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NADIE TIENE EL MONOPOLIO DE LA PAZ

Andrés Pastrana habla de su abuelo y de su padre, de los narcocasetes y de las propuestas de paz,y responde a las críticas que le hace Horacio Serpa.

27 de abril de 1998

De todos los candidatos a la Presidencia Andrés Pastrana es tal vez el único que lleva la política en la sangre como un legado de varias generaciones. Herencia de vivo color azul si uno recuerda que su abuelo paterno, Misael Pastrana Pastrana, representante ala Cámara y luego senador, fue un importante dirigente conservador del Huila. O si se toma en cuenta que su padre, Misael Pastrana Borrero, luego de haber sido uno de los más jóvenes presidentes de Colombia, mantuvo, hasta el crepúsculo de su vida, una tranquila y soberana autoridad de monarca sobre el Partido Conservador.
Pero herencia de tinte rojo también. Liberales eran, en la familia paterna, los Borrero y los Perdomo. Y liberal, por la línea de su madre, era el famoso abuelo de Andrés, Carlos Arango Vélez, un caudillo y tribuno de espléndida y arrogante elocuencia, que fue candidato presidencial en 1942 con el apoyo de Jorge Eliécer Gaitán y de Laureano Gómez.
De ese abuelo, que fascinó su infancia y su adolescencia, guarda Andrés Pastrana entrañables recuerdos. Fueron grandes amigos. Andrés conserva todavía, en su estudio, un cartel electoral de la campaña presidencial de Arango Vélez, sabe de memoria fragmentos de sus discursos y la cita que, a punto de morir, dejó a manera de epitafio: "Vida nada te debo, vida nada me debes; estamos en paz".
Herencia, pues, pero también vocación precoz. De niño Andrés Pastrana acompañaba a su padre en giras y correrías por la Sierra Nevada, del mismo modo que Misael Pastrana, en los años 30, lo había hecho con el suyo por los ardientes municipios y veredas del Huila. De todo ello le ha quedado a Andrés esa familiaridad con el poder que sólo tienen, en Europa, los herederos de un trono. A los 14 años, conocía los grandes personajes políticos que se acercaban a dialogar con su padre y la casa donde quedaron sus recuerdos de esa época fue el venerable Palacio de San Carlos. Alfombras rojas, guardas de casco prusiano y edecanes: todo eso estuvo en el paisaje cotidiano de su vida escolar.
En Andrés Pastrana hay un extraño coctel de influencias diversas. Es un conservador creyente que va a misa los domingos y tiene un sentido de la vida familiar propio de un mundo antiguo y provinciano. Pero al mismo tiempo nunca dejó de identificarse con esa generación de jóvenes bogotanos que creció escuchando en las discotecas las canciones de los Rollings Stones y de Pink Floyd y que votó por él, caudalosamente, para alcalde.
Sus amigos dicen que es un hombre a la vez intuitivo y empecinado que saca adelante lo que se propone. Así ocurrió cuando, siendo alcalde de Bogotá, tuvo la idea, entonces insólita, de confiarle a compañías multinacionales la recolección de las basuras contra la opinión del Concejo Municipal y del propio presidente Virgilio Barco. O cuando fue a la Casa de Nariño para entregarle al presidente César Gaviria los famosos narcocasetes antes de organizar una rueda de prensa y contarle al país lo que contenían. "Tengo que hacerlo", decía a sus amigos, y nadie lo movió de allí.
Confía en su buena estrella (la misma que lo salvó cuando tuvo el revólver de uno de sus secuestradores en la sien) y en el sentido político de Nohra, su esposa. Nunca ha olvidado que, mientras se hallaba secuestrado, ella continuó adelantando la campaña por la Alcaldía de Bogotá como si se tratara de un tropiezo ocasional. Su padre, desde luego, fue otra figura clave de su vida y de su carrera. No debió ser fácil cargar con esa pesada herencia: la de ser hijo de un ex presidente y monarca de su partido. ¿Cómo no ser absorbido por una personalidad tan prominente? ¿Cómo preservar su propia identidad? Es la primera pregunta de esta entrevista.
