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¿Por qué lo soltaron?

15 de julio de 2006

La salida de Yesid Arteta demuestra la debilidad de la justicia para probar los peores crímenes de los jefes guerrilleros.

El miércoles pasado recobró la libertad Yesid Arteta Dávila, el más importante preso de las Farc. En dos ocasiones anteriores, la justicia había logrado evitar su libertad hurgando en expedientes y desempolvando viejas órdenes de captura. Pero esta vez no se pudo.
Si bien Arteta pasó 10 años tras las rejas, la justicia no pudo probarle los crímenes que se le atribuyen mientras fue comandante del frente 29 de las Farc en Nariño. No hubo pruebas para culparlo por la muerte de Laureano Ipuján, un campesino que fue fusilado atado de pies y manos. No se pudo demostrar su autoría en la toma de Samaniego, Nariño, en 1993, donde murieron un civil y dos policías. Nunca se le abrieron procesos por los secuestros cometidos en la región donde actuaba, ni por los niños que reclutaba, ni por los campos minados que en ese entonces instalaron sus hombres en los campos nariñenses. Sus años de prisión se los debe sólo a los delitos de rebelión, y de porte ilegal de armas. Su salida produce desazón. Después de una espectacular captura en Remolinos del Caguán, en julio de 1996, su paso por la cárcel no le hace justicia al tamaño de los crímenes que cometió el frente 29, mientras estuvo bajo su mando.
En un momento crucial en que el gobierno ha centrado sus esfuerzos de inteligencia y operativos para capturar a los peces gordos, ¿está la justicia preparada para probar los delitos de los 100 principales hombres de las Farc? ¿Qué pasaría si mañana fueran capturados el ‘Mono Jojoy’ o ‘El Paisa’? ¿También saldrían en 10 años?