Cultura

UNA VIDA QUE ABRE DE PAR EN PAR NUESTRAS PROPIAS VIDAS

15 de agosto de 2006

Este libro continúa la tarea de una biografía generacional que nos debemos quienes crecimos en la segunda mitad del siglo xx, y lo hace con la de quien con su lucidez y constancia nos marcó abriéndonos caminos a pesar de sus propias debilidades. Se trata de un intenso y bello texto pulido a la altura del biografiado, con metáforas tomadas de la realidad: sus últimos días, “viviría, él lo decía y no era un eufemismo, entre el manicomio y el cuartel del ejército” (240), “en un barrio de alta velocidad y muchísimos decibeles” (30). Como todo el país. Es un doloroso testimonio que reflexiona desde “un desafío pasional” (20): asir al amigo “cara a cara”, aunque “sé que toparé más con mis realidades que con las suyas” (24). Tal vez por ello comienza por el final, “el entierro”, diciendo que “murió de saudade” (27), después de “hacerle el quite a la miseria mediante la ensoñación, la lectura, la memoria y la convivencia con sus amores” (35), “soñando con una feérica ciudad, en un exótico país” (34), ahora llevado por “una tribu sedienta y agotada, una montonera de alumnos despistados. El hombre que encabezaba la luctuosa caravana era quien nos había dicho que lo importante no era cambiar de rebaño, sino el no tener pastor” (37).
Sus raíces, en la tragedia: la temprana muerte del padre; en la batalla épica y lírica del siglo: Gandhi, con Fernando González y León de Greiff; en la literatura: el regalo a los catorce años de La montaña mágica (“Tome esto en serio” –61–. ¿Podría haber sido distinto en semejantes fechas nacionales, cuando se vivía como hoy “a lomo de caballos apocalípticos”?, 77); en la compleja impronta familiar y eclesiástica antioqueña (Monseñor definiendo su futuro escolar y su madre acogiéndolo “porque el colegio le quita tiempo para sus estudios” (64); y en las amistades fructíferas de barrio, de bar y de ciudad: Mario Arrubla, Delimiro Moreno, Alberto Aguirre.
El periplo político y el drama personal: el regional del partido comunista dirigido por él y sus amigos; Sumapaz (“se llevó toda su biblioteca a trabajar con los campesinos” –122–); el primer matrimonio y la crisis personal y política: “mostró celos donde no había amor” (124); “muy a la manera estalinista, el secretario del partido era otra clase de Builes” (129). Los deslindes políticos, las publicaciones, la librería La Tertulia (“donde un soldado –Gustavo González– entró a preguntar por Sartre” –126–). Los dos amigos ghost writers de Belisario, A pesar de la pobreza. La estabilidad amorosa (Yolanda –129–). Cali, el psicoanálisis y el florecimiento de su vida personal y pública. Y, ¿extravíos?: “Lo único que tiene importancia en mi vida es el pensamiento, es esto lo que realmente tiene historia” (266). El pensamiento, complejo refugio personal, y al mismo tiempo un arma necesaria en un país ahíto de violencia hasta el punto de asesinar a Héctor Abad, su amigo, candidato que luchaba por “el derecho a la alegría, a la felicidad y a esa maravilla que es la vida humana” (228). En todo caso, siempre, con una entereza ejemplar: en pleno holocausto del Palacio de Justicia, conmueve que atendió su cita previa para hablar sobre “la belleza, la racionalidad, la democracia, la ética, el mito y la ciudad” (220).
La historia de esta vida se cierra sobre nosotros mismos. Con su tragedia, y también con el ejemplo de una profunda existencia que en su deambular por el pensamiento universal y por las tres ciudades del medio siglo: Medellín, Cali y Bogotá, abrió horizontes para todos; y revela el drama de una cultura antioqueña que nos sigue imponiendo sus crueldades, ahora sin las virtudes de quien llevó y enseñó siempre “una fe inmensa en que todo sería logrado, entendido y gozado. En que todo, las sonrisas, las músicas, se volverían claras como palabras. (Cuando) todo parecía un comienzo” (269).

