CRÍTICA

RÍETE DE MÍ

17 de julio de 2006

RÍETE DE MÍ
Por Hernán Ortiz

Hay temas de los que uno no se debería reír. Minusválidos, cuadrapléjicos, enfermos terminales de cáncer, ancianos... son personas que no deberían ser motivo de burla. Pero en Oh, blanca Navidad…, el cuarto libro traducido al español del norteamericano de origen griego David Sedaris, reírse de ellos, y de nosotros, es inevitable.
Influenciado por el periodismo gonzo, en el que el periodista es protagonista de su historia, Sedaris narra en el primer relato del libro su experiencia navideña al trabajar como elfo en un centro comercial. El relato, llamado “Crónicas desde Santaland”, que lo hizo famoso en 1992 cuando lo leyó en el programa de la mañana de la National Public Radio, es una suerte de mezcla entre stand-up comedy y diario personal que recrea la estructura fragmentaria de las narraciones de Kurt Vonnegut, con un humor ácido que va más allá del chiste y te hace pensar en lo absurdo de la vida cotidiana. Humor de autodesaprobación, con el tono de contarlo todo: “Soy un hombre de treinta y tres años tratando de conseguir un puesto de elfo... Pero lo peor no es solicitarlo, sino la posibilidad, absolutamente real, de no conseguirlo; de que ni siquiera pueda acceder a un puesto de elfo. Es entonces cuando tienes claro que tu vida es un fracaso absoluto”.
Las narraciones de Sedaris están diseñadas para leerse en público. Ha estado en el escenario del show de David Letterman leyendo sus textos y haciendo reír a la audiencia a carcajadas; y aunque admita que odia su voz, sus lecturas públicas cada vez son más populares en Estados Unidos.
Sedaris sabe dónde está su fuerza como escritor, y no se conforma con las texturas tradicionales: algunos de sus relatos son narraciones en formato de carta, transcripciones de seminarios o textos con palabras tachadas. En Oh, blanca Navidad hay dos relatos de este tipo: “Con nuestros mejores deseos”, uno de los más surrealistas, está en formato de felicitación navideña. La narradora describe a Khe Sahn, hija que tuvo su esposo con otra mujer durante la guerra de Vietnam y que apareció en la puerta de su casa a los veintidós años con ropa de prostituta. El relato “Basado en una historia real”, es narrado por un productor ejecutivo de televisión que trata de chantajear a un grupo religioso para que una mujer de su iglesia (una campesina sin conocimientos médicos) le revele cómo hizo para quitarse su propio riñón y transplantarlo a su hijo.
Y como todo un buen profesional en la sátira, también hay un ensayo/crítica/relato sobre las obras de teatro infantiles de Navidad: “En el papel de María, Shannon Burke, de seis años, apenas consigue que nos creamos que es virgen. […] (y aunque el personaje de José) técnicamente hablando no fecundó a la virgen María, sí debería comportarse como si fuera capaz de hacerlo”. Y una historia con su hermana Lisa Sedaris, que ya había participado en su libro Cíclopes (al igual que su otra hermana, la ahora famosa escritora-actriz-comediante Amy Sedaris), sobre una experiencia en la que ambos rescatan de las manos de un proxeneta a una amiga prostituta de Lisa y la invitan a comer a su casa en Navidad.

El libro finaliza con un relato exagerado, una ficción sobre esas familias que compiten entre sí para ser “mejores”, hasta llegar al absurdo de donarle a la gente necesitada órganos porque “Navidad significa dar”.
Y eso es lo que obtendrás de David Sedaris: relatos absurdos y divertidos, personajes honestos y extravagantes, y la sensación de no estar leyendo un libro de cuentos, sino viendo a un amigo que te cuenta historias de su vida, y no le importa que te rías con él… o de él.
 
UN HOMBRE
ENFRENTADO A LA
NATURALEZA
Por Alonso Aristizábal

El geólogo protagonista de Un mar, primera novela del antioqueño Ignacio Piedrahíta, mira cada roca como un cuerpo vivo que le revela el recorrido de millones de años. Su quehacer forma parte esencial de su vida, y por lo mismo se convierte en un ritual para el encuentro con la materia sagrada. En este sentido, el texto gana interés a cada paso. Sin duda, corresponde a la fusión del profesional que ama su campo de acción y el escritor dedicado, por el sentido que le da al relato como encuentro con la tierra y las palabras. El texto se encuentra movido por el deseo de ser original. Este escritor concibe su trabajo como una forma de hallar otras voces y miradas para su expresión. Su estilo se caracteriza por el juego constante a través de imágenes. Es literatura llena de símbolos para contar una historia universal. Habla de un tema realmente novedoso y por medio de una escritura personal que le da gran sentido de dignidad al idioma.

