El 2 de marzo arranca el 47 Festival Internacional de Cine y TV

Días y noches de cine en Cartagena

Presente y pasado de un festival que vivió sus años dorados a comienzos de los ochenta, tuvo un declive en los noventa, comenzó el nuevo siglo con una crisis y ahora promete una renovación.

Francisco J. Escobar S.
19 de febrero de 2007

Hace once años, cerca de la piscina del Hotel Caribe, un grupo de jóvenes realizadores caleños le pidió al actor Humberto Dorado que definiera en pocas palabras qué era el Festival de Cine de Cartagena. El entrevistado se tocó la barba, puso cara de reflexión y respondió que era como un filme de misterio. ¿Por qué? “Porque uno nunca sabe qué directores vienen, ni qué películas van a presentar, ni en qué teatros las van a pasar”. Hace veintitrés años la revista Semana contaba que este evento cinematográfico era un gran despelote: “Superar el caos que ha reinado en años anteriores en el Festival de Cine de Cartagena parecía imposible. Sin embargo, este año se logró”. Hace cuatro años los titulares de la prensa auguraban su fin.

Hoy, el aura de filme de misterio continúa, los recuerdos del pasado caótico siguen presentes, pero el Festival no cede. El de Cartagena es como el Jason de Martes 13 de los encuentros cinematográficos: cada año lo matan, le echan tierra, lo sepultan y al siguiente revive. Y aunque este año los titulares de los diarios no han mencionado la palabra “crisis”, sí se ha hablado del “revolcón”. Le dicen así, “revolcón”, porque después de muchas décadas al frente del evento, el patriarca Víctor Nieto, que aún es el director a cargo, se mantiene a la sombra, en segundo plano. La cabeza visible es la nueva gerente, Araceli ‘la Chica’ Morales (ex ministra de Cultura). Y su nombramiento fue visto por algunos de los cercanos al Festival como un pequeño golpe de Estado contra el legendario Nieto. Pero tanto ella como él han dicho que no hay tal, que trabajan juntos en esta, la edición 47 del Festival, que prepara un gran homenaje a Gabo y tendrá como país invitado a Cuba.

No hay golpe de Estado. Pero ganas de cambiar de rumbo: “El Festival tiene que reinventarse”, dice Morales. Y renovarse. La “renovación” ya se intentó a principios de los noventa, de la mano de García Márquez. Se hablaba entonces de una “nueva era”, pero sólo llegó la decadencia. Los grandes personajes del cine ya no visitaban la ciudad, la cartelera era cada vez más floja, sólo las estrellas de tv, que acudían a la gala de premiación de televisión le daban alimento a las cámaras y al público que buscaba figuras conocidas. El Festival se consumía. Perdía su brillo. Un brillo que tuvo al comenzar los ochenta.

En esos años visitaron La Heroica invitados ilustres como Bernardo Bertolucci, Dominique Sanda o Rainer Werner Fassbinder, entre otros. En esos tiempos el evento ya había hecho su apuesta por el cine latinoamericano, esa era la característica que lo diferenciaba. Y a las funciones, que comenzaban poco después del mediodía, acudía una horda de peludos, hippies tardíos, cineclubistas inquietos, que luego serían conocidos realizadores y críticos de cine del país, como Luis Ospina, Carlos Mayolo, Andrés Caicedo, Víctor Gaviria, Sergio Cabrera, Orlando Mora, Umberto Valverde, Pacho Bottía, el ‘Cura’ Álvarez, entre otros. Cartagena, para bien o para mal, alimentó los ojos y las esperanzas de una generación de ‘viciosos’ del cine.

Todos iban al Festival. El joven Bottía (más tarde director de La boda del acordeonista) recuerda que dormía en los parques porque “no tenía plata para un hotel”, y comía patacón con queso en La Mosca Elegante, después de las películas. El escritor Umberto Valverde, uno de los críticos con más años de asistencia no olvida que le entregó su libro Bomba camará a Bertolucci y al otro día el director italiano lo llamó para comentar uno de sus cuentos. Mayolo, por su parte, armaba unas rumbas interminables y el mismo Luis Ospina prefiere mantener lo que en ellas sucedía como reserva del sumario –ver página siguiente–. El propio Festival era una historia de ficción: en una ocasión los cineclubistas se agarraron a trompadas como hooligans del cine y terminaron en la inspección de Policía, en otra, se esperaba en el aeropuerto la llegada de María Félix, pero la que se bajó del avión fue la actriz de la telenovela Leonela. Mientras, cerca del mar, Amparo Grisales se paseaba en una tanga mínima y algunas actrices europeas “mantenían en jaque a los fotógrafos con sus senos descomunales y su tendencia a tomar el sol sin ropa alguna en las playas de Bocagrande”, como se lee en una crónica de la época. Buenos tiempos, grandes nombres, cuerpos desnudos. Cartagena era el templo del cine, tanto que se decía que en La Heroica “los taxistas han visto más películas y saben más de cine que cualquier crítico cachaco”.

Hasta ahí la película de Cartagena estaba muy bien rodada. Luego llegaron los noventa, el apoyo de Gabo y un par de buenos años, pero el saldo de esa década es bastante pobre. Y así ese Festival que en los setenta acogió a Roman Polanski y a Jack Nicholson, que en los ochenta tuvo a Bertolucci, en los noventa se convertía en el filme de misterio que mencionaba Dorado, y se preparaba para afrontar la “crisis” del 2003. El evento murió por unos instantes, pero resucitó como Jason Voorhees, y ahora, promete su reinvención.

Otra renovación. Una nueva “nueva era”, que debe tomar nota de los grandes errores cometidos en el pasado. El evento, que durante estos años ha sido abundante en anécdotas, muy útil como escenario de exhibición de filmes colombianos y latinoamericanos, y lugar de gran rumba, debe recuperar a los grandes personajes (la visita de Marisa Paredes parece un buen intento), debe ser más selectivo con las obras en competencia –“el Festival ya no representa lo que era. Y eso se puede ver en las películas que se programan”, dice Juan Guillermo Ramírez–, y especialmente, y de una vez por todas, fortalecerse como mercado de compra y venta, como escenario de negocios, como “sitio de encuentro entre productores, realizadores y distribuidores”, concluye Bottía. Eso lo sabe ‘la Chica’, quien acepta que esa es una de las “debilidades latentes” del Festival, pero anota que en ese campo sólo podrán hacer cambios notorios hasta el año que viene. Así comienza la nueva “nueva era”, como otro filme de misterio.