2 menos 5 minutos de la tarde, hora en que fallecía el líder liberal en la Clínica Central de Bogotá, se liquidaba el orden y se instauraba la anarquía. El sentimiento de la seguridad personal, de la propiedad, del honor, de la convivencia fraternal entre amigos y eventuales adversarios, el del amparo universal de la ley, el de las prerrogativas del derecho ciudadano, el de la libertad individual, desaparecían para dar paso a una inequívoca y mortal sensación de naufragio, en medio del cual cada uno adquiría la súbita convicción de que su propia vida y sus bienes y la vida y los bienes de sus amigos y de sus hijos, quedaban por fuera de toda norma antigua de respeto y de defensa. El tránsito de una forma de existencia a la forma contraria y hostil, estaba operándose, desde la calle, en medio de la sangre y del fuego, y a una velocidad incalculable.

ULTIMO TRIUNFO
El jueves 8 de abril en la noche, se celebró la audiencia pública de un viejo y discutido proceso: el seguido contra el Teniente Jesús María Cortés por haber matado en Manizales al periodista Eudoro Galarza Ossa. Fue el segundo que se le siguió por haberse declarado el primer fallo absolutorio, notoriamente injusto. El señor Gaitán defendió al militar y obtuvo por segunda vez, su absolución por unanimidad del jurado de conciencia. Concluida la diligencia, el penalista, con un reducido grupo de amigos se dirigió al restaurante "Morrocco" -Calle 23, Carreras 5a. y 7a.- con el propósito de tomar un ligero refrigerio antes de retirarse a descansar en su residencia, a donde llegó pasadas las cuatro de la madrugada del viernes nueve. No obstante el intenso trabajo, el señor Gaitán llegó a su oficina del Edificio Agustín Nieto -Carrera 7a. No. 14-35 antes de las ocho de la mañana. Estaba eufórico y su victoria profesional lo tenía satisfecho. Al mediodía, en su oficina se encontraban el médico Pedro Eliseo Cruz, el político liberal Plinio Mendoza Neira, el co-director de "Jornada" Alejandro Vallejo, y el escritor y Tesorero de Bogotá, Jorge Padilla. Gaitán repetía sus tesis sobre el honor militar y anunció el propósito de editar sus teorías.

LA HORA FATAL
La ciudad vivía la habitual agitación de fin de semana. Para el día siguiente se anunciaban varias fiestas sociales, con motivo de la IX Conferencia. Mendoza Neira invitó a Gaitán y sus amigos a almorzar. "Acepto, pero te advierto que yo cuesto caro" contestó el jefe del partido y rió alegremente. En el ascensor, mientras bajaban los tres pisos hablaron en broma y se encaminaron alegres, hacia la calle. El pequeño grupo de los cinco amigos, se dividió en dos. Adelante, tomando del brazo a Gaitán, avanzó Mendoza Neira. Detrás, iban Cruz, Padilla y Vallejo. Los primeros ganaron el andén y dieron dos pasos hacia la calle. Tres detonaciones seguidas, hechas a quemarropa, y una cuarta, un segundo después, los aturdieron. Gaitán cayó hacia atrás. Los tres impactos habían hecho blanco en él. El cuarto a nadie tocó. El reloj de San Francisco marcaba la una y cuarto de la tarde. Con el revólver humeante en la mano, el asesino retrocedió. Las gentes se aglomeraron y el médico Cruz se arrodilló para auscultar al herido. "Aún vive, vamos a una clínica", dijo. Los compañeros de Gaitán no se recobraban totalmente. El golpe había sido tan inesperado que quedaron confundidos. Apareció un taxi y en él condujeron al herido, cuya sangre formó un gran charco en el pavimento, hasta la Clínica Central situada a cinco cuadras de allí, en la Calle 12, No.4-44. Directamente fue llevado a la, mesa de operaciones. El doctor Cruz se dispuso a operar. Lo ayudaron sus colegas Yezid Trebert Orozco, Luis F.Forero Nougues, Raúl Bernett y Córdoba, Agustín Arango Sanín, Carlos M. Chaparro y Alfonso Bonilla Naar. Más tarde llegó el profesor Antonio Trías Pujol. Ante todo, una transfusión de sangre. Por las tres heridas manaba un continuo hilillo rojo. Los patios y pasillos de la Clínica se habían llenado de gentes que acudieron presurosas al enterarse de la noticia fatal. Todas las miradas reflejaban angustia, asombro, expectativa, temor. Fue preciso cerrar la puerta de entrada. El creciente rumor de las voces llegaba hasta el salón donde los galenos trabajaban y la aglomeración impedía el rápido movimiento de practicantes y enfermeras. Sobre el gran portal golpeaban puños pidiendo que se les dejara penetrar. Una lluvia menuda que luego se convirtió en violento aguacero caía sobre la ciudad. Dentro de su natural congoja, pero conservando una ejemplar serenidad, llegó doña Amparo Jaramillo de Gaitán. Respetuosa y silenciosamente se le abrió paso para que pudiera llegar hasta donde su marido luchaba con la muerte. Los minutos se deslizaban con lentitud. "Aún hay esperanzas", "Cada momento parece más grave" "El corazón decae"... eran los partes que salían de la sala donde agonizaba el caudillo. A la una y 55 minutos, cesaron los latidos del corazón. El jefe del partido liberal, había muerto.

