Especiales Semana

10 años después

Informe especial del 11 de septiembre.

10 de septiembre de 2011

¿Ganó Bin Laden?
 
Diez años después del 11S, Al Qaeda está en desbandada; su líder, muerto y sus oscuros objetivos, cada vez más lejanos de cumplirse. Pero Estados Unidos aún no se recupera del golpe. 
 
Osama bin Laden se habría salido con la suya. Ese concepto controversial forma parte del debate entre analistas de Estados Unidos diez años después de los atentados del 11 de septiembre en los que 3.000 personas perdieron la vida en Nueva York, Washington y Pensilvania, a manos, según las versiones oficiales, de un grupo de musulmanes radicales de Al Qaeda que estrellaron cuatro aviones contra las Torres Gemelas, el Pentágono y una llanura en el noreste del territorio norteamericano. El número de muertos, las guerras en Irak y Afganistán y la menor credibilidad desde entonces alimentan esa tesis. Pero también hay poderosas razones para pensar lo contrario.

Si este aniversario se analiza respecto a la situación de Al Qaeda, salta a la vista una conclusión diferente: Estados Unidos ha ganado. La red terrorista vive una especie de desbandada, hoy sobreviven decenas de células pero sin una cabeza visible y desde el colapso de las Torres Gemelas no ha vuelto a cometer un atentado en suelo estadounidense. Como le dijo a SEMANA Michael O'Hanlon, investigador de The Brookings Institution, uno de los think tanks más importantes de Washington, "no hemos perdido, y las naciones pacíficas hemos vencido colectivamente al terrorismo".

Numerosos analistas en Estados Unidos comparten esa posición. Charles Krauthammer, considerado por The Financial Times el columnista más influyente de ese país, la respaldó el viernes de esta semana. Para él, Al Qaeda no se ha debilitado de forma espontánea, sino por una guerra norteamericana masiva y permanente contra el terror y una campaña mundial, sistemática, sofisticada y letal. Según él, esa campaña consiguió que en una década Osama bin Laden pasara de ser "el emir del islamismo radical" a convertirse en "un recluso patético y viejo, incomunicado y dedicado a ver sombras de sí mismo en un televisor viejo dentro de un cuarto oculto".

No hay duda de que la muerte de Bin Laden, el 2 de mayo en una casona amurallada de Abbottabad, una localidad paquistaní, ha sido uno de los mayores éxitos de las tropas norteamericanas en su lucha contra Al Qaeda. Con eso descabezaron la red para luego propinarle otro golpe durísimo al grupo radical cuando hace algunas semanas dieron de baja, también en Pakistán, al número dos de la organización, el libio Atyah Abd al-Rahman.

Otro aspecto en el que debe reconocerse la victoria de Estados Unidos tiene que ver con que los sueños de Bin Laden y su red han llegado a su fin. El líder de Al Qaeda pretendía imponer el califato mundial y recuperar tierras que consideraba propias, como Andalucía, región que fue musulmana entre los años 711 y 1492, cuando los reyes católicos derrotaron al emir de Granada. Bin Laden no era el único en Al Qaeda que pensaba así. Su mano derecha y actual jefe de la organización, Ayman al-Zawahiri, escribió en una carta en 2005 dirigida a Abu Musab al-Zarkawi, el líder rebelde iraquí, que Irak debía transformarse en un Estado musulmán y que la capital de un nuevo mundo islámico debía quedar localizada entre "el Levante y Egipto". Nada de eso pasó.

En Oriente Medio ha habido cambios, pero ninguno ha guardado relación con Al Qaeda, que está maltrecha. La mecha de la denominada primavera árabe no se encendió para reivindicar el fundamentalismo islámico que pretendían Bin Laden y los suyos, sino para derrotar las dictaduras y promover la democracia. Todo empezó el 18 de diciembre de 2010, con la inmolación en Túnez de Mohamed Bouzazi en protesta por la corrupción del régimen; prosiguió con la renuncia, el 14 de enero, del presidente Zine al-Abidine Ben Alí y continuó con marchas en El Cairo que, 18 días más tarde, el 11 de febrero de este año, desembocaron en la dimisión del presidente Hosni Mubarak, hoy procesado por la justicia. Y eso para no hablar de los disturbios que van desde Yemen, en el sur de la península Arábiga; hasta Libia, donde el dictador Muamar Gadafi está a punto de caer; pasando por Siria, donde el presidente Bachar al-Assad insiste, literalmente a bala, en aferrarse al poder.
 
Adiós confianza

Sin embargo, en medio de este panorama, y a diez años del 11 de septiembre, hay voces en Estados Unidos que sostienen que los gringos no han vencido en la guerra contra el terrorismo y que en cierto modo Bin Laden logró lo que quería. No son voces aisladas. Daniel Byman, brillante académico del Centro Saban para Oriente Medio, lo simplificó el jueves de esta semana en una conferencia en The Brookings Institution: "Es cierto que en esta década no ha habido ataques terroristas en suelo norteamericano. Pero hasta antes del 11 de septiembre la percepción más extendida era que en el mundo las cosas funcionaban según 'el modo estadounidense' ('the American Way'). Ahora no".

Algo similar había advertido el martes el exgobernador de Utah John Huntsman en el debate televisado de los precandidatos presidenciales del Partido Republicano que tuvo lugar en California. "El 11 de septiembre este país perdió la confianza", subrayó escuetamente. Casi en misma línea iba uno de los artículos más profundos de la última edición de la revista Newsweek. Titulado 'Did Osama Win' ('¿Ganó Osama'), el analista Andrew Sullivan señala que el deseo de Bin Laden era desatar una guerra de civilizaciones, como la que preveía Samuel Huntington, entre el islam y Occidente. Y asegura: "Y mordimos el anzuelo". Ese fue "el final de la inocencia norteamericana".

