EXPOSICIÓN

Señora artista

Con una gran muestra retrospectiva que incluye 200 de sus obras, el Museo de Arte Moderno de Medellín rinde homenaje, a partir de este miércoles, a Beatriz González., 249542

19 de noviembre de 2011

Hacía falta. Aunque nadie duda de la calidad de la obra de Beatriz González, un homenaje mediante una ambiciosa exposición retrospectiva con 200 de sus trabajos era necesario para recordar las razones por las que esta artista tiene ganado, hace rato, un lugar en la historia de la plástica colombiana.

Para llenar este vacío, el Museo de Arte Moderno de Medellín inaugura este miércoles 23 la exposición Beatriz González, la comedia y la tragedia, con la curaduría de Alberto Sierra y Julián Posada. Ante el interrogante de por qué decidieron organizar este homenaje, responden: "La pregunta es más bien por qué no se había hecho antes un homenaje a Beatriz González y a su obra. Nosotros, como museo de provincia, tenemos una visión particular de su obra y dentro de las líneas curatorariales de la institución, su trabajo y lo que ella representa en el quehacer artístico colombiano como conciencia ética de la realidad resultan absolutamente pertinentes". González tomó parte en todo el proceso previo a la muestra. Durante dos años, los curadores trabajaron junto con la artista para seleccionar las obras y definir cómo mostrarlas. Sierra y Posada destacan "el orden y la disciplina que posee sobre su documentación" y añaden que "siempre fue clara la idea de mostrar toda su obra como un proceso cronológico".

Por eso optaron por cuatro ejes, cuatro momentos de su trayectoria. El primero corresponde a sus inicios, de 1948 a 1965, con sus primeras incursiones en la pintura y trabajos de su época de estudiante en la Universidad de los Andes con maestros como Juan Antonio Roda, entre otros.

Luego viene su descubrimiento de la cámara fotográfica, entre 1965 y 1978. Aquí el tema es el interés de González por la representación, su obsesión por las imágenes impresas y, en particular, por el tono que adquiere el color en una reproducción. Acá dirige su mirada a las fotos de los periódicos, como la que inspiró su cuadro de Los suicidas del Sisga, presente en la muestra con sus dos versiones.

El tercer periodo va de 1967 a 1985, marcado por su aproximación a las láminas Molinari y a las crónicas rojas desde la pregunta por el gusto. "Ella se apoya en los grandes maestros del arte para desafiar la idea del gusto, incuestionada hasta entonces en Colombia", apuntan los curadores. Aquí también surge su preocupación por la arquitectura y el hábitat como espacios de reflexión (la cama, la mesa, la cortina, el mueble, el televisor, los columbarios) .

Y por último, el periodo que marca su madurez, a partir de 1978. Aquí es clave su interés en los íconos, pero también en la representación del poder político, de cómo los poderosos se apropian de los ídolos, como en la serie El políptico de Lucho. "Cuando se inicia el gobierno de Turbay Ayala, su reflexión adquiere una dimensión ética que ya no abandonará nunca su obra y será la cotidianidad que registran los medios la que su obra ilustra, como llorar, restituir, acompañar, sepultar", comentan Sierra y Posada.

Esa reflexión ha producido obras infaltables no solo para la historia reciente del arte colombiano, sino para cualquier trabajo que pretenda narrar la vida política del país en las últimas décadas. Esto, para los curadores, gracias a su "capacidad de crear íconos que la prensa o los medios hacen banales e inmediatos y que solo a través del arte adquieren una dimensión particular y logran convertirse en registros permanentes de un momento histórico. Tener una visión no exenta de poesía frente a una realidad espantosa". n