Especiales Semana

AL BORDE DEL ABISMO

Alarma entre sicólogos y profesores por sorprendente aumento de suicidios en menores de 25 años.

19 de mayo de 1997

El primero de julio de 1992 Andres Villate, estudiante de undécimo grado del Gimnasio Moderno de Bogotá, salió temprano de su casa a ver una película en la Cinemateca Distrital. Cuando regresó al mediodía, su mamá le propuso que fueran a almorzar en familia. "No, qué jartera", contestó. "No tengo hambre". Cuando se fue su mamá se despidió de ella con un efusivo "mamita, gracias!" y poco después salió para la casa de sus abuelos. Al llegar allí llamó a su novia, con quien había tenido una pelea hacía dos días, y le propuso que se vieran, pero ella se negó. Andrés tomó entonces la pistola que su abuelo mantenía en su escritorio, volvió a llamar a su novia y le dijo: "Si no me quiere ver, aténgase a las consecuencias", y con ella al otro lado de la línea se disparó un tiro en la boca. Tenía 19 años. Hoy su mamá y su novia recuerdan aquel día con el mismo horror de entonces. Cuando hablan de lo ocurrido las palabras les salen con dificultad y el miedo vuelve a apoderarse de ellas. Pero aún así quieren hablar. Saben cuánto duele el suicidio de un ser querido y no quieren que otros vivan su mismo infierno. El de Andrés Villate, desafortunadamente, no es un caso aislado. El suicidio es un fenómeno creciente en Colombia que tiende a convertirse en un serio problema juvenil. "En el último año, de cada 10 adolescentes que asisten a mi consulta, más de la mitad ha mencionado alguna vez la palabra suicidio y por lo menos uno de ellos lo ha intentado", dice la sicóloga María Clara Arboleda. Las cifras de Medicina Legal también demuestran la gravedad del asunto. En 1995 el 34 por ciento de los suicidas del país tenían entre 15 y 24 años. El año pasado, del total de casos registrados en Bogotá, el 38 por ciento, es decir uno de cada tres, tenía entre 10 y 24 años. En Medellín, de los 524 suicidios registrados entre enero de 1991 y junio de 1996, la mitad correspondía a jóvenes entre 15 y 29 años. Además, los investigadores se sorprendieron de encontrar víctimas menores de 15 años, un grupo que no registra casos en otros países donde el número de suicidios es alto. Este fenómeno no es exclusivo de Antioquia. El año pasado en la Unidad de Urgencias Pediátricas del Hospital Universitario del Valle, en Cali, atendieron 20 niños, menores de 14 años, que habían intentado quitarse la vida. Los expertos están muy preocupados por lo que está ocurriendo. Esta preocupación no es infundada si se tienen en cuenta los resultados de una encuesta sobre el tema, contratada por SEMANA y realizada por Gallup de Colombia el 15 y 16 de abril pasados. El trabajo estadístico reveló que uno de cada cinco colombianos conoce a una persona que haya intentado suicidarse o que lo haya hecho en los últimos tres años y, lo que es más grave, que uno de cada cinco de los encuestados pensó en matarse alguna vez en su vida (ver encuesta).
Lo cierto es que el año pasado hubo un aumento sensible en cuanto a suicidios de adolescentes y adultos jóvenes. "Esto es sintomático para una sociedad. Cuando se suicida un adolescente es porque ve el futuro muy negativo y prefiere no vivir. La sociedad no puede ser sorda a esta situación", dice Iván Jiménez Gómez, siquiatra forense, miembro del Grupo Interdisciplinario de Estudio sobre Suicidios del Instituto de Medicina Legal. ¿Por qué el suicidio se volvió una alternativa tan común para los colombianos, en general, y para los jóvenes, en particular? El suicidio ha sido definido como "el asesinato de sí mismo". Hasta 1990 era, según la Organización Mundial de la Salud, la cuarta causa de muerte en las naciones desarrolladas. En Hungría, Finlandia, Dinamarca, Alemania, Japón y Estados Unidos se considera uno de los problemas más serios de la actualidad. Veinticinco mil norteamericanos se suicidan anualmente. En Colombia las cifras no son tan altas, pero igual no dejan de ser alarmantes. En 1995 hubo 1.590 suicidios. La mayoría de las víctimas fueron hombres solteros y los tres métodos que más usaron para provocar su muerte fueron las armas de fuego, el envenenamiento y el ahorcamiento.
Una investigación de Medicina Legal determinó, además, algunos rasgos comunes en todas las víctimas. En general provenían de familias con un largo historial de conflictos, habían sufrido grandes impactos en su vida (bien por una mala situación económica o por pérdidas afectivas), tenían una visión negativa del futuro y antecedentes de desórdenes mentales o de intentos de quitarse la vida. La radiografía de los jóvenes suicidas es similar a la de los adultos, pero para la gente resulta más complicado comprender por qué alguien que tiene el futuro por delante decide autoeliminarse. "A mí me duele mucho la muerte de los jóvenes. Siempre pienso en todo lo que pudieron aportar a la sociedad y que ya no podrán hacer", dice Amanda Villamil Gómez, una trabajadora social que desde hace tres años acompaña a las familias de los suicidas que llegan a Medicina Legal.

