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¡Peruano traidor!

16 de enero de 2010

ciertas tardes voy al Cafam a comprar jugo de uva morada. No hace mucho
me detuvo una señora bien peinada y maquillada y me cubrió de elogios desmesurados y me dijo que no se perdía mi programa, que siguiera dándole duro a Chávez, que deberían darme la ciudadanía colombiana honorífica por defender a Uribe. Abrumado, le agradecí y salí zigzagueando por la sección frutas. ¡Duro con Chávez!, gritó ella, haciendo un gesto enfático, como pidiéndome que lo guillotinara o decapitara o le arrancara de cuajo la testa con mis propias manos.

Unas noches después dije en el programa que Uribe ha sido un gran presidente, el mejor de la región en esta década, pero que presentarse a una segunda reelección sería un error que socavaría el prestigio de la democracia colombiana, reforzaría la idea caudillista de que la patria podría colapsar sin Uribe como presidente y acabaría rebajándolo al nivel de Chávez: un presidente popular que cambia la Constitución en beneficio propio para quedarse más tiempo en el poder.

En el canal me habían sugerido que no dijera tal cosa (ya la había dicho antes), pero siempre he tenido vocación de torero y kamikaze y nada me gustaría más que ser despedido por decir lo que pienso (sobre todo porque nada me gusta más que no trabajar).

Al día siguiente cometí la imprudencia de volver al Cafam por mi jugo de uva. No estaba en mis planes encontrarme con la señora que me había concedido la ciudadanía honoraria de este país. La encontré replegada en un gesto adusto, ceñudo. Me miró con tanta decepción como hostilidad y me dijo: “Yo pensé que eras uribista como nosotros. ¡Cómo te atreves a opinar sobre política colombiana siendo un peruano, un extranjero! ¡Dios y la Corte decidirán si Uribe va a la reelección, no tú! ¡Vergüenza debería darte habernos traicionado así! ¿No te das cuenta que al criticar a Uribe estás haciéndole un favor a tu Chávez que te hace reír tanto? ¿Para eso has venido a Colombia, para hacerle propaganda a Chávez? ¡Nunca más veré tu programa, que además ya se ha puesto aburridísimo!”.

Mil disculpas, señora, le dije, y me retiré abochornado. ¡Que te disculpe tu madre, porque los uribistas como yo no te vamos a perdonar nunca esta traición!, me espetó ella, agazapada tras las cajas de granadillas. Pobre mi madre, pensé, siempre le toca a ella disculparme. ¡Y ya me han dicho que eres del otro equipo!, siguió gritándome la señora enfurecida, y no supe si el otro equipo era el de Petro, el de Pardo, el de Fajardo, el de Noemí, el de Chávez o si el otro equipo era aquel en el que solía jugar ciertas noches libertinas cuando era joven y jugaba en todos los equipos a los que me convocasen.