Especiales Semana

Afuera sonamos bien

Más allá del éxito de Shakira y Juanes, la internacionalización de la música colombiana ha permitido mostrar esa riqueza de ritmos que hay en el país.

Juan Carlos Garay*
21 de junio de 2009

Alan Molina es un músico mexicano que ha viajado por Centro y Suramérica en busca de sonidos que pueda integrar a su creación. Un coleccionista de músicas radicado actualmente en Buenos Aires y, casi con seguridad, la persona que más conoce de música colombiana en esa ciudad. "Un día escuché a Totó la Momposina y me voló la cabeza", dice.

En los últimos 10 años, sus coterráneos de Monterrey han armado un movimiento sólido de vallenatos y cumbias con acordeón. En principio se reunían a escuchar los discos colombianos en las "fiestas de sonideros" (galpones con amplificadores enormes que en la costa colombiana llaman 'picó') y luego, con la aparición del álbum Barrio Bravo del cantante mexicano Celso Piña, varios músicos se lanzaron a hacer su propia versión del asunto. Ese disco, que apareció en 2000, marcó un antes y un después en su país. Incluso integrantes de bandas de rock como Control Machete y Café Tacuba se lanzaron a ensayar con ritmos de Colombia.

Curioso. En tanto que los colombianos creemos que la máxima representación del país corre por cuenta de Shakira y Juanes, en el extranjero, ante la mención de Colombia tienden a pensar en artistas que se enmarquen más dentro de la llamada world music, músicos con un sonido más genuino. "Shakira y Juanes son sin duda los artistas más conocidos", dice Humphrey Inzillo de la revista Rolling Stone, "pero no son percibidos como colombianos, sino como estrellas globales".

Surge entonces la pregunta: ¿Qué fue lo que los llevó a ese estatus estelar? Desde hace mucho tiempo, disqueras y empresarios han querido descubrir la fórmula para que una canción se convierta en éxito internacional. Saben que, de repetir varias veces ese éxito, el artista pasará a una suerte de Olimpo -por lo general con base en Miami, si el artista es latino- que le garantiza presencia casi constante en los medios, altos niveles de convocatoria a sus conciertos y buenas probabilidades de ganar algún premio Grammy. No es la única opción que existe para un músico, ni todos los músicos están interesados en seguirla, pero al menos ha generado confianza en el oficio, que hace apenas dos décadas era mucho más incierto en Colombia.

Radicado en Los Ángeles, Ali Boudris es un ejemplo de productor musical que busca una fórmula para el éxito. La lista de artistas con los que ha trabajado es tan diversa que empata a Aerosmith con Mariah Carey. Frente a la pregunta por una estrategia comercial infalible en el mundo de la música, anota: "Yo no creo que haya una llave mágica que siempre abra los éxitos. No obstante, algunos ingredientes son primordiales para el éxito de un artista. Por supuesto, un equipo profesional siempre será indispensable".

Boudris afirma que, a finales de los 90, sospechó que Shakira sería la siguiente gran figura del pop global: "Yo sabía desde muchos años atrás que la evolución de la música en Estados Unidos estaba llegando a una 'meseta'. El siguiente gran artista habría de venir de fuera. Puesto que la población latina en Estados Unidos es muy importante, estaba seguro de que sería un artista latino".

La revista Billboard, que registra los famosos listados de éxitos de acuerdo con sistemáticos sondeos semanales, mencionaba algunas veces a Shakira antes de 2001, pero es a partir del disco Laundry Service que la artista se vuelve una constante en sus páginas. Coincidencialmente o no, ese fue el momento en que Shakira decidió empezar a cantar en inglés. No obstante, si concluyéramos que el triunfo depende directamente de la opción del idioma, nos toparíamos con un caso que demuestra todo lo contrario: Juanes, cuyo único contacto con el inglés a lo largo de cuatro álbumes ha sido el estribillo fácil "it's time to change". Sigue habiendo, entonces, un elemento de azar en la fórmula del éxito.

Esas figuras mediáticas son apenas la punta del iceberg . Aunque la mayoría de los medios colombianos se ha embelesado con los éxitos de Shakira y Juanes, las publicaciones y emisoras especializadas internacionales exhiben otro nivel de riesgo en su definición de la música colombiana.

Una ojeada a las últimas ediciones de la revista Rolling Stone, de hecho, permite concluir que su cuota colombiana ya pasó por las consabidas estrellas pop y ahora andan en busca de nuevos sonidos. La publicación le dedica este mes una reseña bastante elogiosa al grupo chocoano Choc Quib Town, y hace un par de números entrevistó a un músico de jazz poco conocido en su propio país, el pianista Nicolás Ospina, a propósito del lanzamiento en Argentina de su álbum Entre espacios. Y los ejemplos siguen. Claramente, la mirada exterior es más amplia.

¿Cómo han hecho los músicos colombianos independientes para destacarse, en el gran concierto global? La respuesta cada vez más frecuente es la de procesos de autogestión con miras a públicos menos masivos y más especializados,: una especie de contraataque, desde nuevos frentes, a las fórmulas millonarias que se fabrican en Miami. Es sorprendente cómo la orquesta bogotana La 33 suena en los bares de salsa de Italia y Japón. Su estrategia fue ejemplar: en 2004 grabaron una versión rumbera del tema de La pantera rosa y dejaron que se difundiera a través de Internet. Pronto empezaron a contactarlos de muchos rincones del planeta. Hoy La 33 acaba de regresar de una gira por Noruega, Suecia y Finlandia.

Otra manera de mostrarse ante la industria mundial es la inscripción directa en mercados o ferias internacionales de la música. Fue la estrategia adoptada por Puerto Candelaria, de Medellín. Lo suyo es un show que combina el jazz y el humor: ubican al espectador en un lugar geográfico imaginario e interpretan su 'música típica'. Con este espectáculo participaron en el Mercado Cultural de Salvador Bahía en 2005 y, en 2006, en la II Muestra de las Artes Escénicas Puerta de las Américas, en México. Hoy, más de la mitad de las actuaciones de Puerto Candelaria suceden fuera de Colombia.

Una última estrategia, menos habitual y más exigente, es entrar en el circuito de concursos. En esos escenarios, un artista siempre se está midiendo con otros de calibre similar, pero con un solo ganador el reto es más grande. Por eso la plataforma escogida por la cantante María Mulata, el festival de Viña del Mar en Chile, representaba un riesgo altísimo. Lo cierto es que ganó en febrero de 2007, en la categoría folclórica, y ese triunfo le trajo publicidad a su talento. El año pasado publicó el álbum Los vestidos de la cumbia, que es uno de los mejores retratos que una cantante haya hecho de nuestra multiplicidad. Hace poco estuvo en Sudáfrica en una serie de conciertos que, si se miran bien, representan el gran posicionamiento del folclor colombiano en el panorama de la world music: María Mulata llevando a los africanos la cumbia y el bullerengue, mostrándoles cómo creció su semilla en los pueblos negros de Colombia.

Estos casos han sido los más visibles en los últimos años, y su conquista es el fruto de una fuerte imaginación aplicada a la calidad artística. Para los seguidores de Juanes y Shakira, una reiteración: nadie los desbanca en esa carrera particular que emprendieron, que consiste en lanzar éxitos y ganar Grammys. Pero la buena noticia es que detrás de ellos hay un tropel de músicos talentosos en varios estilos, que empiezan a ganarse un lugar y un público en escenarios por todo el planeta. En ese "coro de Babel", como lo llamó el cantante español Joaquín Sabina, hay más de un colombiano que está muy afinado.
 
*Columnista de música de SEMANA