LA DISCIPLINA DE UN CONDE UNIVERSAL
Por Luis Fernando Charry

La muerte fue una presencia constante en los primeros años de vida de Lev Tolstói. Su madre –la princesa Maria Nikoláievna Volkónskaia– murió dieciocho meses después de su nacimiento. Su padre –el conde Nicolái Ilich Tolstói– murió antes de que cumpliera diez años. Ambos pertenecían a la antigua nobleza rusa, una nobleza que no dista demasiado de cualquier otra nobleza: al abuelo materno de Tolstói, por ejemplo, le gustaba mandar a lavar su ropa blanca a Holanda. Y a la abuela paterna, que se hizo cargo de los huérfanos, le gustaba que un siervo ciego le recitara cuentos todas las noches. Descontando el anterior segmento no exento de frivolidad, Lev Tolstói ha sido acaso el conde más grande de la literatura universal. Y sus diarios –la selección que aquí nos ocupa va de 1847 a 1894– son una buena muestra de su grandeza.
Aparte de las múltiples actividades que realizó, Tolstói llevó un diario durante toda su vida. Así, la primera entrada data de 1847 (tenía dieciocho años) y la última de 1910 (cuando ya había cumplido 82 años). Estos diarios, sin embargo, tienen algunos intervalos que coinciden con los períodos de mayor intensidad literaria –los años durante los que escribió Guerra y paz y Anna Karénina (1865-1878)– o con aquellos momentos en que se dedicó a exponer su credo religioso-moral.
Tolstói, sin duda, fue un hombre de múltiples pasiones, de múltiples contradicciones, de repentinos cambios de ánimo: un día se podía encontrar en una batalla en Crimea y al día siguiente podía estar aprendiendo el oficio de zapatero o estudiando griego clásico para leer a Homero. Otros días se entregaba a la lectura y a la escritura con una dedicación entre militar y religiosa, registrando sus puntos de vista sobre sus propias obras o sobre las obras de otros escritores; también registraba a veces sus opiniones sobre el mundo que lo rodeaba: los problemas sociales, rurales y políticos, y los puntos de vista sobre la industrialización o la educación ocupan en sus diarios extensos pasajes.
Por supuesto, también dejaba por escrito sus proyectos a largo plazo: “Ahora pregunto: ¿Cuál será el objetivo de mi vida en la aldea durante dos años? 1) Estudiar todo el curso de ciencias jurídicas, necesario para el examen final en la universidad. 2) Estudiar la medicina práctica y parte de la teórica. 3) Estudiar idiomas: francés, ruso, alemán, inglés, italiano y latín. 4) Estudiar economía rural, teórica y práctica. 5) Estudiar historia, geografía y estadística. 6) Estudiar matemáticas, el curso del colegio. 7) Escribir una tesis. 8) Alcanzar un grado medio de perfección en música y en pintura. 9) Redactar las reglas. 10) Adquirir algún conocimiento en ciencias naturales. 11) Escribir trabajos sobre todas las materias que voy a estudiar”.
En este punto, claro, conviene recordar una cosa: tras una accidentada carrera universitaria, Tolstói decidió abandonar la universidad en 1847: al conde, al parecer, le parecía inútil lo que le enseñaban. Enseguida regresó a su hacienda, viajó por Europa, llevó una vida militar ejemplar... E, incluso, tuvo tiempo para el amor.

