El Colombian Dream:

Hacer cine de milagro

El próximo 14 de septiembre se estrena el segundo largometraje de Felipe Aljure, uno de los más personales y talentosos directores colombianos. ¿Por qué tardó once años en realizar una nueva película?

Cristian Valencia*
15 de agosto de 2006

Supe de El Colombian Dream hace tres años por un amigo escultor que estaba trabajando una máscara en látex que debía tener las facciones de un personaje de la película. Cuando le pregunté para qué rayos tenían qué hacer una cosa así, me tuvo que contar que el rodaje se había interrumpido porque un inversionista se había retirado de buenas a primeras, dejándolos a la mitad de la producción. En la parte que tenían filmada había aparecido en varias ocasiones el Megatombo, que si bien no era un personaje principal, sí tenía alguna relevancia. El asunto es que durante el receso obligado alguien le dañó el oído a quien interpretaba el Megatombo, y cuando estaban a pocos días de recomenzar el rodaje, les salió con la perla de que cobraba una millonada por su actuación. Así que había que hacer una réplica en látex de la cara del Megatombo, porque si no había plata para pagarle a ningún actor, mucho menos la iban a conseguir para pagarle a una luminaria recién aparecida.
El escultor intentó convencer al hombre de que se dejara vaciar un molde en yeso, lo invitó a varios tragos, lo sacó a comer pinchos, pero no hubo poder humano; así que el grado de dificultad iba en ascenso: no sólo debía quedar idéntica, sino que su modelo eran las escasas tomas que tenían filmadas y unas cuantas fotografías. El proyecto máscara fracasó, por supuesto, y se inventaron otra solución.
Ignoro por qué pasan este tipo de cosas con las películas de Aljure, pero siempre pasan. Las envuelve un cálido ambiente de absurdo que se propaga por el aire y va contagiando a todo el mundo mucho tiempo antes de que la película debute.
Un año antes de que estrenaran La gente de la Universal, me había enterado de que venía una película colombiana fuera de serie. Porque vendían unas estampitas promocionando una cinta porno que se llamaba Háblame sucio, doctor. Y de alguna manera resultaban irónicas, quizá porque en el revés aparecía la Virgen de La Inmaculada. Muchas personas alardeaban con su estampa y decían que era el filme que se proyectaba dentro de La gente de la Universal, la película de Aljure. Y era verdad.
Once años después
Cuando le pregunto a Felipe por qué tuvieron que pasar once años para ver otra obra suya, me mira, hace un silencio y comienza por explicarme que esto es Colombia. Sí, señores.
Me entero de que el guión y la plata estaban listos para comenzar el rodaje en 1998. Dos coproductores, uno de Canadá y otro de Francia, tenían lista una buena cantidad de billetes para aportar si Aljure accedía a un requisito que ellos consideraban una nimiedad. Por razones de seguridad, los productores no habían podido conseguir un seguro de Buen Fin para Colombia, pero sí para Ecuador o Venezuela. Y le dijeron a Felipe que bien podrían rodarla en cualquier lugar de esos países porque ni en Francia ni en Canadá se notaría la diferencia entre Colombia, Ecuador y Venezuela.
—¿Perdón? —dijo Felipe—. Es que nosotros no estamos haciendo El Colombian Dream para Francia o Canadá, aunque tampoco los estamos excluyendo. El asunto es que esto se llama El Colombian Dream, es una película colombiana y… tiene… que ser filmada en Colombia.
Como es obvio los inversionistas se retiraron del negocio, argumentando que Felipe era un tipo en exceso obstinado, y la cinta tuvo que esperar su momento.
De alguna manera la película pagaba con tiempo el precio de la independencia; y lo pagaban también el director, los productores, todo el equipo y nosotros mismos, los ansiosos espectadores. Si hacer cine en Colombia ha sido difícil desde siempre, hacer cine independiente es dos veces más difícil porque no se hacen concesiones. No se moldea el guión al vaivén de quien vaya poniendo dinero: no se filma una escena de sexo gratuito, sólo porque el inversionista lo exige; ni se mata a quemarropa por lo mismo, ni se explotan carros, ni se mueve una sola letra de ese guión por nada distinto a los requerimientos creativos de la obra.
Así que para Felipe Aljure esta situación significaba más de lo mismo: que otra vez comenzaba a configurarse el mismo camino de producción que trazó el destino para La gente de la Universal. Otra vez se vislumbraba una larga carrera de obstáculos difíciles de sortear, jartos, desesperanzadores y enfermantes.
—Cuando hicimos La gente de la Universal quedamos como maltrechos financieramente —dice Felipe—. Es que uno hace una película y queda sin ganas de hacer otra, porque el placer de hacerla ha estado sumergido en los embargos, en los abogados, en los bancos, en perder la casa, en perder esto y lo otro, en vender el carro; en el sacrificio para los hijos y para uno mismo. Por esa cosa económica tan difícil, esa mordaza que uno siente que se le viene encima.
Y fue precisamente pensando en esos malqueridos problemas de billete que aceptó inaugurar la dirección de Cine del ministerio de Cultura, desde donde impulsó la nueva ley de cine, que hoy es una realidad feliz para la naciente industria nacional. Desde ese año de 1998, la producción cinematográfica ha crecido considerablemente. En estadísticas de hoy, tomadas de proimágenes en movimiento, hay cuarenta proyectos de largometraje en desarrollo, veintidós largos en posproducción y seis por estrenar. La nueva ley, vigente desde el 2003, hizo posible que invertir en cine sea rentable y competitivo para cualquiera. (Ver recuadro.)