LA AUTOPSIA
En la Clínica se hallaban ya todos los jefes liberales. El público pugnaba por penetrar, pero el edificio literalmente no podía contener una persona más. En la calle la multitud gritaba indignada. Nadie escuchaba a nadie y todos pedían venganza. El padre -Eliécer Gaitán- y los hermanos, llegaron rodeados de brazos amigos. Los médicos procedieron a realizar la autopsia de la cual fueron testigos Jorge Bejarano, Julio Ortiz Márquez, Elías Pinzón Neira, Alvaro García Herrera, Julio Enrique Santos Forero, Eudoro González de la Torre, Luis Eduardo del Castillo y el Juez Quinto Superior, Pedro Pérez Sotomayor. El resultado: tres mortales heridas de bala, en triángulo. Una en la base del cráneo y dos en los pulmones.
Después se procedió a embalsamar el cadáver. La señora Jaramillo de Gaitán y los parientes del desaparecido quedaron acompañando sus restos mortales. Al amanecer del sábado, en un jeep, fueron trasladados a la casa de Gaitán en el Barrio de La Magdalena, Calle 42, No. 15-52. Frente a la sombrería San Francisco -carrera 7 a, N° 14-37 manos piadosas habían cubierto el charco de sangre dejado por la víctima, con el tricolor nacional y con pétalos de flores. El pueblo montaba guardia en torno.

MAL CONSEJO
En las radiodifusoras se actuó con imprudencia. Fueron vehículos del mal consejo. No se oyeron sino escasas palabras de sensatez. Hablaba el odio, la destrucción, la inconsciencia que ordenó atacar las ferreterías y apoderarse de las armas, herramientas y explosivos. La gente obedeció ciegamente. Asaltó los almacenes del barrio de San Victorino y sacó dinamita, pólvora, machetes, armas de fuego, puñales, hachas, hoces, herramientas de toda clase. Y se enfrentó a la policía. Pero ésta, encabezada por los elementos que habían entrado a la Clinica Central, colocó en sus gorras escarpelas rojas y se unió a la muchedumbre.
Cuando murió el jefe liberal, Darío Echandía, Carlos Lleras y otros elementos políticos se reunieron apresuradamente en la misma clínica para hacer frente a la situación. Como el pueblo pedía un jefe, se designó a Darío Echandía y éste salió al balcón para pedir cordura, orden y serenidad.
Enfrente ardía ya el Ministerio de Gobierno que venía funcionando en la hermosa residencia -Calle 12, No. 4-65- de doña Cecilia Pombo de Cubillos.

