Proliferan las adaptaciones de novelas en el cine colombiano

Letras a la pantalla

¿Qué hace que se estén adaptando tantas novelas colombianas al cine? ¿Se trata de una propensión hacia sus historias o es el reflejo de una escasez de guionistas? Reportaje.

Oswaldo Malo
21 de marzo de 2007

William Faulkner jamás se sintió cómodo escribiendo guiones para la Warner Brothers en Hollywood. Decía que se sentía incapaz de escribir “para un público de doce años de edad mental”. Sus guiones eran minuciosos y perfeccionistas y muchos de ellos jamás se filmaron, como una historia del General de Gaulle que yace en algún archivo olvidado. Quedan para el recuerdo las adaptaciones que escribió de El gran sueño, de Raymond Chandler y Tener y no tener, de Ernest Hemingway. Después de ahorrar un tiempo, cerró la puerta de los estudios y se dedicó al whisky y a seguir escribiendo novelas. El mundo de los guiones siempre le pareció demasiado pobre. Tal vez esa sea una hipótesis de lo que ocurre en Colombia actualmente: son más bien pocos los escritores dedicados a crear historias para el cine y, por ello, la mayoría de los directores se sirven de la literatura.

Desde los años ochenta los cineastas colombianos han acudido a las novelas para llevarlas al cine: Cóndores no entierran todos los días (1984), La mansión de Araucaima (1986), Crónica de una muerte anunciada (1987); Ilona llega con la lluvia (1996), El coronel no tiene quien le escriba (1999), La virgen de los sicarios (2000), Perder es cuestión de método (2004) y Rosario Tijeras (2005) son prueba de ello.

En Colombia existen facultades de Cine, pero la mayoría de los estudiantes que entran lo hacen con la pretensión de coger una cámara y dirigir. Son pocos los que se forman como guionistas. Y, para volver al caso de Faulkner, son pocos los escritores que por necesidad o vocación se dediquen a eso que Woody Allen llama “vehículos”. Porque un guión es apenas eso: un trazo sobre el que se basa un director cuyo resultado jamás será el mismo.

Actualmente se encuentran enproceso o listas para ser exhibidas siete películas basadas en novelas colombianas: Paraíso Travel, de Jorge Franco; Satanás, de Mario Mendoza; Esto huele mal, de Fernando Quiroz; Recursos humanos, de Antonio García; Del amor y otros demonios, El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez y La dificultad de las cosas, de Mauricio Bernal.

El director caleño Andrés Baiz fue el encargado de adaptar la novela Satanás, de Mario Mendoza. “Nunca antes había adaptado una novela, aprendí en el proceso. La primera versión del guión fue muy literal, casi exacta al libro, por esa razón no era muy buena. Con la segunda, la tercera, la cuarta versión (hubo siete en total) me fui distanciando de la novela e hice del guión algo más personal. Con cada versión del guión la estructura se pulía y se modificaba y terminó siendo muy diferente a la de la novela”, dice.

En palabras de Jorge Franco, escritor de Rosario Tijeras, el hecho de que la obra narrativa de escritores colombianos sea tan llamativa para trasladarse al cine se debe a que “Colombia ofrece historias en todas partes, historias que sacuden, que confrontan. Aquí está la materia prima. Es una literatura con mucha vitalidad”.
Frente al mismo interrogante, Ricardo Silva sostiene que cualquier novela es susceptible de ser adaptada así no sea “cinematográfica”. Para el cine, el requisito fundamental es que haya historias y se confía en las que se encuentran en las novelas, “como se ha hecho desde siempre. Mientras se profesionaliza el trabajo de guionista, se buscan historias en todas partes”.

Para Fernando Quiroz, quien prepara la adaptación de su novela Esto huele mal junto al director Jorge Alí Triana, el que se estén realizando numerosos proyectos cinematográficos a partir de novelas es muestra, por un lado, del crecimiento de la industria del cine colombiano y, por otro, de que la literatura nacional está reflejando realidades atractivas para el medio: “El narcotráfico y la violencia son algunas de ellas. Entre el cine y la literatura existe una relación de ida y vuelta. Se alimentan mutuamente”.

Otra razón que hace que las novelas colombianas sean atractivas para los productores y los espectadores al final del proceso es que durante la planeación, elaboración y ejecución de las obras, los artistas han estado expuestos a una constante influencia audiovisual. “Nos hemos pasado tardes enteras en cines de sesión continua, viendo una película tras otra. Es indudable que ahí aprendimos unas primeras estructuras narrativas, que combinábamos con lo que leíamos”, dijo el escritor español Juan José Millás.

“La razón por la que el cine ha echado mano de la literatura es porque esta es una cantera, una fuente de historias. Hay escritores como Cabrera Infante que se sirven del cine, de igual manera que el cine se sirve de la literatura”, asegura Antonio García, escritor de Su casa es mi casa y Recursos humanos, novela sobre la que también existe un proyecto de rodaje que sería dirigido por Jaime Escallón. Sin embargo, no considera que un lenguaje esté incompleto cuando no está el otro, “no me parece que sean complementarios”.

“El guionista que adapta una novela repite hasta el cansancio tres pasos: primero, reconocer los tres actos de la historia que narra; segundo, reducirla sin culpas ni escrúpulos a una anécdota sin personajes ni pasajes de sobra; tercero, dividirla en escenas que nos lleven del comienzo hasta el final. Sabe de memoria que todas las películas buenas deben poder resumirse de la siguiente manera: una persona aspira a llegar a alguna parte que parece imposible de alcanzar. El guionista está al tanto, en síntesis, que así no es el libro. No piensa en adjetivos sino en verbos”, afirma Silva.

Tres actos que consisten básicamente en la forma en la que estamos acostumbrados a leer las historias: un principio, un medio y un final. La labor no es traducir un lenguaje en los términos del otro, sino tomar la anécdota que reside en la novela para convertirla en una representación en movimiento a la que puede asistirse sin indicaciones previas. En un guión con frecuencia faltan datos. ¿Qué le ha pasado antes a ese personaje, cuál es su biografía? Una novela, por el contrario, es un tesoro de datos.

La duración de la película es otra restricción del lenguaje cinematográfico: reducir una novela de trescientas o quinientas páginas a un guión que tenga cien, teniendo en cuenta que un minuto de filmación corresponde a una página del guión. Será necesario agregar muchas piezas y suprimir otras tantas.
“La traducción literal, es decir, el mero ejercicio de dividir en escenas una novela sin tener una propuesta propia, una adaptación en todo el sentido de la palabra, generalmente resulta en películas mediocres”, dice García.

En la medida en que se profesionalice el oficio del guionista, haya abundancia de historias y elementos técnicos, más productores y directores, más inversión y más apoyo tanto estatal como privado, el cine dejará cada vez más de ser una quimera para convertirse en un pretexto necesario e inevitable para contarnos tal y como hemos sido, como somos y, por supuesto, especular sobre lo que seremos. Lo mismo que sucede en la literatura.