Música, palabras y parranda en Barranquilla

Y hubo carnaval

Gays que se arrodillaban ante La Tongolele como ante una diosa. Duelos emocionados entre acordeón y bandoneón. El primer Carnaval de las Artes, organizado por la Fundación La Cueva, dejó claro que cuerpo y cabeza son una fantástica pareja de baile. Arcadia le cuenta los mejores momentos de un evento inolvidable.

Tadeo Martínez
19 de febrero de 2007

En la noche de clausura del Carnaval de las Artes se programó un encuentro entre el bandoneón y el acordeón, dos instrumentos familiares pero opuestos: el uno, melancólico, el otro, parrandero. Quizá se deba a lo que dijeron Carlos Bouno y Alfredo Gutiérrez, el bandoneonista argentino y el acordeononero colombiano: que tenemos almas diferentes.

Heriberto Fiorillo, director de la Fundación La Cueva y organizador del evento, presentó el acto como una cita a ciegas entre el acordeón y el bandoneón. Una cita entre un erudito como Bouno y un juglar repentista y analfabeto como Alfredo Gutiérrez, quien ha sido tres veces rey del festival vallenato.

¿Qué podía salir de un encuentro entre dos figuras estelares de la música popular argentina y colombiana? En el escenario, a Heriberto Fiorillo lo acompañaban Ángel Becassino y Adolfo Pacheco como embajadores, uno argentino y el otro compositor de música vallenata. Bouno explicó la evolución del bandoneón, sus tonalidades y sus sentimientos. Mientras Bouno subió al escenario con un solo instrumento, Gutiérrez lo hizo con cinco, mostrando que para cada género (puya, paseo, son, vallenato), tenía uno. Y así, mientras Bouno con discreción y pudor, hablaba con el bandoneón, Alfredo Gutiérrez irrumpió en el escenario con estridencia, pero también con el conocimiento de quien durante su vida sólo ha sabido ser maestro irrefutable de un instrumento.
Y lo que comenzó como un diálogo terminó siendo una gran fiesta en la que se mezclaron los fuelles del bandoneón y del acordeón. Mientras el tango se alegraba, el vallenato se ponía cada vez más melancólico. Después subieron Pancho Amat, el tresero cubano, y el compositor y guitarrista brasilero Chico Cesar. Formaron un cuarteto en el que se confundieron la trova con el vallenato, el tango y la samba con las baladas románticas de Chico Cesar. Fue una noche inolvidable, conmovedora por la presencia inmensa de un Fontanarrosa en su silla de ruedas, risueño y feliz, y la mítica bailarina mexicana La Tongolele, provocando a todos con sus caderas y sus 74 años.

El carnaval fue un motivo. En realidad hubo algo más allá de lo estrictamente carnavalero y lo que el carnaval tiene de arte. Que Jon Lee Anderson nos contara sus experiencias periodísticas en todas las guerras en las que ha participado, acompañado por la periodista colombiana Ángela Patricia Janiot, posiblemente no tendría nada de carnavalero, pero este diálogo atrajo a estudiantes universitarios y jóvenes que querían saber sobre la guerra y también saber cómo se hacen los perfiles de los sátrapas que han estado en el poder en nuestra América, quienes tan bien retratados han sido por el periodista norteamericano. O la reflexión sobre el poder y el periodismo, en la que participaron además de Janiot y Anderson, el director de El Heraldo, Gustavo Bell, el periodista y escritor Óscar Collazos y el publicista y fotógrafo Carlos Duque.
Los personajes invitados por La Cueva disfrutaron de una fiesta para muchos desconocida y asistieron a los preludios del carnaval que tienen lugar ese fin de semana. Una de las noches más festejadas fue la del viernes de Guacherna, un desfile nocturno de comparsas y grupos folclóricos que consiste en recorrer las calles y sacar de sus casas, una tras otra, a las parejas, para invitarlas a unirse a ese particular baile de barrio, que puede durar hasta el amanecer. Al día siguiente se escucharon iniciativas excéntricas como la de Ángel Becassino, quien en una tertulia sobre el sexo y el carnaval, propuso que la gente desfilara desnuda, pero con máscaras puestas, sólo para que el cuerpo pueda ser protagonista absoluto y libre, sin el pudor que, cosa curiosa, viene no de enseñar el cuerpo sino de exponer la cara que lo lleva.

Pero de todos, la que más disfrutó fue La Tongolele. No sólo estuvo en la noche de Guacherna. También la fueron a buscar el domingo para que se presentara en un tarima donde concluía el desfile de los gays, que se arrodillaron ante ella como quien venera a una virgen y le implora sus dones.

En los cuatro días de reflexión sobre las artes que alientan los carnavales, quedó muy claro que estos no se pueden convertir en una postal turística. Que los carnavales tienen una fuerte raigambre popular y la creación y la expresión de la gente durante esos días no puede tener camisas de fuerza o limitaciones. Por eso el carnaval de las artes surge como un bálsamo en medio de las críticas en Barranquilla por la excesiva comercialización del carnaval.

Al final, todos dijeron sentirse abrumados por tanta amabilidad y atenciones, pero también sorprendidos por las emociones de la música y la calidad de los artistas invitados. Carlos Bouno dijo que cuando Fiorillo fue a buscarlo a Buenos Aires para proponerle el encuentro con Alfredo Gutiérrez, le preguntó que si estaba loco. Pero al ver todo lo que había resultado en ese encuentro entre el acordeón y el bandoneón, donde no había libreto, donde todo fue tan espontáneo, se sentía feliz de haber estado en este encuentro cultural dedicado a la creación de las artes en la fiesta libertina y milenaria del carnaval. Y quedó demostrado que cuando hablamos de espectáculo, de parranda y de pensamiento, no tienen por qué bifurcarse los caminos.