Triste despedida

A Alvaro Mauricio Gómez dos suicidios le cambiaron la vida. Hace seis años dictaba clases de música y legislación en un colegio bogotano. Los alumnos lo querían y le tenían confianza. Así se hizo amigo de dos alumnas de 15 y 17 años, lindas e inteligentes. A la mayor se le había suicidado el novio. Ella había intentado quitarse varias veces la vida y permanecía muy sola. Un día una de las jóvenes lo llamó y le dijo: "Estoy llamando a despedirme de ti porque pronto vas a saber algo tenaz". Luego se enteró de que sus amigas habían ingerido cianuro y dejado un reguero de cartas de despedida en las que decían que estaban cansadas del mundo. Estas dos muertes marcaron a Alvaro Mauricio Gómez para siempre. Por eso, cuando se graduó de abogado y entró a la Fiscalía, buscó la manera de prevenir que otros adolescentes hicieran lo mismo. A eso se dedica desde 1994, año en que asumió la dirección del Proyecto Futuro de Colombia. Hoy, después de casi cuatro años de moverse entre adolescentes, está convencido de que hay un momento entre los 13 y los 25 años en que los muchachos piensan en el suicidio como una manera de huir de su realidad. "Hace dos años hice con unos 100 jóvenes un taller de prevención sobre el suicidio. Me sorprendió que una gran mayoría había pensado en suicidarse alguna vez porque una amiga o un amigo no les ponían bolas, porque se sentían feos o porque habían perdido el año. Eso me confirmó que el suicidio es parte vivencial de los jóvenes. Sus grandes héroes son suicidas y ven en este acto una escapatoria a un mundo que no les da posibilidades", dice Gómez.

Cultura suicida

Lo de los héroes suicidas es considerado por expertos, como Patty Surwill, profesora del Colegio Nueva Granada, un factor de riesgo muy importante. En su opinión, el tema se puso de moda por la apología que le hacen ciertas estrellas del espectáculo o por la exaltación de ciertos suicidios que hacen los medios de comunicación. Esto no tendría importancia si no estuviera comprobado que la publicidad de ellos produce otros tantos en serie. En Colombia esto fue evidente con la muerte de Andrés Caicedo el 4 de marzo de 1975 en Cali. Caicedo se suicidó a los 25 años y así fue fiel al lema de toda una generación: "La vida después de los 25 no vale la pena". Su ejemplo fue seguido por muchos jóvenes colombianos y en Medellín se llegó a formar hasta un auténtico club de suicidas. Hoy, en Cali, la ciudad natal de Caicedo, el suicidio es la tercera causa de muerte para jóvenes entre 10 y 19 años. Lo curioso es que, pese a lo evidente de su gravedad y al gran despliegue que se le da, la autoeliminación continúa siendo un tema tabú en Colombia. "El suicidio se volvió casi tan cotidiano como el homicidio pero nadie hace algo para prevenirlo. Del suicidio no se habla. Cuando en un plantel se suicida un alumno se le da la espalda al problema, no se ventila para así prevenir otros hechos iguales", dice Gómez.
Esta actitud es frecuente. La sicóloga Juanita Gempeler piensa que estas conductas no son tratadas de manera abierta en todos los colegios porque "hay una polémica sobre hasta qué punto el dar información previene o le da ideas extrañas a otros jóvenes". La Universidad Javeriana realizó en 1994 una investigación sobre el suicidio entre sus estudiantes y encontró que el 10,18 por ciento había intentado quitarse la vida por lo menos una vez. De este grupo el 59 por ciento lo había hecho durante la secundaria. Este dato coincide con estadísticas de Medicina Legal que determinaron que la mayoría de quienes se suicidaron en Bogotá durante 1996 eran estudiantes.


