Humor popular vs. humor culto

Los pobres también ríen

Semana publicó un artículo que cuestionaba el humor de Sábados felices y Alí Humar respondió airado acusando a la revista de elitista. Dago García estrenó su décima película, Muertos del susto, y los críticos se van lanza en ristre en contra de su humor facilón. ¿Puede estratificarse la risa en beneficio –o perjuicio– de la calidad?

María Paulina Ortiz
18 de diciembre de 2007

Un hombre con sombrero a lo mariachi aparece en la pantalla y dice:
–Nosotros los mexicanos tenemos problemas. No podemos jugar billar. ¿Saben por qué? Porque nos comemos los tacos.
Y sigue:
—Un día mi esposa me dijo:
—Mi amor, quiero que me compres un vestido de noche.
—¡Pero si de noche todo está cerrado!
Para contar chistes de este estilo, entre 600 y 700 personas llegan cada mes a hacer fila en los estudios de Sábados felices, que ya cumplió 35 años en la televisión colombiana. Humor “fácil y superficial”, según lo describió días atrás un artículo publicado en Semana bajo el título Los dueños del show y que provocó una furiosa carta del director del programa, Alí Humar. “En Sábados felices tenemos claro que nuestro público es el pueblo, no la élite; y para ese público trabajamos –escribió Humar en su misiva–. La gente del común, los olvidados de siempre, tienen derecho a su propio humor, así este no sea del agrado de algunos pseudointelectuales que miran con asco esas expresiones populares”. Según el canal Caracol, Sábados felices es visto en cada emisión por un promedio de tres millones y medio de personas. ¿El público pide este humor o lo consume porque es el único que recibe? ¿Será que el “televidente raso” –usando palabras de Humar– no disfruta de un humor diferente?
Varios días después de la polémica, el director de Sábados felices está en el estudio de su casa, donde suele concentrarse en dar los últimos detalles a los libretos del programa. “Estoy de acuerdo en que existe otro humor, más inteligente –dice Alí Humar–. Pero no cualquiera lo entiende, porque requiere cierta estructura intelectual. Al que puede viajar y ver una comedia en Nueva York o Ámsterdam, no le gustará el humor popular. Pero ¿y la gente del barrio Meissen?”. No se trata de buscar un humor críptico o alejado (de hecho no hay humorista que no pretenda ser popular; su objetivo es llegarle a la mayor cantidad de gente posible), sino de preguntarse por el valor de su contenido.
–¿La gente del barrio Meissen en el sur de Bogotá, que usted pone como ejemplo, no merece también la opción de recibir otro tipo de humor?
–Por supuesto. Pero la programadora no va a correr ese riesgo –responde Humar–. Con un programa como Sábados felices está garantizada una masa de compradores que genera utilidad. Ningún socio va a estar dispuesto a sacrificar 500 millones de pesos por elevarle el nivel cultural a la gente.
Alí Humar dice que cuando ha intentado “hacer un humor más subido” se registra, de inmediato, un descenso en la curva de sintonía. Y estamos ante el implacable reinado del rating. “Pareciera que existe un propósito general: ayudar a no desarrollar el pensamiento –opina el sociólogo y escritor Carlos Castillo–. Cuanto más mala es la cultura, cuanto más malo es el humor que se ofrece, menos se opone la gente. Piensa menos, y eso es lo que le interesa”.
…Sigue el cuentachistes en la pantalla:
Y mi esposa me dijo:
—Mi amor, anoche cuando dormías me insultaste muy feo.
—¿Y quién le dijo a usted que yo estaba durmiendo?
Según Castillo, el humor es una expresión muy ambigua; puede ir de lo grotesco a lo chabacano, de lo corriente a lo irónico. Lo absurdo es creer que para ser popular tiene que ser tonto. O malo. “Shakespeare presentaba sus obras ante el pueblo –da como ejemplo–. Además de provocar risa, el humor debe generar pensamientos más profundos. Debe ser un acto de rebeldía, no de complacencia”. A cambio de esto, parece que usamos el humor como escape. Se recurre a la imitación, a burlarse del otro, a los cuentos de pastusos o tartamudos. “El chiste aprendido, la gran solución para el que no es chistoso”.
