Juana y su alfombra voladora

El New York Times ha reconocido el talento de la cantante y compositora argentina Juana Molina. Su último disco, de canciones tristes y destempladas, acaba de llegar a Colombia. Arcadia la entrevistó.

Manuel Kalmanovitz G.*
15 de agosto de 2006

Antes de dedicarse a la música, Juana Molina fue estrella de la televisión. Una estrella rara, también. Una estrella accidental, porque lo que quería en realidad era hacer música y veía lo de la televisión simplemente como una forma de ganar plata, ser independiente, pagar el arriendo y tener tiempo para estudiar guitarra y hacer canciones.
Pero las cosas se le complicaron. Por exceso de éxito. Primero, pasó una cinta de ella interpretando varios personajes a los productores de un programa cómico, donde comenzó haciendo piezas cortas; luego la llamaron a otro programa y, finalmente, en 1991, terminó al frente de su propio programa: Juana y sus hermanas. La televisión había pasado de ser una buena forma de ganarse la vida a ser su vida entera.
El programa duró tres años hasta que, tras una pausa obligada por un embarazo, se puso a pensar en su vida, en su carrera y en lo que quería hacer. “Me di cuenta de que había caído en mi propia trampa, que lo que me había salvado me había atrapado”, dijo en una entrevista por teléfono desde Argentina. “Había dejado la música por eso. Entonces decidí volver a la música antes de que fuera demasiado tarde y hacerlo en serio. Tomar el toro por las hastas, a cualquier precio”.
Uno de los problemas con la música era que a Molina le daba mucha pena mostrar lo que hacía. Era como si dejara la extroversión para la tele. “Actuando nunca era yo, siempre hacía de otros. Me era muy fácil porque no estaba expuesta; exponía a otras personas, inventadas por mí, pero que no eran yo. Con la música soy mucho mas vulnerable, con los personajes me sentía invencible”.
Una vez tomada la decisión, volvió a unas grabaciones que había hecho de chica y de ahí salió buena parte del material de Rara, su primer disco de 1996, producido por Gustavo Santaolalla para Universal. Pero el disco no despegó. “El disco quedó ahí, encajonado. Gastaron un montón de plata [en la producción] y luego se quedó sin promocionar”.
También estaba la cuestión de los hinchas de Juana Molina, la comediante de televisión, que esperaban encontrarse con los personajes inventados, pero se encontraban con la verdadera Juana cantando canciones raras de amor, juguetonas pero serias. Canciones sobre galanes que pronto dejarían de quererla (“Se hacen amigos”), sobre dejar de ser uno y volverse mentiroso y simulador (“Antes”), sobre alguien que no encuentra algo (“Buscá bien y no molestés”).
“Al principio venía muchísima gente por mi nombre, pero cuando llegaban al show entre que la música no era la que esperaban y que yo era un desastre en vivo, al final no quedaba nadie. Quedaban apenas unas veinte personas que podían ver lo que había detrás del caos”. Y la prensa tampoco ayudó. “Porque era muy conocida y querida. Nadie quería que cambiara, pensaban que era un capricho”.
Aunque el disco no despegó en Argentina, Molina se enteró de que una emisora en Los Ángeles programaba sus canciones. “Y dije ‘si hay un lugar en el mundo que se interesa en mí, vayamos ahí a ver qué pasa’”. Y se mudó a Los Ángeles. Ahí estuvo un año y medio y ahí hizo su segundo disco, titulado simplemente Segundo.
Entre otras cosas, en Los Ángeles se dio cuenta de que no necesitaba ir a un estudio para grabar sus discos. Que podía grabar en su casa, en su computador, capturando el momento mismo en que la canción tomaba forma, la chispa de la creación, y que eso le daba a las canciones un tono particularmente conmovedor, de incertidumbre, como un bebé que comienza a caminar. “Cuando descubrí que todo eso que tenía grabado no tenía por qué ser un demo, sino que podía ser el disco, me dio una alegría tal que seguí adelante hasta que terminé”.
Tuvo, claro, que quitarse de encima las ideas preconcebidas de cómo deben hacerse las cosas, que a veces no hacen más que obstaculizar. Y no sólo eso, la tecnología tenía que haber llegado al punto en el que fuera posible grabar en casa con buenos resultados.
A Molina comenzó a irle bien en Estados Unidos, Japón y Europa, pero en Argentina seguía siendo la comediante caprichosa que dejó la actuación por la música. Hasta que en el 2004 el New York Times eligió su siguente disco, Tres cosas, como uno de los diez mejores discos pop del año. Después de eso –y de irse de gira como telonera de David Byrne– las puertas se le abrieron en Argentina.
“Ahí los medios me aceptaron como música; al hacerlo, la gente se relajó más, se puso a investigar y creció mucho la audiencia”. Molina dice que no le molesta el haber tenido que recibir un visto bueno de afuera antes de ser reconocida en su país. “Me parece que todos somos muy inseguros y es como algo casi adolescente, el tener miedo de que le guste a uno algo que a nadie más le gusta; que lo acusen con el dedo, diciéndole ‘¿cómo te puede gustar eso?’ Por eso la gente se viste igual y le gustan las mismas películas”.
El nuevo disco de Juana Molina salió en Estados Unidos en junio pasado y ahora ella está de gira por el mundo presentándolo. Como los dos discos anteriores, fue grabado en casa. En medio de las canciones hay ruidos de pájaros y perros que ladran. ¿Y la música? ¿Cómo describir la música de Juana Molina?
Habría que imaginársela inclinada sobre su guitarra, sonriendo al ver la historia que se teje al tocar una nota y después otra y otra. Y luego la voz, que crece lenta y cuidadosamente sobre esa estructura como una enredadera de felpa. “Lo que más me gusta cuando grabo es la sensación de que no soy yo sino es el instrumento el que me dice qué hacer. Es como si estuviera en una alfombra mágica y el sonido me fuera llevando por unos paisajes de formas bastante geométricas”. Es como si el mundo usara a Juana Molina como Juana Molina usa la guitarra. Por eso los discos suenan tan bien. .