La obra presenta otra forma de culto a la naturaleza y al pasado que se encuentra en sus entrañas, una nueva versión sobre la inagotable relación del hombre con la tierra. Pero ya no es la tierra idílica y bárbara que las novelas de la primera mitad del siglo xx en América Latina heredaron del romanticismo. Ésta es la historia de un hombre solitario obsesionado con el mundo de su trabajo en el campo de explotación de minas de piedra caliza. Es otra forma de hacer historia hablando de la manera como el ser humano se enfrenta con su realidad, la de explotar los secretos más profundos de la naturaleza.
Esta novela refleja otro mundo no tan conocido por los lectores de hoy, el de los técnicos y otros especialistas entregados a su mundo. Un libro también para ingenieros y especialistas casi siempre huérfanos en el manejo de su campo por parte de los escritores. Se trata de una novela vivencial que hace de la experiencia la gran aventura de Arenas, su personaje principal. Por ello permite pensar en los relatos de Conrad o en Los archivos del norte de Yourcenar, y también en las novelas de Tomás González, preocupadas por descubrir un mundo esencial y simple pero profundo. Parece dejar de lado la acción para resaltar los hechos y el medio en el cual se llevan a cabo. Pero ésta hace su labor de manera subterránea hasta llevar al lector al final.

El tema se caracteriza por su sencillez pero con el reto de un escritor de engrandecerlo ante los ojos del lector de un modo que no parece tener límites, incluso por su juego con la fantasía.

Arenas hasta por su nombre tiene que ver con el medio con el cual trabaja. Es un hombre que vive el sueño de ser marinero, de lograr el conocimiento del piso oceánico, pero se le atragantan las palabras. “La labor de Arenas: mirar en el interior de la tierra como algunos pueblos hacían con las entrañas de un animal sacrificado”. El mar siempre está frente a él a manera de un gran desafío. De ahí procede el título de la novela en la cual el personaje es todo, en él se concentran la acción y la historia. Los demás existen en la medida en que él está allí. Escuchemos lo que dice: “Esta arena que usted ve aquí ha realizado un viaje milenario lleno de azares, un viaje más largo de lo que ningún hombre tendría tiempo de llevar a cabo... Sienta lo que ocurre aquí debajo de la tierra, todo es calor y presión, mire las rocas cómo se funden y se oprimen unas contra otras”. Éste es el estilo directo y esencial en busca del sentido único y verdadero del texto. Así la explotación los cambiaría a todos. Ésta es la forma que el autor utiliza para anunciar el desenlace de la historia, y hacer que el personaje no muera sino que se quede con el lector para siempre.
 
DEAS, O EL PODER
DE LA IRONÍA SOBRE
LA GRAMÁTICA
Por Hernán Darío Correa C.

Estos ensayos iluminan nuestra realidad nacional como aquellas motos nocturnas de la Roma de Fellini: de modo fugaz e intenso perfilan nuestra arquitectura social y cultural, en este país que acaba revelando como mediocre provincia: el caciquismo, la retórica de la acción política, el carácter de los hacendados regionales, la relación nacional con la muerte y, por supuesto, el poder de la gramática… Se hacen más reveladores por la ironía con que discute algunos de los lugares comunes de nuestras obsesiones políticas, o por sus implacables glosas sobre las personas o los eventos “históricos”; y no tanto por sus proyecciones futuras. Pero en todo caso se constituyen en brillante espejo cuyas imágenes convendría divulgar en estos oscuros tiempos de repetición de la vieja “regeneración”, o aun, de celebración de los poderes de la voz del último de esos supuestos próceres.

“Núñez, este estragado viejo intelectual, converso reciente de los lupanares de Liverpool –había sido cónsul allí–, y del liberalismo…” (329); “cuatro personas, conectadas por una sola librería –que se ‘limpiaban los dientes en público para que parezca que hemos comido’–, se convirtieron en presidentes de la nación en un lapso de treinta años –la república conservadora–” (34, 35); Vargas Vila, su opuesto simétrico, cuyo espíritu “sigue alimentando muchas cosas: el autobombo periodístico y la arrogancia de los columnistas; los testimonios oculares de segunda mano; antiyanquismo de reflejo; la superficialidad de juicio disfrazada por citas de moda; la pereza como distinción; la culpa siempre ajena…” (298). Compartido por todos, el afán de protagonismo a ultranza.
Su causticidad también se proyecta hacia estos años: Corinto, M-19, 1994. Pero allí, a pesar de algunos aciertos, su luz es más fugaz y menos eficaz, y quizá revela más las afinidades políticas de quien la proyecta, hasta el punto de contradecirse como “testigo”: “Ese día me dejó dos impresiones perturbadoras”: la indiferencia del pueblo por el evento histórico (“siempre tiene que haber niños que no tengan ganas de que pase nada” –Auden–); y el Eme mismo, en cuanto a la juventud de su militancia: “su lenguaje imita el de Macondo, pero su realidad es la Golding (…): cuánto más fácil reclutar jóvenes que formar fanáticos, porque a esa edad nadie piensa que va a morir” (326-327).

