EXPOSICIÓN
Señora artista
Con una gran muestra retrospectiva que incluye 200 de sus obras, el Museo de Arte Moderno de Medellín rinde homenaje, a partir de este miércoles, a Beatriz González., 249583
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Hacía falta. Aunque nadie duda de la calidad de la obra de Beatriz
González, un homenaje mediante una ambiciosa exposición retrospectiva
con 200 de sus trabajos era necesario para recordar las razones por las
que esta artista tiene ganado, hace rato, un lugar en la historia de la
plástica colombiana.
Para llenar este vacío, el Museo de Arte Moderno de Medellín inaugura
este miércoles 23 la exposición Beatriz González, la comedia y la
tragedia, con la curaduría de Alberto Sierra y Julián Posada. Ante el
interrogante de por qué decidieron organizar este homenaje, responden:
"La pregunta es más bien por qué no se había hecho antes un homenaje a
Beatriz González y a su obra. Nosotros, como museo de provincia,
tenemos una visión particular de su obra y dentro de las líneas
curatorariales de la institución, su trabajo y lo que ella representa
en el quehacer artístico colombiano como conciencia ética de la
realidad resultan absolutamente pertinentes". González tomó parte en
todo el proceso previo a la muestra. Durante dos años, los curadores
trabajaron junto con la artista para seleccionar las obras y definir
cómo mostrarlas. Sierra y Posada destacan "el orden y la disciplina que
posee sobre su documentación" y añaden que "siempre fue clara la idea
de mostrar toda su obra como un proceso cronológico".
Por eso optaron por cuatro ejes, cuatro momentos de su trayectoria. El
primero corresponde a sus inicios, de 1948 a 1965, con sus primeras
incursiones en la pintura y trabajos de su época de estudiante en la
Universidad de los Andes con maestros como Juan Antonio Roda, entre
otros.
Luego viene su descubrimiento de la cámara fotográfica, entre 1965 y
1978. Aquí el tema es el interés de González por la representación, su
obsesión por las imágenes impresas y, en particular, por el tono que
adquiere el color en una reproducción. Acá dirige su mirada a las fotos
de los periódicos, como la que inspiró su cuadro de Los suicidas del
Sisga, presente en la muestra con sus dos versiones.
El tercer periodo va de 1967 a 1985, marcado por su aproximación a las
láminas Molinari y a las crónicas rojas desde la pregunta por el gusto.
"Ella se apoya en los grandes maestros del arte para desafiar la idea
del gusto, incuestionada hasta entonces en Colombia", apuntan los
curadores. Aquí también surge su preocupación por la arquitectura y el
hábitat como espacios de reflexión (la cama, la mesa, la cortina, el
mueble, el televisor, los columbarios) .
Y por último, el periodo que marca su madurez, a partir de 1978. Aquí
es clave su interés en los íconos, pero también en la representación
del poder político, de cómo los poderosos se apropian de los ídolos,
como en la serie El políptico de Lucho. "Cuando se inicia el gobierno
de Turbay Ayala, su reflexión adquiere una dimensión ética que ya no
abandonará nunca su obra y será la cotidianidad que registran los
medios la que su obra ilustra, como llorar, restituir, acompañar,
sepultar", comentan Sierra y Posada.
Esa reflexión ha producido obras infaltables no solo para la historia
reciente del arte colombiano, sino para cualquier trabajo que pretenda
narrar la vida política del país en las últimas décadas. Esto, para los
curadores, gracias a su "capacidad de crear íconos que la prensa o los
medios hacen banales e inmediatos y que solo a través del arte
adquieren una dimensión particular y logran convertirse en registros
permanentes de un momento histórico. Tener una visión no exenta de
poesía frente a una realidad espantosa". n