Dago García, libretista y director de éxitos televisivos como Pedro El Escamoso y películas como La pena máxima, El carro y Las cartas del gordo, la tiene clara: sus comedias, de un humor que él llama blanco (“fácil de digerir”), se basan en personajes bogotanos de clase media-media que se debaten en enredos cotidianos que no van más allá de la compra de un carro, ir a fútbol o conquistar a la bonita del barrio. Para el crítico de cine Mauricio Laurens, “sus cintas parten de esquemas facilistas y oportunistas. Su propósito es el entretenimiento simple”. Dago lo acepta. “¿Facilista? Tiene razón. Lo que trato de hacer con una película –dice– es facilitarle el momento a quien la ve. Por supuesto que busco ser facilista. Yo hago entretenimiento. Pretendo que la persona que se sienta en la sala de cine no tenga que hacer ningún esfuerzo para disfrutar lo que está viendo”. Pero ¿y la inquietud que también debe despertar el humor?
–Ahí tiene a Chaplin –dice Laurens–. Parte de situaciones sencillas, cotidianas y divertidas, pero en el fondo dibuja dramas humanos y sociales profundos. Sus películas trascienden. Como La vida es bella. Cintas que en su simpleza ofrecen poesía, personajes de peso psicológico y exploración de dilemas universales.
Lo que nadie desconoce es la habilidad de Dago García como productor. No es tarea fácil sumar diez películas en un país que ofrece pocos incentivos para la cinematografía. Su fórmula parece imbatible: hacer una película que le de la plata suficiente para financiar la siguiente, y así sucesivamente. Sus taquillas, en promedio, alcanzan los 300 mil espectadores. “Se puede tener continuidad si se está conectado con el público”, ha dicho el productor. Sus espectadores están acostumbrados al estreno de sus cintas siempre en diciembre y siempre en un teatro del sur bogotano. Este mes estrenará Muertos de susto, su décima producción, escrita por él y dirigida por Harold Trompetero. “La première será en Las Américas. Mi fortín”, dice Dago, para quien es habitual que los críticos no traten bien sus producciones. “No he sido afortunado en eso. Prefiero blindarme, para no deprimirme”. Dentro del elenco, fiel a la receta de utilizar caras conocidas, tiene esta vez a los humoristas Alerta y Don Jediondo.
Sin ignorar sus logros en taquilla, Laurens opina que las comedias de García son efectistas. Saben lanzarle al público carnadas suficientes para capturarlo, con esquemas simplistas tipo ‘todos los del norte son ricos y los del sur son pobres y buenos’. “Su estética es conocida gracias, o por desgracia, a la televisión –afirma–. Con un humor muy verbal, tipo cuentachistes de Sábados felices”.
–Estoy convencido de que quienes nos critican no nos ven –vuelve Alí Humar–. Es cierto: así como toda una generación de escritores en Colombia se quedó a la sombra de García Márquez, toda una generación de humoristas quiso ser Montecristo (Guillermo Zuluaga, humorista antioqueño). Pero hoy tenemos un grupo de gente con propuestas nuevas que está profesionalizando el humor.
En medio de este panorama de propuestas frescas ha tomado fuerza en el país el stand up comedy, que tiene en Andrés López a su exponente más exitoso. La pelota de letras, su popular obra, ha batido récords en taquilla y en ventas del dvd. ¿Y no es este acaso un humor para todos? Para Castillo, el de Andrés López es un ejemplo de humor estructurado, con análisis social y más ironía que chiste bobo. Cumple, además, con el principio del buen humorista: reírse “con los otros” y no “de los otros” (sin valerse de la típica burla del cojo, el ciego o el sordo). Alí Humar refuta: “La pelota de letras, aunque nos divierta a unos, también tiene una estratificación social. Vaya a Ciudad Bolívar a hablar de la experiencia de ir a la universidad o manejar un dvd. ¡Si no tienen!”. Sin embargo, basta mirar las cifras de venta legales –y lastimosamente piratas– de La pelota de letras para confirmar que no cala solo en estratos altos, que de hecho no suman tanto. “Es terrible llegar al elitismo de pensar que el pueblo, supuestamente ‘por bruto’, no entiende las cosas –dice Castillo–. Entonces ¿a la gente con menos educación hay que darle cosas malas? Esa es la peor solución”.
…El cuentachistes de sombrero mexicano se despide:
—Quiero mandar saludos a don Juan Garse, que tiene tres hijas muy bonitas: Marta Garse, Lucía Garse y Paca… la menor.
¿Aplausos?