Plinio Mendoza: Háblenos de esa relación con su padre, Andrés.
Andres Pastrana: Cuando yo era aún niño me gustaba acompañarlo a sus giras. Pero creo que entonces hablaba más de política con Carlos Arango Vélez, mi abuelo. Arango tenía más tiempo de hablar conmigo. Y no fue fácil más tarde para mí iniciar una carrera política. Entre otras cosas, porque Misael Pastrana era joven. Joven llegó a la Presidencia en el 70. No, realmente no era fácil ir empujando a un hombre que era todavía muy activo políticamente, que le gustaba la política, que vivía en la política.

P.M.: ¿Le daba consejos? ¿Los aceptaba usted?
A.P.: Me hacía advertencias. Por ejemplo, cuando yo me dediqué al periodismo y algún día le dije que iba a ser presentador de un noticiero de televisión me dijo: "Cuidado, tienes una imagen, no la malgastes". También tenía mucho temor cuando comenzamos a hacer las caminatas, en el año 73. Al fin y al cabo el hijo de un presidente haciendo obras sociales era algo que podía no resultar. Y lo mismo sucedió con mi candidatura a la Alcaldía de Bogotá. "Hombre, no vas a ganar ", me dijo. "Que gane la oposición en una ciudad tan liberal como Bogotá, eso no se va a dar". Le parecía imposible.
P.M.: Pero se salió usted con la suya.
A.P.: Siempre iba yo más adelante que él.
P.M.: Dicen que usted ha cambiado mucho en estos cuatro años. ¿Qué tan distinto es el Pastrana de 1998 al Pastrana de 1994?
A.P.: Creo que bastante distinto. Y ello se debe a la situación que nos ha tocado vivir en estos cuatro años. La verdad es que ha sido una experiencia muy dura. Uno estaba acostumbrado al afecto, al cariño de la gente, y de repente todo cambió. Llovieron críticas de todos lados.
P.M.: ¿Por los narcocasetes?
A.P.: Sí, porque decir la verdad, Plinio, tiene entre nosotros su precio. Pero también trae cosas buenas, ¿no? Es una lección que enseña mucho. Fortalece. En estos cuatro años he tenido tiempo de conocer mejor el país. Hemos hecho excelentes relaciones internacionales. El compartir, conocer y estudiar sirve de mucho, sobre todo en esta época de la vida de uno, que es la más productiva.
P.M.: ¿No acepta usted que en ese episodio cometió equivocaciones? ¿ O quizás fue el país el que se equivocó criticándolo?
A.P.: No, yo no creo que me haya equivocado. Si no hubiese hecho lo que hice en este momento estaría preso. Por encubridor. Usted recuerda haberle oído decir al abogado del Presidente que Andrés Pastrana se había demorado en entregar los casetes y hacer la denuncia.
P.M.: ¿Y realmente no se demoró?
A.P.: No, el miércoles anterior a las elecciones me fueron entregados, por la noche, los casetes en Cali. El jueves los oigo. Y ese mismo día le pido una cita a Gaviria, que acababa de terminar la reunión de la Cumbre Iberoamericana. Presidente _le dije_ vengo como un simple ciudadano, no como candidato, a hablar con el primer magistrado de la Nación. Y le hice entrega de los casetes. ¿Dónde está la demora?
P.M.:¿Por qué no hizo pública esa entrega en aquel momento?
A.P.: Muchos me han hecho esa pregunta. Yo tenía TV Hoy y La Prensa. Era candidato y habría podido aprovechar electoralmente esa circunstancia. Pero no lo hice, en primer término porque no sabía si los casetes eran ciertos. Al fin y al cabo yo no conocía las voces de los Rodríguez Orejuela porque yo no negocio con ellos. Le correspondía ordenar esa investigación a las autoridades. Si miro retrospectivamente no había otra cosa que hacer. Lo que se hizo se hizo bien hecho.
