Fantasmagoría hasta el 21 de mayo en la BLAA

Una sombra ya pronto serás

Aliento, humo, gases y todas esas presencias invisibles son los protagonistas de una exposición inolvidable. Un recorrido por el mundo de las fantasmagorías de algunos de los artistas contemporáneos más interesantes del momento.

Humberto Junca
18 de abril de 2007

Sin duda alguna, en lo que va corrido del año la exposición más viva, visitada y comentada, es Fantasmagoría, espectros de ausencia, muestra colectiva curada por José Ignacio Roca que se muestra en la Sala de Exposiciones Temporales del Museo del Banco de la República hasta el 21 de mayo. Relevante por mostrar obras de doce artistas destacados en la escena del arte contemporáneo internacional y por exhibir piezas cuyo funcionamiento técnico va más allá de lo común (aunque algunas de las obras participantes funcionan con base en fenómenos de proyección y movimiento simplísimos); lo más notable es que atrapa al espectador de una forma en que pocas exposiciones lo han hecho. Al respecto su curador comenta: “Creo que esta exposición logra tocar de alguna manera una fibra que remite a ese momento en que las imágenes nos lograban maravillar y sobrecoger, como esa sombra que uno ve de chiquito estando solo y que nos sobresalta”.

Al visitar Fantasmagoría la alusión a la infancia es evidente. Los espectadores se enfrentan a sombras, engaños visuales, desapariciones, o presencias tan leves que parecen no estar. Sin embargo, su génesis estuvo lejos de un mero divertimento con lo macabro: Roca fue invitado a participar en Independent Curators International, fundación con sede en Nueva York, dedicada a producir exposiciones de arte contemporáneo de muy buen nivel en museos de Estados Unidos que no tienen la infraestructura suficiente o el presupuesto para realizar exposiciones de curadores o artistas internacionales. La i.c.i. impulsa a sus curadores a hacer proyectos itinerantes que puedan presentarse en cuatro museos por año, y así reparte entre estos los gastos de producción y transporte de eventos que no se podrían mostrar de otra manera. Dice Roca: “Pensando en que la exposición tenía que viajar y en lo posible ser económica, me acordé de una cosa que me dijo el artista francés Christian Boltanski cuando estábamos montando su exposición en Bogotá hace unos años: “Yo no me complico más la vida, ahora me invitan a cualquier lado y yo hago mis muñequitos, pequeñitos, así, en alambre y les pongo un bombillo al lado y con sus sombras lleno todo el lugar”. Y así lo hizo en aquella ocasión: presentó pequeñas figuras girando alrededor de bombillos en cuartos oscuros, proyectando su presencia de forma increíble.
Para solucionar un problema económico, Roca siguió el consejo de Boltanski y escribió una lista con los posibles candidatos de un proyecto curatorial alrededor de la ausencia y la pérdida, con obras hechas con sombras, con vapor o gases, y que en un comienzo se iba a llamar Sombras y niebla como la película de Woody Allen; decisión inteligente y eficaz porque está claro que no hay nada más barato que transportar fantasmas. Pero en su decisión pragmática también hay una apuesta por un tipo de arte diferente, ese que poco vemos y que reta los preconceptos y prejuicios que el visitante a galerías y museos puede tener: estamos acostumbrados a pensar la obra de arte como un objeto que no cambia, objeto nítido, preciso, precioso, un bien mueble con valor de cambio, como una pintura al óleo que uno no quiere que se quiebre ni se decolore. Esta idea clásica del objeto de arte eterno, sin cambios, se cuestionó en las vanguardias del siglo xx con un sinnúmero de experimentos que volvió al arte como los hombres y la vida misma: cambiante, inestable, finito. Las esculturas constructivistas, por ejemplo, comenzaron a moverse como si fueran sujetos. Otras piezas, incluso se rompían o deshacían frente al espectador… el tiempo comenzó a contaminar la producción artística en obras que cambiaban frente a los ojos de la gente y el cine y el teatro se mezclaron con lo plástico.
Teniendo en cuenta lo anterior, es importante observar que muchos de los artistas que usan sombras en la muestra de José Ignacio Roca, comenzando por Boltanski, hacen referencia a la tradición del teatro de sombras o de “la Fantasmagoría” (de ahí el título definitivo de la muestra), la más notable de una serie de extravagancias teatrales muy populares en Europa en los siglos xviii y xix que combinaban juegos con velos, cristales, lentes, espejos e incienso, azufre y otros olores capaces de producir mareo, todo para generar en el espectador sensaciones terroríficas y fascinantes a la vez.