ASALTOS Y SAQUEOS
Los jefes liberales, en medio del pueblo, bajaron por la calle doce. En la esquina de la carrera séptima se dieron cuenta de que un saqueo general estaba en marcha. El primer grito de "a Palacio", se había trocado por el de "a los almacenes". Hombres y mujeres con martillos, rompían las vitrinas de los almacenes de rancho y licores, de los cafés y restaurantes. Corrió el licor a torrentes. Hubo quienes cayeron fulminados por la acción del alcohol y durante horas y días estuvieron privados, ajenos al drama que se desarrollaba.

POR ENTRE LA BALA
Desde las ventanas del Hotel Astor -Calle 9a., Carrera 7a.- donde se alojan los periodistas extranjeros venidos a Bogotá para transmitir las informaciones de la IX Conferencia, presenciaron las escenas desarrolladas en ese sector, durante un par de días de forzosa cautividad. El ejército tomó el hotel y desde allí se disparó con intensidad. Como la drástica censura les impedía transmitir noticias y remitir fotografías, algunos volaron en aviones extranjeros y desde Balboa, en la Zona del Canal de Panamá, enviaron informaciones y fotografías que fueron publicadas en el mundo entero. El Hotel está ubicado diagonalmente a Palacio, y los periodístas distinguieron a las cinco de la tarde, una figura alta, vestida de negro saltar sobre el cadáver del asesino para llegar a la puerta de Palacio en la cual golpeó afanosamente. Largos minutos pasaron mientras se le identificó y franqueó la entrada. Como llovía a torrentes, el agua escurría de su sombrero. Era el hasta entonces Ministro de Guerra, Fabio Lozano y Lozano. Una hora más tarde, los observadores vieron aparecer por oriente, en fila india (uno detrás de otro) a los jefes liberales. Iban ganando terreno, guareciéndose de la lluvia de bala en cada portón. En la esquina, un oficial los iba reconociendo individualmente. Para cruzar la carrera séptima tuvieron que agacharse. Los proyectiles rozaban sus cabezas. Uno de ellos marchaba con notoria dificultad. Por su nevada cabellera reconocieron a don Luis Cano, director "El Espectador". Las verjas de acero se cerraron. El pequeño ascensor los llevó al cuarto piso. Así se iniciaron, en medio de la más dramática tensión nerviosa, las 17 horas de histórica conferencia.

JAQUE AL REY
El Presidente Ospina Pérez, cauteloso sereno, fue haciendo subir a su despacho a los integrantes del grupo, de tres en tres. Los últimos que fueron llamados pudieron verlo pasada ya la media noche. La entrevista se prolongó por espacio de diecisiete horas y tuvo momentos de intenso dramatismo. No deliberaba con todos, a la vez. Los hacía entrar por turnos a su "sancta sanctorum" y habló en varias ocasiones a solas con Echandía. Su excelencia se mostró tranquilo, mentalmente ágil y dueño de una cabal energía espiritual. La dignidad de su investidura no estaba, ciertamente, por encima de sus condiciones en esa hora difícil. Por intermedio de sus amigos presentes pide colaboración liberal y ofrece a Echandía el ministerio de Gobierno. Muy espaciadamente se les sirve a los visitantes café tinto, luégo hacen su aparición dos bandejas de "sandwichs" improvisados y, por fin, unos vasos muy bien dosificados de "Sello Negro". Los liberales consideran que Echandía, dada la circunstancia de estar de por medio su eventual designación para el ministerio de Gobierno, se hallaría en situación embarazosa para llevar la voz cantante. De ahí que Carlos Lleras, comisionado por sus compañeros, plantee la situación con claridad y con franqueza: El país se precipita al caos: el asesinato de Gaitán es un acto inícuo que ha enloquecido al pueblo entero, sin distinciones, y el pueblo pide justicia y quiere tomársela por su propia mano. La guerra civil es inminente y la presencia del Presidente un peligro para la paz pública. Sólo su retiro podría aplacar a las masas. El partido conservador, ni aun apoyado en la fuerza, puede contener la avalancha. El Presidente tiene en sus manos la responsabilidad de lo que seguirá ocurriendo y puede evitar la catástrofe, renunciando. Echandía, como ministro de Gobierno, asumiría el mando en tanto que llega el primer designado (Eduardo Santos) y convoca a nuevas elecciones. No se trata de presionar al mandatario ni de usurparle sus prerrogativas constitucionales, las cuales los liberales reconocen y respetan. Se trata de salvar a la república y, con ella, sus instituciones. El Presidente, desde luego, es libre para aceptar o rechazar la propuesta. Los liberales no están pidiendo nada. Ofrecen, simplemente, una fórmula, un aporte, para conjurar el peligro y sortear la situación. No es un ultimátum. Ellos no son jefes de un movimiento revolucionario sino ciudadanos de buena voluntad que hablan en su propio nombre, no como voceros de ese movimiento.