P.M.: ¿Qué pasó después? ¿Por qué calló, en vez de seguir en primera línea, dando la pelea?
A.P.: No me callé. Decir eso es injusto. Primero, Plinio, porque yo salí a dar la pelea. ¿Y qué ocurrió? Me cayó encima un Armero informativo. Se vino toda una avalancha de críticas contra mí. Nunca fue más patente el fracaso del periodismo informativo en Colombia. Ningún periodista de este país se sentó a decir: ¿Oiga, y qué tal que sea cierto? No, se limitaron a decir que yo era un apátrida, un mal perdedor. Y yo me sentí como si estuviera en un estadio gritando sólo en la mitad de la cancha y con todo el mundo en contra. Un día les dije a Mauricio Vargas, a Jorge Lesmes y a Edgar Téllez : "Ustedes no pueden escribir un libro sobre los casetes sin preguntarme a mí cómo llegaron a mis manos, qué ocurrió". Nunca me entrevistaron.
P.M.: ¿ Realmente cree usted que la prensa le hizo el vacío?
A.P.: Fue tan grande la presión del gobierno que a mí no se me dio ninguna importancia. Yo no me callé; a mí me callaron los medios. "Qué tiene que decir Pastrana, ese es un cadáver político", decían. Pero fíjese, Plinio, un año y medio después Samper me invita a almorzar. Me ofrece todo y algo más si yo entro al gobierno. Y yo le contesto: primero demuéstrele al país, sometiéndose a un tribunal independiente, que no sabía nada de lo que había sucedido en su campaña. Muchos consideraron que este era un error mío. "Qué bruto es Andrés Pastrana", decían. "Qué mal político". Y yo pregunto, ¿qué tal que hubiese aceptado algo? No estaría en la posición que hoy me encuentro, Plinio.
P.M.: Bueno, vuelve usted a ser candidato. ¿Qué tan distinto es el país de hoy al de hace cuatro años?
A.P.: Cuando uno recorre el país se da cuenta que la pobreza y el abandono se han acentuado. Lo ve uno y, además, lo dicen las cifras, las estadísticas. Tenemos un déficit fiscal del 5 por ciento, y yo creo que este será el peor problema que va a tener el país. La tasa de desempleo, que hace cuatro años era del 7 por ciento, hoy pasa del 14 por ciento. Y en la zona cafetera, que era la más próspera del país, llega al 22 por ciento. También la violencia es mayor. Han crecido al mismo tiempo el paramilitarismo y la guerrilla. La corrupción hoy en día es desbordante. No es que antes no existiera. Estaba camuflada, pero ahora ha salido a flote y resulta aterradora. El campo, por otra parte, está abandonado. Pero hay algo aún más grave, Plinio.
P.M.:¿Qué es?
A.P.: El estado de ánimo de la gente. Hace cuatro años había problemas _siempre los hemos tenido_ pero en la gente había optimismo. Creía que estábamos en camino de resolverlos. Ahora el 85 por ciento de la gente es pesimista. Y tenemos que devolverle la esperanza. Porque ya no podrá presentarse una situación peor de la que hemos vivido. Creo que la propuesta que hicimos hace cuatro años hoy es más vigente que nunca.
P.M.:Hay una fuerte hostilidad en el país contra la clase política. A su modo de ver, ¿es justa o injusta?
A.P.: Yo creo que es una hostilidad justa. Es un reflejo de la crisis que están viviendo los partidos. Los partidos se anquilosaron, han dejado de ser auténticos voceros de la opinión pública. Aquí lo único que se ha hecho es fortalecer a la clase política que hoy está conviviendo con el Presidente. Lo tiene secuestrado.
P.M.: ¿Pero no está con usted una parte de esa clase política?
A.P.: La clase política que acompaña al gobierno es la que es responsable del déficit fiscal. Pues este déficit se explica por el pago de favores políticos a través de la burocracia y los llamados fondos de cofinanciación.
