Y después de la Movida, el club

La artista vasca Ana Laura Aláez ha sido acusada de ser demasiado cool. No en vano revolucionó uno de los más prestigiosos museos de Madrid, el Reina Sofía, con sus atrevidas instalaciones que evocaban clubs o boutiques. En veinte días, montará en la Casa de Moneda de Bogotá su última instalación.

Humberto Junca*
15 de agosto de 2006

El final del franquismo en España (1975) no sólo significó el fin de una era de dictadura sino una explosión de irreverencia y destape. Grupos groseros y descarriados de la movida madrileña, como Siniestro Total o Alaska y los Pegamoides, se encargaron de crear la banda sonora para una nueva generación embriagada y delirante, resuelta a recuperar años de tabú y represión. En el cine Pedro Almodóvar hizo lo propio y construyó, no sólo para España, sino para el resto del mundo, una imagen de su país colorida y desenfadada, otorgándole poder a sujetos antes terriblemente marginados: la mujer y los homosexuales. Se construyó así la imagen de la nueva España; la España de “la marcha”, del bar, de la fiesta.
Una década después, a mediados de los ochenta, apareció en el revolcón la cultura del club, la del dj, la del disco, creando una especie de alternancia entre una movida algo moribunda que le dio paso a una generación de miles de jóvenes resueltos a inventarse a sí mismos en un mundo de consumo, de imágenes seductoras y de música. Es en ese contexto donde se mueve la joven artista Ana Laura Aláez. Nacida en Bilbao, en el muy político y complejo País Vasco, esta mujer decidió reinventarse a sí misma (como una diva de Almodóvar o una estrella de rock) y reinventar los espacios donde exhibe, convirtiéndolos en pequeñas discotecas o boutiques.
En 1997, en la Sala Montacada de la Fundación La Caixa, en Barcelona, por invitación de Rosa Martínez (curadora de la última Bienal de Venecia), Aláez construyó su primer ambiente, un espacio artificial, como de boutique, en una muestra titulada “She Astronauts”. En dicho ambiente se exhibieron y vendieron objetos de diseño realizados por amigos de la artista. Dice Ana Laura en entrevista con José Ignacio Roca, director del área de Exposiciones Temporales del Banco de La República, en Bogotá: “Me interesaba romper con el ‘valor’ que se busca en la obra de arte como la ‘firma del autor’. El público –en general– desea ver en la obra un ‘sello propio’ que defina el mundo personal del autor. Al invitar a otros artistas a componer elementos de mi instalación, confundía los límites de mi trabajo y del trabajo de los demás”.
En el año 2000, José Ignacio Roca conoció personalmente a la artista en el Espacio 1 del Reina Sofía, cuando Aláez mostró su instalación “Dance & Disco”. “Lo que más me emocionó de esa instalación”, dice Roca, “es que convirtió por completo un lugar serio, de prestigio, como el Reina Sofía, en una discoteca de verdad con una programación de discjockeys cada noche y en donde se escuchaba música y se proyectaban videos producidos por la artista. El Reina Sofía se volvió un lugar de encuentro para gente que nunca lo habría visitado de otra forma”. El espectador entraba a ese mítico edificio cultural a ver una exposición y se encontraba inesperadamente en una rumba de verdad, rodeado de jóvenes con ningún interés en el mundo del arte, pero, paradójicamente, disfrutando y haciendo parte de una “obra de arte”.

Dadá fue primero
Esta estrategia que busca sorprendernos como espectadores quebrando el “continuum” de experiencia que nos hace creer que tenemos el control de los acontecimientos de nuestra vida, se remonta en la historia del arte a los happenings [sucesos] que los dadaístas realizaron en los años veinte, en los que la paciencia y la lógica del público citado en un lugar determinado eran puestas a prueba a lo largo de varias actividades que involucraban directamente al cuerpo y la colaboración de los sorprendidos espectadores. En ese momento el Teatro de la Crueldad de Artaud y el arte se unieron, borraron sus límites y dieron origen a toda una corriente dentro de las artes plásticas que se confunde con lo teatral. Aparecieron objetos, esculturas móviles semejantes a sujetos y a actores. O sujetos que eran a su vez los mismos objetos; obras de arte (performers). O elementos capaces de “teatralizar” el espacio expositivo, es decir, de volverlo otra cosa y por tanto, capaces de exigir un comportamiento activo y diferente al público en contacto con dichos elementos. Es de este último ejemplo de donde se deriva lo que se conoce como “instalación”, o (dando un paso más allá hacia un cambio radical del “neutro” espacio expositivo) aquello denominado “ambiente”. Por supuesto algo como lo que hace Aláez resulta de combinar todas las anteriores expresiones y la música. Porque Aláez también hace música apoyándose en la democratización de la producción que trajo consigo la cultura de club, sostenida sonoramente por microempresas domésticas de dj capaces de trabajar a partir de la barata, rápida e ilegal reorganización (manipulación) de la información musical en vinilos y compactos. “Me influye mucho la música. En el 2000 compuse, junto al dúo de música electrónica Silvania, la banda sonora de todos mis videos. Llegamos a editar un álbum con el nombre Girls on Film, que ha tenido un cierto éxito en la escena musical underground. Daniel Holc (alias Ascii.disko) es mi pareja y es músico. Me influye mucho su forma de trabajar y de concebir una pieza musical. Su estudio es una especie de sala de operaciones del doctor Frankenstein: todo lleno de cables, leds, pantallas de ordenador, altavoces, guitarras eléctricas, etc. Nuestro estudio no huele a trementina”, apunta Aláez con humor.