¿Tienen razón Byman, Huntsman y Sullivan? ¿Ha perdido Estados Unidos? ¿Ha cambiado mucho ese país, que ya no es visto como la gran superpotencia? Cuando se hace un recuento de los hechos, podría afirmarse que sí.

Del 11 de septiembre a hoy, Estados Unidos ha perdido inmensamente su credibilidad. Si hubo alguna justificación para iniciar la guerra contra los talibanes de Afganistán, país que le había dado cobijo a Bin Laden, no pareció haberla en el caso de Irak, pues jamás se descubrió un nexo entre el líder de Al Qaeda y el dictador iraquí Saddam Hussein.

Y uno de los momentos claves de ese proceso tuvo lugar el 5 de febrero de 2003, cuando el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, héroe de la primera guerra del Golfo y militar respetadísimo, mostró en una sesión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas presuntas pruebas de que Hussein poseía armas de destrucción masiva. Con la idea de lograr el respaldo internacional para la invasión de Irak, Powell dejó ver unas fotos y levantó un pequeño frasco de ántrax. Poco tiempo después se descubrió que todo eso era una exageración. Powell renunció en noviembre de 2004 y, un año más tarde, en una entrevista con Barbara Walters, admitió que su discurso en la ONU había sido "un episodio doloroso en mi vida que quisiera borrar".

Derrota moral

Otro revés para la credibilidad gringa llegó a principios de 2004, cuando, una vez ocupado Irak por las tropas norteamericanas, el programa 60 Minutes de la cadena ABC y luego un artículo de la revista The New Yorker escrito por Seymour Hersch pusieron al descubierto los abusos cometidos contra prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. Las fotos de una militar estadounidense, Lyndie England, burlándose de reclusos sin ropa, y de los abusos sexuales contra ellos minaron completamente el respeto que por Washington sentían en otras partes del mundo.

Pero lo más grave del hecho de que Estados Unidos hubiera iniciado la guerra en Irak sin el respaldo de la comunidad internacional, como ordenan la Carta de la ONU y otras disposiciones multilaterales (solo el primer ministro británico Tony Blair y el presidente del gobierno español, José María Aznar, respaldaron a Bush en la Cumbre de las Azores), ha sido el número de muertos y de refugiados. De acuerdo con la prestigiosa Universidad de Brown, los combates, principalmente en Irak y además en Afganistán, han cobrado la vida de 137.000 civiles y han generado 7,8 millones de refugiados, a lo cual cabe agregar los 4.792 soldados estadounidenses muertos en Irak y los 2.706 en Afganistán.

Golpe económico

Los costos financieros de ambas guerras han sido astronómicos. El mismo centro universitario ha calculado que si se tienen en cuenta los intereses financieros e incluso lo que vale mantener a los veteranos, Estados Unidos ha desembolsado a causa de los conflictos en Irak y Afganistán más de cuatro billones de dólares y lo peor es que no se ha alcanzado la meta prometida. Aunque sean menos malos que los talibanes o Hussein, ni el gobierno de Nouri al-Maliki en Irak ni el de Hamid Karzai en Afganistán son modelos de democracia. Para rematar, en estos diez años Washington no ha podido tampoco forzar un acuerdo de paz estable entre palestinos e israelíes, cuyas diferencias suscitan la debacle de Oriente Medio.

Fuera del número de bajas y de la pérdida de la credibilidad, y fuera de que la buena imagen norteamericana no llega al 50 por ciento en la mayor parte del mundo y de que los gringos no son vistos como una potencia moral ni como los líderes del mundo libre, la vida diaria en Estados Unidos ha cambiado intensamente desde el 11 de septiembre. Pasar los controles de seguridad en un aeropuerto es vivir una auténtica pesadilla, y estacionar cerca a un edificio emblemático como la Casa Blanca en Washington es visto como una amenaza. Quien camina por las calles de Manhattan y ve un avión sobre el Empire State piensa siempre lo peor, y quien encuentra una maleta sin dueño en una estación de trenes de Amtrak cree que va a volar por los aires.

En estos diez años, Estados Unidos no cree tanto en sí mismo. El presidente Barack Obama se niega a pregonar a los cuatro vientos el "excepcionalismo estadounidense" que constituye uno de los pilares de su conciencia como nación. Arianna Huffington, fundadora del famoso portal de internet The Huffington Post, se apresta a publicar un libro donde argumenta que vive en un país del Tercer Mundo. El "sueño norteamericano" naufraga en un desempleo del 9,1 por ciento, una crisis económica seria y dos guerras en el exterior, la más vieja de las cuales ha sido también la más larga que ha librado Estados Unidos, incluso por encima de la Segunda Guerra Mundial y de la guerra civil del siglo XIX.

George Will, famoso y experimentado columnista conservador de The Washington Post, lo deja claro este domingo a propósito de los diez años del 11 de septiembre. "La unidad nacional, que es usualmente una compensación de los rigores de la guerra, ha sido una de las principales bajas tras dos guerras muy dudosas. Hoy este país está más desmoralizado que nunca desde los años setenta, cuando la sensación de impotencia, vulnerabilidad y decadencia se habían extendido mucho". Quizá sea cierto. Pero dar por derrotado definitivamente a Estados Unidos puede ser prematuro.