Cómo hablar de libros sin haberlos leído

Elogio de la impostura

Su nombre es Pierre Bayard. Es francés y publicó un libro dirigido a escandalizar a la academia parisina. ¿Su tesis? Se puede hablar, comentar y hasta disertar sobre temas desconocidos pues la lectura no es una obligación. Bayard es el fenómeno de ventas de la temporada en Europa y los ataques en su contra no se han hecho esperar.

Felipe Cala Buendía
18 de abril de 2007

Si se puede fingir un orgasmo, ¿por qué no el conocimiento? De un lado, están aquellos en cuyas manos –por azar, oficio o vocación– ha caído un libro que efectivamente han leído. Del otro, aquellos que simplemente no leen, bien sea porque carecen de la disposición, del tiempo o del acceso necesarios para hacerlo. Entre estos dos polos, existe, no obstante, un terreno pantanoso, habitado por aquellas personas que –nuevamente por azar, oficio o vocación– se han visto forzadas alguna vez a hablar de libros. Sin embargo, este último grupo no debe necesariamente coincidir con el primero: se puede hablar de un libro, con elocuencia, propiedad e inteligencia, sin haberlo siquiera tocado. Buenas noticias para todo el mundo. Pues, lectores o no, la verdad es que a muchos les encanta el exhibicionismo intelectual; esa práctica que en póquer se llama bluff, y que es tan antigua como el arte de fingir los orgasmos.

Esta es la tesis central de la más reciente publicación de Pierre Bayard, un profesor universitario conocido en Francia por sus tendencias iconoclastas y políticamente incorrectas. Y a pesar de que Cómo hablar de libros sin haberlos leído estaba dirigido al mundo de la academia parisina, sus ventas superaron cualquier expectativa y ya se encuentra en proceso de traducción a las principales lenguas europeas. “Estoy sorprendido, pues nunca imaginé cuán culpables se sienten los no-lectores”, afirmó Bayard en una entrevista reciente. “Con este libro, pueden sacudir su culpa sin psicoanálisis. Es mucho más barato”.

Y es que eso que irresponsablemente llamamos cultura nos impone, a veces, un peso que muchas personas no estamos dispuestas a soportar. En realidad, y dada la inmensa cantidad de libros que hay que leer, todos estamos destinados a convertirnos en no-lectores. ¿Quién se ha leído, de cabo a rabo, En busca del tiempo perdido o La montaña mágica? Más importante aún, ¿quién no se siente en completa libertad para hablar de ellos, aun sin haberlo hecho? En esta materia, quien esté libre de pecado arroje la primera piedra. ¡Leer no es una obligación!

Es más, no leer es un derecho; es el derecho fundamental de cualquier lector, como bien lo señaló Daniel Pennac, otro francés subversivo. Bayard insiste en que no hay por qué sentirse avergonzado por no leer un libro. De hecho, los no-lectores se encuentran en muy buena compañía: desde Paul Valéry hasta Graham Greene, pasando por Oscar Wilde, quien se negaba a leer los libros que reseñaba, por temor a verse influenciado. De pronto, es hora de aceptar que la no-lectura también tiene sus ventajas y es, tan solo, una cuestión de grado. ¿Cuál es, en últimas, la diferencia entre un libro hojeado y un libro del cual apenas hemos oído hablar?

Desde el colegio hasta la universidad, nos inculcan una forma correcta de leer: una página a la vez, comenzando por la primera y terminando en la última, sin hacer trampas. Y aún peor, nos llenan la cabeza de cucarachas canónicas, como si no se pudiera andar por la vida sin haber leído lo que un viejo ciego, de dudosa existencia, tuvo que decir acerca de una guerra provocada por el símbolo sexual de la época. Pero la verdad es que la lectura –como el sueño– es un hábito individual. Como lo demuestra la no-lectura, existe un gran número de posibilidades: se puede comenzar por la mitad, saltar de página en página, omitir pasajes enteros; se puede no leer y conformarse con lo que otros tienen que decir acerca de un libro; se puede leer juiciosamente un libro y simplemente olvidarlo, por el paso del tiempo o degeneración neuronal.

Aunque por su título parezca un artículo de Vogue, destinado a yuppies incautos con mal de cultura y de conversación, el texto de Bayard entraña una profunda reflexión sobre la lectura y la literatura, ninguna de las cuales tiene por qué ser algo opresivo. Hablar de libros sin haberlos leído es, en definitiva, un acto liberador, de pura creación e inventiva, que sitúa al no-lector en el mismo nivel que el autor de una obra aún no escrita. Como bien afirma Bayard, la cultura es sobre todo una cuestión de orientación. Ser culto no es haber leído tal o cual libro, es saberse mover por un espacio plagado de imágenes y elementos que se relacionan los unos con los otros.
Claramente, las críticas no se han hecho esperar. Para Patrick Kéchichian, de Le Monde, Bayard no es más que el defensor y promotor de una práctica inconsistente e indisciplinada de la lectura. Pero, ¿quién sabe? Acaso reconocer que no leemos, sin ningún tipo de recato o vergüenza, sea el primer paso para volver a la lectura; para encontrar nuestro propio camino a través de eso que irresponsablemente llamamos cultura.

A estas alturas, espero no haberme delatado. Como tantos otros libros, no he leído el de Bayard. Sin embargo, no importa. Pues como dice él –o como dicen otros que dice él–, hablar de un libro no es más que una excusa para hablar de otras cosas.