El Colombian Dream
Le pregunto a Felipe de dónde le salió un disparate tan bien armado, de dónde proviene esa complejidad tan elemental, y trata de contarme una historia de “Bisneros” de los años ochenta, aunque de inmediato algo más importante le arrebata la palabra a él mismo:
—La primera imagen que tuve de la película es la supernena cayendo muerta en cámara lenta. De ahí parte la imaginería del Colombian Dream. Porque esa imagen llevaba la cámara lenta; en esa imagen estaba el clima, el sol tropical de Girardot, y las ropas livianas. En fin, esa cara de esa mujer, con esa fragilidad, determinó también el resto del casting.
Y después de eso ni le pregunto porque el resultado es una obra impresionante en su narración, en su calidad estética y en su impecable factura. El resto es un vértigo colombiano meciéndose con cariño en una cornisa a cuarenta grados centígrados bajo la sombra. Si quisiera contarles la película en unas cuantas líneas sería tan fácil como contarles una de Tarantino o de Woody Allen o de Kusturica. Imposible por los ritmos que maneja y la complejidad temática que tiene. Pero hace calor en esa cinta, y hay una Terraza Cósmica en la mitad de Girardot, y un joven Maclein que vive embalao, y un Duende enamorado de la mujer del malo, y una emisora móvil llamada Radioerótica locutada por un lascivo madrileño, y dos adolescentes necios que arman la trepaquesube, y el mismo Duende que sabe dar unas cachetadas que las pone cachondas, y un poeta hijo de sicario que no salió asesino pero le toca, y esto de querer hacerse rico sin hacer nada, y una ráfaga de ironías que pueden matar de risa porque nos retrata.
Porque la estética de Aljure es altanera, jocosa y frentera. Tanto que podría chocarle a algunas personas por considerarla políticamente incorrecta. Le pregunto a Aljure si le preocupa eso, que alguna gente piense que es una faceta de Colombia que no debería verse en el mundo:
—Me parece que la película habla con gran cariño de Colombia y del colombiano. Pero, probablemente, hay gente que va a sentir que de golpe estamos mostrando una película que no se debería ver afuera, pero a esos yo les recomiendo que mejor vayan a ver documentales de la Corporación Nacional de Turismo, o los hagan ellos mismos y vendan otra Colombia que no existe.
La película de Aljure es tremendo monstruo técnico. Una película en este país se puede hacer fácilmente en seis semanas. La gente de la Universal, que es una película que se hizo en un plan de rodaje razonable y cómodo, se hizo en ocho semanas. El Colombian Dream, en dieciséis semanas. La gente de la Universal tenía trescientas y tantas latas de cuatro minutos cada una, porque fue hecha en 35 mm; ésta tiene 334 en 16 mm: y una lata de dieciséis dura diez minutos, es decir, tiene dos y media veces más material. Una película colombiana normal tiene de 350 a cuatrocientas claquetas; La gente de la Universal, que era de las que más tenía, estaba alrededor de las ochocientas; y ésta tiene 1.504 claquetas. Es una película muy grande: muy grande en tiempo, muy grande en material filmado y muy grande en costos también: casi tres mil millones de pesos.
¿De dónde? De premios, de inversionistas nacionales con la nueva ley de cine, de inversionistas extranjeros, de créditos personales, de trueques, de venpermutos, de chisgonones, de gangas y de milagro. .