UNA BIOGRAFÍA DESDE LA MUERTE
Por Luz Mary Giraldo

Todo hombre tiene una ventaja sobre los demás hombres: que nadie lo conoce de verdad”. Así termina El hombre de los mil nombres de Ricardo Silva, novela con fotografías escrita a manera de biografía, diario, crónica, trozos de guión, alusiones a películas, frases célebres o nimias de algunas de ellas, en la que a raíz de la misteriosa muerte de Lester Brown, conocido como Philip Jacobs, o Laurente Scott, o J. W. Baxter, o Ian Tracy y muchos otros nombres, el detective Mark Redfield se propone indagar en su historia. La hipótesis del detective es que a la vida de este particular y extraño personaje subyacen indicios del cómo y el porqué de su muerte. La duda entre el suicidio o el asesinato sirve de punto de partida: quién lo mató, por qué o para qué surge frente a la posibilidad de suicidio a los 73 años de este exitoso productor de cine. Atrapado en el cuerpo del personaje sobre el que investiga, Redfield conjetura que cuando se trata de una muerte violenta la biografía es un pequeño drama; para seguirle el paso, un narrador está permanentemente a su lado.
El drama es tragicómico y se liga a una larga metamorfosis. ¿Mil nombres y un solo individuo? Se preguntan lector e investigador. El lector sigue la trama fragmentaria desde diversas voces hiladas, encontrándose con múltiples nombres en un solo personaje, de la misma manera que el investigador reconoce secretos familiares, se informa de implicaciones políticas y económicas del cine norteamericano y la sociedad capitalista, confronta realidad con ficción, cine con arte o negocio, intensificando la profunda relación establecida con Lester y sus nombres. El lector reconoce en el investigador la forma de proceder del escritor que indaga, cuestiona, ata cabos, no traga entero, se detiene en la complejidad del biografiado y su entorno familiar, la de Philip, Scott, Baxter…, insiste en la búsqueda de una verdad convincente, pues sabe que en la vida pública son muchos los secretos que se esconden tras la muerte o la desaparición.
Afirmando los conflictos de identidad del personaje, narrador y narradores construyen paso a paso la vida de ese ser excepcional. Un ser que quienes conocen en sus identidades definen de manera diversa, y del que se habla a partir del instante en que lo encuentran muerto en su oficina, con la cara cubierta por un pañuelo, bien vestido y en posición fetal.
El cine se superpone constantemente en el relato logrando una brutal radiografía de la maquinaria hollywoodense, de la política, de las verdades y mentiras de la sociedad norteamericana. Lester es capaz de meter el dedo en la llaga; por eso es condenado a un año de prisión y por eso debe cambiar constantemente de nombre. Del domingo 29 de febrero de 1920, día de su nacimiento, al jueves 11 de noviembre de 1993, el del encuentro de su cadáver, el lector debe desandar los pasos del camaleón, y aunque a veces se fatiga por el exceso de situaciones y el que pareciera el deseo del autor de no dejar nada entre el tintero, reconoce en esta biografía detectivesca los pormenores de alguien acusado de comunista, capaz de acusar a unos cuantos intocables, que vio en el séptimo arte la posibilidad de expresarlo todo, tanto la fantasía como la realidad en toda su crudeza y la vida en su misterio, que cuestionó el código moral de quienes se atrevían a censurar y recortar películas y no veían los estragos de la guerra y de la bomba de Hiroshima.
En esta historia escrita con gravedades, atrocidades y perplejidades, se invierten las leyes de lo policial: desde la forma como vivió el personaje se afirma que todos fueron sus asesinos, para reconocer con él que “todos estamos solos con nosotros mismos”.

