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¿COLOMBIA EN UNA ENCRUCIJADA?

PIERRE GHILODES

14 de junio de 1982

Todos los días, cuando llega a su oficina situada en un tranquilo edificio de la rue de la Chevreuse, el portero pone en sus manos varios kilos de publicaciones colombianas: todos los diarios, todas los semanarios, desde "Cromos" hasta "Voz Proletaria", folletos del Dane y Anales del Congreso. Pierre Ghilodés es quizás el francés mejor informado sobre Colombia. Catedrático en el Instituto de Altos Estudios de América Latina, hace veinte años que estudia día a día nuestro país. Hace veinte años que, con la pasión de un filatelista, clasifica y analiza toda suerte de informes acerca de la política y de la economía colombianas.
Este profesor discreto, de 50 años, cabellos grises y agudos ojos claros, casado con colombiana ("chaparraluna", precisa él) padre de dos hijos que son absolutamente bilingues; este francés que toma mazamorra y peto adora las hormigas santandereanas, conoce Colombia palmo a palmo, desde las húmedas selvas del trapecio amazónico, hasta los arenales de la Guajira. Ha recorrido el país varias veces, en jeep. Puede hablar con toda propiedad de las zonas cafeteras del Quindío, de los campesinos del Valle de Tenza o de María la Baja.
El resultado de estos estudios ha sido hasta el momento dos libros. Uno de 543 páginas, publicado en 1974, que se titula "Política y Violencia. La cuestión agraria en Colombia" donde además de analizar con todos sus matices las diversas tendencias ideológicas existentes dentro de los partidos, llega hasta enumerar las propiedades rurales de cada congresista. El otro libro es "Colombia, la tierra y el hombre".
¿Que piensa un observador tan agudo de Colombia de nuestra actual situación política? ¿Cómo ve nuestro porvenir inmediato? ¿Está Colombia en una encrucijada?
SEMANA entrevistó en París a Pierre Ghilodés. He aquí sus puntos de vista.

SEMANA. ¿ Por qué afirma que el bipartidismo ha sido, en el siglo XX, el freno más importante al cambio social en Colombia?
P.G. Yo diría, hoy, que no es tanto el bipartidismo cuanto el hecho de que el sistema de partidos no se haya dirigido a la conformación de partidos modernos y que los partidos tradicionales colombianos sean aún los partidos del siglo XIX.
Las grandes diferencias que tuvieron en el pasado, la cuestión religiosa o la federal no tienen hoy la misma importancia. Las fronteras ideológicas de los partidos se han ido borrando.
La urbanización y el alejamiento de la Iglesia católica de las formas políticas primarias han contribuido a debilitar al partido conservador. Pero además, lo que ha dado en llamarse el Alvarismo, por una parte, y el Ospino-Pastranismo, por otra, -aun cuando los términos sean demasiado personalizados- muestra bien que no hay uno sino dos partidos conservadores.
S. ¿Cómo los caracterizaría usted?
P.G. El Ospino-Pastranismo sería el partido conservador moderado con fuerte base regional -antioqueña por ejemplo- y vínculos con la iglesia; su doctrina social principalmente. El Alvarismo, en cambio, es más heterogéneo: el latifundista de la costa y el empleado de la capital conviven en este partido de raigambre más autoritaria.
Belisario Betancur y lo que representa, son como derivaciones de ambas agrupaciones.
Ahora bien, la ficción de la unidad conservadora es necesaria al partido liberal tanto para movilizar a sus seguidores como para mantener su propia unidad. Sin esta ficción, él mismo se dividiría. Esto es la médula del bipartidismo.
S. A pesar del debilitamiento del partido conservador, que usted anota, los dos partidos parecen tener un peso similar en la vida política del país. ¿Cómo lo explica?
P.G. Yo creo que los conservadores han encontrado una solución un tanto preocupante: hacer de las fuerzas armadas una base de equilibrio a su propia debilidad política. El partido conservador usa -no digo que manipule- el ideario y ciertos valores de las fuerzas armadas (orden, mantenimiento del orden, jerarquía, disciplina) buscando equilibrar la supremacía política de los liberales. De ahí que los militares intervengan cada vez más en tal o cual sector e inclusive en el gabinete.
