El escritor Cormac McCarthy.

Oprah Winfrey y Cormac McCarthy

Los intelectuales alzan la ceja

Elegida como la mejor novela del año en Estados Unidos, La carretera está rompiendo tabúes intelectuales: su autor, durante mucho tiempo ninguneado por la crítica y acérrimo enemigo de las entrevistas, aceptó ir al programa más repudiado por la inteligencia de ese país: el show de Oprah.

Manuel Kalmanovitz G.
24 de julio de 2007

Cormac McCarthy es un autor que ha pasado su vida rehuyéndole a la publicidad. Tiene setenta y tres años, lleva más de cuarenta escribiendo, y en todo ese tiempo apenas ha dado un par de entrevistas: una a The New York Times, otra a la revista Vanity Fair y a mediados de este año hizo su debut televisivo cuando se dejó capturar por Oprah Winfrey, papisa de la televisión estadounidense.
¿La ocasión? Winfrey eligió la más reciente novela de McCarthy, The Road [La carretera, editada en español por Mondadori], para su club de libros, una distinción que algunos escritores serios no consideran para nada seria o distinguida. Que, de hecho, les parece un atentado a su seriedad, como dejar que un desconocido les ponga una nariz roja y zapatos demasiado grandes y los empuje a la calle así vestidos.
El caso más notorio de este esnobismo intelectual se dio en el 2001 cuando Jonathan Franzen, autor de Las correcciones, fue elegido y en varias entrevistas manifestó su incomodidad con el club de Oprah. Por tener que llevar el sello del programa en la carátula, por perder lectores varones… en fin, por tanta y tan terrible popularidad. Al final fue ‘des-seleccionado’.
Es como si alguna gente pensara que aparecer en el programa de Oprah los polucionara y les quitara cualquier peso que pudieran tener. Que fuera como kriptonita y les hiciera desaparecer sus superpoderes, sean los que sean, para dejarlos ahí, enclenques y a la merced ¿de qué? De las masas enfurecidas e ignorantes, quizás, que quieren libros de dieta y autoayuda, libros de metafísica para todos, de secretos para triunfar en la vida y para vencer la celulitis y el sobrepeso, pero no, nunca, Literatura con mayúscula.
Y ahora, seis años después, Cormac McCarthy, venerable figura de las letras estadounidense, autor de culto, de novelas violentas y llenas de sangre, que examinan la propensión de los hombres –y es de hombres que habla sobre todo McCarthy, la ausencia de personajes femeninos es notable– a ser violentos y matarse entre sí, McCarthy acepta la invitación de Oprah y en junio de este año sale en su programa, un viejo querido y sabio, pausado, con una camisa azul y pelo blanco enmarcándole la cara ovalada.
Pero aún más rara que la presencia de McCarthy fue la elección de la novela misma.
La carretera es como Mad Max, pero si Mad Max no fuera película sino novela y hubiera sido escrito por un escritor serio, bíblico, por un William Faulkner o un Herman Melville. Solo que pasa en un futuro más lejano, o sea que no hay carros ni carreras ni malos disfrazados de punks; un futuro sin esperanza ni horizonte, sin pájaros, plantas, perros. Es apocalíptica y triste, como Mad Max. Solo que con muchos menos elementos.
“Mad Max cruzada con Beckett”, sentenció la revista New York cuando la eligió como la mejor novela del año pasado. Aunque Beckett tendría que tener cierta fascinación con breves episodios de violencia brutal, con caníbales e infanticidios para que la descripción se ajuste al libro. En medio de ese escenario desolado hay un padre y su hijo, un niño de unos diez años, flaco y desconsolado, ambos sin nombre, que llevan en un carrito de mercado todo lo que tienen, cobijas, agua y latas de comida, yendo sin esperanza hacia el sur y evitando bandas de gente que comen otros humanos.
Es dura y terrible y conmovedora como pocas. No hay mayor psicología detrás de los personajes, más allá de un padre tratando de impartirle a su hijo una idea de moralidad en un mundo en donde no tiene mayor uso. Un libro que no explica la catástrofe pero que la hace horriblemente vívida.
Es, sin duda, un plato atípico para el menú regular de Oprah, que consiste más bien en libros que explican en detalle el poder del pensamiento positivo (“recibes lo que piensas; tus pensamientos determinan tu destino”), o con consejos para decorar y hacer “de la casa un hogar” (aunque vale aclarar que toda esta lectura ligera y práctica a la que tanto tiempo le dedica el programa no hace parte del club de lectura que recomienda solo novelas y memorias, y que ha incluido clásicos como Anna Karenina, Mientras agonizo, de William Faulkner y Cien años de soledad).