El umbral de todas las ciudades
Por Julio Caycedo

La edición tiene un buen grip. Pesa bien entre las manos. Uno encuentra una foto, es lo primero, en una portada sobria. A contra luz se ve el amanecer en la Ciudad Vieja de Praga desde el puente Carlos iv, sobresale, a la izquierda, la sólida silueta negra de una estatua imperial que observa cómo se ilumina la ciudad de las cien cúpulas. El título, Praga en tiempos de Kafka, se tiende entre dos temas inmensamente apasionantes, el autor de La metamorfosis y la fabulosa ciudad irrepetible, Praga: lugar de encuentro de personajes maravillosos y de historias singulares sobre la malla enrevesada de la historia moderna de Occidente.
El amanecer en el puente conduce luego, tras la portadilla, a un mapa dibujado a mano que deja ver una ciudad enorme, intrincada, en la que los apretujados callejones de la periferia parecen poder moverse a voluntad, sugiriendo la realidad posible de un mundo fantástico, al que la princesa Libussa, fundadora de la ciudad, bautizó, acaso proféticamente, como Praha, voz proveniente del chaco prah, “el umbral”. Pues, “para los escritores, los artistas, los hombres sensibles que allí vivieron, Praga fue siempre el umbral de acceso a un mundo misterioso en el que unas circunstancias históricas y culturales extraordinarias generaron realidades extraordinarias; un cruce, ante todo, de culturas diversas e imperiosas, de origen checo, alemán y judío que, durante siglos, alimentaron la vida real e imaginaria de la ciudad” (pág. 17).
El círculo de amigos de Franz Kaf-
ka, un sinnúmero de irrepetibles creadores que marcaron con su impronta la literatura, las artes, la arquitectura, la música y el teatro, son el tema que ocupó a la escritora italiana Patrizia Runfola (1951–1999) a lo largo de su delicioso ensayo. Un texto en el que pesa sobre todo la condición vital de sus protagonistas y en el que las referencias de la historia política anterior y posterior a las dos grandes guerras emergen con una necesidad y una economía insuperables, apenas como el contexto de un complejo cuya historia cultural marca el pulso de los párrafos.
En este libro, Kafka es sólo el umbral, casi el anzuelo con el que Runfola gana la atención del lector para pasar de éste, un Kafka jovial, palpitante, alejado de su melancólico lugar común, a su círculo de amigos, a sus familias, a sus barrios, a los infinitos cafés en los que todo se trataba: la filosofía, el nacionalismo, las teorías científicas, las artísticas, el ocultismo y los espasmódicos eventos sociales de una comunidad multicultural, en la que alemanes, checos y judíos se mezclaban en el mosaico idiomático de sus pasiones.
Con una fluidez especialmente literaria, este ensayo conduce a sus lectores a una Praga cercana y posible; a una geografía cuyos nombres impronunciables pierden su aspereza para convertirse en las designaciones de un ámbito seductor, ajeno a las barreras culturales propias de lo desconocido. La erudición artística de Runfola, quien supo vivir en Praga bajo la pesada Cortina de Hierro, y su amor por esta ciudad, sellan el texto con un estilo íntimo, inteligente y de buen humor. La profunda documentación y la pertinencia sutil de las referencias bibliográficas abren las puertas a un mundo tentador y completo para quien quiera explorarlas más. Su libro resulta un aporte importante para el inventario de nuestras lecturas sobre Europa, en donde la historia de Praga es imprescindible y en la que observadores como Runfola deben cobrar su lugar.

HECHOS Y CUENTOS DE HADAS
Por Juan Carlos González A.

Eeparados de Miramax para fundar The Weinstein Company, los hermanos Bob y Harvey Weinstein han decidido apoyar toda suerte de proyectos que pongan al público a hablar de su nueva empresa. Títulos como Mrs. Henderson presenta, The Matador y Transamerica hacen parte de su catálogo, al que hay que sumar una película animada estrenada el año anterior, Hoodwinked, Roja Caperuza.
El filme revisita uno de los cuentos favoritos de todos los tiempos, el de Caperucita Roja, pero dándole un tratamiento completamente nuevo, muy a la manera de Shrek (2001), en el que los personajes clásicos adquieren una dinámica y una personalidad más cercana a los nuevos tiempos y obviamente más adulta. Incluso la estructura del cuento ha cambiado y lo que se nos ofrece se asemeja al recurso utilizado por Akira Kurosawa en
Rashomon (1950), en el que los diversos protagonistas de una misma historia nos ofrecen todos sus puntos de vista y su propia versión de unos hechos similares. La narración adquiere entonces el tono de una investigación criminal, en la que la policía intenta descubrir realmente qué fue lo que pasó cuando Caperucita Roja llegó a casa de su abuelita y lo que encontró fue al lobo feroz sustituyéndola en su cama. Por la descripción anterior es obvio concluir que el humor –sarcástico y por momentos muy inteligente– barniza todas las situaciones que, aunque pueden ser comprendidas perfectamente por un niño, están dirigidas a propósito a un público adulto. Y más que temáticas o diálogo de doble sentido, lo que hay es un tratamiento adulto –y por completo sorpresivo– de unos personajes que no suponíamos capaces de ser vistos de manera distinta a la habitual. Parte del éxito del filme radica en despojarnos de certezas. En esta Roja Caperuza nadie es quien parece ser.
Como ha venido ocurriendo en esta nueva oleada de filmes de animación, las voces de los personajes ocupan el papel protagónico, de ahí que se hace necesario exigir que la película se vea en inglés con subtítulos en español. Las voces de Anne Hathaway (Caperucita), Glenn Close (la abuela), James Belushi (el leñador), David Ogden Stiers (el sapo Nicky Flippers) y Patrick Warburton (el lobo) son el punto más fuerte del filme. Los matices, los acentos y el humor provienen en buena parte de estas voces que es necesario poder apreciar. Igual función cumplen aquí las canciones, parte de una ecléctica y entretenida banda sonora original.
Llamativo es, en estos tiempos de capacidades inverosímiles de la animación, un evidente descuido en este aspecto. Hay una rudeza en el movimiento y en la definición visual de los personajes que no nos acaba de convencer y de satisfacer, como si el énfasis hubiera sido en los abigarrados detalles del guión y lo llamativo de la banda sonora antes que en el aspecto visual de los personajes. Quizá hace una década los efectos de animación del filme hubieran sorprendido, pero hoy se ven casi arcaicos.
Ya lo dijimos: el fuerte de este filme radica en la originalidad de la historia y en sus recursos humorísticos, algunos de los cuales son mejores como ideas que como resultado final, de ahí que sus intentos por divertirnos produzcan a veces más sorpresa y admiración antes que risa franca. Charles Perrault, desde el más allá, debe de estar preguntándose que otra cosa irán a inventarse –¿a profanar?– ahora.

