El 16 de marzo, un documental aterrador

Dios se equivocó

El documental La pesadilla de Darwin, del director austriaco Hubert Sauper, enfrenta al espectador con una temática compleja: un pueblo africano provee de alimento a millones de europeos mientras sus ciudadanos mueren de hambre. ¿Qué reciben a cambio de Europa? La respuesta no les va a gustar.

Francisco J. Escobar S.
19 de febrero de 2007

El monstruo vive en las profundidades y se reproduce sin parar. Nada veloz en el líquido oscuro del Lago Victoria (en Tanzania), el segundo depósito de agua dulce más grande del mundo. El monstruo es un pez enorme, de grandes ojos y abundante carne, que se llama Perca del Nilo. Fue introducido en este ecosistema a principios de los años sesenta por un hombre desconocido. Desde su llegada devoró a más de doscientas diez especies que ahí habitaban y causó daños irreparables. Lo paradójico es que este mismo monstruo es el principal motor de la economía del pequeño pueblo de Mwanza (“El más amigable de Tanzania”, de acuerdo con un eslogan turístico). La pesca de este animal es de gran importancia para la población, para el país. Se estima que a diario se recogen quinientas toneladas de perca, una carga preciada que se llevarán los aviones que llegan de Europa, será repartida en diversos países del Viejo Continente y dará de comer, cada día, a dos millones de sus habitantes (en un país como España, por ejemplo, se consumen a la semana cientocincuenta toneladas de este pez). Ellos engullirán al monstruo sin saber de dónde proviene y sin importarles qué ahí, en Mwanza, casi nadie ha probado la carne de la perca porque no tienen con qué pagarla.

Es como un mal chiste, el gobierno de Tanzania les da de comer a dos millones de europeos mientras dos millones de sus ciudadanos –que deben sobrevivir con menos de un dólar al día– se mueren de hambre. El monstruo, la perca, podría alimentar a los desnutridos. Y sin embargo, vuela lejos de casa, se va en forma de filetes congelados y llena las panzas extranjeras. Es difícil de creer, pero así es, y así lo muestra el realizador austriaco Hubert Sauper en su documental La pesadilla de Darwin,
una obra valiente, cruda, que apesta a pez podrido, pobreza e infamia humana.
Y el punto de partida de su película es ese, el pez (el monstruo). Una especie que se reprodujo tan rápido que hizo que los vecinos de Mwanza cambiaran su habitual trabajo de sembrar la tierra por el de pescar. Entonces llegó la gran fábrica pesquera, y con ella los aviones, y los aviones no aterrizaban vacíos en Tanzania. ¿Qué carga ocultaban? Esa es una de las grandes revelaciones de la cinta de Sauper: escondían armas, rifles Kalashnikov, municiones. Un intercambio comercial muy peculiar, Tanzania les da perca a los europeos (buen provecho); Europa les da fusiles a los africanos (mátense, ¿a quién le importa?). Esa puede ser la síntesis de esta Pesadilla, una coproducción entre Francia, Austria y Bélgica, que es “una dura e impresionante denuncia del cinismo con que el mundo desarrollado (…) esconde su abundante culpa y sus responsabilidades en el subdesarrollo africano, guerras y muerte incluidas”, como dice Mirito Torreiro en el diario El País de España.

El territorio africano no era desconocido para Sauper. En 1997, con un equipo de Naciones Unidas y la Cruz Roja recorrió en un tren destartalado la jungla del Zaire. Las imágenes que grababa servirían para contarle al mundo que en esos territorios malvivían miles de hutus desplazados del conflicto en Ruanda. Lo que registra es doloroso: niños con la piel pegada a los huesos, desesperanza, no futuro, gusanos, cadáveres. Esas son las ‘postales’ de su Kisangani Diary, que dura 45 minutos y arranca con su voz en off explicando: “Este es un documental sobre gente que huye, es una cuenta del uno al diez, para cuando lo veas, la mayoría de los que salieron aquí habrán muerto”. En esta obra el director ya demostraba su capacidad (su tino y buen pulso) para grabar la miseria sin ser miserabilista, captar la tragedia evitando el amarillismo, acercarse al Otro sin juzgarlo o manipularlo, y para hacer visibles a los que Occidente considera invisibles.

Esa manera de rodar la repetirá en La pesadilla de Darwin, una obra compleja en la que además de la perca, las armas y los aviones, el espectador se enfrenta con el sida, la prostitución, la pelea por la comida, la supervivencia. Sauper tardó cuatro años en construir el filme. La grabación fue dura, a él y a su asistente (ese era todo el equipo de producción) los metieron en prisión varias veces. Les resultaban molestos a las autoridades del pueblo. Hasta los acusaron de hacer filmes porno. El director dice que durante todo ese tiempo su cerebro “echaba humo” buscando la forma de armar su película –“¿Cómo podía situar todos esos elementos, realidades y personas?”–, una que en 2004 ganó el premio a Mejor Documental Europeo, en 2006 fue nominada al Óscar y perdió la estatuilla con La marcha del Emperador (la Academia prefiere a los animalitos, pingüinos inofensivos en este caso, que a las denuncias). La cinta del austriaco es demoledora, y el público sale afectado de la sala: “La gente comenta que mi película puede ser un poco pesimista, un poco oscura (…) No hay tono para describir el desastre, la magnitud del desastre”.

Un desastre que es visto por uno de los personajes de La pesadilla de esta manera: “Por desgracia, Dios creó el mundo y le dio unos recursos limitados, los hombres pelean por esos recursos (…) ¿Quién se va a quedar con ellos, y quién se va quedar sin nada? Así que es la ley de la selva, sólo los animales más fuertes y duros consiguen sobrevivir”. Maldito seas, Darwin.