Nuevo disco de Wynton Marsalis

Ardiente y pendenciero

Como director de la orquesta del Lincoln Center se ha convertido en un feroz defensor del jazz como un género puro que acabó en 1965. Usa trajes de diseñador, gana millones de dólares y odia el rap. ¿Por qué es tan radical uno de los músicos más prolíficos e interesantes de los últimos tiempos?

Juan Carlos Valencia Rincón
18 de abril de 2007

Desde 1990, cuando Time le dedicó su portada, el trompetista Wynton Marsalis es la persona a quien se consulta sobre jazz en los Estados Unidos. Su habilidad como orador, su carisma, su acento del sur y sí, hay que reconocerlo, sus logros como divulgador y músico lo han convertido en el vocero no oficial del jazz. Pero sus opiniones son polémicas y muy conservadoras, y desatan controversias que impiden una justa apreciación de su talento. Un crítico afirma que siempre existirá un asterisco junto al nombre de Marsalis.

Su último disco, From the Plantation to the Penitentiary, incluye un tema en el que se arriesga a rapear y se va lanza en ristre contra lo que describe como una cultura dominada por la ambición y una población afroamericana que sigue enredada en las dinámicas de la esclavitud. Al respecto, le dijo a The Guardian: “El hip-hop sustituye la plantación por la calle. Ahora, si eres afroamericano, tienes que alardear de que vienes de la calle, que les has disparado a tus hermanos y has estado en la cárcel. Esa música se ha convertido en un safari para gente que disfruta viendo a los afroamericanos peleándose, a hombres con joyas y nombres estúpidos como Ludacris o 50 Cent, que gastan dinero en tonterías costosas y emplean palabras como puta, zorra y niche”. Uno de los temas más fuertes del disco, “Where Y’all At?”, es una diatriba contra los activistas que renunciaron a sus ideales y hoy son los artífices de un orden cruel y excluyente: “Todos ustedes, radicales y luchadores de los años sesenta, revolucionarios celosos, lectores de Camus, estudiantes liberales y defensores de la igualdad de derechos, ¿qué están haciendo ahora que son líderes?”, El disco ha recibido críticas mixtas: algunos lo consideran la obra cumbre en su discografía, mientras que otros lo descalifican como uno más de sus desafortunados sermones. ¿A quién creerle?
Marsalis ha sido polémico desde su infancia: “Yo era de temperamento ardiente y pendenciero, listo a insultar en cualquier momento”, escribió. “[Branford, mi hermano,] [me decía]: si sólo te callaras, la pasaríamos bien”. Dio sus primeros pasos como trompetista en conjuntos sinfónicos y bandas de jazz y funk. A los dieciocho ingresó a la Escuela Juilliard de Nueva York y empezó su recorrido por los clubes, acompañando a Art Blakey. En 1982 grabó su primer disco, con solo veinte años y junto a leyendas del jazz como Herbie Hancock. Después, Wynton investigó prácticamente todos los tipos de jazz en su empeño por encontrar una voz y con ello revitalizó el interés por estilos y técnicas olvidadas. Su trompeta suena a Clark Terry y Freddie Hubbard. Su estilo de componer se basa en el de Duke Ellington y George Gershwin.

A mediados de los noventa lo nombraron director artístico del Lincoln Center de Nueva York y gracias a campañas publicitarias, una gran habilidad para atraer donaciones y giras constantes de la orquesta, la convirtió en la más importante del jazz norteamericano. Con frecuencia aparece en los medios, ha grabado con orquestas sinfónicas, compuesto obras de ballet y ya lleva varios libros en su haber. Marsalis quiere que el jazz sea nuevamente apreciado en su país de origen, pero sus métodos e ideas han suscitado críticas. Detesta el pop y considera que el hip-hop es basura. Descalificó a su hermano Branford por tocar con Sting y cree que solo es jazz lo que se sonó hasta 1965. Cuando asesoró al documentalista Ken Burns en una serie sobre la historia del jazz, omitió los grandes aportes de los europeos y los latinos al género, desconoció la importancia de la fusión y el free, y omitió nombres imprescindibles, como el pianista Keith Jarrett, que dijo en 1997: “Wynton es un gran imitador de los estilos de otros músicos. No ha sido capaz de tocar algo que sea significativo. Su música parece la de un talentoso trompetista de colegio”. En ese mismo año, Marsalis ganó el Pulitzer por su ópera Blood on the Fields, pero un crítico la describió como “una obra sobre la esclavitud escrita por un precoz estudiante de octavo grado”. La crítica considera que la orquesta del Lincoln Center es excelente, pero su repertorio es poco innovador y sus integrantes son exclusivamente hombres afroamericanos. Una protesta contra las políticas de contratación de Marsalis fue noticia hace unos años, liderada por un grupo de intérpretes femeninas y músicos de otras razas.

Ahora, vestido con ropa de diseñador, importantes contratos publicitarios y un salario cercano al millón de dólares, ataca a la sociedad de consumo y denuncia los prejuicios del hip-hop. La popularidad de Marsalis entre los aficionados al jazz clásico es notable y sus aportes son importantes. Pero ¿tiene la credibilidad para ser el gran vocero del jazz?