P.M.: Le dirán que no hay gran diferencia entre un Valencia Cossio y un miembro de la clase política liberal. ¿Qué responde?
A.P.: También aquí hay que diferenciar. No hay razón alguna para descalificar a quien ejerce la política. No se puede condenar en bloque esta actividad, que es esencial en cualquier democracia. Lo que se necesita es despojar este ejercicio de los vicios que han prosperado entre nosotros. Y una manera de profesionalizar la política es estableciendo una verdadera carrera administrativa.

P.M.: Hablemos de la campaña electoral. Horacio Serpa, si usted pasa a la segunda vuelta, le va a sacar el trapo rojo. ¿Cómo le hará frente a las exhortaciones partidistas?
A.P.: Ese trapo rojo no es sino el trapo del serpismo. No será el del Partido Liberal. El país no está para eso, para enfrentar liberales y conservadores. Los temas que hoy interesan son el tema del déficit fiscal, el tema del desempleo, el tema de la violencia, el de la corrupción. La gente no va a ir detrás del trapo rojo como el toro con el torero.
P.M.: Otro argumento electoral de Serpa: usted representa al neoliberalismo y él es un social demócrata.
A.P.: Neoliberal nunca lo he sido. Hemos hablado de la economía social de mercado, algo que tuvo mucho éxito en Alemania. Creo en el mercado, creo también que el país debía abrirse y ser competitivo. Lo que yo no haría es aplicar las políticas liberales a la manera de Samper.
P.M.: ¿A qué se refiere?
A.P.: A las privatizaciones. Vendieron termoeléctricas e hidroeléctricas, pero no para beneficio de la gente más pobre. Todo eso se lo gastaron en burocracia.
P.M.: Eso no es neoliberalismo sino mercantilismo.
A.P.: Exacto. Mercantilismo. Yo creo que uno de los mayores engaños de Samper es el del salto social. Yo he dicho que es el gobierno del asalto social. Catorce millones de pobres teníamos en 1994. Hoy tenemos dos millones más. Esto no puede ser posible. Lo que estamos viendo es un desastre en el manejo económico que no va a ser fácil remediar. Este déficit fiscal vamos a tener que rebajarlo a un 1,5 ó 2 por ciento. Es la meta que estamos buscando.
P.M.: ¿Qué experiencias de América Latina le interesan?
A.P.: Tendremos que mirar el caso chileno, que tiene cosas buenas. También es interesante el caso peruano. Es una experiencia que ha funcionado en varios campos aunque en otros admite críticas. Incluso, en el caso boliviano hay políticas avanzadas que nos están tomando ventaja. El caso de la política petrolera, por ejemplo.
P.M.: ¿Cuál es, aparte del problema de la seguridad, el gran problema que usted ha detectado en sus giras?
A.P.: El del empleo. La gente lo que quiere, lo que pide son fuentes de trabajo. En todas partes oigo lo mismo. Una pregunta ha sido reiterativa en todas mis giras. Me dicen: Andrés, cuéntenos una cosa, ¿cómo nos va a garantizar empleo a los mayores de 40 años? A mí eso me tiene impactado. Porque esa es la edad en que un hombre o una mujer son más productivos, tienen más experiencia. Pero el problema no está sólo ahí. Lo tienen los muchachos de 20 años, los jóvenes profesionales recién egresados, las mujeres cabeza de familia.
P.M.:¿Y cuál es su fórmula para ese problema?
A.P.: Ante todo hay que generar condiciones para que la gente pueda trabajar. ¿Quién es el principal generador de empleo? El sector privado. No es el Estado. Por eso he decidido tenderle la mano al sector privado y decirle a los empresarios: si ustedes me generan empleo, les rebajo el impuesto de renta, rebajo el IVA. Posiblemente tendremos que revisar la legislación laboral y buscar todos los demás mecanismos que permitan abrir en todas partes nuevas plazas de trabajo.
