Martin Amis ataca de nuevo

“Mi ideología es la no-ideología”

Hijo de Kingsley Amis, uno de los escritores más famosos del Reino Unido, Amis es un hombre polémico. Casado con una uruguaya, acusado de misoginia, censurado por el jurado del Booker Prize y capaz de denunciar el estalinismo de su padre, Amis le responde a Arcadia.

Gabriela Bustelo
11 de diciembre de 2006

Sagaz y brillante estilista, el enfant terrible de las letras británicas acaba de publicar su última novela, La casa de los encuentros. Tras el aluvión de de críticas que trajo consigo Perro callejero, Amis regresa ahora con una obra breve que muchos consideran a la altura de las elogiadas Dinero o Campos de Londres. Retoma el tema de Rusia ya tratado en su alegato antiestalinista Koba el Temible, una de sus más conocidas obras de no ficción junto con El infierno americano, La guerra contra el cliché y Visitando a Mrs. Nabokov. El escritor británico nos habla, entre otras cosas, del rearme nuclear, de su padre –el célebre escritor Kingsley Amis–, de sus largas estancias en Uruguay –donde nació su actual esposa–, sus autores hispanoamericanos preferidos. A sus 57 años, Martin Amis parece estar en plena forma y dispuesto a seguirnos deleitando con su mordacidad.
Como escritor ha obtenido alabanzas y ataques, pero no deja a nadie indiferente. ¿Qué cree que puede suceder con su última novela?
Es un triángulo amoroso-sexual entre dos hermanos –presos políticos en un gulag ruso– y la mujer a quien ambos aman, que acude a visitarlos. El estilo es realista, sin estilización alguna. Probablemente digan que no domino la técnica y que jamás debería haberlo intentado. Ya se les ocurrirá algo.
Salvador Dalí decía: “Que hablen de mí, aunque sea bien”. ¿Cómo le afecta el qué dirán a estas alturas de su vida?
Estoy acostumbrado a ello, pero me asquea cada vez más. Por mucho que llueva sobre mojado, resulta extraño ver cómo los periodistas se disparan de repente ante algún detalle de lo más nimio.
¿La crítica le ha descubierto alguna intención literaria oculta?
Sí, una vez. Fue muy sorprendente. La prensa británica acababa de revelar que yo tenía una hija desconocida, a la que conocí cuando ella tenía quince años. La escritora estadounidense Maureen Freely escribió un artículo diciendo: “Ahora sabemos por qué en todas sus novelas aparecen hijas perdidas y padres fugitivos”. Esa inquietud subconsciente, esa desazón subliminal, es la que proporciona la materia literaria.
Uno de sus ensayos se llama El infierno americano. ¿Estados Unidos es realmente un infierno?
Bueno, el título en inglés sería algo así como El infierno oligofrénico, una expresión que me gustaba. Pero sobre Estados Unidos no se puede generalizar, porque es todo un mundo. En todo caso, hay buenas razones para pensar que la Casa Blanca es un infierno desde 2001. Me espanta lo que le está sucediendo a ese país, como les pasa a todos los estadounidenses inteligentes que conozco.
Bret Easton Ellis definió hace tiempo la psicosis del yanqui burgués urbano. ¿Qué opina de él?
Es muy listo y conecta muy bien con un determinado tipo de cultura popular, pero no escribe mi tipo de literatura. Es demasiado light. Dicen que su última novela, Lunar Park, es muy buena.
¿A qué se refiere cuando dice que “estamos sometidos a una forma acelerada de la historia”?
A que vivimos tan deprisa que somos incapaces de reflexionar, analizarnos, ni hacernos una autocrítica. Todo está acelerado. Se nos exige una variedad de contenidos y un discurso narrativo constante.
¿Nada se libra de esta “tiranía narrativa”?
Sí, la poesía –que está desapareciendo por momentos– no tiene un hilo narrativo. La poesía es lenta. Mejor dicho, es estática. Y eso nos aterra. Detenerse a pensar resulta antinatural para una mente contemporánea. Por eso la gente habla por celular a todas horas. Les horroriza estar a merced de sus propios pensamientos.
¿Qué le da más placer, escribir ficción o no ficción?
La ficción. Mucho más. La no ficción depende de qué tipo sea. El periodismo me gusta cuando el tema es ameno. Un ensayo literario es más trabajoso. Pero la no ficción es un poco como un crucigrama. Todas las palabras tienen que encajar.
En Koba el Temible, su libro contra Stalin, subyace la intención de criticar el comunismo de Kingsley Amis, su padre. ¿Cuándo tomó conciencia del fraude comunista?
Bueno, mi padre había empezado a dudar del comunismo ya en 1956, pero después convirtió su anticomunismo en ideología. Lo que yo critico es su vulnerabilidad ideológica, su pertenencia a un rebaño. Con los años cada vez estoy menos dispuesto a someterme al rebaño. Mi ideología es la no-ideología.
¿Echa de menos a su padre? ¿Alguna vez recibió de él ese abrazo paterno tan importante o, al menos, una amable palmada en la espalda?
Siempre nos abrazábamos al saludarnos y despedirnos. Mi padre no era uno de esos hombres sobones, pero era cariñoso y decía cosas agradables. Sí que le echo de menos. Recuerdo muchas de las cosas que decía.