LO QUE POR AGUA VIENE...
Por Juan Guillermo Ramírez

¿Por qué la mayoría de las películas basadas en historias o sucesos de la vida real se parecen todas entre sí? Da lo mismo que sean dramas psicológicos con personajes atormentados carentes de futuro, que sean catástrofes naturales o no, conflictos sociales contemporáneos como el de los desplazados, retratos humanos o historias familiares de barrio.
Esta introducción podría estar dirigida a cualquier película, pero en el caso específico de Soñar no cuesta nada, realizada por Rodrigo Triana, el mismo de Como el gato y el ratón (2002), el personaje principal no es una persona, es un batallón, el de la compañía contraguerrilla Destroyer.
La historia que cuenta es un largo paréntesis de un flashback. Historia sencilla y lineal, sin sobresaltos para el espectador, con muy buena factura técnica, un montaje limpio y transparente, una fotografía cuidada y limpia, una actuación mesurada y una música que sin saturar ni volverse reiterativa, acompaña de manera coherente lo que se está viendo. Con un tono de crónica filmada, se relata cómo este pelotón descubre en la selva una caleta enterrada de las farc con más de cuarenta y seis millones de dólares. Más que una interpretación, es una mímesis; un encantamiento que, lentamente, va seduciendo al espectador. Porque la película es previsible. Se sabe que encontraron una guaca, se sabe que se la fueron gastando escandalosamente, se sabe que los atrapan, se sabe que no fueron discretos con ese delirio, se sabe que por una mujer todo ese dinero, ese sueño y esa película terminan.
Soñar no cuesta nada no señala culpables, no elabora discursos de justicia, no se compromete con nada ni con nadie; simplemente deja el goce para la diversión, para el entretenimiento. Tanto para los soldados como para el público. Divierte, como lo hacen también los personajes del batallón y en particular los “lanzas” Porras, Venegas, Lloreda y Perlaza, los que van creciendo a lo largo de la historia con sus conflictos morales y de aparente justicia.
En este caso, la película brinda un apasionante, entretenido y divertido juego de espejos entre la realidad y la ficción. Envuelve el imaginario del público en ese sueño de ser millonario para gastar, para enamorar o para asegurar un futuro. Además presenta las características de una película que atrapa al espectador: historia sencilla, personajes que se desarrollan al paso de los minutos, las acciones y conflictos que se suceden in crescendo hasta llegar a sus resoluciones evidentes como sucede en toda película de aventuras. Por supuesto no podía estar ausente la presencia de mujeres provocadoras como Verónica Orozco, la que le da el tinte erótico, el matiz seductor y al mismo tiempo es la articuladora de una historia paralela sentimental y romántica. La otra presencia femenina es la esposa de un lanza desertor que con su hija viaja a encontrar esa guaca “negada”, mientras lee (en voz en off) la romántica carta que le mandó su esposo.
Existen películas que despiertan más simpatía personal que una adhesión por sus méritos artísticos. En este caso, estas dos características van de la mano. La aventura y la risa son los elementos que palpitan en la estructura narrativa del guión, un guión que se articula con el humor negro y personal del que lo escribe: Jörg Hiller (el mismo creador de Cómo el gato y el ratón y de los cortometrajes La taza de té de papá y En arriendo). Una variante temática que sin caer en el populismo televisivo de las que realiza, produce y escribe Dago García, le ofrece el cine colombiano a un público que sólo quiere pasar un rato de entretención.