I love you putamente, de Esteban Carlos Mejía

“No soy discípulo ni de Gaviria ni de Vallejo”

Es autor de Mentirás al prójimo como a ti mismo, que ganó el premio de la Universidad de Antioquia, en 2001. Este ex publicista publica la primera novela de una trilogía que quiere darle la espalda a Medellín para reírse de ella. ¿Lo logra?

Hernán Ortiz
19 de febrero de 2007

Esteban Carlos Mejía trabajó casi veinte años en agencias de publicidad y decidió renunciar para dedicarse a un oficio con nombre raro: proveedor de contenidos. Cuando le pregunto de qué se trata, me dice: “Es un tema bastante amplio, pero tiene que ver más con la literatura”. Proveedor de contenidos, pienso y me quedo mirando una frase de William Faulkner que tiene sobre su escritorio: “Una novela es la vida secreta de un escritor. El oscuro hermano gemelo de un hombre.” A punto de lanzar su novela, este hombre nacido en Medellín en 1953, que vive en Envigado y que dice que I love you putamente es la primera de una trilogía sobre la ciudad que se llamará De espaldas a Medellín, porque “es la única manera de quererla sin complejos, sin remordimientos”, escribió una historia que me cuenta, durante veinte minutos, casi toda.

La trama es la de Víctor Yugo, “un pícaro con suerte, hijo de una lavandera y un papá ausente, criado por un padrino que a su vez fue el mozo de su mamá mucho tiempo y que llega a convertirse en una especie de “proveedor de contenidos” o escritor de folletos y material publicitario y discursos para los políticos. La pregunta de la novela es si uno debe vivir para escribir o escribir para vivir”. Su personaje, una especie de Buscón del siglo xxi, con una visión algo forzada de la ciudad, quiere reírse de su entorno, pero no siempre lo logra. Mejía dice que es “politeísta” en sus influencias: de Roberto Bolaño a Tolstoi, y nombra a Faulkner y a Lobo Antunes. En su libro, en todo caso, aparece citado más Fito Páez que todos los anteriores. “Para escribir escuché mucho a los Rolling Stones y a Portishead”. ¿De ahí el título?, quizá, Yugo pronuncia esa frase cada vez que eyacula. Luego se enamora de Amelia de la Torre, una presentadora de televisión prepago que termina en escenas de sexo hardcore con uno de sus amigos. Traición y muerte en Medellín salpicado con artilugios lingüísticos.

La Medellín violenta ha sido narrada en muchas novelas por escritores como Fernando Vallejo y Jorge Franco. ¿Qué diferencia a esta novela de las mencionadas?
Yo la definiría intencionalmente como una antisicariesca. El tono en que se aborda todo es con humor, con mucho sarcasmo. Estoy hablando de Medellín en una fecha específica, abril-mayo de 2002. En la segunda novela, por ejemplo, yo dije: “¡Carajo!, ahora lo que falta es que salga la novela y empiecen a decir que yo soy discípulo de Víctor Gaviria o Fernando Vallejo”. No, mi abordaje de la situación es de burla, de sátira.
Los personajes de la novela sólo entienden el amor por medio del sexo, de lo explícito, ¿no hace parte ese lenguaje de esa sicariesca que usted pretende parodiar?
El protagonista, Víctor Yugo, se inspira en una frase muy brusca que es de una novela de Fernando Vallejo, precisamente: “El amor es la gonorrea del alma”. La frase es brutal pero tiene su significado profundo. Víctor se queda engarzado en eso, en que el amor es el sexo, que tiene básicamente con las hermanitas Bahamón, mientras que Consolata es una figura en la que yo pretendía un homenaje de la sardina paisa de las comunas. Una mujer bonita, sexy, sin mayores cirugías, muy provocativa, semidesnuda por el uniforme de la moda: el descaderado, la camiseta ombliguera. Pero a su vez transmite ternura, una ternura que este no busca en las otras. En ese momento Yugo tiene unos treinta años y está viviendo lo que se vive a esa edad, una monomanía por la posesión sexual.
En todo caso usted echa mano de un lenguaje popular, aunque por momentos hay mezcla extraña con lenguaje culto. ¿No es posible escapar a lo coloquial cuando escribimos sobre Medellín?

Es como la obligación que tiene el escritor de que cuando crea un personaje, este tenga una coloratura, una identidad propia. Y parte de esto se logra con la manera de hablar, que es lo que nos diferencia muchísimo a los seres humanos. Todos usamos distinto el español, según las circunstancias y según nuestro origen social y cultural. Entonces yo quiero que mis personajes tengan eso, sin caer en el costumbrismo ni mucho menos.
Una de las cosas que me llamaron la atención fue la de apelar a nuestros mitos, como si fuéramos argentinos: la muerte de Carlos Gardel, Pablo Escobar y el bolerista Felipe Pirela...

Es algo que cuando lo empecé a escribir no pensé que fuera a ser importante. Y hago un paréntesis: para mí una novela es un saber no sabido, o sea, yo sé qué va a pasar en la novela, pero la única manera de saber cómo pasa es cuando uno se sienta a escribir. Yo quise contar una de las ficciones más arraigadas de los taxistas de Medellín, que uno se monta a un taxi y es “Felipe Pirela está vivo”, “¿Pablo Escobar?… A Pablo Escobar no lo mataron, güevón, eso era un doble, engañó hasta a la mamá”. Gardel… un señor me dijo que sabía dónde vivía Gardel: en la loma del esfuerzo, en Sabaneta, que si quería me llevaba. “¿Entonces cuántos años tiene Gardel?”, le decía yo. “Como cien” dijo. Y Víctor Yugo encuentra una relación con los taxistas muy simpática sobre una realidad de Medellín, que es una ciudad muy de ficción.