Oscar Wilde decía que la tragedia de la mujer es parecerse a su madre, pero que la tragedia del hombre es no parecerse a su padre. ¿Con los años se van despertando en usted los genes paternos?
En algunas ocasiones me lo puede parecer. Pero mi padre tenía muchas fobias. No podía estar solo en casa de noche, no viajaba en avión y no soportaba a los niños. A mí no me pasa nada de eso. Y tampoco me estoy haciendo de derecha, como le pasó a él. Soy un animal de otra especie, por así decirlo.
¿Es verdad que su novela Campos de Londres se excluyó de la lista de finalistas del Booker Prize por su misoginia?
Sí. Parece ser que todas las mujeres del jurado estaban en contra. El presidente estaba a favor, pero el jurado amenazó con retirarse en bloque. El caso es que yo soy feminista. Lo soy desde que entrevisté a Gloria Steinem en 1991. Sus argumentos me convencieron. Lo que dice es: “Imaginemos que fueran los hombres quienes tuvieran hijos y menstruaran. Imaginemos las enormes transformaciones que habría sufrido la sociedad para que tener hijos fuera algo masculino”. Con esta sencilla transposición o intercambio de los géneros, la diferencia resulta meridiana.
¿Es cierto que en la novela que esta escribiendo aparecen muchos personajes femeninos, algunos famosos y fácilmente reconocibles?
Sí. Mi siguiente novela trata sobre el feminismo. Está muy avanzada y se va a llamar The Pregnant Widow [La viuda embarazada]. El filósofo ruso Alexander Herzen decía que una revolución es una viuda embarazada que debe afrontar muchas calamidades antes de dar a luz. Esto puede aplicarse a la revolución sexual. Para entendernos, en Occidente el mito masculino quedó hecho trizas durante la revolución feminista, pero el mito femenino se ha impuesto sin contemplaciones. Y el feminismo ha cometido enormes equivocaciones. Así que ahora nos toca a todos ponernos a trabajar juntos para solucionar el problema. Las mujeres van a tener que ceder una parte del poder que se han adjudicado de modo algo temerario. En realidad, es un proceso muy interesante y tremendamente humano.
De niño vivió en España, en tiempos de la dictadura de Franco. ¿Cómo recuerda la España de aquel entonces?
Recuerdo los grupos de chicas en bikini detenidas por guardias civiles con metralletas. Creo que no teníamos conciencia de la gravedad de la dictadura fascista española. Pero después fue casi milagrosa la revolución pacífica que puso a España de un salto en el siglo xx.
Ahora vive entre Inglaterra y Uruguay. ¿Habla algo de español?
España es mi segundo país. Mi madre y dos de mis hermanos viven en Ronda, un pequeño pueblo andaluz. Yo no hablo español, pero mi esposa (Isabel Fonseca) nació en Uruguay. Ella y toda su familia lo hablan, aunque su madre es una neoyorquina.
Tengo entendido que no le gusta la literatura traducida. ¿Ha leído a Gabriel García Márquez?
Sí leo traducciones, pero las abordo con cierta prevención y cierto sentido del deber. Al autor que sí leo a menudo traducido es a Borges, que tiene una esencia literaria muy anglófona. Estoy seguro de que sí me llega la poesía de textos tan líricos como Las ruinas circulares.
¿Considera a Borges el mejor de los mejores escritores hispanoamericanos?
Sí, con mucha diferencia. Es un gran, gran escritor. En Uruguay, donde vivió, se nota mucho su presencia. Es casi como un dios local.
¿Ha leído al escritor uruguayo Juan Carlos Onetti?
Algo, sí. Pero no a fondo, como a Borges.
En Visitando a Mrs. Nabokov habla de los expertos nucleares de Washington, que bautiza como “la ciudad nuclear”. ¿Qué opina del actual programa nuclear de Irán?
Una teocracia como la iraní no debe tener armas nucleares, bajo ninguna circunstancia. El presidente Ahmadinejad y el Ronald Reagan de “la ciudad nuclear” tienen una cosa en común: los dos existen en ese plano tormentoso donde las armas nucleares cohabitan con la ideología única. Lo que para Reagan era la Revelación Divina, para Ahmadinejad es el regreso del llamado “Imán Oculto”. Lo que es obvio es que los fundamentalistas islámicos son unos maníacos religiosos y el peligro es real.
Si una bomba atómica destruyera el mundo, pero usted lograra huir a bordo de una nave espacial, ¿salvaría algún objeto de arte?
El arte no tiene sentido si no hay un público para contemplarlo, pero me llevaría las obras completas de Shakespeare. Así, en caso de que llegara otra civilización mil años después, podrían comprobar la calidad de la nuestra.
¿David Cronenberg va a rodar por fin esa película basada en su libro Campos de Londres?
Espero que sí, pero una película no existe hasta que ya lleva dos semanas proyectándose en un cine.
¿Cuál es su logro más importante?
Posiblemente sea haber asimilado la narrativa estadounidense en la narrativa británica. Es decir, lograr que la novela inglesa sea “un poco menos inglesa”. Afortunadamente, gracias a los escritores del antiguo imperio británico, que le han dado una gran variedad y colorido, la novela británica está en plena forma.