Directo al problema
El estudio de la Javeriana tuvo su origen en los 14 intentos de suicidio que hubo en la Universidad durante el 94. Aunque la situación podría ser calificada como normal, debido a lo reducido del número frente a los 23.000 estudiantes de la Javeriana en todo el país, el Sector de Asesoría Sicológica decidió hacer un estudio para entender lo que significaba el suicidio para los jóvenes. Que el 60 por ciento de los que intentaron suicidarse hubiera tenido vínculos cercanos con suicidas o con personas que habían intentado quitarse la vida confirmó que los brotes de suicidio entre adolescentes o adultos jóvenes pueden darse por contagio entre personas de la misma edad o de la misma condición social. Al ahondar más descubrieron que existe una fuerte asociación entre la familia y el intento de suicidio. Los investigadores plantearon la hipótesis de hasta dónde el acto de asesinarse "es una máxima expresión de sacrificio del joven que pide a su familia que comience a revisar dentro de sí misma los patrones de relación y de vida que están generando comportamientos autodestructivos y sentimientos profundos de dolor y desesperación". Si hay algo que los expertos tienen claro es que los cambios en la estructura familiar que se han dado en los últimos años tienen que ver con el fenómeno del suicidio juvenil.
"El 90 por ciento de los jóvenes que tienen un intento de suicidio tienen una dinámica familiar bastante alterada", dice Daniel Suárez Acevedo, siquiatra de la Clínica Infantil de Colsubsidio.
Liza Morales de Gómez, consejera estudiantil, afirma que el núcleo familiar ha cambiado demasiado: "Hoy la mayoría de los padres no están en la casa y mientras más importantes son menos tiempo tienen para sus hijos, que quedan en manos de los choferes y de las empleadas. Los niños se sienten solos y muchos de ellos empiezan a experimentar con alcohol o drogas y tratan de llenar así el vacío que tienen". Para ella es claro que esto lleva a que algunos suicidios se conviertan en una venganza contra los seres queridos que los menospreciaron.

Puede prevenirse
La situación de quienes sobreviven a un joven que se suicida no es fácil. Esta acción genera mucha culpa y por eso las familias tratan de esconderlo. "Es uno de los duelos más difíciles de superar. Aceptar lo que pasó ayuda mucho a los padres, aunque el suicidio de un hijo es un duelo que nunca se supera del todo. En muchos casos la familia se separa después de lo que pasó", dice Marcela Soto, sicóloga de la Fundación Omega.
Después de un intento de suicidio la situación también es complicada. El joven no cuenta lo que pasó en el colegio o la universidad por vergüenza o para evitar ser expulsado y después de ocho o 15 días de asesoría sicológica él y sus familias tienden a olvidarse de lo sucedido. El siquiatra Rafael Vásquez calcula que el 98 por ciento de los que intentaron suicidarse abandonan la ayuda profesional y no miden las consecuencias de lo que puede pasar después.
El suicidio puede prevenirse. Diferentes trabajos demuestran que esto es posible si se logran detectar a tiempo ciertos signos de riesgo en las posibles víctimas (ver recuadro). Por eso la consejera Morales de Gómez recomienda a los padres que le pongan atención a sus hijos. "Hablen con ellos, pasen tiempo juntos, escúchenlos, pregúntenles qué piensan o qué sienten. Acepten a sus hijos como son y depositen en ellos expectativas alcanzables. No los presionen".
Tal vez así los jóvenes encuentren mejores formas de comunicarse y no tengan que acudir al suicidio como, según la comprobó la investigación de la Universidad Javeriana, "una expresión radical de búsqueda de integración con el mundo, con las personas y en último término con la vida".

