Especiales Semana

Al son que le toquen

La música, como cualquier otra expresión cultural, está en continua transformación. Al mismo tiempo, tiene múltiples usos y funciones dentro de una sociedad.

Simón Calle*
20 de abril de 2013

Las expresiones musicales están abiertas a cambios producidos principalmente por el contacto con otros estilos y al uso de nuevas tecnologías para producir y reproducir sonidos.  Colombia no ha sido la excepción: las músicas locales han recibido la influencia de extranjeras que desde las primeras décadas del siglo XX llegaron a nuestras ciudades por medio de discos y ondas radiales.  

La música tropical es en parte el resultado del contacto de los ritmos del Caribe colombiano con la música antillana y el jazz norteamericano. La champeta surgió de la apropiación y transformación de músicas africanas como el soukous y el juju. 

En muchos casos las transformaciones se han dado con la inclusión de instrumentos como la batería y el bajo eléctrico. En las últimas décadas estos procesos de transformación se incrementaron y aceleraron gracias a la expansión del mercado musical y a herramientas como internet y los computadores, que facilitan la grabación y circulación de sonidos alrededor del mundo de una manera sin precedentes. 

No solo los colombianos tenemos acceso a músicas que hasta hace muy poco tenían difusión limitada, si no que las músicas de diferentes regiones de Colombia han empezado a llegar a lugares donde antes eran desconocidas. 

Depende del punto de donde se le mire, la proliferación de herramientas tecnológicas y circulación de sonidos  ha llevado a una diversificación del panorama musical, permitiendo nuevas fusiones y expresiones sonoras. Por el otro lado, ha llevado a una homogenización dictada por la gran industria de la música. 

Las llamadas músicas tradicionales y folclóricas se han visto fuertemente afectadas por estas transformaciones y son el centro de un debate acerca de la tradición y lo autóctono. Por un lado, hay quienes se oponen al cambio, en el otro están aquellos que  lo promueven. 

Antes de tomar partido es necesario tener en cuenta que esta discusión está mediada por los múltiples usos de la música: esta es mucho más que un objeto estético para el goce y disfrute de una comunidad. Es un producto transable que por lo tanto se rige por las leyes de un mercado. 

En algunos casos, juega un papel ritual o es un medio para construir y mantener la memoria colectiva. La música también sirve para articular la identidad individual y de una comunidad. Por lo tanto, la desaparición, permanencia o transformación de un estilo musical tiene múltiples consecuencias.  

Antes de descartar estilos musicales que no responden a lógicas del mercado y que han ido desapareciendo (ver recuadro) o criticar fusiones de música tradicional  con géneros como el hip hop o el reaggeton,  es necesario entender sus usos, las razones por las cuales la gente los interpreta y los escucha,  hay que tener en cuenta las múltiples formas en que junta a las personas y los significados que estos trasmiten. 

En riesgo de desaparecer

Los arrullos

Son cantos rituales que se interpretan a capela. Originalmente eran propios de los velorios de angelitos, funerales de niños menores de siete años. Vienen de una tradición de esclavos, para quienes la muerte de un infante era un motivo de alivio porque escapaba a las dificultades. Elementos como la llegada de las funerarias  o el cambio en la estructura de las familias están transformando esta tradición. 

Los alabados

Tienen tanto elementos cristianos como africanos: son una muestra de sincretismo religioso. Se suelen cantar durante la novena de muerto, que son los nueve días después del fallecimiento y las personas se reúnen en una casa  alrededor del difunto para que su alma haga el paso hacia el mundo  del más allá. Se han transformado por factores sociales: como la violencia que no dejaba tiempo para velar a los difuntos, y la agresiva entrada de las Iglesias evangélicas en la región. 

Cantos de vaquería

Los vaqueros que movilizaban hatos de hasta 2.000 cabezas en travesías que duraban semanas usaban los cantos de vaquería, a capela e improvisados, para apaciguar al ganado y guiarlo.  Todavía se pueden escuchar en los Llanos Orientales y en las sabanas de la Costa. “Con la industrialización del hato y la llegada de plantaciones de palma ya no hay que hacer viajes a caballo y el ganado ya no es una prioridad”, dice Reinaldo Barbosa, historiador de la Universidad Nacional de Colombia. Y explica: “Si desaparece esta tradición, se perderá un referente histórico y un saber tradicional”.  

La marimba de los awá

Pocos pueblos han sido tan golpeados por la violencia como los awá, que habitan en Nariño. Asesinatos selectivos, minas antipersonales, masacres y desplazamientos masivos han mermado su población y han erosionado su cultura. Solo en lo corrido de este año, 2.040 personas de este pueblo han sido desplazadas debido a enfrentamientos en la zona. Los awá son la única etnia que interpreta la marimba tradicional de Chonta, hecha de madera de palma sobre tubos de guadua. Diversas ONG y el Ministerio de Cultura adelantan programas para proteger las expresiones culturales de estos indígenas.

Artistas, al rescate

Música fusión 

En las últimas dos décadas un grupo de reconocidos músicos colombianos se ha interesado por volver a las raíces de la música de su país. La lista la encabezan los exitosos Carlos Vives, Juanes, Aterciopelados, Shakira, Lucas Arnau y Choquibtown, entre otros, pero son muchos más, aunque menos reconocidos. La mezcla de ritmos e instrumentos modernos con música tradicional colombiana es una forma de llamar la atención sobre las expresiones musicales autóctonas. “Afortunadamente hemos tenido procesos de reconexión con la música tradicional”, dice Héctor Buitrago, miembro de Aterciopelados y quien lidera independientemente el proyecto ConEctor, que se ha nutrido tanto de ritmos tradicionales como indígenas. “Gracias al auge de la fusión hay estudiantes y académicos que se han dado a la tarea de rescatar el legado nacional”, concluye.   

*PhD en Etnomusicología de la Universidad de Columbia. Colaborador de National Geographic Music.