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QUÉ PASÓ CON

Luis Alfonso Marroquín

El director técnico que demostró que una selección de fútbol de Colombia podía ganar partidos, tener estrellas y un estilo propio, como ocurrió en el Suramericano Juvenil de 1985, empezó como la mayoría de los futbolistas del país: jugando pelota en la calle.

22 de enero de 2011

El director técnico que demostró que una selección de fútbol de Colombia podía ganar partidos, tener estrellas y un estilo propio, como ocurrió en el Suramericano Juvenil de 1985, empezó como la mayoría de los futbolistas del país: jugando pelota en la calle. Luis Alfonso Marroquín nació el 19 de enero de 1948 en Bello. Tras jugar en los equipos del Liceo de la Universidad de Antioquia y la Liga Antioqueña, entre otros, en 1968 saltó de jugador a director técnico tras lesionarse una rodilla. Asumió “desde la pura experiencia” las riendas del onceno de los Ferrocarriles de Antioquia, y le gustó tanto ser director técnico que estudió en el Colegio de Entrenadores de Antioquia. Comenzó muy pronto a trabajar como director de las selecciones antioqueñas y, a finales de 1983, después de ser asistente en la selección de mayores, se fue cuatro meses a Brasil a aprender del fútbol de ese país. A su regreso dirigió el equipo nacional que obtuvo el tercer lugar en el Suramericano de 1985, y ese mismo año dirigió el equipo que participó en el Mundial Sub-20 de Rusia. Pero cuando regresó a Colombia, ni Coldeportes ni la Federación de Fútbol le ofrecieron trabajo, así que optó por formar una escuela de fútbol en Medellín que funcionó hasta 2009, cuando las reformas de la Unidad Deportiva de Belén, donde tenía su sede, le impidieron seguir. Marroquín, considerado una de las personas que más saben de fútbol en Colombia, sufrió una depresión por el cierre de su escuela. Hoy colabora con un programa radial en Medellín mientras espera ofertas para reanudar sus proyectos. Su deseo es ver a Colombia como campeón en la Copa Mundial Sub-20 este año y escribir sus experiencias y conocimientos porque, como él dice, no quiere ser “un hombre sabio en el cementerio”.