S. ¿No ve en los dos partidos tradicionales tentativa de renovación?
P.G. Sí, en la medida en que los dos partidos están atravesando graves problemas: falta de autenticidad, falta de adecuación de sus ideas. La propuesta que surge hoy, por ejemplo, de varios sectores liberales, de hacer del liberalismo una social democracia muestra que también el partido liberal está agotado ideológicamente y que necesita sangre nueva, ideas nuevas y masas propias de este fín de siglo. Pero lo mismo ocurre con el partido conservador. el Dr. Belisario Betancur está trayendo el partido hacia las zonas anchas de la democracia cristiana latinoamericana.
Hay pues esfuerzos de renovación y mi crítica no era tanto el bipartidismo, en sí, sino de un bipartidismo a la antigua; de un bipartidismo de dos partidos superados.
S. Usted había, sin embargo, asegurado, que el bipartidismo hipotecaba el porvenir del país.
P.G. Es verdad que el bipartidismo es forzosamente excluyente. Los partidos colombianos son partidos "cógelo-todo" y absorben todas las disidencias que pueden aparecer. Absorbieron el Gaitanismo y el MRL, están absorbiendo al movimiento Firmes y mañana podrán absorber otras fuerzas que aparecen hoy con las armas en la mano.
S.¿Considera usted necesarias otras opciones distintas al bipartidismo?
P.G. Posiblemente, pero yo no les veo salida constitucional. Fíjese que hace 10 años, el movimiento del Anapismo aparecía como una posibilidad de ruptura. El mismo Dr. Belisario Betancur constituía una opción diferente...
S. Constituía, dice usted.
P.G. Sí, porque hoy ya no estoy seguro. El Dr. Belisario Betancur tiene un gran prestigio y representa una gran fuerza electoral pero los esfuerzos por conquistar el poder le han impuesto serias hipotecas y concesiones y es de temer que cuando llegue a la presidencia, si llega, pierda de vista las aspiraciones por las que fue elegido. Eso ocurre a muchos políticos en Colombia.
Las alternativas al bipartidismo consolidarían otras fuerzas que hoy son puramente testimoniales. Fuerzas que representan corrientes de opinión estimables pero que, por el mismo sistema, no son caudales electorales; lo que explica que, a veces, se expresen por vías anticonstitucionales.
S. ¿Cómo, en su concepto, ha incidido en el país la aparición de un pujante sistema financiero?
P.G. Lo primero que comprueba es que este fenómeno ha producido un cambio en la fisonomía política del país. El sector financiero ya no participa de las pugnas tradicionales entre los exportadores que son libre-cambistas y los industriales que son proteccionistas sino que tienen sus propios manejos, y, sobre todo, están por encima de los partidos tradicionales.
Otras incidencias podrían ser señaladas si se estudiara lo que realmente quiso ser la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (ANlF). Algunos de sus fines fueron de tipo económico: La competencia a Fedecafé, por ejemplo, o la canalización de los recursos de la ventanilla siniestra de la economía colombiana, pues los sectores financieros están asustados de ver que ésos recursos se van por canales incontrolados.
Pero yo creo que también hay proyectos políticos que la actual campaña presidencial me ha permitido conocer mejor. El sector financiero está formando un personal político distinto que piensa en un sistema de partidos modernos. Yo diría, en definitiva, que este sector busca la modernización de las estructuras políticas colombianas. En su caso se trata, naturalmente, de una renovación necesaria para conservar o consolidar sus posiciones.
S. En la situación actual del país ¿Cuáles el papel de las fuerzas armadas?
P.G. Ya le dije que las fuerzas armadas contribuyen a que el partido conservador mantenga una situación de equilibrio frente al partido liberal.
Ahora bien, yo compruebo que el ejército, no necesariamente de manera pública, da su opinión sobre muchos problemas nacionales, importantes o no.
Este hecho me parece preocupante en un país en donde los civiles se mantienen al márgen de la vida del ejército. No ocurre en Colombia lo que es corriente en otras partes en donde el Congreso discute la política de defensa, las compras de armas y los ascensos que no son siempre automáticos. Las aprobaciones o los rechazos se llevan a cabo públicamente.

S. ¿No le parece que la reserva que caracteriza siempre los problemas de defensa, podría explicar, en parte, esta situación?
P.G. Hay cosas, en efecto, que se comprenderían dentro del secreto de defensa. Pero ¿por qué el secreto de defensa impediría una discusión sobre los problemas de la política de defensa? ¿Quién sabe en Colombia cuál es la doctrina de defensa?
