¿Quién es el perverso?

Ese precioso corsé que cubría el pecho de Kate Winslet en Titanic se agregó electrónicamente después, pues en la escena original ella mostraba su torso desnudo.

17 de julio de 2006

Ese precioso corsé que cubría el pecho de Kate Winslet en Titanic se agregó electrónicamente después, pues en la escena original ella mostraba su torso desnudo. En la escena de la orgía en la película de Stanley Kubrick Ojos bien cerrados, se agregaron, también electrónicamente, personajes masculinos que cubrían cuerpos desnudos de mujeres. Éstos son sólo un par de los cientos de ejemplos del “aseo moral” al que se someten cientos de películas, para poder ser distribuidas a clientes de países de estirpe conservadora.

Una de las compañías que se dedica a este ejercicio de higiene moral se llama Cleanflicks (películas limpias). Alteran los diálogos para borrar toda palabra considerada inadecuada o blasfema y todas las escenas donde se muestre demasiada piel –el rosado no es su color preferido–. Luego estas versiones pasadas por clorox se distribuyen a cadenas de video y salas de cine de regiones de tradición reaccionaria, sobre todo en América Latina, donde, supuestamente, nadie protesta.
Pero la asociación de directores de cine de Estados Unidos las demandó. Steven Spielberg y Robert Redford encabezaron la cruzada de Hollywood contra todas las empresas como Cleanflicks y, la segunda semana de julio, una corte federal falló en contra de estas fábricas de pulcritud moral, que alegaban su derecho a la libertad de expresión –la primera enmienda– para borrar, cortar, reescribir y doblar a su antojo el cine que vemos.

Es decir, estos adalides de la moral puritana ya no podrán seguir decidiendo que a una película para niños tan extraordinaria como Shrek, por ejemplo, le pueden quitar treinta segundos de diálogos por considerarlos “demasiado insolentes” para los niños.
Sin embargo, no todo es rosado ahora. Llega a Colombia una película como 9 canciones, de uno de los más interesantes directores de cine contemporáneo, el británico Michael Winterbottom. La película es una apuesta transgresora. En entrevista con la bbc, Winterbottom explica: “Muchísimas películas cuentan historias de amor, pero omiten las escenas de los personajes haciendo el amor. ¿Por qué los directores se autocensuran? A mí esto me parece perverso”. Por supuesto, el explícito contenido sexual de 9 canciones generó una enorme polémica. ¿Era aquello arte o pornografía? ¿Dónde estaban los límites? Pero un hecho era claro: Winterbottom quiso hacer una película en la que el sexo fuera real. En la que los actores –que obviamente no son actores porno– no fingieran. Y toda la película es eso: una pareja que se conoce y tiene sexo. La película no tuvo guión. El director no lo quiso. No lo necesitaba. La bbfc (los que clasifican las películas en Inglaterra) la restringió para mayores de dieciocho años y, con ello, si bien la convirtió en la película con contenido sexual más explícito de la historia del cine comercial, la sancionó como lo que es: cine de autor. Lo mismo hicieron los franceses y los norteamericanos. Lo mismo hicieron los mexicanos y los venezolanos.

Pero, ah, bendita Colombia. La película llegó al país y el comité de clasificación le puso triple x. Es decir, sólo apta para salas de cine porno. Sabiendo que la película aburriría profundamente a los consumidores de cine porno, que buscan otra cosa, el distribuidor (vo Cines, una pequeña distribuidora independiente a la que le debemos el haber podido ver buen cine en el país y que compró 9 canciones en el Festival de Cine de Cannes) apeló la decisión. Pero, curiosamente, de la segunda copia que fue enviada al comité habían desaparecido, por arte de magia, las escenas más explícitas. Supuestamente, la nueva copia editada “llegó así de México”. Y el comité cambió su decisión para clasificarla, como debe ser, para mayores de dieciocho años. A estas alturas no se sabe quién hizo la edición de “limpieza moral” de 9 canciones que se presenta en nuestras salas de cine y a la que le faltan tres escenas importantes, incluido el fragmento culminante de la escena final (!). Pero ni Winterbottom ni su distribuidor internacional saben que su película ha sido sometida a un recorte que atenta contra la esencia de su contenido.

Que todavía a estas alturas del paseo, adultos mayores de dieciocho años tengan que verse sometidos al estúpido puritanismo de un comité que nadie conoce parece insólito. Un criterio que acepta que niños vean películas con decapitaciones, mutilaciones o bestiales asesinatos, pero que no tolera que adultos a los que no les interesa el cine porno puedan ver un coito en la pantalla es de una deprimente doble moral. Ya es hora de entender que es mucho más pornográfica la violencia brutal que el sexo. Al fin y al cabo, la mejor definición conocida para explicar qué distingue el erotismo de la pornografía es que la diferencia está en el ángulo de la cámara.