Los legendarios Discos Fuentes

Cañonazos en internet

Nadie puede decir en Colombia que no ha bailado el Ron de Vinola, de Buitraguito, o ha tenido en sus manos alguna grabación de Discos Fuentes. Pero muchos desconocen que se trata de una de las disqueras más antiguas de América Latina y que, en medio del peligro de extinguirse ha decidido competir con sus viejos nuevos éxitos en la red. ¿Quiénes están detrás de esta historia?

Juan Carlos Valencia Rincón
20 de junio de 2007

¿Cuándo se creó la primera casa disquera que existió en Colombia? La pregunta puede sonar intrascendente cuando el mundo de la música ha entrado de lleno en otras dinámicas de producción y consumo ancladas en internet, las ventas de discos compactos en todo el mundo caen desde hace casi una década, la piratería se torna incontenible y viejos y gloriosos nombres como Decca, RCA Victor, Blue Note, Columbia y tantos otros nos suenan a reliquias. Pero la sorprendente respuesta a esa pregunta le otorga una validez inesperada. Nos vanagloriamos en Colombia de tantos logros pírricos: edificios, parques o tecnologías que supuestamente nos ponen por encima de otros países latinoamericanos y, sin embargo, algunos hechos profundamente revolucionarios de los que hemos sido partícipes han quedado relegados al olvido. Pues bien, la primera casa disquera creada en Colombia fue una de las primeras de América Latina y tal vez puede ser la más antigua que sigue activa en el mundo. Se trata de Discos Fuentes, una empresa creada en Cartagena en 1934 por un visionario empresario y músico costeño llamado Antonio Fuentes. Su catálogo incluye a la mayoría de las glorias de la música popular colombiana y tres cuartos de siglo después constituye uno de los patrimonios más valiosos e importantes de la cultura de este país. Dicho catálogo está siendo restaurado pacientemente: desde 1987 las viejas cintas están siendo rescatadas de los archivos y transferidas con cuidado a formato digital. Y siguiendo con la tradición de innovar y arriesgarse por nuevos caminos, Discos Fuentes está ofreciendo ese catálogo prodigioso a través de internet en formato mp3 y como timbres para teléfono celular.
La idea fue concebida a finales del 2005 y, este año, la disquera puso a la venta por la red casi quince mil canciones que abarcan toda la historia del sello, una historia en la que figuran nombres capitales de la música colombiana: Buitraguito, Esther Forero, José Barros, Lucho Bermúdez, Pedro Laza, Alejo Durán, Calixto Ochoa, Los Corraleros de Majagual, El Caballero Guacho, La Sonora Dinamita, Colacho Mendoza, Los Graduados, Joe Arroyo, Fruko y sus Tesos, Juancho Polo Valencia, Julio Jaramillo, Los Golden Boys, Alci Acosta, Píper Pimienta, Alfredo de la Fe, Ana y Jaime, Los Embajadores Vallenatos y Kraken, entre otros. El logo en fondo amarillo con las elegantes letras de Fuentes y la torre del reloj de la ciudad amurallada de Cartagena adorna las portadas de acetatos y discos compactos en la gran mayoría de hogares colombianos. ¿Quién no ha bailado al ritmo de los cañonazos bailables?, un producto insignia de Discos Fuentes, lanzado por primera vez en 1960.
Tal vez hoy, que la música popular se acepta como algo valioso y gente de todas las condiciones sociales y edades disfruta con el vallenato, la salsa clásica, las cumbias o lo que llamamos música tropical, nos parezca normal lo que hicieron Discos Fuentes, Codiscos y Sonolux, y por ello nos desentendemos de su suerte. Pero en los años treinta, cuando Antonio Fuentes dio los primeros pasos para crear su disquera, las cosas eran distintas. Lo que hoy describimos como patrimonio cultural invaluable era juzgado por las élites del momento como vulgar y mediocre, una “olla podrida de música bailable”. El historiador Nelson Castellanos hizo un rastreo de artículos y libros publicados en el país sobre este tema y encontró, entre muchos otros similares, un artículo de El Tiempo de 1951 que afirmaba: “El mapa de América Latina chorrea canciones grotescas, ...ellas nacen al conjuro de la miseria espiritual propia de aquellos sitios en donde se refugia el hampa en las ciudades”. Antonio Fuentes nunca aceptó esa visión de la música popular. Hijo de empresarios farmacéuticos, estaba supuestamente destinado a convertirse en administrador y heredero de los Laboratorios Fuentes en Cartagena, y para ello lo enviaron a los Estados Unidos a estudiar. Pero desde joven se había interesado por el violín y la guitarra hawaiana y cuando llegó a Filadelfia experimentó el despegue simultáneo del jazz, la radio y la industria discográfica norteamericana. Fuentes terminó sus estudios pero también entró en contacto con ese nuevo mundo de la radio y la música pensada como industria, visitó emisoras, hizo contactos con la rca y cuando regresó a Cartagena en 