Esos temas no hacen parte de la discusión política y yo creo que es nocivo hasta para el propio ejército. Si las fuerzas armadas buscan una determinada adhesión a una política de defensa, sea cual fuere, necesitarían darla a conocer para poder ser discutida públicamente. Discusiones que, por lo demás, podrían manejarse dentro de los cauces constitucionales.
S. Usted ha dicho que las fuerzas armadas participan en muchas esferas de la vida nacional ¿Juzga usted excesiva esta participación?
P.G. Habría que verlo detenidamente. Yo creo que esta acción resulta, en todo caso, de una clara ausencia o carencia de las autoridades civiles.
En el fondo, el problema viene de la misma restructuración del aparato de Estado que en Colombia es demasiado lenta. En muchas partes, el Estado no llega con sus servicios normales. Los municipios y los departamentos no son estructurados a medida que la población crece. Y la única fuerza que se ve llegar es el Ejército.
Sus intervenciones pueden resultar desagradables cuando se trata del orden público pero bienvenidas cuando se inaugura una carretera pues es el único organismo del Estado que tiene una presencia efectiva sobre el territorio nacional. Los demás organismos (sanitarios, escolares, etc.) se quedan en las ciudades.
S. Usted afirma que el ejército colombiano recibió, en 1978, 45% de los créditos de la ayuda americana destinada a América Latina, y 42% en 1979. ¿Cómo explica usted una tal importancia de la ayuda militar americana a Colombia?
P.G. Esas estadísticas aparecen en una revista (Latinoamerican Weekly Report) publicada en Londres y que cita las cifras del mismo Congreso Americano.
Colombia, ha sido, en efecto, uno de los mayores receptores de la ayuda de los Estados Unidos durante los últimos 20 años. Yo diría que este interés es obvio, para ellos, por la situación en el campo colombiano o, a veces, de orden público que les hace temer por la estabilidad del país.
Colombia es un país importante por su cercanía al canal de Panamá, al petróleo venezolano; por su posición clave entre dos mares y por ser, ya casi, el tercer Estado latinoamericano en número de habitantes.
S. A propósito de estabilidad o inestabilidad del país. ¿Cómo definiría usted las guerrillas en Colombia?
P.G. Como extranjero respetuoso de las leyes de Colombia, no quiero discutir de las ideologías de esos grupos armados. Leyendo los partes militares, lo que me llama la atención es que las guerrillas prosperan o se mantienen en regiones en donde los campesinos las acogen bien o, por lo menos, no las rechazan. Eso explica los repetidos esfuerzos del Banco Mundial o del Banco Interamericano de Desarrollo para quitarles piso campesino a las guerrillas.
S. ¿Es para usted un problema insoluble?
P.G. En absoluto. Para mí es un problema que depende de la Reforma Agraria y de la estructuración de los servicios normales de un Estado que, como ya le dije, no ha llegado al campo.
Yo no creo, que sea, desde luego, un problema de represión o de militarización de las comarcas. Es un problema de reformas y de un clima de libertad pública, porque una cosa son las libertades en Bogotá y otra en el campo, en donde la intolerancia es grande.
S. ¿Las guerrillas son para usted un fenómeno de orígen internacional o simplemente un producto de la coyuntura nacional?
P.G. Fundamentalmente nacional. Claro que tiene sus ribetes, sus influencias y que los acontecimientos de Nicaragua o El Salvador, por ejemplo, repercuten sobre esos movimientos. Pero el piso de las guerrillas es basicamente local.
Puede, desde luego, haber una identificación entre tal o cual líder con fuerzas de otros países, pero eso es un fenómeno natural que siempre ha existido. En ese sentido el liberalismo y el conservatismo podrían verse como fuerzas internacionales.
S. Usted ha hecho referencia a la Reforma Agraria. Considera que Colombia está bloqueada por el problema agrario?
P.G. Yo creo que la Reforma Agraria es una condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo de Colombia. Cualquier Reforma Agraria fracasaría si no se situara dentro de un plan de desarrollo que buscara sus equilibrios entre el desarrollo industrial y la domesticación de la efervescencia que se manifiesta en el sector financiero que debería servir de base de apoyo a estas reformas.
Ahora bien, lo que ha sucedido con los planes de Reforma Agraria de los años 60 y 70 es que se han basado, en el fondo sobre la misma idea: Consolidar una capa intermedia de campesinos, surgidos del montón, fortaleciéndolos económica y técnicamente de manera de encontrar una base de sustentación económica (producción de víveres para una población en vía de rápido crecimiento) y de estabilidad política.
