Home

Enfoque

Artículo

¡Mucho avión!

25 de julio de 2009

Larry Proctor no era más que un simple comerciante de alimentos de Colorado (Estados Unidos), hasta cuando viajó a México en 1994 y se le ocurrió la ‘genial’ idea de patentar el tradicional fríjol amarillo. Desde ese momento se convirtió en el protagonista de uno de los casos más sonados de biopiratería que, al parecer, acaba de terminar hace un par de semanas cuando la Corte de Apelaciones del Circuito Federal de Estados Unidos ratificó un fallo que en 2008 le había revocado el insólito privilegio.
 
Desde 1999, cuando el ávido comerciante obtuvo la patente, el Centro Internacional de Agricultura Tropical (Ciat), con sede en Palmira, fue uno de los que abanderaron la defensa de los intereses de los agricultores y campesinos latinoamericanos, al refutar punto por punto los argumentos de Proctor, según los cuales, él era el inventor de un fríjol que tiene una centenaria tradición de consumo en México y Perú. En los 10 años que lleva el pleito, los abogados de Proctor pretendieron cobrar 0,6 centavos de dólar por cada libra del grano que se vendiera en ese país.
 
A pesar de que Proctor tiene todavía una instancia en la Corte Suprema, Daniel Debouck, científico del Ciat en Palmira, le dijo a SEMANA que no cree que la Corte falle en un aberrante caso que atenta contra millones de campesinos y los fitomejoradores que ya lo han trabajado. “Se ha sentado un precedente favorable en la discusión de si en una sociedad es posible obtener patentes por un alimento que fue creado por la naturaleza”, puntualizó Debouck.