CINE

El infierno tan temido

Tolkien y Borges fueron dos de sus defensores más aguerridos. El poema fundacional de los sajones, el Beowulf, ha pasado por el teatro, las tiras cómicas y hasta la ópera. Ahora en Colombia se estrena una película de Robert Zemeckis. Reportaje de ARCADIA

Ricardo Silva Romero
19 de noviembre de 2007

El manuscrito sin firma, de mediados de la edad media, no tiene ningún título a la vista. Se puede comprobar que tiene 3.182 versos. Y que sus palabras cumplen un poco más de 900 años. Pero los estudiosos lo han llamado como lo han llamado, el Beowulf, porque el héroe de la gesta (un hombre obligado a salvar a su pueblo de tres monstruos infernales) lleva ese nombre como quien carga un destino en las espaldas. Puede decirse, tras diez siglos de discusiones escrupulosas, que se trata del gran poema épico anglosajón. Que las mil y una versiones que se han hecho a partir de sus líneas, desde la conmovedora traducción del irlandés Seamus Heaney hasta la nueva película gigantesca del norteamericano Robert Zemeckis (que ha sido estrenada este noviembre en todo el planeta), certifican que su existencia tiene algo de milagro. Que la extraordinaria historia que relata sigue advirtiéndonos con qué nos tropezaremos en el mundo: con unas éticas que se convierten en estéticas, con unos seres oscuros que ponen a prueba nuestras virtudes, con unas decisiones de vida o muerte que tomamos a ciegas.
 
El Beowulf ha llegado a salvo, desde el año 1100, a la otra orilla de la historia. Lo más probable es que muera el día en que muera el universo. Los lectores se han pasado su texto de voz en voz, de mano en mano, con el cuidado con el que se pasa una figura de porcelana. Y de esa manera han logrado que asuma todas las formas que una aventura puede asumir: de best seller de Michael Crichton, de ópera de hoy en día, de novela gráfica, de superproducción de Hollywood, de videojuego. El celebrado J. R. R. Tolkien, autor de la saga de El señor de los anillos, fundó su vida, su carrera y su obra en la defensa de la grandeza de aquel poema que fue reducido durante mucho tiempo al lugar de “importante documento histórico”. El escritor argentino Jorge Luis Borges confiesa su absurdo afán de estudiar “la lengua de los ásperos sajones” en un poema de los años sesenta que jura haber redactado en la última página de su ejemplar de Beowulf. Analizar sus versos es, aún hoy, el sino de los abnegados estudiantes de literatura: el protagonista de la película Annie Hall le aconseja “no tomes ningún curso en el que tengas que leer Beowulf” a su novia en crisis.
 
Hermosa versión

Pero nada, ni siquiera aquel consejo desinteresado, ha detenido el paso de ese poema épico que es el resumen de todos los poemas épicos. Editorial Norma se atrevió a editar en 2006 una hermosa versión en español (en prosa) firmada por el poeta chileno Armando Roa Vial: es probable que sea, junto con la traducción (en verso) de los hermanos Lerate, la mejor composición que se ha hecho del viejo relato inglés en nuestro idioma. Roa Vial apuesta por una redacción que conserva el ritmo original, imprime “mayor claridad al tejido argumental” y evidencia que el lenguaje es el otro protagonista de la historia. Y la cuidadosa edición, hecha dentro de la colección Cara y cruz, prueba la relevancia del texto de la mejor manera posible: dándole la palabra a un estupendo ensayo escrito por aquel J. R. R. Tolkien que desde que redactó el universo de El señor de los anillos resucitó (o también: puso de moda) a los infiernos, a los dioses tenebrosos y a los monstruos presentes en los principales poemas paganos de occidente.

Tolkien consigue rebatir a los críticos que durante tantos años trataron de reducir el Beowulf a la categoría de simpático poema fantástico. Comprueba que su lenguaje es una proeza en términos literarios. Y muestra que la trama, la vida de ese heredero de los gautas que (contra Grendel, la mamá de Grendel y el dragón) dio tres veces la vida por su pueblo, no solo tenía que ser cantada de esa forma, sino que merecía ser cantada tanto como la Biblia, La Ilíada o La Odisea, porque podemos vernos a nosotros mismos en cualquier página que abramos.
 
Estreno en Colombia
 
El Beowulf sigue, pues, recordándonos que somos los que fuimos. Y ahora, como si no fuera suficiente, como si su importancia no estuviera demostrada hasta el cansancio, ha sido estrenada la innovadora adaptación cinematográfica que ha dirigido el mismo Robert Zemeckis que forzó los avances técnicos del cine con obras tan exitosas como Volver al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Forrest Gump, Contacto y El expreso polar. No es la primera vez que el Beowulf es el punto de partida de algún drama: en el poema se inspira una coral de 1925, una ópera rock de 1977 y una ópera de 2006 compuesta por el músico que ganó el premio Oscar por crear la banda sonora de Frida.
 
Tampoco es la primera vez, por supuesto, que el poema épico es convertido en largometraje de aventuras: el animador ruso Yuri Kulakov presentó un valioso mediometraje animado en 1998; el neoyorquino John McTiernan usó el relato en una faraónica producción de 1999 titulada Los trece guerreros; y hace unos meses se estrenó una versión realista dirigida por el islandés Sturla Gunnarsson.

La de Robert Zemeckis cae, al parecer, en la tentación en la que han caído todas las adaptaciones anteriores: la de inventarle alguna relación escandalosa al pobre Beowulf. Dicen que, sin embargo, ésta será recordada como una respetuosa versión cinematográfica del clásico. Y sobretodo (favor ver el trailer en YouTube) como la obra que perfeccionó la animación por captura de movimientos con la que fueron creados el Gollum de la versión fílmica de El señor de los anillos, el extrañísimo mundo navideño de El expreso polar y los tres niños asustados de La casa de los sustos. Esta vez, en la búsqueda de un realismo extremo en las animaciones, Zemeckis ha escaneado hasta el más mínimo detalle de las interpretaciones que actores de la estatura de Ray Winstone, Anthony Hopkins, John Malkovich, Brendan Gleeson y Angelina Jolie, hicieron en los escenarios virtuales montados en sus sofisticados estudios. Y ha logrado, para empezar, que nos quedemos con la boca abierta ante la magnitud de las imágenes.

Y que pensemos en lo curioso que resulta poner tantos avances técnicos al servicio de una historia medieval cuya vigencia prueba que todo está inventado.