P.M.: Otro argumento de Serpa contra usted: sus orígenes. Dirá soy pobre y entiendo mejor a los pobres que Pastrana, porque él nació en cuna dorada, fue un hijo de papá. ¿Qué dice usted?
A.P.: Eso es populismo. Yo también podría recordar que Misael Pastrana nació en una modesta familia de provincia, que era un estudiante pobre, que venía en un tren y se alojaba en una pensión. Siempre tuvo una gran preocupación por lo social. También mi abuelo, Arango Vélez. Ni los Pastrana ni los Arango pertenecieron jamás a las grandes familias.
P.M.: Un tema inevitable: la paz. ¿Qué opina del Preacuerdo del Palacio de Viana con el ELN?
A.P.: Todos los esfuerzos que se realicen en este sentido deben ser bienvenidos. Sin embargo, creo que debería invitarse a los otros grupos alzados en armas para no fragmentar la paz. En la actual coyuntura la paz no puede ser utilizada como herramienta de campaña política, ni puede ser monopolio de nadie. Por eso, en mi opinión, no resulta oportuno realizar la reunión preparatoria, prevista en el acuerdo en los días 5,6 y 7 de junio, fechas en la que se estaría adelantando el proceso de la segunda vuelta, si es que no soy elegido presidente el 31 de mayo.
P.M.:¿Qué fecha propone?
A.P.: Creo que de común acuerdo con el ELN debería posponerse dicha reunión para el momento en que se haya elegido un nuevo Presidente. Pero también le he advertido al presidente Samper que si el acuerdo suscrito permite iniciar de inmediato un proceso de paz, se informe a los candidatos presidenciales. Todos debemos asociarnos a esa tarea.
P.M.: ¿Qué propone para combatir la inseguridad?
A.P.: Todo va a lo mismo: al problema social, al desempleo. Si la gente no tiene con qué vivir, va a haber inseguridad en las calles, va a haber robos y atracos. De ahí que una política de empleo sea una pieza esencial para combatir este problema. Las cárceles se están llenando. Y cuando se llenan, nos dicen: vamos a soltar a los autores de delitos menores. ¿Quiénes son ellos? El que te atraca, el que te roba, el que viola a una niña. Entonces el crimen paga. Si nosotros no construimos más cárceles seguiremos tendiéndoles la mano a los delincuentes. No puede ser. Invertiré en cárceles y en policía. En Bogotá sólo hay 12.000 policías divididos en cuatro turnos. Antes no sé cómo no ocurren cosas más graves.
P.M.:Las encuestas lo han convertido en el candidato con más opciones. Y habrá políticos o clientelistas con olfato que se le arrimen. ¿Qué hará cuando un Salomón Nader quiera adherir a usted?
A.P.: Vamos a mirar con lupa cada adhesión. A mí no me gusta llegar por llegar. Mi proyecto ha sido siempre el de limpiar y dignificar la política.
P.M.: Si usted llega a la segunda vuelta...
A.P.: Yo creo que podremos derrotar al continuismo en la primera vuelta.
P.M.: Pero si no es así, ¿qué le diría a Noemí o a Bedoya?
A.P.: Siempre he tenido las puertas abiertas. Mire, Plinio, si yo no tuviese sino el 8 o el 10 por ciento y existiese la posibilidad de que otro anticontinuista llegara al poder en la primera vuelta, yo le diría: cuente conmigo.
P.M.: Una pregunta final: ¿no teme defraudar, si gana? Hay tantas expectativas en torno a un próximo presidente: la paz, la seguridad, el empleo....
A.P.: He sido muy claro. He dicho: no creo que en los próximos cuatro años podamos resolver todos los problemas. Por eso esta gran alianza nacional que estamos haciendo. No es para ganar unas elecciones. No es a corto plazo. Es para sacar a Colombia adelante. Por eso hemos establecido prioridades. Yo haré la parte de ese gran programa que me corresponde. Pero el programa planteado no culminará conmigo. Otros deberán continuarlo.