Andrés Villate Plazas
Estudiante de undécimo grado del Gimnasio Moderno
Se suicidó a los 19 años
La mamá
"Estaba en la casa de mis suegros cuando sonó el teléfono. Mi esposo lo tomó, empezó a ponerse blanco y dijo: 'Andrés se mató'. Salimos corriendo para la casa de mis papás y lo encontramos tirado en el piso. Tenía una cara de gran placidez y apenas un hilito muy pequeño de sangre que le salía por la boca.
"Era muy sensible, con gran sentido del humor y no era depresivo. No tomaba, no fumaba, no consumía drogas. Oía mucha música. Le gustaba leer y era buen estudiante. El papá de Andrés y yo éramos separados. Me volví a casar. La relación con mi marido era excelente. Un año antes de suicidarse empezó a cambiar su personalidad, sus hábitos, su forma de vestir y a rechazar todo lo que lo rodeaba. No quiso volver a jugar polo. Le regaló sus cosas más queridas a su mejor amigo. Se dedicó a leer filosofía, se alejó de los amigos y andaba sólo con su novia. Se intoxicó con la lectura.
"Un mes antes de matarse dijo: 'Si me toca prestar servicio militar, soy capaz de cualquier cosa'. En ese momento no entendí. Sus amigos contaron después que Andrés preguntaba cuál sería la mejor manera de matarse. Supe también que había un pacto de muerte entre la novia y él. Que eran los dos los que se iban a matar. Echarle la culpa a la relación con su novia no tiene sentido. Para ella tuvo que ser tenaz.
"Para la familia también fue muy duro. Lo primero que me dijo mi mamá fue 'que nadie sepa que Andrés se suicidó'. Yo lo afronté desde el principio. Tuve que buscar ayuda para su hermanita de seis años. Mi papá nunca pudo superar el sentido de culpa: fue con su pistola y en su casa. Se murió al año.
"Lo primero que pensé fue coger la pistola y hacer lo mismo para ver qué había sentido Andrés. Pasé por la etapa de la negación, luego por la de rabia hacia él y finalmente terminé por aceptarlo. Sé que el dolor no se va a curar con nada. Andrés es lo primero y lo último en que pienso en el día. Muchas veces miro al cielo y le pregunto por qué lo hizo. Lo peor es que a uno no lo abandona nunca el miedo. Cuando mis otros dos hijos se van siempre me pregunto si los voy a volver a ver. Haberlo hablado me ha ayudado. Dios también. Lo mandé al carajo muchas veces, pero al ratico le decía 'mentiras, ven acá que te necesito'.
"Si pudiera devolver el tiempo le pondría mucha atención a todas las palabras sueltas. Conversaría más con él. Le diría más veces 'te quiero'. No sé cuánto daría porque Dios me diera cinco minutos más con él para abrazarlo, besarlo, decirle que lo adoro y para poder oír otra vez su vocecita diciéndome: ¡Mamita!".
La novia
"El se suicidó por la relación que teníamos. Si no hubiera sido él habría sido yo. La única forma de acabar esa relación era que uno de los dos se matara. O los dos. Empezó siendo una relación de adolescentes. Yo tenía 15 años y él 16. Unos meses después las cosas empezaron a cambiar. Se volvió muy posesivo y me prohibió ver más gente. Empezamos a leer todo el tiempo a Nietzche, Camus, Sartre, puro existencialismo. Llegó un momento en que no nos importaba nada sino solamente el otro. La relación se volvió tan dependiente que primero empezaron los insultos, luego vinieron los golpes y cuando ambos dejaron de funcionar empezamos a jugar con el suicidio como una forma de presión ante el otro. De las 24 horas que estábamos juntos, 20 eran peleando. Como era tanto el amor que él no me iba a terminar y yo tampoco, entonces tenía que acabarse con algo mucho más fuerte. Amenazábamos con 'yo me mato por usted si usted no está conmigo'. El suicidio no era una posibilidad de escape sino un medio para poder lograr lo que queríamos. Sentíamos tanta necesidad el uno por el otro que no podíamos ser dos y teníamos que ser uno solo de alguna manera. Era un amor enfermizo.
"El jugaba más. Hablaba de eso en el colegio y me amenazaba. Se mató un lunes de fiesta. El viernes habíamos peleado. Ese fin de semana no lo pude ver porque tenía problemas en mi casa. Lo llamé y le conté que me iban a mandar a un sicólogo, pero no creyó. Pensaba que era una forma de chantaje. Al otro día me dejó una carta y siguió jugando con el suicidio. El lunes me llamó y me dijo: 'Si no nos vemos ahorita aténgase' y me colgó el teléfono. Volvió a llamar y me dijo: 'Estoy en la casa de mi abuela. Adivine qué tengo en la mano' y se pegó el tiro. Entiendo perfectamente el suicidio de Andrés. Nunca lo cuestioné ni lo culpé por haberme dejado. El se mató por venganza no con sus papás sino conmigo. Porque él quería ver qué sentía yo, si de verdad lo quería.
"Todo el mundo tenía mucho miedo de que yo me fuera a suicidar y me quise suicidar mucho tiempo después. Creo que tenía muchas cosas guardadas. Trataba de darme fuerza diciéndome que estaba conmigo, que habíamos logrado lo que queríamos, pero no podía. Una noche me tomé unas pastillas. Mi papá nunca subía a despedirse de mí, pero esa noche lo hizo y me salvó. No sé si volvería a intentarlo. Uno jamás debe decir nunca, pero no sé.
"A raíz de eso me cambió la vida. Pienso que nunca voy a volver a amar ni a creer en el amor como creí, ni me voy a poder entregar a otra persona como me entregué a Andrés. Aprendí que lo único que no tiene remedio es la muerte. Todo lo demás es insignificante. Nunca me sentí culpable pero sí sentí que habría podido hacer algo, aunque también estaba consciente de que si no se hubiera matado ese día, se habría matado otro o me habría matado yo. Era inevitable, tenía que ser".