DILACIONES
Desde los grandes ventanales de vidrio del despacho del magistrado (construido por la administración Santos) se ve, en medio de la oscuridad de la noche, avanzar el incendio. La ciudad, envuelta en llamas, le da a la histórica entrevista un fondo de tragedia clásica. Los edificios arden como teas gigantescas, revestidos de un humo espeso y centelleante. El cielo muestra resplandores purpúreos, signo de la magnitud del desastre. El Presidente esquiva una respuesta definitiva. Advierte, sí, que nada hará distinto de la que él quiera. Explica que nada puede resolver sin reunir un consejo de ministros.
Cinco generales de la república llegan, entretanto, a Palacio. Son todos los que se encuentran en la ciudad. El Presidente y Echandía manifiestan que cualquier fórmula que se adopte será dentro de los principios que establece la Constitución. Los generales declaran que ellos están animados por el mismo propósito y dispuestos a acoger y respaldar las medidas que tanto el jefe del Estado como Echandía juzguen oportunas. El Presidente le dicta un poco más tarde a su secretaria un decreto por el cual se designa al teniente general Germán Ocampo ministro de Guerra.
Cerca de las 10 de la mañana, su excelencia se decide a dar una respuesta categórica. Esta se concreta a lo siguiente:
1) Su retiro, en vez de solucionar el problema, lo agravaría, desatando la violencia conservadora en los departamentos en que este partido tiene mayoría y lanzando a las guardias departamentales contra el liberalismo.
2) Ha jurado cumplir la Constitución y su deber lo obliga a permanecer al frente de su cargo.
3) No está dispuesto a aceptar, con su retiro, ninguna responsabilidad implícita en el asesinato del señor Gaitán o en los sucesos desencadenados.
4) Desea formar un gabinete de Unión Nacional, designando al señor Echandía para la cartera de Gobierno y conservando la libertad de escoger los nombres de los otros cinco ministros liberales.
Lleras Restrepo y Salazar Ferro se han mostrado propicios a la ruptura de una conversación que lleva trazas de no terminar nunca, pero Echandía le ha manifestado que se reserva el derecho de estudiar y contestar su oferta. Y así, los liberales, conocida la voluntad final del Presidente, se retiran.
Una vez en la calle, se encaminan a "El Tiempo", en donde se había concertado una reunión a fin de deliberar y tomar la determinación definitiva. El tiroteo arreciaba sin cesar y el trayecto, a pesar de la modesta escolta que se les ha facilitado, es arriesgado. El espectáculo que se abría a la vista de los jefes liberales era sencillamente aterrador. Un bombardeo no habría causado estragos tan asombrosos.