Y precisamente sobre la muerte se hace más agudo, y al mismo tiempo más cuestionable, así sea siempre revelador: “Colombia es un país que tiene poco culto a la muerte o a los muertos” (348); y lo muestra con la ausencia de monumentos a los héroes caídos (lo cual, agregaríamos, se revela por lo impostado y estéticamente horroroso de los nuevos monumentos funerarios al soldado caído, que la regeneración actual ha construido frente al Ministerio de Defensa en Bogotá, o en alguna avenida en Barranquilla). Pero ese hecho indudable lleva a Deas a recomendar el olvido, hoy, como algo inevitable e incluso deseable para pasar la página de la violencia, sin atender a los contextos nacionales de exclusión social y falta de reconocimiento, que también hacen parte de la gramática del poder, y de las espirales de resentimiento… Sin embargo, en todo caso se trata de un libro que necesitamos, y agradecemos, por su franqueza, amistad, humor y lucidez.
 
Sobre héroes
y vanidades
Por Marta Ruiz

Pocas anécdotas podrían describir mejor cómo ha sido de difícil construir la nación colombiana que la relatada por el general (r) Álvaro Valencia Tovar en el libro Hablan los generales. Cuenta el general que en 1961, antes de las Farc o el eln nacieran, el médico Tulio Bayer fundó una guerrilla castrista cuyo cuartel principal estaba en Santa Rita, un puerto fluvial del Vichada. Preocupado con la situación, el presidente Alberto Lleras Camargo decidió instalar una base de la Armada en el remoto paraje. Cuando un subteniente, un cabo y quince infantes aterrizaron en el caserío, se encontraron cara a cara con los guerrilleros, quienes les autorizaron a quedarse siempre y cuando dejaran sus armas guardadas en el alojamiento que hacía las veces de guarnición. Los soldados no tuvieron más opción que aceptar. Dos días después, Tulio Bayer y sus hombres atacaron a los infantes desarmados, se robaron tres fusiles ametralladoras, dos subametralladoras, quince fusiles y tanta munición como para resistir un año en la selva. Tomaron prisioneros a los militares y los enviaron de regreso a Bogotá en el primer vuelo que pasó por allí. Esta historia, contada en la voz de quien tuvo que combatir esta primera guerrilla, es uno de los catorce relatos de batallas que componen el libro, y que a veces parecen más un western que fragmentos de la historia de una guerra dolorosa y prolongada.

El libro tiene capítulos impresionantes. El más conmovedor de todos, en la voz del soldado Ciro Gómez Bonilla, uno de los militares que sobrevivió a la toma de Miraflores, en el Guaviare, y que estuvo secuestrado durante cuatro años. Su historia no acaba el día de su liberación. Más bien, empieza allí. Es el relato de su locura, de los fantasmas que lo asedian y de cómo no ha logrado llevar una vida normal. Es el retrato de la guerra ya no como épica viril, como la relatan los generales, sino como trauma. Es el sufrimiento humano llevado a su máxima expresión. Porque aunque la derrota militar se puede superar, la indignidad que produce el cautiverio no.

Resulta también revelador el testimonio de Yair Perdomo, general de la Fuerza Aérea en retiro. Perdomo narra cómo se hizo la retoma de Mitú, Vaupés, después de que las Farc la atacaran en 1998. Un relato que muestra las dificultades de una guerra que se libra en tierras alejadas donde a veces es imposible llegar a tiempo.

También tiene historias en voz de los generales, que componen un buen mosaico de retratos sobre los principales desafíos de este conflicto. Desde la caída de “Chispas”, el bandolero de los años cincuenta, pasando por Marquetalia, la muerte de Camilo Torres, la toma de Casa Verde, pasando por la mítica caída del eln en Anorí, hasta las batallas del general Castellanos en Cundinamarca en el 2003.

Las historias están narradas en primera persona. Tienen lo bueno y lo malo del género testimonial. La fuerza de ser contadas por los protagonistas que no escapan a la tentación de la apología sobre sus propios actos heroicos, en ocasiones sobredimensionados.

Algunos de los relatos son apenas desafortunados despliegues de vanidad. Como la historia del cerco donde murió Efraín González, unas páginas que podrían haber sido las mejores del libro se convierten en pieza de propaganda por cuenta de su autor, el general (r) Harold Bedoya, quien aprovechó para sacarse todos los clavos que lo mortifican desde su salida de la institución.

El libro tiene un nivel desigual. Páginas de gran valor histórico, y humano, y otras que no merecían ser impresas. Sin embargo, el gran mérito de los catorce relatos es que cuentan cómo es de verdad el campo de batalla. Un campo minado donde la vida se pierde, aunque se sobreviva.