Rodrigo
Estudiante de economía de la Universidad de los Andes
Se suicidó a los 22 años
Ese sábado de diciembre de 1993 Rodrigo salió de la casa de su mamá a trotar, como lo hacía casi todos los días. Pero no volvió. Sus familiares empezaron a buscarlo por todas partes y finalmente, despuès de varias horas, lo encontraron en la Clínica del Country, al borde de la muerte: se había envenenado.
Su papá, un importante ejecutivo del sector financiero, todavía ahora, tres años después, sigue tratando de entender qué llevó a Rodrigo a acabar con su vida. Era un muchacho inteligente, deportista, bien parecido, educado en los mejores colegios y universidades, estudioso y querido por todos. "Quizás era demasiado sensible, dice hoy su papá. Nació sin piel y por eso nunca pudo formar costra para soportar la vida".
Desde muy pequeño mostró especial sensibilidad por lo que sucedía a su alrededor e inconformismo por las injusticias de la vida. En algún momento llegó incluso a pensar en ser misionero. Rodrigo había hablado varias veces de la muerte. La primera vez lo hizo a los 12 años, cuando estaba en segundo de bachillerato. El y varios de sus compañeros habían tomado trago en un paseo y el profesor los descubrió. Cuando preguntó quiénes eran los responsables sólo él y otro del curso se pararon. Rodrigo sintió mucha rabia de la actitud de sus amigos y llegó a la casa renegando de ellos y diciendo que la vida no valía la pena. En otras ocasiones volvió a mencionar que la vida no tenía mucho sentido e incluso discutió el tema con su papá en varias oportunidades. Pero él nunca pensó que su hijo terminara por suicidarse.
Rodrigo había empezado a sentirse muy desanimado hacía unos años. En una ocasión, estando de vacaciones en Cartagena, le había entrado una depresión tan grande que había tenido que devolverse. Inició entonces terapia con un sicólogo. En los días anteriores al suicidio había estado un poco retraído y parecía como si estuviera en un mundo distinto al de los demás. Su familia, sin embargo, no se preocupó mucho porque pensó que era una cosa pasajera. "Los que vivimos esta experiencia no queremos que nadie más la viva. Es muy dura. No tengo remordimientos pero pienso mucho en él., dice su papá, y muchas veces le hablo".

Santiago
Publicista - 26 años
Intentó suicidarse a los 15 años
"Entre los 12 y los 15 años estuve deprimido. Me sentía muy solo, incomprendido por mis amigos, por mis padres y hasta por Dios. El único lugar en el que me sentía tranquilo era en mi cuarto. Allí me encerraba a escribir en cuadernos que se convirtieron en mi único medio de comunicación con el mundo. Vivía cansado, somnoliento, con dolor de cabeza y con un constante malestar estomacal. Al mismo tiempo la sensación de soledad crecía como una mancha negra que devoraba todo lo que encontraba a su paso. En algún momento de este proceso incubé la idea del suicidio, que poco a poco se convirtió en un pensamiento constante. Pensé cómo hacerlo. No le temía a la muerte pero sí a la forma de morir. Por eso opté por un veneno. Un viernes llegué a mi casa, arreglé algunas cosas, escribí dos poemas y a las cinco de la tarde me tomé un frasco de insecticida y un poco de miel para quitarle el sabor amargo. Luego me acosté a esperar. Pensaba que el veneno obraría igual que en las películas y que la mía sería una muerte dulce y tranquila, luego de la cual me despertaría en otro lugar mucho más bello y agradable que este. Sucedió todo lo contrario, el infierno que viví no se lo deseo ni recomiendo a nadie".