CABILDO ABIERTO
Demacrados,exhaustos por el insomnio y las tremendas emociones de las veinte horas transcurridas desde el crimen, con el sistema nervioso hecho pedazos, llegaron hasta "El Tiempo". Las aclamaciones de un grupo de gentes apostadas en las cercanías del periódico, anunciaron la presencia de Echandía y sus compañeros. La escolta se detuvo, respetuosa, a la entrada.
En las oficinas de la "Revista de América" (antigua residencia privada del ex presidente Santos, contigua al edificio de "El Tiempo") se inició la reunión. Pese a los esfuerzos de los policiales que se hallaban en el interior del edificio, de las instrucciones de los empleados y colaboradores del periódico, las oficinas se vieron literalmente colmadas de gente. Caras nuevas, caras conocidas, veteranos de la guerra de los mil días, ex funcionarios, linotipistas, elementos sindicales. Por momentos llegaba alguien dando cuenta del saqueo, de los incendios, de la rebelión, de las noticias transmitidas por la radio de Caracas, de las "bolas" y rumores que corrían veloces por la ciudad. Con todo, los huéspedes de la noche anterior habían desaparecido y había allí otros diferentes. Echandía, en medio de esta asamblea popular, puso orden al debate. Y fue pidiendo opiniones a los principales asistentes. Se analizó la situación con serenidad, en forma objetiva. El pueblo colombiano no podía ser lanzado a una masacre. El liberalismo no podía, sin dejar de serlo, solidarizarse con un movimiento subversivo, o encabezarlo. Cualquier solución debería ser hallada dentro de las vías constitucionales. No era posible esperar a que el Presidente cambiara de parecer, en tanto que avanzaba la destrucción y se precipitaba el caos. Ni era posible, tampoco, dejar al gobierno, impotente, en situación de caer victima de un golpe de fuerza que destruyera por su base su fisonomía civil y democrática.
El liberalismo estaba en el deber de prestar su concurso para evitarle a la república tamañas desventuras. Se objetó que tal decisión podría ser mal interpretada por el pueblo y que Echandia, el caudillo más popuaar del partido en este momento, y a quien todo el mundo señaló, instintivamente, como el sucesor del jefe desaparecido, se exponía a perder su vasto prestigio multitudinario y a dejar al liberalismo sin conductor visible, en circunstancias tan críticas.

EL EMISARIO
Aún proseguían las deliberaciones cuando Echandia, levantando la voz, anunció:
-Un momento. Ha surgido un hecho nuevo que debemos discutir.
Jorge Esguerra López, ex director de sanidad militar, primo hermano de Alfonso López, médico (64 años), traía un mensaje y se lo había comunicado sigilosamente. Echandía lo trasmitió a los circunstantes. El teniente general Ocampo lo invitaba a una conferencia con el objeto de encontrar pronto remedio a los sucesos. Para algunos fue presumible que el presidente Ospina Pérez deseaba, por ese medio, insistir en su deseo de solicitar la colaboración.
"Muy bien sé", dijo Echandia, "que mi aceptación ha de incidir sobre mi carrera pública. Mañana me echarán piedra en las calles. Pero eso no puede contar, no debe contar y no cuenta. Si ustedes creen que la solución es esa, yo acepto lo que ustedes digan. Y si ustedes creen que debo hablar con el general Ocampo, me voy en seguida a hablar con él ".
Se le sugirió que hablara por teléfono con el teniente general. Que le demandara el envío de una escolta que lo acompañase. Que comunicara al Presidente su aceptación del ministerio. Y todo ello, a través de los hilos del teléfono, se convirtió en inmediata realidad. En el despacho privado del señor Eduardo Santos, ya rodeado por un grupo más pequeño, sobre una hoja de papel de seda azul, el jefe del liberalismo fue describiendo, a medida que el primer magistrado se los dictaba, los nombres que había escogido para el nuevo gabinete. Los circunstantes, en silencio, trataban de leer por encima del hombro de Echandía, en torno al sencillo escritorio de nogal. Con el rostro surcado de profundas arrugas, el pelo revuelto como nunca, el auricular en la mano izquierda y la pluma fuente en la derecha, el hombre que había echado sobre sí tan incalculable responsabilidad histórica, iba contestando lentamente: "Si señor, si señor, si señor Presidente".
Y luego, aún reservó tiempo y sensatez y serenidad para prevenir al primer mandatario sobre el peligro de que en la 5a. división se produjese, con las tropas, un combate de proporciones muy graves y para solicitarle amnistía para los agentes en ella concentrados, cuyas horas habían transcurrido "con las lanzas por almohada, a la espera del alba".