Pero la sombra, protagonista indispensable en esta exposición, tiene históricamente un vínculo directo con el origen del dibujo y la pintura. Quintiliano escribió que el primer dibujo fue aquel que hizo un pastor siguiendo con su varita la sombra que proyectaba sobre la tierra una de sus ovejas. “Y en la Historia natural –observa Roca– se dice que la pintura nació en el momento en que alguien trazó el contorno de una sombra en una pared”. Incluso, las proyecciones de sombras, por arcaicas que parezcan, hacen parte del desarrollo de la cámara oscura y por tanto de la fotografía y el cine (esa actual, poderosa y atrayente caverna de Platón). Otra decisión que ha hecho de Fantasmagoría, más que una exposición; una experiencia notable, es sin duda la inclusión en la muestra de obras interactivas. Aliento del colombiano Óscar Muñoz, Banca humeante de Jeppe Hein (un joven artista danés que ya ha tenido una exitosa exhibición individual en el Centro Georges Pompidou de París) y Coincidencia sostenida del mexicano Rafael Lozano-Hemmer son piezas que requieren la presencia activa del espectador como actor protagonista de la obra misma. En la de Muñoz es la respiración, el aliento del espectador, lo que la hace visible. En la obra del mexicano, creada especialmente para la exposición, un sistema electrónico de vigilancia controla el encendido de una fila de bombillos, así el visitante se mueve y los bombillos se prenden acompañándolo, haciendo que su sombra se proyecte de manera intermitente y en una secuencia y posición “antinatural”, no correspondiente, en una gran pared blanca destinada para ello. La Banca humeante de Hein es la pieza más fotografiada de la exhibición: un asiento está ubicado frente a un gran espejo, cuando el espectador se sienta para mirar su imagen en él, activa un mecanismo que acciona una caja de humo como de discoteca ubicada dentro del asiento. Así una densa nube cubre sorpresivamente al espectador que ve en el espejo cómo su cuerpo desaparece tras la niebla. Ha tenido tanto éxito este artilugio que tuvieron que apagar el mecanismo unos días porque la gente únicamente entraba a la exhibición a hacer fila para sentarse en la banca y con la cámara del celular tomar la foto de su reflejo desapareciendo en el espejo.

En su libro Sobre la fotografía Susan Sontag escribe: “El acto fotográfico, un modo de certificar la experiencia, es también un modo de rechazarla (…) El viaje se transforma en una estrategia para acumular fotos. La propia actividad fotográfica es tranquilizadora, y mitiga esa desorientación general que se suele agudizar con los viajes. La mayoría de los turistas se sienten obligados a poner la cámara entre ellos y toda cosa destacable que les sale al paso. Al no saber cómo reaccionar, hacen una foto”. Que los visitantes a esta exposición se tomen fotos mientras desaparecen no es solo una coincidencia poética aislada; demuestra sobre todo el éxito de esta curaduría al ser capaz (ya sea con medios sofisticados como Hein o artesanales como Muñoz o Boltanski) de hacernos sentir a los espectadores experiencias inesperadas, como visitantes de un cuarto oscuro y misteriosamente atrayente, asombrándonos, haciéndonos sostener la respiración como niños perdidos e inseguros. Cosa fundamental hoy día, porque a veces olvidamos que no todas las cosas son lo que parecen en este mundo de proyecciones y de sombras.