Home

Enfoque

Artículo

HERNANDO DURAN DUSSAN

ALFONSO LOPEZ MICHELSEN
12 de octubre de 1998

Hernando Duran Dussun fue un hombre de carácter recio. En los tiempos que corren, cuando las voluntades se doblegan con relativa facilidad, Durán Dussán constituía una excepción. El recuerdo que de él guardamos sus contemporáneos es el de un hombre que no se plegaba ante las circunstancias, por adversas que fueran.
Lo conocí cuando me desempeñaba como profesor de derecho constitucional en la Universidad Nacional y él se iniciaba en el estudio de la jurisprudencia, con la consagración que ponía en todos sus actos. Pronto se inició en la política como militante del Partido Liberal y su oposición a los gobiernos conservadores lo llevó a verse comprometido con una resistencia a la dictadura tan caracterizada como la de los Llanos Orientales, en donde prendió la lucha armada con jefes tan aguerridos como Cheíto Velásquez, Guadalupe Salcedo, Dumar Aljure, los hermanos Bautista, los hermanos Parra, los Fonseca, y otros de comparable valentía.
Milagrosamente escapó a los agentes del gobierno que trataban de detenerlo, asilándose en la embajada de Chile, y, por años, sobrevivió, primero, en Europa y, luego, en Estados Unidos, recurriendo a los más disímiles oficios, desde el trabajo manual hasta la venta de seguros, en un peregrinaje que nos recordaba al general Obando, exiliado en el Perú y en Chile, cultivando frutos y hortalizas, con cuya venta sostenía a su familia. Fue, a la vez, una experiencia dolorosa, pero con un fecundo aprendizaje sobre el entorno internacional y el empleo en los países industrializados. De regreso a Colombia se entregó de lleno al servicio publico y fue, mientras duró el M.R.L., el más acérrimo enemigo de nuestro Movimiento y el más caracterizado enemigo personal de quien estas líneas escribe. Las votaciones en el Meta se ganaban o se perdían por un estrecho margen dentro de la institución, de lo que calificábamos como "fondos podridos", porque se permitía que quien ganara en las elecciones para Senado se llevara la totalidad de la lista sin aplicar el cuociente electoral que solamente se ponía en práctica en los departamentos con mayor densidad demográfica. A tales extremos se llegó en este enfrentamiento que, si mal no recuerdo, se rompieron nuestras relaciones personales que nunca, hasta entonces, habían sido muy estrechas.
Al expirar el Frente Nacional y con el transcurso del tiempo nos fuimos aproximando hasta reanudar la antigua vinculación en provecho recíproco, pero, sobre todo, en beneficio del partido, cuando se restableció la competencia entre liberales y conservadores, neutralizada durante 16 años por la práctica de la paridad y de la alternación. De adversario implacable, en ocasiones virulento, pasó a ser el primer Ministro de Educación de mi gobierno, para sorpresa de quienes consideraban que nuestra confrontación no nos permitiría reconciliarnos. A las pocas semanas de su posesión como Ministro, murió su señora esposa afectando de tal manera su estado de ánimo y su propia salud, que decidió, en sus momentos de confusión y de pesar, hacer dejación de su cargo, pero la estimación que yo le profesaba, aun en las épocas de nuestro distanciamiento, me indujo a insistirle para que permaneciera en su cargo, en el seno de un gabinete en donde se reconocía su competencia en materias económicas, jurídicas, culturales y políticas. No en vano había sido Ministro de Hacienda y Ministro de Minas y Petróleos, a la par con embajadas, como la de París, en donde perfeccionó sus conocimientos. Era una curiosa amalgama del hombre práctico, el ganadero y el agricultor exitoso y el asiduo lector en varios idiomas de los más arduos textos del derecho, de la economía y de la crítica literaria.
Su labor al frente del Ministerio de Educación fue extraordinaria, cuantitativa y cualitativamente, porque al colocar la doble jornada en los establecimientos docentes, duplicó el número de educandos en guarismos que bien vale la pena reconsiderar.
El preescolar, en 1974, era de 84.705 alumnos. Ya, para 1978, era de 124.993. En básica primaria se pasó de 3.791.543 a 4.291.502 alumnos, en básica secundaria y media vocacional, de 1.284.347 a 1.757.699 alumnos y en la superior de 148.613 a 242.130 alumnos.
El número de profesores de primaria y secundaria a cargo de la Nación aumentó en 43.528 plazas, lo cual le permitió al senador Pardo Parra criticar mi administración por el crecimiento burocrático, omitiendo el hecho de que se trataba de plazas para profesores. Todo esto se hizo con superávit fiscal, después de haber cubierto un faltante de 960 millones de pesos a que ascendía la deuda en 1974 y haberse decretado reajustes salariales de 870 millones de pesos en 1975 y del 20 por ciento entre 1977 y 1978.
Estuvo retirado de la vida pública durante algunos meses, pero al iniciarse la administración Turbay Ayala fue llamado a desempeñar la Alcaldía del Distrito Especial, con tal lujo de ejecutorias que un gran sector del partido comenzó a considerarlo como el posible candidato liberal a la Presidencia de la República en un no muy distante futuro.