Hoy el problema agrario se ha ido regionalizando. A grandes rasgos, yo diría que la Costa Atlántica; las tierras Altas (Santander, Boyacá y Cundinamarca) así como el Sur (Meta, Putumayo, Caquetá) sin olvidar la zona del café, necesitarían soluciones propias. Algunas de las cuales han comenzado a ser aplicadas.
De todas maneras yo creo que en los años 80, con la crisis económica en la que está envuelto el mundo y que acaba de golpear fuertemente a América Latina, la Reforma Agraria va a seguir siendo tema aun cuando los políticos no la pongan en primer plano en este momento.
S. En sus estudios usted plantea el problema del regionalismo en Colombia. ¿ Hoy usted lo vería como un freno o como un motor del desarrollo?
P.G. El fuerte regionalismo colombiano -que no es excepcional en América Latina- corresponde a la formación incompleta del país.
El regionalismo puede ayudar a multiplicar los feudos para caciques y líderes locales o permitir, al contrario, la expresión de las regiones con sus estilos de vida, sus ritmos de desarrollo, sus peculiaridades y sus idiosincracias que por ser tan diferentes hay que respetar y favorecer. El regionalismo bien comprendido no sólo no había correr ningún peligro a la unidad del país sino que sería un motor del desarrollo. Vale la pena recordar al respecto que cuando Colombia quiso formar un Estado centralizado, cuya necesidad era objetiva por razones de tipo económico, perdió Panamá y por poco ocurre lo mismo con el Cauca y la Costa Atlántica. Todo depende, en definitiva, de la volutnad y de la capacidad del poder central.
S. ¿Se puede decir que hay hoy en Colombia una real separación entre la Iglesia y el Estado?
P.G. Yo creo haberle dicho que la Iglesia ha dejado de ser la fuerza de apoyo de un partido. Naturalmente que es una fuerza que interviene en determinados aspectos moralizadores de la sociedad colombiana pero en el mismo abanico del episcopado y, más aún, de los sacerdotes, hay una serie de opiniones muy contrastadas.
La Iglesia como institución ha encontrado su sitio aun cuando haya de vez en cuando un cura o un obispo que conserven los antiguos modales.
Lo que es necesario tener en cuenta es que las propias instituciones colombianas habían fortalecido el control social de la Iglesia. Ahora, con las revisiones del concordato, la evolución interna de la Iglesia, la laicización de la vida política las relaciones van a evolucionar, yo creo, a un ritmo normal, tranquilo y sin crisis traumáticas.
S. En 1974, usted escribió que Colombia se encontraba en una encrucijada peligrosa. ¿Es todavía su parecer?
P.G. En Europa nosotros vemos las sociedades interamericanas a punto de reventar. Colombia tiene muchas posibilidades que le permiten evitar ese hecho. La fragmentación del país impide que los problemas regionales se extiendan al resto del país; las mismas capitales regionales son verdaderos polos de equilibrio; a lo cual yo agregaría la capacidad productiva del país, la ampliación de la frontera agrícola, la posibilidad de diversificar las exportaciones o de manejar la urbanización de ciudades tan difíciles como Bogotá.
Estos factores de estabilidad equilibran los problemas que nacen del problema agrario o de la destrucción del tejido industrial del país y que revelan las guerrillas, los paros cívicos o el abstencionismo electoral.
S. ¿Podría bosquejar algunas orientaciones que, según usted, se deberían seguir para afrontar los retos de esta década?
P.G. Es la única pregunta que no voy a responder. Mis declaraciones las he hecho basado en lo que he podido observar. Pero el respeto que le debo a Colombia me impide formular orientaciones de cualquier tipo.
Lo único que podría desear como amigo y casi hijo adoptivo de Colombia es que se diera más pan y más techo a los colombianos. Que tengan libertad de expresión y autenticidad para hablar y opinar. Y que no sean opiniones en pleno desierto.
La participación no se puede reducir a votar. Ahora, es indudable que la libertad que tienen los colombianos al respecto es muy importante sobre todo cuando uno ha pasado por países que niegan ese derecho elemental.
Pero esa libertad no debería reducirse a un simple derecho de ratificar una decisión tomada antes y en otro sitio. Los colombianos por ser emprendedores y audaces intelectualmente, se encargarán del resto.