DESPEDIDA
Tres oficiales vinieron para ponerse a las órdenes del nuevo ministro de Gobierno y acompañarlo. Se le facilitó un carro blindado, pero descubierto en gran parte. En él, en medio de los miembros de un ejército sin tacha, en cuyo honor se sabe que puede descansar tranquila la suerte de los conductores civiles del país, partió rumbo a Palacio, a posesionarse de su cargo Detrás los seguía un camión en el cual la tropa, apretujada, llevaba los fusiles en posición de alerta. El público, un tanto escaso por los combates callejeros, lo miraba partir, saludándolo, dando vivas al partido liberal y rogándole que se cuidara:
"¡No olvide que ahora es usted lo único que nos queda!"

LA DIRECCION LIBERAL
Se procedió de inmediato, a constituir una directiva provisional para el liberalismo, Lleras Restrepo fue escogido para presidirla y procedió a ejercer su mandato sin vacilación ni demora.
Comunicados para la radio, radiogramas a los directorios, explicaciones al partido. Y asi, sin cesar, sin reposo y sin manera de probar alimento, se fueron dictando, durante las horas del día y las primeras de la noche, las otras medidas que el liberalismo encontraba indicadas para restablecer la calma, asegurar la paz y obtener el respaldo a una política adoptada en medio de tan agitadas y graves circunstancias. Ya avanzada la noche, la nueva, dirección hubo de pasarla reclinada en las sillas y sofás de cuero que el ex presidente Santos, al adquirirlos para su elegante y severa oficina de la Calle 14, no imaginó nunca que irían a servir para dormir sobre ellos.

UNION SAGRADA
El liberalismo aceptó la fórmula de la "unión nacional", que tomaba en esas patéticas circunstancias el carácter histórico de una "unión sagrada", para salvar a la nación. Se pactaba frente a las ruinas y las cenizas de los edificios quemados y saqueados por las turbas enloquecidas, y frente al desorden y al caos. Quedaban encargados de ejercer esa unión, como ministros liberales: Darío Echandia (Gobierno), Fabio Lozano y Lozano (Justicia), Alonso Aragon Quintero (Minas), Jorge Bejarano (Higiene), Pedro Castro Monsalvo (Agricultura). Como ministros conservadores:Eduardo Zuleta Angel (Relaciones Exteriores), Luis Ignacio Andrade (Obras Públicas), José María Bernal (Hacienda), Evaristo Sourdis (Trabajo), José Vicente Dávila Tello (Correos y Telégrafos), Guillermo Salamanca (Comercio). Y en el ministerio de Guerra, un militar de gran prestigio, antiguo jefe del Estado Mayor, el teniente general Germán Ocampo. En la reorganización ministerial quedaban por fuera de la nómina conservadora dos personajes que los voceros del liberalismo consideraban indispensable fueran excluídos para aceptar la fórmula de unión del presidente Ospina: los señores Laureano Gómez, hasta entonces ministro de Relaciones Exteriores y jefe del conservatismo, y José Antonio Montalvo, también hasta ese momento ministro de Justicia y ex ministro de Gobierno.
De esta manera se iniciaba el primer acto político de gobierno frente a la anarquía en que desde hacía 21 horas se encontraba sumida la República.