En su condición de burgomaestre del Distrito Especial brilló por la doble condición de hombre de pensamiento y de acción, gracias a los puentes se consiguieron soluciones al tráfico que comunica los extremos de la ciudad capital. Estas fueron obras de su gobierno, pero, por sobre todo, los ambiciosos proyectos de ampliación de los servicios públicos, fueron concebidos e iniciados durante su alcaldía. Cabe anotar de qué manera contribuyó a la generación de energía eléctrica para Bogotá, primero, con la represa de Mesitas y, más tarde, con el ambicioso proyecto del Guavio, concebido para sustraernos de la dependencia de las Empresas Públicas de Medellín, dentro del concepto de que se podían generar 1.000.000 de kilovatios, que más tarde se podían ampliar a 1.600.000, ensanchando la represa y aumentando el número de turbinas, para lo cual se dispone del correspondiente espacio en el cuarto de máquinas, y se podría aprovechar el caudal de las aguas a través de los túneles actuales.
Por haber tenido la oportunidad de estudiar de cerca la historia del Guavio, salpicada de múltiples escándalos, puedo brindar testimonio de que mientras la iniciación del proyecto estuvo bajo el control del ex alcalde Durán Dussán, no solamente no se presentaron negociados de ninguna clase sino que, con espíritu de previsión, dejó sentadas las bases para evitar que en la adquisición de los predios se presentaran abusos en cuanto a su avalúo, como ocurrió bajo las administraciones que lo sucedieron. Fue un doble juego diabólico en el que algunos avivatos adquirieron a ínfimos precios las posesiones de los campesinos para venderlas luego con pingües utilidades. Las Empresas Unidas de Energía Eléctrica, endeudadas en dólares, desde antes de haber realizado la adquisición de los terrenos por donde se iba a construir la represa, tuvieron que escoger entre el mal menor y el peor, o sea, pagar lo que se les pedía por quienes monopolizaron las tierras, ya que la expropiación tomaría años, o dejar correr los intereses y la depreciación de la moneda sin aprovechar en forma alguna los créditos internacionales ya contraídos y destinados a la construcción de la obra. Nada de esto tuvo que ver con Durán Dussán. El texto de la indagatoria a que fue sometido el ex alcalde es una pieza jurídica admirable, máxime cuando la leyenda sobre los plazos y los costos de la represa del Guavio ni se extinguen ni se olvidan.
La culminación de la carrera de Durán Dussán hubiera sido sin duda alguna la Presidencia de la República. Las grandes mayorías liberales oficialistas lo señalaban como el candidato que debía enfrentarse a Luis Carlos Galán, recientemente reincorporado a las filas liberales. El vil asesinato de que fue objeto Galán tronchó la posibilidad de un enfrentamiento entre el veterano conductor oficialista y el jefe del extinto Nuevo Liberalismo en condiciones en que hubiera sido muy difícil para Galán hacerle frente a una figura nacional tan arraigada como la de su contendor. César Gaviria, por el contrario, en su condición de jefe de debate de la candidatura Galán, contaba no solamente con la adhesión de los galanistas sino con gran parte del liberalismo del occidente colombiano. El jefe único del liberalismo, el doctor Julio César Turbay, impuso una consulta en la que ganó el doctor Gaviria, a costa de la candidatura Durán, frente a un electorado estremecido por el horrendo magnicidio, al que se sumaba el voto de ciertos conservadores que miraban con malos ojos una eventual presidencia de quien pasaba por ser un sectario irreductible. Fue la mayor decepción en la vida de Durán Dussán, quien siempre consideró inequitativa la consulta a raíz de la muerte del doctor Galán. Ya, en el camino del cementerio, antes de que el galanismo acogiera el nombre del doctor Gaviria, la multitud en la Plaza de Bolívar repetía en coro: "Los votos de Galán no serán para Durán". Fueron para el presidente Gaviria, quien lo distinguió con la embajada ante la Santa Sede, pese a su total abstención en las elecciones presidenciales que tuvieron ocurrencia después de la consulta.
Se retiró definitivamente de la vida pública y sufrió en lo más íntimo de su ser la forzada ausencia de Matupa, su finca vecina de San Martín, en donde confiaba pasar sus últimos días. Murío soñando en el porvenir de Colombia y del Meta, como promotor del cultivo de palma africana, el principal renglón de exportación de Malasia. Días antes de su partida hacia el extremo Oriente se paseaba por las cifras inimaginables de lo que podría ser el cultivo de la planta oleaginosa en los años por venir. Su yerno, el doctor Arturo Infante, nuestro embajador en Kuala Lumpur, lo mantenía al tanto del cultivo de la oleaginosa que tanto ha enriquecido al país asiático. Debía regresar cargado de datos sugestivos sobre las posibilidades económicas que ya vislumbraba para su patria; pero para quienes lo acompañamos en su sueño nos duele profundamente su regreso en un ataúd tallado en la madera de algún árbol tropical de los que crecen en Malasia.