1932, se convirtió en radioaficionado (el internet de aquellos años) y creó una de las primeras emisoras del país, que transmitía desde el último piso del edificio de los laboratorios. La Emisora Fuentes programaba la música popular del momento: porro, gaita, mapalé y cumbia, siguiendo el ejemplo de las emisoras cubanas que irradiaban por el Caribe los cadenciosos ritmos del son y el bolero. Pero el señor Fuentes, amante de la tecnología, se entusiasmó con los equipos de grabación que existían en la época y que usaba su emisora. Bohemio desde joven, se dedicó toda su vida a descubrir nuevas bandas y con frecuencia llegaba a la emisora a interrumpir las transmisiones para grabar a los músicos que había descubierto. A la audiencia solo se le informaba que “la emisora se dañó”.
En 1934 fundó su disquera. Sus primeras grabaciones fueron de artistas cubanos y argentinos, así como de Lucho Bermúdez. Aprendió a grabar por su cuenta, en acetatos que luego despachaba a Argentina o Estados Unidos, donde le prensaban los discos: “Se me ocurrió grabar la música costeña con toda su crudeza, tal como allí se interpretaba por entonces. Mis discos sonaron por doquier y la música costeña se metió al interior del país, se convirtió en locura colectiva”. En 1943 Fuentes trajo la primera prensa y dos años después estaba ya lanzando discos con ella. Su esposa, Margarita Estrada, una paisa con visión empresarial, ayudaba con la distribución. Fue ella quien le sugirió trasladar la disquera a Medellín, que por ese entonces se convertía en la gran capital industrial del país. Su familia decidió invertir en la empresa y en 1954 Discos Fuentes se instaló en una vieja casona del barrio Colón. El catálogo de la disquera incluía en ese momento más de quinientos títulos y con la ayuda de un grupo de jóvenes antioqueños, entre ellos el productor Mario Rincón, a quien Antonio Fuentes entrenó personalmente, la disquera entró en lo que hoy día se considera su edad de oro. La combinación de la visión empresarial y administrativa de los inversionistas paisas con el exquisito gusto musical de Fuentes convirtieron a la disquera en el punto de reunión de los mejores músicos colombianos. El señor Fuentes contrataba emisarios que viajaban por los pueblos de la costa buscando bandas nuevas y trayéndolas a grabar a Medellín. La riqueza extraordinaria de la música popular encontró así una ruta directa hacia el corazón de Colombia.
El productor Mario Rincón dice que en esos años grababan discos todos los días de la semana en jornadas que se extendían hasta altas horas de la noche. Antonio Fuentes, una mezcla extraña de bohemia y disciplina, conducía estas sesiones. Sus tres hijos lograron que la empresa se consolidara: José María se convirtió en el líder de los procesos de innovación tecnológica, Pedro Antonio aportó la visión gerencial y Rosario se encargó de las relaciones públicas y del diseño gráfico que le dio al sello su identidad visual. En 1960 Discos Fuentes se mudó a su sede actual e introdujo el sonido estéreo a Colombia con el disco clásico de Pedro Laza y sus Pelayeros, Navidad negra.
En los años setenta, la familia Fuentes tuvo que dejar el país por la inseguridad y la empresa quedó en manos de su actual gerente, Conrado Domínguez, quien instauró procesos de renovación, impulsó las exportaciones y lideró la digitalización del catálogo de la compañía. Antonio Fuentes regresó a morir en Medellín en 1985.
La transición a los discos compactos marcó el apogeo de la compañía: los altos precios de los nuevos discos y el deseo de los melómanos de convertir sus viejas colecciones de acetatos a láser disparó las utilidades. Pero, a la vez, esto hizo concentrar los esfuerzos de distribución y promoción en los centros urbanos y en los sectores más afluentes, olvidándose del público de bajos ingresos. El modelo de negocios tradicional se montó en los altos precios y descuidó a la mayor parte de los consumidores. La piratería encontró un terreno abonado: primero fueron los casetes, después los compactos ilegales y ahora internet y el formato mp3. Un informe reciente del convenio Andrés Bello concluye que: “La industria doméstica productora de música está en peligro de extinción”. El problema es de fondo: la globalización y la nueva sociedad de la información han transformado por completo la industria de la música y todavía no sabemos bien qué nueva modalidad va a surgir. Es claro que la demanda de música sigue siendo enorme. Las disqueras tradicionales tal vez no serán ya más el lugar para grabar la nueva música, pero el enorme valor económico y cultural de sus catálogos las convierte en depositarias de un legado musical imprescindible. La estrategia de Discos Fuentes de montarse en el tren de internet para distribuir su música puede ser el camino correcto.