Entrevista con Juan Fischer

Buscando a Juan

El colombiano Juan Fischer acaba de estrenar Buscando a Miguel, su segunda película, después de El séptimo cielo. Una historia que recorre los bajos mundos bogotanos, un cine que quiere cerrar brechas sociales mezclando un lenguaje documental con el drama. El director, exponente de un posible cinema verité colombiano, habló con Arcadia.

Nicolás Mendoza
23 de agosto de 2007

Juan Fischer tiene una versión oficial sobre la génesis de su película Buscando a Miguel. La historia, dice, surgió de una noticia que leyó hace diez años: “Se trataba de un tipo que se había levantado en una morgue en Barranquilla: le habían dado un palazo y se lo habían llevado para que los estudiantes de medicina tuvieran cadáveres para hacer autopsias”. Aunque es cierto que en su película hay “un tipo que se despierta en una morgue”, la verdad es que Miguel, el protagonista, se hubiera podido despertar en un potrero, en un burdel o en cualquier lugar y seguiríamos teniendo la misma película, la misma road movie en la que lo importante es el camino.
¿Cuál es la verdad? Después de haber hablado un buen rato, Fischer, ya más distendido y sin darse cuenta, descifra la clave: “Para mí fue increíble ver a los que eran mis amigos, a los bacanes con los que jugaba fútbol en el colegio, hechos unos corruptos… pero se veía venir, ya chiquitos uno les oía cosas escalofriantes como ‘es que los pobres son pobres porque son brutos’”. Ahí sí se entiende por qué es necesario que Miguel, el protagonista de su película, un hombre que pierde la memoria, conviva con un travesti, y con una comunidad cartonera; y se entiende que el recuerdo de la noticia de la morgue es un trámite cinematográfico.
La mejor explicación para Buscando a Miguel es que es una película que surge de una profunda decepción de su director: ha perdido a sus amigos de infancia, se los ha devorado la manigua del horroroso clasismo bogotano, ahora están irreconocibles y todos somos culpables. De ahí que no requiramos una estructura argumental muy compleja, lo importante es que la película nos rete: “Confrontar al espectador con sus propios demonios, y cuando hablo de demonios hablo de la moral imperante, de los prejuicios y de la manera como lo han enseñado a ver las cosas”.
La medida del éxito de Fischer es lograr esa sensación de incomodidad, gracias a una película que está lejos de creerse perfecta. Lo acertado es que el ataque al clasismo se hace de una manera no clasista, como sí suele hacerlo el establecimiento cinematográfico colombiano (basta acordarse de los soldaditos de Soñar no cuesta nada comprándole ropa a Ricardo Pava). En Buscando a Miguel no hay concesiones esteticistas ni productos disfrazados. “Si uno está demasiado obsesionado con la estética de las escenas, termina con unas actuaciones muy rígidas”, dice y cita un ejemplo: “Hay películas en las que los actores no se pueden mover tres centímetros porque ya se están saliendo de foco; eso hace que todo se vuelva un poco rígido”.
Al describir su método cinematográfico en el que la prioridad es “respetar lo que está sucediendo en la escena, y capturar el ritmo real de la misma”, Fischer cuestiona la dirección convencional en Colombia: “Las actuaciones están muy orientadas hacia el resultado. En el cine no se puede pensar hacia dónde va uno, sino en gozar el camino: eso que están haciendo los actores frente a la cámara sucede por primera vez”.
Las consecuencias se sienten en toda la producción: “Muchas veces es necesario hacer planos secuencia, la cámara puede girar en cualquier momento y mostrarnos otro pedazo de una habitación”, lo cual hace necesario preparar toda la habitación (o toda la calle) para que la cámara haga un registro de lo que estaba ocurriendo allí. “Al director de fotografía le toca esconder luces por todas partes”, dice sonriendo.
Fischer ha querido mostrar en su película que en la marginalidad hay seres igualmente humanos (no mejores, sino igual de buenos e igual de malos, como bien lo sabía Buñuel); por eso toda la película está hecha con cámara en mano “es como si hubiera un personaje más, como si el espectador caminara invadiendo la privacidad de los personajes y esto hace que estén mucho más al desnudo”.
Después de hablar con Juan Fischer, queda la sensación de que es como un niño que está aprendiendo a usar sus crayolas; y que por ahora muestra orgulloso lo que ha descubierto. A sus cuarenta y siete años inspira la sensación de ser un muchacho cuyo mejor trabajo está por verse. Y es promisorio. Buscando a Miguel es como un caldero en ebullición, lleno de inquietudes que su director está empezando a dominar.