Arquitectura de sonido
A partir del próximo 13 de septiembre, en el segundo piso de la Casa de Moneda, en Bogotá, y gracias a la invitación de José Ignacio Roca, esta controvertida artista que representó a su país en la Bienal de Venecia de 2001, exhibirá, además de algunas de sus fotografías y videos, “Arquitectura de sonido”, un proyecto totalmente nuevo, pensado especialmente para ese espacio. “A pesar del aspecto visualmente seductor de sus instalaciones”, comenta Roca, “su arte va en contravía de lo puramente óptico, pues el espectador se ve sumergido en espacios en donde el color, la luz y el sonido incentivan una percepción más ligada a lo sensorial. Las instalaciones de Aláez se perciben con el cuerpo y no solamente con los ojos… ‘Arquitectura de sonido’ es ante todo una experiencia sensorial. Desestabiliza la posición habitual del visitante en un espacio expositivo, rompiendo la horizontal mediante un piso inclinado. El espectador, en una posición inestable, toma conciencia de su propio cuerpo en relación con un espacio inusitado, en el cual es invitado a circular en una situación constante de ascenso y descenso. Este espacio, de un color rojo profundo, tiene sólo dos elementos más: dos pirámides/bafles de sonido y una banda sonora. Se invita al espectador a permanecer o circular en el espacio situándose en relación con las dos pirámides. Es de esperar que este ambiente casi vacío, desprovisto de elementos narrativos, pero saturado de color y de sonido, incentive en el espectador una actitud de reflexión, pero también de diálogo e interacción con los demás asistentes”.
La artista española se presentará en este espacio el día de la inauguración. Y como una estrategia para habitar dicho espacio de múltiples formas hasta el día de su cierre el 13 de noviembre, Roca ha programado fechas con dj españoles y la presentación de un cuarteto de cuerdas y de un grupo de rock bogotano.
No deja de ser curioso que dicho proyecto se inserte en un edificio patrimonial como la Casa de Moneda. José Ignacio Roca espera que el evento “tenga resonancia tanto por oposición como por identificación”. Algunos han tildado a Ana Laura Aláez como una artista demasiado cool y superficial, incluso. A primera vista una mujer que construye ambientes semejantes a discotecas y boutiques y que se la pasa “de marcha”, puede parecer frívola. Al respecto comenta: “Yo provengo del País Vasco; un lugar donde la política es también una moneda cultural. Hace tiempo, en una entrevista me atreví a decir que yo hacía política con mi trabajo. Pienso que el hecho de no utilizar pancartas o elementos explícitamente políticos no significa que mi propuesta no implique una política... una política personal. Utilizar el arte como herramienta para conocer el mundo es política. Siempre he utilizado todo lo que tengo alrededor. Por eso considero que la cultura del club es un referente tan válido como un cuadro de Velázquez. Habla de muchas cosas... entre otras del ritual físico. Del instante. De lo mágico. De la fantasía. Asimismo, hay una parte oscura y siniestra en ella: lo efímero, lo falso, lo que brilla... el vacío”.
Aláez sabe que como sujetos atrapados en la cultura de masas, vivimos en pos de deseos y objetivos posiblemente irreales. La cultura, la política, la rumba, todos los edificios construidos por el hombre dentro del paisaje urbano, pueden ser a lo sumo castillos de apariencias. Como un cuadro al óleo de Velázquez en el cual vemos personas y lugares donde sólo hay pigmentos ordenados sobre el lienzo. Acaso ese mundo del claroscuro de la discoteca, lleno de espejismos y reflejos, ¿no es un producto de nuestro amor por lo simulado, por lo representado, por lo que no es real? Acaso ¿no quisiéramos todos vivir sin que la fiesta se acabe, como en la televisión, como en los cuentos de hadas? Quizá por eso mismo es ejemplar esa resistencia individual que propone la artista española como reemplazo de lo políticamente correcto. Al fin y al cabo después de una dictadura, ¿quién cree en (programas) políticos?
Calderón de la Barca dijo: “La vida es sueño”. Andy Warhol agregó: “Todo es bello (arte), uno sólo tiene que escoger”. Ambos están muertos. .