Cómo detectar a un joven suicida

Préstele especial atención a los siguientes síntomas:
1. Referencias al deseo de morir o a que la vida no tiene sentido. Cualquier palabra suelta que pueda ser un anuncio
2. Cambios bruscos en la personalidad, en la apariencia física, en el comportamiento, en los estados de ánimo. Pasar súbitamente de ser una persona alegre a ser introvertida, irritable o agresiva. O de un estado de euforia a una intensa depresión.
3. Aislamiento dela familia o del grupo de amigos e indiferencia frente a lo que le rodea.
4. Depresión por acontecimientos como rupturas amorosas, separación de los padres, muerte o enfermedad de seres queridos, pérdida del año escolar o de una competencia importante.
5. Adicción a las drogas o al alcohol.
6. Ausencias repetidas al estudio, trabajo o a los entrenamientos deportivos.
7. Imposibilidad de conciliar el sueño.
8. Repentina pérdida de interés por las cosas que la persona más valora.
9. Trastornos de la alimentación como bulimia, anorexia o gula.
10. Tendencia a autoagredirse aruñándose, cortándose, quemándose o dándose golpes.

Qué hacer cuando se tienen pensamientos suicidas

1 Hable y desahóguese con un amigo, un familiar o busque ayuda profesional. Exprese qué siente y por qué quiere ponerle fin a su vida.
2 Manténgase a distancia de cualquier medio de suicidio. Temporalmente remueva todo objeto peligroso o arma de su casa.
3 Evite el alcohol y las drogas no prescritas para usted.
4 Dedíquele tiempo a lo que más le guste hacer. Programe actividades agradables como leer, escuchar música, escribir, caminar o ir de compras. Practique algún deporte y siga una dieta balanceada.
5 Establezca cuáles son sus límites y no trate de ir más allá de éstos hasta que usted se sienta bien. Fíjese metas realistas y trabaje hacia ellas lentamente.
6 No trate de hacer cosas que encuentre difíciles o en las cuales tiene posibilidad de fracasar hasta que esté sintiéndose mejor.
7 Recuerde que la situación que vive no es una condición permanente.
8 Cuando necesite ayuda inmediata acuda en Bogotá a la Línea Vida 2866380 del programa La Casa de la Universidad de los Andes, o a la Secretaría de Salud de su ciudad.

El suicidio y la religion

La actitud de rechazo de las religiones frente al suicidio es prácticamente universal: el suicidio atenta contra la vida, un don que Dios da y que sólo El puede quitar.
Entre los católicos el suicida fue estigmatizado y durante siglos se prohibió enterrar su cuerpo hasta el Concilio Vaticano II en 1962.
La comunidad judía tampoco entierra a los suicidas pero sólo en casos extremos, pues hoy es más tolerante y le deja el beneficio de la duda al suicidado: si éste cometió el acto enloquecido o se arrepintió, su responsabilidad y castigo será menor. Para éstos, los suicidas permanecen en el limbo y tal vez su falta puede resarcirse en el tiempo mesiánico.
Para los ortodoxos también es pecado, con la diferencia de que para ellos no existe un estadio intermedio entre el cielo y el infierno. Creen que sólo queda apelar a la misericordia de Dios mediante la oración de los difuntos.
Algunos protestantes como la Iglesia Pentecostal Unida también consideran al suicida un pecador inducido por la locura o por satanás y creen que "la salvación no es para los cobardes sino para los valientes".
Los anglicanos, aunque consideran el suicidio un pecado, creen que debe analizarse la situación en que el acto se cometió y tienen en cuenta el grado de perturbación.
Los musulmanes diferencian entre quienes lo hacen en un momento de locura, los que ofrendan la vida por su país y los que se suicidan porque la sociedad no les brindó oportunidades. En estos casos es inocente, pero en los demás es culpable, no alcanzará la vida eterna y no se enterrará según sus ritos.
Para los espiritistas cuando alguien se suicida se queda en una franja vibratoria baja, en la que debe enfrentar a su conciencia.
Los bioenergéticos consideran que el suicida no ha terminado su trabajo en la Tierra y debe volver a empezar desde el principio.