Para ver la forma en que La carretera contrasta con el optimismo central del programa basta ver este pasaje: “Al volver encontró los huesos y la piel apilados juntos con rocas encima. Un charco de tripas. Empujó los huesos con la punta del zapato. Parecían haber sido hervidos. No había ropa”.
Aunque detrás de toda la violencia, del canibalismo, del hambre y la destrucción circundante, el libro tiene un centro emocional: la relación entre padre e hijo. Así concluye el mismo pasaje: “La oscuridad llegaba de nuevo y ya hacía mucho frío y volteó y fue a donde había dejado al chico y se arrodilló y lo rodeó con sus brazos y lo sostuvo”.
Y el programa de Oprah se desvive por las historias emocionales, así estén espolvoreadas con tripas y muerte. Aunque para hacerlo comestible en el programa es necesario primero aligerar la masculinidad excesiva de McCarthy con una especie de perdón maternal, una absolución, de parte de Winfrey. “Las mujeres son un misterio”, le dijo McCarthy para explicar por qué no había casi mujeres en sus libros.
No es que no le interesaran, ni que las odiara, ni que fueran insignificantes, sino que eran un enigma para él. (En su entrevista de 1992 con The New York Times dijo lo mismo de escritores como Marcel Proust y Henry James que se ocupaban de cosas distintas a la vida y la muerte: que eran un enigma para él).
El público de Oprah –mayoritariamente femenino, como se lamentaba Franzen– puede asentir con McCarthy, respetable y sencillo con su pelo blanco, y pensar que a pesar de tanta violencia debe ser un buen tipo. Simplemente no entiende.
Winfrey hizo lo posible por pintar a este escritor de machos como domado, al menos parcialmente. La carretera, al fin y al cabo, nació como una reflexión de la paternidad tardía de McCarthy (tuvo un hijo con su tercera esposa hace ocho años). El espectáculo era, entonces, el viejo macho ablandado por los años, por la luminosa visión de la infancia que le había caído feliz e inesperadamente en el regazo. Oprah no es inmune al cliché.
El libro, explicó McCarthy, nació en un viaje que hizo hace cuatro años con su pequeño (a quien le dedicó el libro) a El Paso, un pueblo de Texas. Mientras el niño dormía, tarde en la noche, McCarthy empezó a imaginarse cómo sería el pueblo en cincuenta o cien años. “Vi la imagen de unos fuegos en las montañas y todo lo demás destruido. Y comencé a pensar en mi niño”.
Ahí escribió un par de hojas en su cuaderno de apuntes y cuatro años después se dio cuenta de que “no eran dos páginas de la libreta, sino un libro entero; un libro sobre este hombre y su muchacho”. Y el viejo macho, el que en 1992 dijo que “la idea de que la especie puede mejorarse de alguna manera, que todos podemos vivir en armonía, es una idea muy peligrosa –los que tienen esta idea son los primeros en perder sus almas, su libertad”, terminó tan ablandado que aceptó hablar sobre la experiencia. En televisión. Con Oprah.
Eso, a pesar de que las entrevistas, dijo al comienzo, “no son buenas para la cabeza. Si pasas mucho tiempo pensando en cómo escribir un libro, deberías dedicarte a eso en vez de hablar sobre eso”. Que era básicamente lo que McCarthy había hecho en una carrera que comenzó en 1965 y que ha dado ocho libros, incluyendo el dolorosamente violento Meridiano de Sangre, la trilogía de la frontera y No es país para viejos, recientemente adaptada al cine por los hermanos Coen.
El camino recorrido por McCarthy ha sido largo y su éxito ha aumentado progresiva y lentamente. El crítico del diario inglés The Guardian hablaba de los casi treinta años de descuido que sufrió McCarthy (aunque recibió varias becas, incluyendo la de la Fundación MacArthur) a nivel crítico y de público a pesar de producir “solo obras maestras en elegante sucesión”.
Y con La carretera parece por fin haber alcanzado un nivel similar de aprecio entre los críticos y el público en general –al menos el público general representado por Oprah Winfrey. ¿Es esto ablandamiento? ¿Recibir el aprecio? O quizás sea otra cosa, todo esto de la entrevista y demás: la simple aceptación de que las cosas son como son. Algo que no resulta tan malo (que, de hecho, está cargado de dulzura y belleza) después de pasar un rato en los paisajes terribles y desolados de La Carretera.