A LA CARGA
Atribuido a Alberto Lleras
Ante el caos de los sectores liberales que no están afiliados a su movimiento, Jorge Eliécer Gaitán, el "caudillo moreno", de 43 años (dato oficial), sonrie desdeñosamente, como lo hace cada vez que la suerte lo favorece. Porque para él todo estaba previsto. Su pensamiento habitual, ahora, en los últimos dos años, es el de que las cosas andan de una manera que nadie, salvo él mismo sospecha. "Aquí hay algo muchó más hondo, pero no lo quieren ver". Ese algo es su política, y su movimiento. Sólo que su movimiento es muy complejo, y en él, como en los manicomios, no están todos los que son, ni son todos los que están. En los últimos tiempos ha habido unas corrientes de inmigración y de emigración que alterarían sustancialmente cualquier censo. Gaitán toma nota de las entradas. Se oculta a sí mismo las salidas. Y sigue girando cheques sobre su prestigio, sin ningún temor al saldo rojo. Ahora espera a que el producto de la disolución liberal le caiga en las manos. Y ve con desconfianza a todos los que le ofrecen ayuda para recibirlo.
Desde temprano ya está en su oficina en un viejo y medio destartalado edificio de la carrera 7a, a cincuenta pasos de San Francisco. En un saloncillo despacha la secretaria, rodeada de libros bien empastados y de fotografías de estatuas, cuadros y ruinas romanas. Adentro hay más libros, más fotografias, y el señor Gaitán.
Entre los dos, un muchacho establece la comunicación. Gaitán recibe varias docenas de personas al día. El movimiento exige ese trabajo. A ratos contesta cartas y telegramas. Pero los telegramas están destinados, especialmente a impresionar al público, y se amontonan por todas partes. "Aquí están, todavía sin abrir", dice Gaitán cada vez que se presenta la oportunidad de un plebiscito. En las oficinas del movimiento hay también un secretario general contestando, agitando estimulando. Pero Gaitán en la vidá ordinaria, un segundo antes de levantar el brazo ante un grupo de manifestantes y dos segundos después, no es la tempestad, sino un hombre cauteloso, a quien los innumerables tropiezos que ha tenido en su carrera política han vuelto desconfiado prudente y ladino. Por eso los miembros del movimiento que lo visitan a diario para saber qué deben pensar o decir, se van sin saber nada envueltos en sugerencias, en frasés truncas, en aplazamientos, en reticencias.

UN HOMBRE BUSCA SU DESTINO
En la tribuna, Gaitán da la impresión del arrojo demente. En su su vida ordinaria ha sido metódico paciente, ordenado. No había terminado sus estudios y ya ejercía la profesión de criminalista, conservando cuidadosamente las ganancias. Por eso no le fue difícil emprender viaje a Europa a especializarse en la Uníversidad de Roma, lo que en su tiempo era una ambición insatisfecha, aun para los jóvenes más acaudalados de Santa Clara. En política no fue perseguido, ni hostilizado. Llegó a la Cámara al borde de la edad constitucional para ser elegido. Las oligarquías lo han arrullado en su seno.

ORIGEN DEL MOVIMIENTO
Muchas veces Gaitán ha sufrido descalabros, originados en él mismo, y se ha dedicado en esos intervalos furiosamente á recuperar el lucró cesante de sús intervenciones políticas. Así estaba cuando en octubre de 1943 fue llamado a integrar la Dirección Liberal y dos días después el Ministerio de Trabajo, nombradó por López. Comenzó inmediatamente una campaña personal de reconquista del elemento obrero, y recorrió casi todo el país, como lo había hecho cuando fue ministro de Educación. Bajó por el Rio Magdalena dando exclamaciones de cólera contra la miseria de los ribereños, contra los parásitos intestinales, contra la malaria, contra las inundaciones. Se reconcilió con los choferes, que habían sido su ave negra desde que quiso uniformarlos, en Bogotá, como Alcalde y lo derribaron. Se oponía enérgicamente al retiro de López. Ya era Echandía Presidente, y cuando iba a disputarse la silla vacante por la probable renuncia de López, salió Gaitán del Ministerio para lanzar su candidatura. Grandes cartelones cubrieron el país con el orador, el brazo en alto, el gesto duro y agresivo. Comenzó a hablar de las oligarquías, contra Carlos Lleras. Después le agregó la "restauración moral de la República" a su campaña. Y al final, cuando sólo él persistía, tercamente, en la lucha, apareció Turbay a disputarle el campo. Con lo que sus partidarios fueron creciendo, como la espuma. Esto le dio más vigor. Se hizo más tajante y agresivo. El conservatismo coreaba sus campañas. Nadie lo pudo detener, ya, cuando logro hacer una concentración sin precedentes en la Plaza de Toros de San Diego. Sin embargo él fue el primer sorprendido con el resultado electoral, que nunca creyó tan voluminoso. Turbay, al abandonar la lucha, después de la derrota, le abrió la perspectiva de ser jefe de todo el liberalismo. Pero su fuerza se desvió hacia una colecta para organizar un periódico, con la idea de que habria "500.000 liberales de a peso" .
Gaitán quiere destruir "El Tiempo", por métodos normales,